viernes, 10 de marzo de 2017
CAPITULO 6 (TERCER HISTORIA)
Como era habitual los lunes por la mañana, Paula y Carla llegaron casi a la vez al gimnasio particular. Carla quería hacer yoga y Paula, ejercicios cardiovasculares. Como las dos se lo tomaban muy en serio, hablaron poco.
Paula estaba a punto de llegar a los cinco kilómetros y Carla empezaba su rutina de pilates cuando Maca entró cansinamente y contempló la máquina de musculación con su acostumbrado desdén.
Divertida ante la reacción de su amiga, Paula disminuyó la velocidad para bajar el ritmo de las pulsaciones. Maca había empezado a ejercitarse diariamente porque se había propuesto lucir unos brazos y unos hombros espectaculares el día de su boda. Su vestido tenía un escote palabra de honor.
—Te veo muy bien, Elliot —le dijo mientras tomaba una toalla.
Maca le respondió con una mueca.
Paula tendió en el suelo una colchoneta para hacer unos estiramientos mientras Carla le daba unos consejos a Maca sobre la mejor manera de ponerse en forma. Cuando Paula tomó las pesas, Carla empujaba a Maca hacia la bicicleta elíptica.
—No quiero.
—Las mujeres no solo tenemos que hacer ejercicios de resistencia. Quince minutos de práctica cardiovascular y quince de estiramientos. Paula, ¿cómo te has hecho este moretón?
—¿Qué moretón?
—El del hombro. —Carla se acercó a ella y le pasó un dedo por el moretón que su camiseta sin mangas y entrada de hombros dejaba a la vista.
—Ah, tropecé y caí debajo de tu hermano.
—¿Cómo?
—Él paseaba por la casa a oscuras y yo bajé a hacerme una infusión, aunque al final opté por pizza fría y soda. Pedro tropezó conmigo y me echó al suelo.
—¿Por qué iba paseando a oscuras?
—Eso mismo le pregunté. Cervezas y señora Grady. Ha dormido en uno de los dormitorios de invitados.
—No sabía que hubiera pasado la noche en casa.
—Todavía no se ha ido —dijo Maca—. Su coche está aparcado delante.
—Iré a ver si se ha levantado. Quince minutos, Maca.
—Bah… ¿cuándo se liberan las endorfinas? —le preguntó Maca a Paula—. ¿Cómo me enteraré?
—¿Cómo te enteras de que tienes un orgasmo?
—¡No me digas! —exclamó Maca entusiasmada—. ¿Es eso lo que se siente?
—Por desgracia, no, aunque rige la misma norma de «lo sabrás cuando lo notes». ¿Te quedas a desayunar?
—Lo estoy pensando. Creo que después del ejercicio, me lo merezco. Puedo llamar a Sebastian para que se apunte y convenza a la señora Grady de que nos prepare unas torrijas.
—Bien pensado. Quiero enseñarte una cosa.
—¿Qué?
—Se me ha ocurrido algo.
Eran más de las siete cuando Paula, con la ropa de día y el cuaderno de dibujo en la mano, entró en la cocina de la casa.
Pensaba que Pedro ya se habría ido, pero se lo encontró allí mismo, apoyado en la encimera y sosteniendo una humeante taza de café. Sebastian Maguire, como imitando su reflejo en un espejo, se había colocado enfrente.
Aun así, ¡qué distintos eran! Pedro, todavía con la camisa rasgada y unos tejanos, proyectaba una imagen de masculina elegancia, mientras que Sebastian desprendía una dulzura que desarmaba a cualquiera. Sin ser edulcorado, pensó, lo que sería horrible. Más bien era una bondad innata.
A pesar de que Pedro había resultado bastante torpe caminando a oscuras, era ágil y atlético, mientras que Sebastian tendía a ser patoso.
«De todos modos, los dos son una monada.»
Estaba claro que la robusta señora Grady no era inmune a sus encantos. Atareada en los fogones (las torrijas habían ganado por goleada), tenía la mirada encendida y las mejillas arreboladas. «Está contenta porque los chicos han venido a desayunar», pensó Paula.
Carla entró desde la terraza y se metió la BlackBerry en el bolsillo. Su mirada se cruzó con la de Paula.
—La novia del sábado por la noche. Los nervios típicos, pero todo va como la seda. Emma y Jeronimo vienen a desayunar, señora Grady.
—Bien, si tengo que cocinar para un ejército, que empiece a sentarse la tropa. Quita las manos del beicon, chico —le advirtió a Pedro—. Siéntate a la mesa como la gente civilizada.
—Solo quería empezar antes. Ya serviré yo. Eh, Paula, ¿qué tal va tu cabeza?
—Sigue encima de mis hombros. —Paula dejó el cuaderno de dibujo en la mesa y tomó la jarra del zumo.
—Buenos días —dijo Sebastian sonriéndole—. ¿Qué le ha pasado a tu cabeza?
—Pedro me la golpeó contra la escalera.
—Después de que ella me pegara y me arrancara la camisa.
—Porque estabas borracho y me tiraste al suelo.
—No estaba borracho, fuiste tú quien se cayó.
—Porque tú lo dices.
—Sentaos y comportaos —ordenó la señora Grady, que se volvió al ver que Jeronimo y Emma entraban en la cocina—. ¿Te has lavado las manos? —le preguntó a Jeronimo.
—Sí, señora.
—Entonces toma esto y ve a sentarte.
Jeronimo sujetó la bandeja de torrijas y las olisqueó agradecido.
—¿Ha preparado algo más para los otros?
La señora Grady soltó una carcajada y le dio un manotazo.
—Eh, hola —saludó Jeronimo a Pedro.
Eran amigos desde la universidad, y casi como hermanos desde que Jeronimo había regresado a Greenwich para abrir un estudio de arquitectura. Luciendo un porte de actor, el pelo rubio oscuro y ondulado, los ojos soñadores y la sonrisa fácil, se sentó a la mesa rinconera de la cocina.
El hecho de que vistiera traje le indicó a Paula que esa mañana, en lugar de una visita de obra, tenía una reunión con un cliente en el estudio.
—Llevas la camisa rota —le señaló Jeronimo a Pedro mientras le escamoteaba una loncha de beicon.
—Es culpa de Paula.
Jeronimo enarcó las cejas varias veces en dirección a la joven.
—Peleona.
—Idiota.
Intercambiaron una sonrisa y en ese momento entró Maca.
—¡Ostras! Ojalá valga la pena. Ven aquí —dijo Maca agarrando a Sebastian y tirando de él para darle un sonoro beso—. Me lo merezco.
—¡Qué… sonrosada estás! —murmuró él, e inclinó la cabeza para devolverle el beso.
—Dejaos de tonterías y sentaos antes de que la comida se enfríe. —La señora Grady le tiró del brazo mientras se acercaba con la cafetera para llenar las tazas.
Paula sabía que el ama de llaves estaba en su elemento.
Reunir a la pandilla le permitía atarearse y dar órdenes.
Estaba encantada de acoger a la bulliciosa prole, porque cuando se hartara, los echaría a todos de la cocina o se retiraría a sus dependencias para disfrutar de un poco de paz y tranquilidad.
Sin embargo, por el momento, entre aromas a café, beicon y canela, y a medida que las bandejas se vaciaban y se llenaban los platos, la señora Grady disfrutaba porque todo iba como ella quería.
Paula comprendía esa necesidad de nutrir, el deseo, incluso la pasión, de poner un plato ante alguien y apremiarle a comer. Era un acto que hablaba de vida y comodidad, de autoridad y satisfacción. Y si se había preparado esa comida con las propias manos, gracias a la propia habilidad, también era, de una manera real y tangible, un acto de amor.
Suponía que ella misma había aprendido todo eso en aquella cocina, en los momentos en que la señora Grady le enseñó a amasar tartas, a preparar pasta de buñuelos o a probar una barra de pan para comprobar si estaba cocida.
No solo había aprendido los rudimentos de la repostería, sino que había entendido que, con amor y orgullo, la masa sube mejor.
—¿Qué tal la cabeza? —le preguntó Pedro.
—Mejor, pero no gracias a ti. ¿Por qué?
—Porque te noto callada.
—¿Y quién podría meter baza? —repuso ella refiriéndose a las conversaciones que se entrecruzaban en la mesa.
—¿Puedo hacerte una consulta profesional?
Paula se detuvo antes de dar un mordisco a una torrija y lo observó con cautela.
—¿De qué se trata?
—Necesito un pastel.
—Todos necesitamos un pastel, Pedro.
—Ese debería ser tu lema. Dara va a regresar tras la baja maternal. He pensado en organizarle una pequeña fiesta de bienvenida en el bufete para celebrar el feliz nacimiento y todo eso.
Un gesto muy considerado hacia su ayudante, y muy propio de él.
—¿Cuándo?
—Ah… el jueves.
—¿Te refieres a este jueves? —También era muy propio de él, pensó Paula—. ¿Qué clase de pastel quieres?
—Uno que sea bueno.
—Todos lo son. Dame una pista. ¿Para cuántas personas sería?
—Unas veinte.
—¿Una o varias capas?
Pedro la miró con aire suplicante.
—Ayúdame, Paula. Tú conoces a Dara. Decide tú.
—¿Es alérgica a algo?
—No, que yo sepa. —Pedro le llenó la taza de café justo cuando ella había decidido hacerlo—. No hace falta que sea espectacular. Un pastel bonito para una celebración de oficina. Podría ir al supermercado y comprarlo allí, pero… ¿lo ves? Eso es lo que conseguiría —dijo Pedro refiriéndose a la mueca de asco que Paula esbozaba—. Podría venir a recogerlo el miércoles después del trabajo, si aceptas el encargo.
—Acepto el encargo porque me cae bien Dara.
—Gracias. —Pedro le dio unos golpecitos cariñosos en la mano—. Tengo que irme pitando. Recogeré esa documentación el miércoles —añadió dirigiéndose a Carla—. Ya me tendrás al corriente cuando te hayas organizado.
Pedro se levantó y se acercó a la señora Grady.
—Gracias.
Le dio un beso espontáneo y fugaz en la mejilla. Luego la abrazó, con aquel abrazo que siempre hacía estremecer el corazón de Paula. La estrechó contra él, apoyó la mejilla en su pelo, cerró los ojos y la acunó. Los abrazos de Pedro eran abrazos de verdad, pensó Paula, y lo hacían irresistible.
—Haz el favor de comportarte —ordenó la señora Grady.
—Delo por hecho. Hasta la vista. —Saludó con la mano al resto del grupo y salió por la puerta trasera.
—Vale más que me vaya yo también, señora Grady —dijo Jeronimo—. Es usted la diosa de la cocina, la emperatriz de lo epicúreo.
El ama de llaves estalló en carcajadas.
—Ve a trabajar.
—Voy.
—Será mejor que yo también me ponga en marcha. Iré contigo —dijo Emma.
—De hecho, me gustaría que me dieras tu opinión sobre un tema —dijo Paula a Emma antes de que pudiera levantarse.
—Entonces me sirvo otra taza de café. —Emma se atareó con el nudo de la corbata de Jeronimo y luego le dio un beso en los labios—. Adiós.
—Nos vemos esta noche. Te traeré esos planos revisados, Carla.
—Cuando quieras.
—¿Queréis que me vaya yo también? —preguntó Sebastian cuando Jeronimo se marchó.
—Puedes quedarte, e incluso dar tu opinión. —Paula se levantó deprisa y corriendo para tomar su cuaderno de notas—. Anoche estuve dándole vueltas y me parece que di con una idea para vuestro pastel de bodas.
—¿Para mi pastel? Nuestro pastel, quiero decir —rectificó Maca sonriéndole a Sebastian—. ¡Quiero verlo, quiero verlo!
—El lema de Glaseados de Votos es dar con una buena presentación —dijo Paula con seriedad—. Por eso, a pesar de que la inspiración de este diseño proviene en principio de la novia…
—¡De mí!
—… también tiene en cuenta lo que la diseñadora del pastel considera las cualidades de dicha novia que han atraído al novio, y viceversa. Creo que en este caso hemos conseguido una acertada combinación entre lo tradicional y lo innovador, tanto en la forma como en el sabor. Hay que añadir el hecho de que hace más de dos décadas que la diseñadora conoce a la novia, y que ha tomado un cariño profundo y sincero al novio, factores estos que desempeñan un papel determinante, pero aceptará de todo corazón cualquier crítica a la idea que va a presentar.
—¡Menuda bobada! —Carla levantó los ojos al cielo—. Te vas a cabrear como a Maca no le guste.
—Tienes razón. Si no le gusta, es que es imbécil, y eso significa que hace más de veinte años que tengo una amiga imbécil.
—Déjame ver tu maldito diseño.
—Podremos cambiar el tamaño del pastel cuando hayas cerrado la lista de invitados. La idea que te presento es para unos doscientos comensales. —Paula pasó las hojas del cuaderno y sostuvo en alto el esbozo.
Ni le hizo falta oír a Maca conteniendo la respiración para saberlo. Solo tenía que mirar la felicidad pintada en su rostro.
—Los colores se ajustan mucho al resultado final. Te habrás fijado en que es una combinación de varios pasteles y rellenos. El pastel de crema italiana que te gusta, el
de chocolate con frambuesa que le gusta a Sebastian y el amarillo también, quizá con crema pastelera… Así podremos convertir en realidad tu sueño de disfrutar de varios pasteles distintos.
—Si a Maca no le gusta, me quedo yo con él —anunció Emma.
—A ti no te va. El pastel es de Maca, si lo quiere. Podemos cambiar las flores —puntualizó Paula— por las que escojáis Emma y tú para el ramo y los centros, pero yo optaría por esta paleta de colores. Tú no eres de glaseados blancos, Maca. A ti te va el color.
—Por favor, procura que te guste —le murmuró Maca a Sebastian.
—¿Cómo quieres que no me guste? Es asombroso. —Sebastian se quedó mirando a Paula y le dedicó una sonrisa franca y dulce—. Además, me ha parecido oír que será también de chocolate con frambuesa. Si hay que votar, me decanto por este.
—Yo también —intervino Emma.
—Estoy pensando que será mejor que escondas el dibujo —le indicó Carla a Paula—. Si nuestras clientas lo ven, las novias van a pelearse por conseguir ese pastel. Lo has clavado a la primera, Paula.
Maca se levantó y se acercó a Paula para quitarle el cuaderno y estudiar el esbozo de cerca.
—La forma, las texturas, por no hablar de los colores… ¡Oh, oh, las fotografías que van a salir de ahí! Tú ya habías pensado en eso, claro —añadió mirando fijamente a Paula.
—Cuesta pensar en ti y olvidar que eres fotógrafa.
—Me encanta tu pastel, y lo sabes. Sabías que me enamoraría. Qué bien me conoces. —Maca abrazó a Paula y empezó a bailotear—. Gracias, gracias, gracias…
—Déjame eso. —La señora Grady tomó el cuaderno de dibujo de las manos de Maca y analizó el esbozo con los ojos entornados y los labios fruncidos.
Al final asintió y miró a Paula.
—Bien hecho, niña. Ahora, todo el mundo fuera de mi cocina.
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