viernes, 31 de marzo de 2017
CAPITULO 18 (CUARTA HISTORIA)
Al cabo de una hora, Paula, con un traje chaqueta gris oscuro, se encontraba en el porche lista para recibir a la novia. Mientras Maca se escabullía de un lado a otro disparando su cámara, Paula ofrecía a todos su sonrisa de bienvenida.
—¿Lista para celebrar tu día, Marilee?
—Súper lista. Oh, oh... mirad esto. —La novia, radiante aun sin maquillaje, con el pelo recogido en una cola despeinada, tomó la mano de su madre y la de su mejor amiga, dama de honor en esa ocasión—. Es... es como el claro de un bosque mágico. Un bosque silvestre, secreto.
—Emma estará contentísima de que te haya gustado. Todas lo estamos. Y esto es solo el principio. ¿Por qué no me acompañas a la suite de la novia? Quizá hoy podríamos llamarla nido.
Entre tiestos de violetas y rosas silvestres, entre bandejas de champán y frutas de todos los colores, Paula colgó el vestido de la novia, los de las damas, sirvió un refrigerio y respondió a todas las preguntas.
—El equipo de peluquería y maquillaje viene hacia aquí—dijo cuando recibió el aviso por los auriculares—. Os dejaré con Maca por ahora. Voy a comprobar cómo andan las cosas. Si me necesitáis, pulsad uno-uno-uno en el teléfono.
Paula salió de la suite con paso relajado y luego aceleró para ir a comprobar los progresos de Emma en el exterior.
Su amiga había acertado: los carritos de flores eran maravillosos. Si la entrada evocaba el claro de un bosque mágico, aquí los invitados, penetrarían en los prados circundados por el bosque.
Las rosas silvestres rojo sangre y las violetas púrpura intenso se entrelazaban en el porche. Unos delicados y exuberantes arreglos de flores silvestres inundaban carritos y jardineras. Los miembros del equipo de Emma todavía añadían unos pequeños soportes de cobre envejecido con nuevas flores a los laterales de las sillas, que habían recubierto con unas fundas verde pálido.
Hermoso, pensó, como las fotos que Maca sacaría.
Estuvo ayudando durante los diez minutos de que disponía y luego se apresuró para ir a recibir al novio.
—El novio en posición —anunció Paula a Maca a través del micro.
Paula dio la bienvenida, acompañó, ofreció un refrigerio y colgó esmóquines.
Y se fijó en que el padre del novio, viudo desde hacía cinco años, se hallaba solo en la pequeña terraza.
Se escabulló para ir a hacerle compañía.
—Señor Mansfield, me pregunto si le gustaría dar un paseo conmigo para ver el espacio que hemos decorado para la ceremonia.
Paula lo tomó del brazo.
—Así daremos un poco de tiempo al cortejo nupcial para que se instale —añadió mientras lo acompañaba afuera.
—Será un día precioso —dijo él.
—Sin duda.
Era un hombre guapo, pensó Paula. De cabello abundante y grueso, gris peltre, rostro ligeramente bronceado y rasgos duros. Sin embargo, había en sus ojos una profunda tristeza.
Paula le habló con dulzura.
—Cuesta mucho, creo yo, afrontar los buenos tiempos, los momentos importantes, sin aquellos a los que amamos y que hicieron posibles esos momentos.
El padre del novio le asió la mano
—No quiero que se me note. No quiero enturbiar el día a Luke.
—No pasa nada. Él también la echa de menos. Piensa en ella, como usted. Aunque para usted es distinto. Era su compañera. Creo que Luke va a vivir con Marilee lo que usted vivió con su esposa. El amor, los lazos, el compañerismo.
—A Kathy le habría encantado Marilee. —El señor Mansfield respiró hondo y volvió a hacerlo al ver la terraza, la pérgola y los prados—. Le habría encantado esto, todos y cada uno de estos momentos. Estáis obsequiando a nuestro muchacho con un día precioso.
—Solo hemos dispuesto el escenario. Usted y su esposa fueron quienes lo ayudaron a convertirse en un hombre, y ahora Marilee y él se obsequiarán mutuamente con este día maravilloso.
Paula sacó sus pañuelos y le ofreció uno en silencio al ver lágrimas en sus ojos.
—Señor Mansfield...
—En estas circunstancias, creo que deberías llamarme Larry.
—Larry, sé lo que es tener que afrontar los buenos tiempos sin las personas con quienes querríamos compartirlos.
Larry asintió intentando controlarse.
—Conocí a tus padres.
—Sí, recuerdo que tu mujer y tú asistíais a sus fiestas. Luke se parece a ella.
—Sí, desde luego que sí.
—Creo que en estas situaciones, en estos momentos, lo único que podemos hacer es recordar a los que no pueden estar aquí con nosotros —dijo Paula llevándose la mano al corazón—, sabiendo que ellos también están orgullosos y contentos.
Larry asintió y estrechó brevemente su mano.
—Eres una buena chica, Paula. Una chica muy sabia.
—Creo que Marilee es muy afortunada con este marido y este suegro. ¿Quieres pasear un poco más?
—No, creo que regresaré. Para estar con mi chico. —Sonrió a Paula y se llevó la mano al corazón como había hecho ella—. Estaremos con nuestro chico.
Paula regresó con él, satisfecha de haber sido capaz de hacerle reír por el camino. Luego se dirigió a toda prisa hacia el alegre caos de la suite de la novia.
Las mujeres llevaban sus vestidos de ceremonia y los hombres sus trajes de etiqueta. El niño de los anillos estaba distraído, la niña de las flores, agasajada. Siguiendo puntualmente el horario designado, Paula puso en fila a las damas, ayudó a colocar las diademas de rosas y violetas, repartió los ramos y enjugó los ojos llorosos para preservar el maquillaje.
—El novio está en su puesto —dijo Laura hablando por el micro.
—Nosotras también. Que entre la música de los padres. —Después de indicar a los abuelos que bajaran la escalera, se volvió hacia Larry, que enfilaría el pasillo central acompañando a su madre—. Adelante. —Siguiendo un impulso, Paula se puso de puntillas y le besó en la mejilla—. Buena suerte. Está usted preciosa, señora Mansfield. Disfrute de la boda.
Con el tictac del reloj en la cabeza, los observó marchar.
—Madre de la novia e hijo, vuestro turno. Brent, después de acompañar a tu madre a su asiento, ponte a la izquierda del padrino. ¡Ahora!
Precioso, pensó. Todo era precioso y transcurría en el momento preciso.
—Que entre la música del desfile. Primera dama... adelante. ¡Sonríe! Levanta la cabeza. Estás increíble. Segunda dama... adelante. ¡Espalda recta, Rissa! Dama de honor, a tu puesto. —A esta no tenía que recordarle que sonriera porque la DDH ya esbozaba una sonrisa de oreja a oreja—. Adelante. Perfecto. Muy bien, Cody, recuerda lo que tienes que hacer. —Guiñó el ojo al pequeño que portaba un cojín blanco con unas alianzas falsas—. ¡Allá va el primer bateador!
El niño sonrió y salió caminando muy orgulloso.
—Tu turno, Ally. Pareces la princesa de un cuento de hadas. Lanza los pétalos y sonríe. Diviértete, y luego ponte delante, donde está mamá. Buena chica.
—¡Qué monada! —exclamó Marilee ahogando una carcajada.
—No solo eres una novia preciosa, sino una de las más felices que he hecho desfilar jamás. ¿Listo para el gran momento, señor Gregory?
—Como ella no está nerviosa, yo lo estoy por los dos.
—Pues no se nota. Está usted increíblemente guapo.
Respire hondo unas cuantas veces, inhale y exhale. Que entre la música de la novia. Adelante. Esperen un momento al llegar a la entrada, deténganse. Que todo el mundo pueda ver lo increíbles que estáis todos. ¡Ahora!
Paula esperó a que toda la atención se centrara en la novia, a que cambiara el ángulo para no salir en el encuadre de Maca.
Luego se apartó y se situó a uno de los lados para permanecer, como sus socias, invisible, aunque dispuesta a atender el más leve imprevisto o el mayor de los problemas.
Durante los veinte minutos siguientes, Paula se alegró de que nadie la necesitara.
—Hasta ahora, todo perfecto —murmuró por el micro— y muy conseguido. ¿Está el solárium listo para que vayan los invitados durante la sesión de fotos?
—Listo del todo —le aseguró Emma—. Y el salón principal avanza. Diría que hasta ahora, todo perfecto.
—Espero que tengas razón. La DDH no ha parado de llorar. Está bien, pero necesitará un retoque antes de las fotos.
—El maquillaje está en la cocina —le dijo Laura—. He ido a picotear durante el descanso. Te envío a alguien dentro de cinco minutos.
—Si son cinco, perfecto. Estamos en el intercambio de anillos.
Cuando la feliz pareja regresó bailando por el pasillo central (literalmente, porque el novio se detuvo a medio camino y levantó en volandas a la novia), Paula aplaudió.
Y luego volvió al trabajo.
Maca condujo al cortejo nupcial en una dirección mientras Paula conducía a los invitados en otra. El personal que habían contratado se dispersó para reorganizar las sillas y añadir más mesas a la terraza.
Después de la pausa para las fotos y el aperitivo (y con solo seis minutos de retraso según el horario previsto) Paula dijo a los invitados que pasaran al salón principal para el almuerzo.
Siempre había algún que otro detalle que atender o retocar, pero contemplando el baile durante la recepción, Paula pensó que todo, tanto en escena como entre bambalinas, había transcurrido especialmente bien.
—Paula. —Larry se acercó a ella—. Sé que estás ocupada, pero me preguntaba si podrías dedicarme un momento.
—Claro. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Me preguntaba si querrías bailar conmigo.
No era el protocolo acostumbrado, pero Paula sabía cuándo había que cambiar o saltarse una norma.
—Será un placer.
—Ha sido un día muy bonito —dijo Larry cuando salían a la pista—. Muy alegre. Me has ayudado a comprender que podía divertirme muchísimo.
—Me parece que eso lo habrías comprendido tú solo.
—Eso espero, pero no he tenido ocasión. Hoy te he estado observando, cosa que estoy seguro de que me habría perdido si no hubiéramos hablado antes.
—¿Ah, sí?
—Eres muy buena en tu trabajo y muy buena impidiendo que se vea que estás trabajando. Tus padres estarían muy orgullosos de ti, de lo que has creado aquí.
—Gracias.
—Mi madre se ha quedado impresionada, y créeme, no se impresiona fácilmente. Tiene una amiga íntima cuya nieta acaba de prometerse. Si mi madre se sale con la suya, y suele hacerlo, tendrás otra clienta.
—No hay nada que nos guste más que la publicidad boca-oreja de un cliente satisfecho.
Estuvo a punto de perder el ritmo cuando reconoció a Pedro (¿de dónde había salido?) apoyado en la pared, hablando con Jeronimo.
Y observándola.
Pedro la desorientaba, admitió ella obligándose a recuperar el ritmo y a seguir a Larry durante el resto del baile. Aquello tenía que acabar. En pocas palabras: no podía permitirse que nadie U desorientara, por el momento. Tenía un horario que cumplir, una celebración que conducir hasta el final y otra para empezar.
Cuando terminó la música, se separó de Larry.
—Gracias por haberme concedido este baile. —Larry le estrechó ambas manos—. Tus socias y tú habéis organizado una boda preciosa.
—Eso es precisamente lo que más nos gusta oír, y ahora tengo que volver a ella.
Paula indicó al DJ que iniciara la siguiente fase: lanzamiento del ramo y lanzamiento de la liga, actividades que ella organizó y supervisó. Ayudó a una invitada a encontrar su zapato izquierdo (un Jimmy Choo precioso), que se había quitado de un puntapié llevada del entusiasmo por el baile, y ayudó a otra con unos rápidos retoques en el dobladillo.
Dado que Laura estaba ocupada ayudando a los del catering a servir el pastel y el café, que Emma y su equipo iban desmontando por fases y volviendo a decorar y Maca seguía deambulando de un lado a otro para documentar la recepción, Paula agarró a Dani.
—Tenemos que empezar a trasladar los regalos.
—Muy bien. Emma ha obligado a Jeronimo a que la ayude con las flores. Están por ahí haciendo no sé qué.
Paula conocía exactamente lo que hacían y el lugar donde estaban.
—Están cambiando la decoración del solárium y el salón principal para el siguiente acto.
—Muy bien.
Paula bajó corriendo la escalera trasera.
—¿Dónde está Pedro?
—Por ahí. ¿Por qué?
—Lo he visto antes, por nada.
—¿Algún problema?
—No. —Paula notó tensión en los hombros y los relajó a conciencia—. Es solo que no esperaba verlo. Hoy vamos a tope.
—Ponle a trabajar.
Lo que hizo fue apartarlo de su mente, y con Dani, los camareros y los conductores, empezó a trasladar los regalos de boda de las mesas de exposición a la limusina de los novios.
Cuando terminaron la tarea, se presentaron los primeros invitados pidiendo sus coches. Paula acompañó a algunos a la puerta y ayudó a los que recibieron flores de regalo.
Ajustándose al horario, volvió a toda prisa al salón e hizo un gesto al DJ para que anunciara el último baile.
Laura se colocó junto a ella.
—Me encargo de recoger si tú te los llevas. Se te da mejor a ti.
—De acuerdo.
—El pastel y los postres para llevar están empaquetados, así que puedo echar una mano a Emma, al menos hasta que Maca y Sebastian estén libres; luego tengo que dedicarme a lo mío para el próximo acto.
—Emma ha ido a envolver las flores que la novia elija para llevarse o para regalar a partir de ahora.
—Me pegaré a ella hasta que tenga que marcharme. ¿Cómo has convencido a Pedro para que cargara con las flores?
—¿Qué? Yo no tengo nada que ver —respondió Paula abriendo unos ojos como platos—. ¿Está haciendo eso?
—Me he tropezado con él cuando estaba trasladando un bosquecillo al salón principal. De violetas a un bosque pluvial de orquídeas exóticas y lo que haya por ahí dentro. Hay que decir que Emma ha vuelto a superarse.
Paula no supo qué pensar de Pedro y las orquídeas, pero en cualquier caso no tenía tiempo para eso. Llevarse a la gente incluía asegurarse de que los invitados fueran saliendo de la casa en lugar de quedarse deambulando por ella y atender a los novios hasta que estos subieran sin percances a la limusina y desaparecieran en ella.
Cuando se fueron, Paula soltó un suspiro de satisfacción.
—Buen trabajo.
Se volvió y vio a Pedro en el umbral con un plato en las manos.
—Cierto, pero solo vamos por la mitad.
—Eso me han dicho. Toma.
Paula frunció el ceño al ver el plato que Pedro sostenía.
—No lo quiero. No tengo tiempo para eso.
—Tan solo soy el emisario. La señora Grady es quien te lo envía y, según sus normas, como emisario, estoy obligado a decirte que te sientes cinco minutos y comas. Me ha hecho prometer que la informaría de cualquiera que fuera el resultado. —Pedro ladeó la cabeza—. A ti no sé, pero a ella no voy a llevarle la contraria.
—Muy bien. —Paula tomó el plato, en el que había una mezcla de ensalada de pasta con verduras, se sentó en uno de los bancos del porche y empezó a comer.
Pedro sacó un botellín de agua del bolsillo y se lo ofreció.
—Gracias. Has elegido un mal día si has venido para salir con Dani, Jeronimo o Sebastian. Los sábados son por rutina los días más ajetreados y hemos tenido que recurrir a toda la ayuda extra.
—No he venido para salir con Dani, Jeronimo o Sebastian. —Pedro se sentó en el banco junto a ella—. He venido a cobrar los cien dólares de Jeronimo y a verte a ti.
—Estoy demasiado ocupada para que me veas.
—Te estoy viendo ahora.
—Te agradecemos que nos hayas echado una mano, pero no tienes que...
—No pasa nada. A cambio me han dado comida, cerveza y un pastel buenísimo. ¿Has probado eso... el pastel?
—No he tenido...
—... tiempo. —Pedro terminó su frase y sonrió—. He oído que luego hay una cena fantástica y más pastel a repartir. Cargar con flores, sillas y lo que haya por ahí a cambio de eso me parece un buen trato.
Paula pinchó la pasta con el tenedor. Se fijó en que aquella mañana se había afeitado y que en sus tejanos no había agujeros ni manchas de grasa. A pesar de que hacía fresco, solo llevaba puesta una camiseta negra.
—Tu taller está abierto los sábados. ¿Por qué no estás trabajando?
—He trabajado hasta la una. —Pedro se apoyó en el respaldo y cerró los ojos—. Anoche me quedé hasta muy tarde.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta las dos. Un chico dio un golpe a la rejilla del Jaguar de papá y rompió un faro. Deduje que mientras el susodicho papá estaba de viaje con su novia, el chico no debía de tener permiso para conducirlo, porque estaba desesperado por arreglarlo antes de que el hombre regresara, y antes también de que el servicio se diera cuenta y se chivara. Me pagó para que me diera prisa en los recambios y en la mano de obra.
—Eso es engañar.
Pedro la miró atónito.
—No es hijo mío, así que no es mi problema. Si lo fuera, probablemente te diría que si el hombre le prestara la misma atención que a su novia, el chico no habría salido con el Jaguar para empezar. Aunque el viaje lo valga, de todos modos.
—Puede que sea un padre excepcional que se ha tomado un par de días libres para sí mismo.
—La madre se ha tomado un año sabático (esa es la palabra que el chico usó) y se ha ido al Tíbet para explorar su yo espiritual o lo que diantres sea eso, para conocerse a fondo tras su tercer divorcio. Y le ha pasado el chico al padre, que lo ha dejado en una casa con servicio mientras él sigue dedicado a su trabajo y a sus mujeres. Ser rico no te convierte en un cabrón egoísta —añadió —, solo hace que te sientas mucho más cómodo cuando ya lo eres.
La compasión afloró a los ojos de Paula y a su voz.
—Estás hablando de Chad Warwick.
—Sí, de ese chico. ¿Lo conoces?
—Conozco a la familia, aunque esa no es la manera adecuada de describir la situación. He oído que Bitsy se ha ido al Tíbet. Aunque también he oído que ha pasado sus dos últimos meses de retiro espiritual en la Costa Azul.
—Estupendo.
—No, no lo es. Pobre chico... —Paula se levantó y le devolvió el plato—. Puedes informar al general y llevarte la prueba de que he cumplido órdenes.
Pedro se puso en pie y tomó el plato. Le sostuvo la mirada mientras una suave brisa le revolvía más su ya revuelto pelo.
—Me quedaré para el próximo asalto.
—Eso es cosa tuya.
Se acercó a ella y la cogió por la cola de caballo.
—He cobrado mis cien dólares, o sea que si me quedo es para verte. —Se inclinó y tomó su boca, con fuerza, pasión y rapidez—. Bien, nos vemos.
Cuando hubo desaparecido, Paula se dijo que más le valía darse treinta segundos para sentarse y volver a notarse las piernas.
Tardó el doble de lo que esperaba y tuvo que subir corriendo la escalera para revisar las suites y cumplir con el horario previsto.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario