sábado, 11 de marzo de 2017

CAPITULO 8 (TERCER HISTORIA)





Después de hornear las bases, envolverlas y colocarlas en el refrigerador para que la masa se aposentara, y tras poner a secar las flores cristalizadas en la rejilla de acero, Paula se preparó para la degustación. En la antesala de la cocina dispuso los álbumes de sus diseños junto con las flores que Emma le había dado. Dobló en forma de abanico unas servilletas de aperitivo con el logo de Votos y colocó a la vista los cuchillos, las cucharas, las tazas de té, las copas de vino y las de champán.


Regresó a la cocina y cortó en finos rectángulos varias porciones de distintos pasteles que dispuso sobre una fuente de cristal. En unos platitos también de cristal sirvió unas cucharadas de una variedad de glaseados y rellenos.


A continuación fue al baño para retocarse el maquillaje y el peinado, se puso una americana corta y se cambió los zuecos de la cocina por unos zapatos de tacón alto.


Cuando los clientes llamaron al timbre, ya estaba lista para recibirlos.


—Steph, Chuck, me alegro de volver a veros. ¿Qué tal la sesión de fotos? —Con un ademán, los invitó a entrar.


—Muy divertida. —Stephanie, una morena muy risueña, iba del brazo de su prometido—. ¿Verdad que ha sido divertido?


—Sí, cuando he conseguido que se me pasaran los nervios.


—Odia que le hagan fotos.


—Me siento extraño y ridículo. —Chuck, un hombre tímido de cabellos rubios como la arena, sonrió con modestia.


—Maca me ha hecho ponerle una galleta entre los labios porque le dije que el día de nuestra primera cita comimos galletas. Teníamos ocho años.


—Yo no sabía que iba a una cita.


—Yo sí. Dieciocho años después, ya eres mío.


—Bueno, espero que os hayáis quedado con apetito para el pastel. ¿Os apetece champán o preferís vino?


—Me encantaría tomar champán. Dios, adoro este lugar —dijo Steph hablando con entusiasmo—. Lo adoro absolutamente todo. ¿Esta es tu cocina? ¿Aquí es donde preparas los pasteles?


A Paula le gustaba que los clientes entraran en su cocina para hacerse una idea… y para que la vieran relucir como los chorros del oro.


—Aquí mismo. Empezó siendo una cocina secundaria que usaban los del catering, pero ahora es toda mía.


—Es realmente bonita. A mí me gusta cocinar, y se me da bastante bien. La repostería, en cambio… —Steph hizo aspavientos.


—Requiere práctica, y paciencia.


—¿Qué es esto? ¡Qué preciosidad!


—Flores cristalizadas. Acabo de prepararlas. Tienen que reposar varias horas a temperatura ambiente. —Ojalá que no las toquen, pensó Paula.


—¿Se pueden comer?


—Claro que sí. Es mejor no emplear flores ni decoraciones en los pasteles a menos que sean comestibles.


—Quizá podríamos elegir algo así, Chuck. Con flores de verdad.


—Hay muchos diseños que van con flores, y puedo haceros uno a medida. ¿Por qué no entráis y os ponéis cómodos? Iré a buscar el champán y así podremos empezar.


Qué fácil resultaba con clientes tan predispuestos como aquellos, pensó Paula. Les gustaba todo, y estaban encantados de quererse. Su trabajo más duro, comprendió tras los primeros diez minutos, sería averiguar qué les hacía más felices.


—Lo encuentro todo buenísimo. —Steph se sirvió un poco de mousse de chocolate blanco aromatizado con vainilla en rama—. ¿Cómo se deciden los clientes?


—Lo mejor es que es imposible equivocarse. A ti te gusta el especiado con moca —le dijo Paula a Chuck.


—¿Cómo no va a gustarme?


—Es una combinación muy acertada para el pastel del novio, y va de perlas con el ganache de chocolate. Es muy varonil —sentenció Paula guiñándole el ojo—. Este diseño, además, representa un corazón grabado en el tronco de un árbol, y los nombres y la fecha van inscritos con la manga pastelera.


—Oh, me encanta. ¿No te encanta a ti? —le preguntó Steph a su prometido.


—No está mal. —Chuck ladeó la foto para verla mejor—. No sabía que yo también podía elegir un pastel.


—Es optativo. Piensa que elijas lo que elijas, acertarás.


—Encarguemos un pastel para ti, Chuck. Si él elige un diseño varonil, yo podré pasarme de femenina con el pastel de boda.


—Trato hecho. Este es el de ganache, ¿verdad? —preguntó Chuck tomando un trozo sin dejar de sonreír—. Ah, sí. Me lo quedo.


—¡Vale! ¡Qué divertido es esto también! Nos habían dicho que planear una boda era un quebradero de cabeza, que nos pelearíamos y nos enfadaríamos. En cambio, lo estamos pasando muy bien.


—Dejad que nos ocupemos nosotras de los quebraderos de cabeza, las peleas y los nervios.


Steph alzó las manos riendo.


—Dime tu opinión. Con Chuck, la has clavado.


—Muy bien. Celebráis la boda el día de San Valentín. ¿Por qué no explotamos la veta romántica? Veamos, como os ha gustado la idea de las flores cristalizadas, os enseñaré un diseño con pasta de azúcar. En mi opinión, es romántico y divertido y muy, muy femenino.


Paula localizó la foto en el álbum y le dio la vuelta para que la vieran.


Steph se llevó las manos a la boca.


—¡Oh, es fantástico…!


Definitivamente, pensó Paula, lo era.


—Son cinco pisos que van disminuyendo de tamaño, separados con unas columnitas en medio para darle un aire más ligero —explicó—. Las columnitas van recubiertas de pétalos de pasta de azúcar, y cada piso va sembrado con pétalos y flores. Estas son hortensias, pero puedo hacer cualquier clase de flor: pétalos de rosa, flores de cerezo… lo que queráis. En todos los colores. En este pastel he usado glaseado real, pero en general lo uso en cada piso y doy forma a la corona con la manga pastelera. Aunque insisto en que puedo personalizar el pastel. Con el fondant le doy un aspecto más estilizado y puedo hacer cintas o perlas, en blanco o del mismo color que las flores.


—Mis colores son estos: el azul y el rosa lavanda. Lo sabías. Lo sabías y por eso me has enseñado el pastel perfecto. —Steph dejó escapar un suspiro de admiración—. Es precioso.


—Lo es —coincidió Chuck—. Pero ¿sabes una cosa más? Es verdaderamente encantador, como Steph.


—Oh, Chuck…


—Estoy de acuerdo. Si optáis por este estilo, podríais elegir distintos sabores y jugar con los rellenos.


—No es que sea mi estilo, es que el pastel me encanta. Es mi pastel. ¿Podemos ponerle unas figuritas? Me refiero a los novios.


—Claro que sí.


—Perfecto, porque quiero que tú y yo salgamos en la tarta. ¿Puedo tomar otra copa de champán?


—Por supuesto —dijo Paula levantándose para servirla.


—¿No puedes acompañarnos? ¿No te dejan?


Paula se volvió y sonrió.


—Soy la jefa, y ahora mismo me encantaría tomar una copa.


El champán y los clientes la dejaron de un humor excelente. 


Y como había terminado la jornada, decidió servirse una segunda copa y prepararse una bandeja de fruta y queso para acompañar el champán. Relajada, se sentó frente a la encimera para comer mientras preparaba la lista de compras para Carla.


Repostería griega significaba mantequilla, mantequilla, mantequilla y frutos secos. Tendría que preparar láminas de pasta filo, una tarea de chinos… pero así era el trabajo. Y miel, almendras, pistachos, nueces y harina de fuerza.


Puesta a organizar, pensó en los artículos de primera necesidad y en el próximo encargo de su proveedor.


—Este es el trabajo que me gustaría.


Paula levantó la cabeza y vio a Pedro en el umbral. En plan abogado, pensó ella, con traje a medida gris, de raya diplomática, una corbata elegante con un nudo Windsor perfecto y un severo maletín de cuero.


—Si quieres pasar diez horas de pie, te lo regalo.


—Vale la pena. ¿Está recién hecho el café?


—Más o menos.


Pedro se sirvió una taza.


—Carla me ha dicho que pienses si la prefieres sexy, lacrimógena o tontorrona. Si eso tiene algún significado para ti, me alegro.


La película de aquella noche, pensó Paula.


—Vale. ¿Vienes a recoger el pastel?


—No hay prisa. —Pedro se acercó y con el cuchillo de Paula untó camembert en un cracker—. Bien. ¿Qué hay para cenar?


—Lo que estás comiendo.


Una mirada de desaprobación cruzó su semblante.


—Tendrías que prepararte algo mejor, sobre todo después de una jornada de diez horas.


—Sí, papá.


Impasible ante el sarcasmo, Pedro picó un trozo de manzana.


—Habría podido traerte algo de cenar, porque tu jornada ha sido tan larga por mi causa.


—No hay para tanto. Si me hubiera apetecido otra cosa, la habría preparado o habría ido a tirar de las faldas de la señora Grady.


Tan solo una más de sus chicas, pensó Paula al borde de la frustración.


—Curiosamente las mujeres adultas sabemos sobrevivir sin que tengas que echarnos el sermón sobre nuestras elecciones nutricionales.


—El champán debería de haberte mejorado el humor. —Pedro ladeó la cabeza para repasar las listas—. ¿Por qué no escribes eso en el ordenador?


—Porque lo escribo a mano, porque aquí abajo no tengo impresora y porque no me apetece. ¿A ti qué te importa?


Sintiendo que empezaba la diversión, Pedro se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos.


—Te conviene echar una siesta.


—A ti te conviene tener un perro.


—¿Un perro?


—Sí, para tener a alguien de quien preocuparte, a quien echarle un sermón y dar órdenes.


—Me gustan los perros, pero para eso ya te tengo a ti. —Pedro se detuvo y soltó una carcajada—. Ha sonado fatal. Además, lo de echar un sermón lo hacen las abuelas, o sea que busca otra palabra. Preocuparme por ti forma parte de mi trabajo, no solo como abogado y socio sin voz de la empresa, sino porque eres una de mis chicas. En cuanto a lo de darte órdenes, solo lo hago la mitad de las veces, aunque quinientos tantos resulta un buen promedio en el béisbol.


—Eres un jodido cabrón, Pedro.


—Puede —respondió él probando un trozo de Gouda—. Tú eres una lunática, Paula, y no te lo echo en cara.


—¿Sabes cuál es tu problema?


—No.


—Exacto. —Lo amonestó con un dedo y saltó del taburete—. Iré a buscar tu pastel.


—¿Por qué la has tomado conmigo? —preguntó él siguiéndola a la cámara frigorífica.


—No la he tomado contigo. Estoy enfadada. —Paula tomó el pastel que ya había empaquetado en una caja de cartón. Le entraron ganas de volverse y encajarle el paquete entre las manos, pero ni siquiera enfadada era descuidada en su trabajo.


—Vale, dime por qué estás enfadada.


—Porque siempre estás en medio.


Pedro alzó las manos en son de paz y se apartó a un lado. 


Paula salió de la cámara y dejó el pastel sobre la encimera. 


Abrió la tapa y le hizo señas para que se acercara.


Con pies de plomo, porque la situación empezaba a molestarle, Pedro se acercó, miró en su interior y se le escapó una sonrisa.


Las dos capas circulares, o pisos, se corrigió a sí mismo, eran de un blanco reluciente y llevaban unos dibujos de colores que simbolizaban la vida de Dara: maletines, caminadores, libros de Derecho, sonajeros, balancines y ordenadores portátiles. En medio había una graciosa caricatura de la madre sosteniendo un maletín en una mano y un biberón en la otra.


—Es fantástico. Perfecto. Le encantará.


—El primer piso es amarillo y va relleno de crema de mantequilla. El segundo es de chocolate negro y merengue suizo. Asegúrate de llevarlo derecho.


—Vale. Realmente te lo agradezco.


Fue a sacar la cartera y Paula siseó furiosa:
—De ninguna manera permito que pagues este pastel. ¿Qué demonios te pasa?


—Solo quería… ¿Qué demonios te pasa a ti?


—¿Que qué demonios me pasa a mí? Te diré lo que demonios me pasa. —De un empellón en el pecho le hizo retroceder un paso—. Me pones de los nervios porque eres un mandón y un creído y vas perdonando la vida a los demás.


—Buf… ¿Me dices eso porque quiero pagar el pastel que te encargué? Estamos hablando de tu empresa, por Dios. Tú haces pasteles y la gente paga por llevárselos.


—Primero me echas un sermón, y sí, la expresión es «echar un sermón», porque ceno de cualquier manera, y después sacas la cartera como si yo fuera la asistenta.


—Eso no es lo que… Maldita sea, Paula.


—Nadie puede hacerte sombra, ¿verdad? —exclamó ella alzando las manos con un gesto de desesperación—. Gran hermano, consultor legal, socio de la empresa y gallina clueca. ¿Tienes que ser todo eso? ¿No te basta solo con una de esas facetas?


—No, porque encajo en más de una. —Pedro no gritaba como ella, pero por el tono de voz se notaba que empezaba a perder la paciencia—. Aunque no soy una gallina clueca.


—Entonces deja de manipular la vida de los demás.


—Hasta ahora nadie se ha quejado, y ayudarte forma parte de mi trabajo.


—En el campo legal y empresarial, pero no en el personal. Deja que te diga una cosa, e intenta meterte esto en la cabezota de una vez por todas. No soy tu mascota, no soy tu responsabilidad, ni tu hermana, ni tu chica. Soy una mujer adulta, libre de hacer lo que quiera y cuando quiera. No tengo que pedirte permiso ni buscar tu aprobación.


—Me estás tomando por el cabeza de turco —le espetó Pedro—. No sé qué mosca te ha picado. Si te apetece, me lo dices, pero no me escupas el veneno.


—¿Quieres saber qué mosca me ha picado?


—Sí.


—Ahora verás.


Quizá fue el champán. Quizá fue un ataque de locura. O puede que fuera la mirada atónita y molesta de Pedro, pero Paula dio rienda suelta al impulso que burbujeaba en su interior desde hacía años.


Lo agarró por el nudo perfecto de su elegante corbata, tiró de él llevándose al paso un mechón de su pelo y lo acercó a su rostro. Y lo besó presionándole los labios, con un beso tórrido, apasionado y furioso que le disparó el corazón cuando su mente le susurró: «Lo sabía.»


Le hizo perder el equilibrio, aposta, hasta que Pedro terminó asiéndola con fuerza por la cadera durante un instante glorioso.


Paula se abandonó. Quería saborear a ese hombre, absorberlo. Sabores y texturas, fuego y pasión al alcance de la mano. Se sació de él, como quería, y luego lo apartó de un empujón.


—Ya está. —Se echó hacia atrás el cabello con la mirada de él clavada en sus ojos—. El cielo no se ha desplomado, el mundo sigue girando, no nos ha partido un rayo ni hemos bajado a los infiernos. No soy tu maldita hermana, Pedro. Con esto queda claro.


Salió de la cocina con paso decidido y sin volver la vista atrás.


Excitado y sin poder salir de su asombro, Pedro, todavía enojado, se quedó clavado en el sitio.


—¿Qué demonios ha sido eso? ¿Qué diablos…?


Hizo ademán de salir tras ella pero se detuvo. Eso no terminaría bien, o terminaría de una manera que… Mejor no pensarlo. Primero tenía que recuperar sus facultades mentales.


Frunció el ceño al ver una copa de champán por la mitad. Se preguntó cuántas más se habría tomado antes de llegar él. 


Luego, como sentía la garganta más seca de lo normal, levantó la copa y se bebió hasta la última gota.


Debería irse a casa, directamente, y olvidarlo todo. 


Achacaría el incidente a… lo que fuera. Ya inventaría algo cuando recuperara el sentido.


Había ido a ver a Paula para recoger su pastel, nada más, pensó tapando la caja con cuidado. A ella le había dado por pelearse y luego lo había besado para darle una lección. Así estaban las cosas.


Él se iría a casa y dejaría que Paula reflexionara sobre lo que había sucedido.


Tomó el pastel. Sí, se iría a casa y se daría una buena ducha de agua fría.





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