sábado, 11 de marzo de 2017

CAPITULO 7 (TERCER HISTORIA)





El miércoles, Paula hizo malabares para repartirse entre sus horneados, las degustaciones, las reuniones y las sesiones de diseño. El frigorífico y el congelador estaban hasta los topes de rellenos, glaseados y coberturas debidamente etiquetados para confeccionar los pasteles y los postres de los actos del fin de semana siguiente. Y todavía le quedaban cosas por hacer.


Había encendido el televisor de la cocina para disfrutar, de fondo, de los chispeantes diálogos de Historias de Filadelfia mientras añadía, una a una, yemas de huevo a una mezcla de mantequilla y azúcar en un cuenco. En el tablón de la pared había pinchado los esbozos y las fotos de los diseños de la semana, y también una lista de las tareas pendientes.


Cada vez que terminaba de incorporar una yema, añadía una mezcla de harina y levadura tamizada tres veces que iba alternando con una medida de leche.


Estaba batiendo claras de huevo con una pizca de sal en un cuenco aparte cuando entró Maca.


—Estoy trabajando.


—Lo siento. Necesito unas galletas. Por favor, por favor, ¿puedes darme?


—¿No le quedan a la señora Grady?


—No son para comer. Quiero decir que no me las comeré. Las necesito para una sesión que tengo dentro de un par de horas. Se me ha ocurrido una idea y he pensado que las galletas funcionarían muy bien. Emma me ha dejado unas flores.


Paula arqueó las cejas al ver la sonrisa suplicante que le dirigía Maca y añadió una cuarta parte de las claras montadas a la masa.


—¿Qué clase de galletas quieres?


—No lo sabré hasta que las vea. Siempre tienes galletas hechas.


Resignada, Paula le hizo una seña con la cabeza.


—En el frigorífico. Anota lo que te llevas en el tablón de las existencias.


—¿Otro tablón? ¿Tienes un tablón para anotar las galletas?


Paula incorporó las últimas claras a la masa.


—Nuestro mundo tiene ahora dos hombres. Con fama de comegalletas.


Maca ladeó la cabeza e hizo un puchero.


—¿Le das galletas a Sebastian?


—Le habría dado mi amor y mi devoción si no hubieras llegado tú primero, colega. Por eso le doy galletas. Viene por aquí casi a diario desde que terminaron las clases y se puso a trabajar en su libro.


—Ya veo que no solo trabaja en su libro, sino que se dedica a comer galletas que luego no comparte conmigo en casa. Ah, estas de trocitos de chocolate… —anunció Maca metiendo la cabeza hasta el fondo del refrigerador—. Grandes como un puño, tradicionales, el modelo perfecto para fotografiar. Me llevo media docena, bueno… siete, porque me voy a comer una ahora mismo.


Maca tomó una cajita de cartón mientras Paula vertía la masa en unos moldes que ya había dispuesto previamente.


—¿Quieres una? —Al ver que Paula sacudía la cabeza, Maca se encogió de hombros—. Nunca he entendido cómo puedes resistirte. La sesión de hoy es la de tu degustación.


—Muy bien. Tengo a los clientes en mi lista.


—Me encanta esta película. —Maca mordió una galleta y apartó la vista del televisor para fijarse en la tarea de su amiga—. ¿Y este diseño? No lo tengo catalogado.


Paula golpeó los moldes contra la encimera para evitar que se formaran burbujas en la masa.


—No aparece en el catálogo. —Colocó los moldes en el horno y accionó el minutero—. Es para la ayudante de Pedro. Ha terminado su baja de maternidad y van a obsequiarle con un pastel y unos cafés.


—Qué detalle…


—El pastel lo he hecho yo.


—También es un detalle, señorita Refunfuñona.


Paula iba a gruñirle pero se contuvo.


—¡Mierda! Es verdad que soy una refunfuñona. A lo mejor es por culpa de mi moratoria de sexo. Tiene su lado bueno, pero también el malo.


—Puede que te convenga un amigo con derecho a roce. —Maca le hizo un gesto de advertencia señalándola con lo que quedaba de su galleta—. Alguien que te dé una alegría cada quince días.


—Es una idea —contestó Paula forzando una sonrisa alegre y franca—. ¿Me prestas a Sebastian?


—No. Ni siquiera para que le des galletas.


—Egoísta, más que egoísta. —Paula se puso a limpiar la zona de hornear. Consultó la lista y comprobó que le tocaba cristalizar unas flores para el pastel del viernes.


—Tendríamos que ir de compras —decidió Maca—. Salgamos todas a comprar zapatos.


Paula consideró la proposición.


—Sí, los zapatos son un sustituto viable del sexo. Programemos una salida, y que sea pronto. Ah, ahí viene la mujer capaz de programar cualquier cosa —dijo al ver que Carla entraba decidida en su cocina—. De todos modos, tiene cara de trabajo.


—Perfecto, veo que Maca está contigo. Voy a preparar un té.


Paula y Maca intercambiaron una mirada.


—Ay… —musitó Maca.


—De «ay», nada. O no mucho —matizó Carla.


—No tengo tiempo para ese no mucho. Tengo que cristalizar millones de rosas de pitiminí y de pensamientos.


—Empieza entonces mientras preparo un té.


Era inútil protestar, pensó Paula sacando las rejillas de acero, los moldes de hornear y los cuencos, y reuniendo los ingredientes necesarios.


—¿Mia Stowe, la novia de enero? —comenzó Carla.


—La de la gran boda griega —comentó Maca—. La MDNA es griega, y los abuelos viven en ese país. Quieren que les preparemos una ceremonia griega tradicional que sea muy sonada, sin escatimar en detalles.


—Eso es, exacto. Parece ser que los abuelos, siguiendo un impulso, han decidido que vienen a visitarnos. La abuela quiere controlar los preparativos de la boda. Todavía no le ha perdonado al yerno que se llevara a su hija a Estados Unidos, y no confía en que nosotras o quienquiera que sea sepa organizar la clase de boda que ella quiere.


—La abuela quiere… —repitió Paula sacando las flores comestibles que Emma le había traído de la cámara frigorífica.


—De nuevo, exacto. La MDNA está aterrada. La novia, desorientada. La abuela exige una fiesta de compromiso. Y sí, llevan prometidos unos seis meses, pero eso no es ningún inconveniente para la abuela.


—Que celebren la fiesta entonces —dijo Paula encogiéndose de hombros y empezando a arrancar los tallos de las flores.


—Es que quiere celebrarla aquí para darnos su aprobación, controlar el espacio, nuestros servicios y lo que haga falta. También quiere que sea la semana que viene.


—¿La semana que viene? —espetaron Maca y Paula al unísono.


—Lo tenemos todo reservado —señaló Paula—. Vamos a tope.


—El martes por la noche, no. Sí, lo sé… —Carla alzó las manos en son de paz—. Creedme, lo sé. Acabo de pasar más de una hora al teléfono hablando con una MDNA que está histérica y una novia que se siente atrapada entre dos fuegos. Sé que podemos hacerlo. He hablado con la empresa de catering y he conseguido una orquesta. Emma me ha dicho que se encargará de las flores. Quieren unos retratos formales de la familia y algunos espontáneos, pero hay que centrarse en los formales —le dijo a Maca—. Prefieren repostería tradicional griega, y quieren que el pastel sea como para una boda.


—¿Como para una boda?


Carla se limitó a alzar las manos al cielo ante el tono incisivo de Paula.


—La novia se niega en rotundo a reproducir el diseño que ha elegido. Además, esta fiesta será más pequeña. Unas setenta y cinco personas, aunque yo lo planearía para cien. Me ha dicho que deja a tu elección el diseño y el sabor.


—Es todo un detalle por su parte.


—Está atada de pies y manos, Paula. Me da pena. Yo me encargaré del resto, pero os necesito a los dos a bordo. —Dejó su taza de té en la encimera y Paula mojó una flor en una mezcla de claras montadas y agua—. Le he dicho que la llamaría después de hablar con mis socias.


Paula sacudió el sobrante de las claras, secó los pétalos con un papel y espolvoreó la flor con azúcar glas.


—Has dicho que ya habías reservado la orquesta.


—Puedo anularlo. Somos un equipo.


Paula colocó la primera flor sobre una rejilla de acero.


—Creo que prepararé un surtido de baklavas. —Miró a Maca—. ¿Estás en esto?


—Sí, ya nos las arreglaremos. Las madres locas son mi especialidad; una abuela loca no debe de ser tan diferente, ¿no? Anotaré la fiesta en mi agenda y hablaré con Emma de las flores. Mándame el diseño del pastel cuando lo tengas.


—Gracias, Maca.


—Es nuestro trabajo —le respondió a Carla—. Ahora toca una sesión de fotos —añadió antes de escabullirse de la cocina.


Carla tomó su taza de té.


—Buscaré a alguien para que te ayude. Sé que no te gusta la idea, pero lo digo por si lo necesitas.


Paula remojó otra flor.


—Puedo arreglármelas. En el congelador hay bases y rellenos preparados para un caso de emergencia. Creo que lograré elaborar un pastel que deje a la abuela griega con la boca abierta… y se la cierre para siempre. Puede que elija el Vals de las Prímulas.


—Oh, ese me encanta, pero da mucho trabajo, si no recuerdo mal.


—Vale la pena. Tengo el fondant y puedo preparar unas prímulas con antelación. Mia tiene un par de hermanas menores, ¿verdad?


—Dos hermanas y un hermano. —Una sonrisa iluminó el rostro de Carla—. Sí, somos conscientes de estar plantando una semilla para el futuro. Haz una lista; yo me encargo de las compras.


—Trato hecho. Ve a llamar a la MDNA para que te obsequie con unas lágrimas de agradecimiento.


—Lo haré. Oye, ¿te apetece una noche de pijama y peli?


—Es la mejor oferta que me han hecho hoy. Nos vemos luego.


Paula siguió rebozando flores. Pensó que las únicas citas que tenía últimamente eran con su gran amiga Carla.




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