viernes, 3 de marzo de 2017

CAPITULO 46 (SEGUNDA HISTORIA)





—Los camareros no son lo bastante altivos. Los has hechizado y quieren complacerte.


Paula tomó una cucharadita escasa del suflé de chocolate que habían pedido para compartir.


—En mi opinión, han bordado el nivel perfecto de altivez —comentó ella acercándose con delicadeza el postre a los
labios. Un quejido silencioso dio fe de su opinión—. Es tan bueno como el de Laura, y eso que el suyo es el mejor que haya probado jamás.


— «Probado» es la palabra literal. ¿Por qué no te lo comes?


—Lo estoy paladeando —respondió ella cogiendo otro trocito con la cuchara—. Hemos tomado cinco platos —suspiró al verse con el café delante—. Me siento como si hubiera hecho un viaje a París.


Pedro acarició con un dedo la mano de Paula. Se fijó en que nunca llevaba anillos.


En parte por su trabajo, y en parte también porque no quería que repararan en sus manos.


Era curioso, pensó, porque ese era uno de los aspectos más atractivos de ella.


—¿Has ido alguna vez?


—¿A París? —Paula saboreó un trozo más de suflé—. Estuve en una ocasión, pero era demasiado pequeña y no me acuerdo. Tengo una foto de mamá empujando mi cochecito por los Campos Elíseos. Luego volví a los trece años, con Carla y sus padres, Laura, Maca y Dani. En el último momento Lourdes le prohibió a Maca que fuera con la excusa de haberle hecho un desaire o haberse portado mal. Fue horrible. Pero la madre de Carla habló con ella y lo arregló. Nunca nos dijo cómo. Nos divertimos mucho. Pasamos unos días en París y dos semanas increíbles en Provenza.


Paula se permitió tomar otra cucharada.


—¿Y tú? ¿Has ido alguna vez?


—Un par de veces. Daniel y yo viajamos en plan mochilero por Europa durante las primeras vacaciones de la universidad. Fue toda una experiencia.


—Ah, ya me acuerdo. Las postales, las fotos, los correos electrónicos que enviabais desde los locutorios... Nosotras también queríamos hacer ese viaje, pero al morir los Brown... Fue demasiado, con tantas cosas por arreglar... Carla canalizó todo eso organizando el proyecto de negocio que acabó siendo Votos. Nunca logramos ir. —Paula se retrepó en su silla—. No me entra ni un solo bocado más.


Pedro hizo una señal para que trajeran la cuenta.—
Muéstrame alguna de tus facetas ocultas.


—¿De qué faceta hablas?


—Cuéntame algo que no sepa de ti.


—Ah... —Paula rió y dio un sorbo de café—. Veamos... Ya sé. A lo mejor ignorabas que fui la campeona del condado de
Fairfield en el concurso de deletrear palabras.


—No puedo creerlo. ¿De verdad?


—Sí, de verdad. De hecho, llegué a la competición estatal y me faltó esta pizquita de nada para ganar —Paula acercó el pulgar al índice hasta que ambos dedos casi se tocaron —, pero me eliminaron.


—¿Con qué palabra?


—Autocéfalo.


Pedro entornó los ojos.


—¿Esa palabra existe?


—Procede del griego. Dícese de los que no dependen de una autoridad superior, patriarcal especialmente. —Paula le deletreó la palabra—. Lo que ocurrió fue que con la presión del momento, la deletreé con una e en lugar de una a, y se acabó. De todos modos, sigo siendo un hacha en el Scrabble.


—Yo soy mejor en matemáticas — confesó Pedro.


Paula se inclinó hacia él.


—Ahora enséñame tú la faceta oculta.


—Es buena —dijo Pedro metiendo la tarjeta de crédito en un cartapacio de piel situado discretamente a la altura de su codo—. Casi iguala a la campeona de deletrear palabras.


—Deja que sea yo quien lo juzgue.


—Representé el papel de Curly cuando mi instituto montó el musical Oklahoma.


—¿Lo dices en serio? —exclamó Paula apuntándole con un dedo—. Te he oído cantar y lo haces bien, pero no sabía que te interesara actuar.


—Y no me interesa. Me interesaba Zoe Malloy, que era candidata al papel de Laurey. Estaba loco por ella. Por eso eché toda la carne en el asador cuando salí a cantar «Surrey with the Fringe on Top», y me dieron el papel.


—¿Conquistaste a Zoe?


—Sí. Fueron unas semanas fantásticas. Después, a diferencia de Curly y Laurey, rompimos. Y ese fue el final de mi carrera como actor.


—Estoy segura de que fuiste un vaquero sensacional.


Pedro le sonrió brevemente con aire socarrón.


—Bueno, esa fue la impresión que se llevó Zoe.


Despachada la cuenta, se levantó y le tendió la mano a Paula.


—Tomemos el camino más largo — propuso ella enlazando sus manos—. Creo que hace una noche estupenda.


Era cierto. La noche era tan cálida y deslumbrante que incluso el tráfico que abarrotaba las calles deslumbraba con su resplandor. Pasearon y recorrieron un par de manzanas hasta que llegaron a la magnífica entrada del hotel.


Una multitud de gente circulaba por el vestíbulo vestida con traje de chaqueta, tejanos o ropa de vestir.


—Siempre ajetreados —comentó Paula —. Como en una película donde nadie dice «corten».


—¿Quieres tomar una copa antes de subir?


—Mmm, no. —Paula apoyó la cabeza en su hombro mientras ambos se dirigían al ascensor—. Ya tengo todo lo que quiero.


Subió abrazada a él, mirándolo a los ojos.


El pulso se le aceleraba, siguiendo la aceleración del cubículo, que seguía ascendiendo y superando pisos.


Cuando Pedro abrió la puerta de la habitación, Paula se vio inmersa en un entorno iluminado con velas. Una botella de
champán se enfriaba en una cubitera de plata que habían dejado sobre una mesa cubierta por un mantel blanco. Una rosa roja se alzaba altiva en un jarrón fino y unas velas bajas parpadeaban en sus cuencos de cristal. La música sonaba en el ambiente como un delicado susurro.


—Oh, Pedro.


—¿Cómo habrá llegado todo esto hasta aquí?


Riendo, Paula tomó su rostro entre sus manos.— Acabas de cambiar esta velada. Hemos pasado de estar disfrutando de la gran cita a estar viviendo una cita de ensueño. Es
increíble. ¿Cómo lo has hecho?


—Le pedí al maître que avisara al hotel cuando nos trajeran la cuenta. No eres la única que sabe planear las cosas.


—Bien, me gusta tu plan. —Paula lo besó demorándose en la sensación—. Mucho.


—Me pareció que te gustaría. ¿Descorcho la botella?


—Por supuesto. —Paula fue hacia la ventana—. Fíjate en la vista. Tantas luces, tanto ajetreo... y nosotros aquí arriba.


El tapón cedió con un sofisticado «pop».


Pedro sirvió las copas y fue a brindar con ella.


—Cuéntame más cosas —dijo él acariciándole apenas el cabello—. Algo que todavía no sepa.


—¿Quieres que desvele otra faceta oculta de mi personalidad?


—He descubierto a la campeona del deletreo, a la jugadora de fútbol imbatible... facetas todas ellas muy interesantes.


—Creo que ya hemos dado un buen repaso a todas mis habilidades ocultas — puntualizó ella pasándole un dedo por la corbata—. Me pregunto si sabrás lidiar con mi lado oscuro.


—Ponme a prueba.


—A veces, cuando estoy sola de noche, después de un largo día de trabajo... sobre todo si me siento inquieta o tengo los nervios de punta... —Paula se interrumpió y tomó un
sorbo de champán—. No estoy segura de si debería confesarte esto.


—Estás entre amigos.


—Es verdad. De todos modos, no son muchos los hombres que entienden lo que necesita una mujer. Y algunos no saben encajar que tenemos ciertas necesidades que ellos no pueden satisfacer.


Pedro volvió a beber.


—Bien, no sé si ceder al miedo o a la fascinación.


—Una vez le pedí a un hombre con quien salía que viniera a casa por la noche para que pudiéramos dedicarnos a esta
actividad en concreto. No estaba preparado. Nunca se lo he vuelto a pedir a nadie más.


—¿Tiene que ver con gadgets? Soy bueno con los gadgets.


Paula hizo un gesto de negación. Fue a llenarse la copa hasta arriba y alzó la botella a modo de invitación.


—Lo que hago es lo siguiente. —Y vertió espumoso en la copa de él—. En primer lugar, me llevo al dormitorio una copa enorme de vino. Enciendo unas velas. Me visto con alguna prenda delicada y cómoda, algo que me relaje, que me haga sentirme... femenina. Entonces me meto en la cama y coloco bien los almohadones, porque voy a dedicar la velada a mí misma. Cuando todo está preparado... cuando me meto de lleno en la situación... miro el DVD de Truly, Madly, Deeply.


—¿Una peli porno?


—No es porno. —Riendo, Paula le dio un cachetazo en el brazo—. Es una historia de amor increíble. Juliet Stevenson está destrozada porque muere el hombre a quien ama, Alan Rickman. El dolor la embarga. Oh, es insoportable ver cómo sufre. —Con los ojos llenos de emoción, apoyó el mentón en la mano—. Lloro a mares. Luego él regresa como fantasma. La ama tanto... Te rompe el corazón, y también te hace reír.


—¿Te rompe el corazón y te hace reír a la vez?


Sí. Eso es algo que los hombres no entienden. No te contaré la historia, solo te diré que es desgarradora, preciosa, triste y positiva. Es romántica hasta la médula.


—¿Esto es lo que haces en secreto cuando por la noche te metes en la cama sola?


—Así es. Lo he hecho cientos de veces. He tenido que comprarme dos veces el DVD.


Pedro, sin poder disimular su impresión, la examinó mientras bebía champán.


—¿Un tío muerto es romántico?


—¿Acaso no escuchas cuando hablo? Te estoy hablando de Alan Rickman, y sí, en este caso, es lo más romántico del mundo. Después de ver la película, que siempre termino llorando, me duermo como un bebé.


—¿Qué te parece La jungla de cristal? Sale Rickman. Esa sí es una peli para verla cientos de veces. Algún día tendríamos que hacer una sesión doble. Si te atreves.


—Yupi-kai-yi...


Pedro le sonrió.


—Elige la noche que te vaya mejor de la semana que viene y quedamos. Pero tendremos que hacer unas palomitas. No
podemos ver La jungla de cristal sin palomitas.


—Me parece bien. Veremos de qué pasta estás hecho —dijo ella rozándole la boca con los labios—. Voy a cambiarme. No tardaré mucho. ¿Por qué no llevas el champán al dormitorio?


—Muy bien.


Una vez en el dormitorio, Pedro se quitó la chaqueta y la corbata y se puso a pensar en ella, en las sorpresas, en las facetas y los estratos ocultos de Paula.


Era muy curioso, pensó Pedro. Creías conocer bien a una persona, por dentro y por fuera, y entonces te dabas cuenta de que había tanto por descubrir... y de que cuanto más sabías de ella, más querías conocer.


Siguiendo un impulso, cogió la rosa que estaba metida en el jarrón y la dejó sobre la almohada.


Cuando vio a Paula a la luz de las velas, se quedó sin aliento. La melena negra le caía suelta sobre su camisón de seda blanca, y su suave piel resultaba dorada en contacto con el blanco encaje. Paula clavó sus ojos, intensos y oscuros, en los de él.


—Antes has dicho que esto era una cita de ensueño —logró articular Pedro.


—Quería representar bien el papel.


La seda ondeó sobre sus curvas mientras caminaba hacia él, y cuando se le abrazó como solo Paula sabía hacer, su fragancia se desprendió en el ambiente como el aroma de
las velas.


—¿Te he dado las gracias por la cena?


—Me las has dado.


—Bueno... —susurró Paula mordisqueándole el labio superior antes de besarlo—. Gracias de nuevo. ¿Y por el
champán? ¿Te he dado las gracias por el champán?


—Por lo que recuerdo, sí.


—Por si acaso. —Paula, suspirando, unió su boca a la de él—. Y por las velas, la rosa, el largo paseo, la vista... —Su cuerpo ondulante le obligaba a ejecutar una danza lenta y circular.


—De nada.


Pedro la atrajo hacia sí, más cerca, hasta que sus cuerpos quedaron pegados. Fue como si el tiempo se expandiera mientras ellos giraban en círculos, aferradas sus bocas,
acompasados sus corazones.


Paula absorbió su fragancia, su aroma.


Tan conocidos, y tan nuevos. Acarició su cabello, broncíneo y dorado por el sol, y ensortijó sus dedos en él atrayéndolo hacia sí.


Se tendieron sobre unas suaves sábanas blancas, embriagados por el perfume de una rosa roja. Suspiros, movimientos soñadores.


Una caricia, un tierno contacto, iluminaron la piel de Paula. 


Ella le acarició el rostro, se abrió para él, de cuerpo y alma, y ambos se dejaron arrastrar por la pasión que enciende el
amor romántico.


Era todo lo que deseaba, lo que Paula siempre había deseado. La dulzura y la pasión. Y entregándose se sintió completa, hasta que se emborrachó de tanto amor.


La piel de Pedro contra su piel, tan cálida, le infundió una alegría serena aun cuando sus pulsos se acelerasen. Pedro presionó los labios contra el corazón que estaba latiendo por él.


¿Lo sabía? ¿Era posible que no sintiera eso?


Cuando él la tomó, lentamente, su nombre, su nombre tan solo, inundó su corazón.


Ella le velaba la mente como una neblina argentosa, chispeaba en su sangre como el champán. Cada uno de sus movimientos lánguidos, cada susurro, cada roce lo seducían
y lo embelesaban.


Cuando Paula alcanzó el clímax, pronunció su nombre con una exhalación. Y sonrió.


Pedro sintió que algo se precipitaba en su interior.


—Eres tan bonita... —murmuró—. Eres preciosa.


—Así me siento cuando tú me miras.


Pedro le rozó el pecho con los dedos y observó cómo se le iluminaban los ojos de placer. Acercó su boca a él y lo degustó delicadamente con los dientes y la lengua, sintiendo que el cuerpo de ella temblaba de anticipación.


—Te deseo. —Paula, sin aliento, se arqueó debajo de él—. Solo te deseo a ti, Pedro.


Lo envolvió en su cuerpo, tomándolo, moviéndose con él de un modo rítmico, lento, paladeándolo. Pedro, inmerso en ella, se abandonó.



Una vez saciado, apoyó la mejilla en su pecho y dejó vagar el pensamiento.


—¿Hay alguna posibilidad de hacer novillos y quedarnos aquí mañana?


—Mmm. —Paula jugueteaba con su pelo—. Esta vez, no. Pero aplaudo tu ocurrencia.


—Tal como están las cosas, vamos a tener que levantarnos de madrugada.


—Yo prefiero quedarme despierta que dormir unas horas.


Pedro levantó la cabeza y le sonrió.


—Es curioso. Estaba pensando lo mismo.


—Sería una pena desperdiciar lo que queda de ese champán y de esas fantásticas fresas bañadas en chocolate.


—Un delito. Quédate aquí. No te muevas. Iré a buscarlas.


Paula se estiró y suspiró.


—No voy a ninguna parte.



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