domingo, 19 de marzo de 2017

CAPITULO 35 (TERCER HISTORIA)




Cuando la casa se vació de invitados, Paula salió a la terraza para relajarse en compañía. Pedro le ofreció una copa de champán.


—Te la has ganado.


—Eso está claro. Gracias. ¿Dónde está Carla?


—Tenía algo pendiente. —Maca estiró las piernas y movió los dedos de los pies para mitigar el dolor—. No tardará. Siento haberme perdido la batalla de las madres. He oído que ha sido digna de cobrar entrada.


—Breve pero brutal. —Paula bostezó y pensó en almohadas esponjosas y sábanas fresquitas.


—¿Montáis muchos combates de lucha libre? —preguntó Martin.


—A mí una vez me dieron un puñetazo —intervino Sebastian moviendo la mandíbula.


—Es un aliciente más —decidió Martin—. La comida estaba muy buena, y el pastel era una delicia. —Levantó su cerveza para brindar por Paula.


En ese momento Carla salió a la terraza con el aspecto de haber pasado el día tomando el té en lugar de dirigiendo a un grupo de doscientas personas.


—Tus ganancias —dijo ella tendiéndole un sobre.


—Gracias. —Con un gesto de cadera, Martin se lo metió en el bolsillo—. ¿Mañana os toca lo mismo?


—Otra vez el gran montaje —gruñó Emma—. Normalmente los domingos organizamos celebraciones más sencillas, pero en esta época del año nos piden muchas bodas a lo grande. Pensándolo bien, me voy a la cama.


—Vale más que me lleve a mi chica —dijo Jeronimo poniéndose en pie y tomando de la mano a Emma—. El lunes te traeré la furgoneta, Martin.


—De acuerdo. Yo también me voy.


—Gracias por arrimar el hombro —dijo Maca desperezándose—. Vamos, profesor. Vayamos a casa que quiero echar el gato a patadas de nuestra cama.


—Yo no puedo moverme. —Paula, feliz de estar cerca de Pedro, apoyó la cabeza en su hombro—. Un minuto más. Adiós, Martin. —Y cerró los ojos.


—Te acompaño —dijo Carla—. Mañana os veo —añadió antes de salir para acompañar a Martin a la puerta.


Con la cabeza recostada todavía en el hombro de Pedro, Paula abrió los ojos.


—He intuido que hay que plantar la semilla.


—¿Cómo?


—Sabía que Carla tendría que acompañar a Martin a la puerta si yo me quedaba aquí contigo. Hacen buena pareja.


—¿Qué? Venga ya…


Paula intentó ordenar sus ideas, pero se rindió y volvió a cerrar los ojos.


—Lo siento. Olvidaba que estaba hablando con su hermano. Te aseguro que no hay ni pizca de atracción sexual entre ellos dos, que bajo la superficie no late un fuego abrasador. Nada.


—Él no es su tipo.


—Exactamente. Además, no hace falta que te obsesiones, porque no se trata de mí. ¿Me ayudas a levantarme?


—Si él no es su tipo, ¿por qué has hablado de atracción sexual y de un fuego abrasador?


—Debía de estar hablando de mí —contestó Paula riendo cuando él le hizo ponerse en pie—. Soy yo la que se derrite por ti y siente una atracción sexual irresistible cuando andas cerca.


—Buen intento, y una buena manera de distraer mi atención.


—Es verdad. —Paula se sentía espesa y estaba aturdida por el cansancio—. ¿Te quedas esta noche?


—Ese era el plan.


Pedro desvió la mirada hacia la puerta al llegar al pie de la escalera y Paula adivinó que estaba considerando salir a dar una vuelta para… actuar a su manera, como siempre hacía cuando se trataba de vigilar a Carla.


—¿Lo ves? Saltan chispas por el aire y me derrito por ti —dijo ella apartándolo de un codazo y subiendo un escalón para poder darle un beso desde esa altura.


—Cariño, dirás lo que quieras, pero te estás durmiendo de pie.


—Es verdad. Soy un desastre para quedar un sábado por la noche.


—Prefiero contemplar el futuro y centrarme en el domingo por la mañana.


—Me encantará quedar contigo el domingo por la mañana —dijo Paula mientras subían la escalera—. Sobre todo teniendo en cuenta que la celebración de mañana es por la noche y no tengo que levantarme al amanecer. ¿Te va bien a las ocho?


—Perfecto.


—¿Quedamos en la ducha?


—¿Me propones una cita en la ducha el domingo por la mañana? Mejor aún.


Paula lo condujo a su dormitorio, y entonces se acordó de cerrar la puerta, algo que raramente hacía porque muy pocas veces tenía motivos para ello.


—Me gusta dejar las puertas de la terraza abiertas. ¿Te importa?


—Como quieras. No he oído que Carla entrara en casa. ¿Sigue ahí fuera?


Paula puso los ojos en blanco y consideró las distintas alternativas. Se volvió, se quitó la chaqueta del traje y se bajó la cremallera de la falda, despacio.


—Creo que no estoy tan cansada. —Se quitó la falda y se quedó con la camisa, las medias y los zapatos de tacón puestos—. A menos que tú lo estés…


—Estoy recobrando la energía milagrosamente.


—Debe de ser el aire fresco.


Paula se acercó a él y procuró distraerlo echando mano de sus recursos personales. Era lo mínimo que podía hacer, pensó entrando en materia. Todo fuera por la amistad.



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