domingo, 19 de marzo de 2017

CAPITULO 34 (TERCER HISTORIA)





La novia, tranquila y ajena al drama que se había desencadenado entre bambalinas, aguardaba junto a su padre mientras sus damas caminaban hacia la pérgola inundada de flores. Paula pensó que esa novia, con el velo de gasa jugueteando al compás de una agradable brisa, resplandecía como pocas.


Maca iba cambiando de ángulo y Paula supuso que habría plasmado el destello de alegría e ilusión con que Sarah se volvió para sonreírle a su padre.


—¡Vamos allá!


Empezó a sonar la pieza musical que anunciaba la entrada de la novia. Paula vio que Sam miraba a Carla e inclinaba la cabeza. Quizá en señal de agradecimiento, quizá acatando sus órdenes… quizá ambas cosas a la vez. Tomó del brazo a su radiante hija y la condujo hasta donde la esperaba el novio.


—De momento, esto va bien —murmuró Pedro, que estaba junto a ella.


—No pasará nada. Seguramente ha sido una suerte que se pelearan antes de que empezara la boda. Así se han desahogado.


—Se acabaron los problemas —dijo Carla en un tono glacial como el hielo de enero—. Al menos, por ese lado.


—¿Qué le has dicho al padre? —preguntó Pedro.


La sonrisa de Carla habría congelado el mismísimo fuego.


—Digamos que la MDNA y la madrastra se comportarán civilizadamente, que Votos recibirá una compensación por haber tenido que volver a facturar la peluquería y el maquillaje, el retoque de los vestidos y el resto de los daños —informó Carla dándole unos golpecitos en el pecho a su hermano—. Además, no tendrás que ayudarnos a recoger.


—He de ir a terminar el montaje —dijo Paula consultando el reloj—. Considerándolo bien, no me sobra tanto tiempo.


—¿Quieres que te ayude? —preguntó Pedro.


—No. Ve a tomar una cerveza.


Regresó a su cocina buscando el silencio y amparándose en el frescor del ambiente. Quería sentarse un par de minutos. 


Escuchar a Bibi la había deprimido y necesitaba reponerse.


El desamor, los hogares infelices, el factor imprevisible de la existencia de otra mujer… Paula conocía a la perfección el triste caldo de cultivo que esos ingredientes formaban, y el regusto amargo que costaba tanto olvidar.


Sin duda a Sarah le resultaría familiar también, porque habría tomado ese caldo en más de una ocasión. Sin embargo, radiante de alegría, marchaba del brazo de su padre, de ese padre que le había sido infiel a su madre, de ese padre que había roto los mismos votos que ella estaba a punto de hacer.


Comprendía que existieran matrimonios desgraciados, pero no entendía, y no podía aceptar, que esa infelicidad justificara o racionalizara la infidelidad.


¿Por qué no se daba carpetazo a una relación? Si se quería a otra persona, si se deseaba otra cosa en la vida, ¿por qué la gente no rompía de buenas a primeras en lugar de engañar, mentir, pasar por alto las cosas y seguir viviendo como si nada?


El divorcio no podía ser más doloroso para una pareja o para los hijos implicados que el engaño, la hipocresía y la rabia que iba acumulándose. ¿Acaso no era esa la razón por la cual, después de tantos años, una parte de ella deseaba que sus padres se hubieran separado en lugar de fingir que seguían casados?


—¡Mira qué bien! Vengo a ver si puedo ayudarte después del problema que habéis tenido y te encuentro holgazaneando —dijo la señora Grady con los brazos en jarras.


—Ahora mismo me pongo en marcha.


Frunciendo los labios, la señora Grady se acercó a Paula, la tomó por el mentón y la miró a los ojos.


—¿Qué te pasa?


—Nada, de verdad. Nada.


A veces la señora Grady movía las cejas con un claro significado no verbal, y en ese momento le estaba diciendo: bobadas.


—Lo de antes me ha afectado un poco. No pasa nada.


—No es la primera vez que se monta una gresca en una de las celebraciones, y tampoco será la última.


—La pelea no importa. Al final incluso ha tenido su gracia. Carla estará un par de días pensando lo contrario, pero en realidad hemos vivido unos momentos espectaculares.


—Eso son evasivas.


—Lo que me pasa es una estupidez. Me ha tocado tranquilizar a la madrastra, casi por sorteo. La mujer estaba triste y avergonzada, y se ha sentido obligada a explicarme que empezó a salir con el PDNA cuando él estaba separándose y la convivencia con su mujer consistía básicamente en ocupar la misma vivienda.


—Muchos hombres que quieren echar una cana al aire dicen algo parecido.


—Sí, es una excusa muy pobre, y una falsedad. De todos modos, la he creído. Me refiero a la madrastra. ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué es correcto salir con alguien que está a punto de dejar a su mujer? En ese momento siguen estando casados, ¿o no?


—Cierto —concedió la señora Grady—, pero en la vida hay pocas cosas verdaderas o falsas. Más que de blanco o de negro, hablamos de gris.


—Entonces, ¿por qué demonios no terminan si se cuelgan de otra persona?


Con un gesto que revelaba un sentido más práctico que protector, la señora Grady le alisó el pelo.


—A mi modo de ver, la gente es capaz de justificar lo injustificable.


—Ella lo lleva bien. Me refiero a la novia. Recuerdo cuando vino a asesorarse, las degustaciones, el ensayo… Quiere mucho a sus padres, sin duda, y también quiere a su madrastra. ¿Cómo lo consigue?


—No siempre hay que tomar partido, Paula.


—Eso ya lo sé, pero yo no tuve la oportunidad de elegir entre dos bandos, porque ambos lo hicieron fatal. —No hacía falta explicar que se había puesto a hablar de sus propios padres—. Incluso ahora, cuando lo pienso, eso de los bandos… Considero que ellos están en uno y yo en el otro. Será una estupidez, pero una parte de mí sigue cabreada porque… les da igual.


—En lugar de estar enfadada, deberías sentir pena por ellos. No saben lo que se pierden.


—A los dos les gusta el arreglo. —Paula se encogió de hombros—. Ha dejado de ser asunto mío.


—Paula Alejandra—la atajó la señora Grady tomando la cara de la joven entre sus manos y llamándola por un nombre que casi nadie utilizaba—. Siempre serán tus padres, y siempre será asunto tuyo.


—¿No hay manera de que dejen de decepcionarme?


—Eso depende de ti.


—Supongo que sí. —La joven suspiró profundamente—. Bien, se acabaron las reflexiones. Tengo que ir a llevar el pastel del novio y organizar los postres.


—Ya que estoy aquí, te echaré una mano.


Las dos mujeres cargaron con las cajas de pastelitos hasta el salón de baile.


—Nunca salgo de mi asombro cuando veo estas flores —comentó la señora Grady admirando el espacio—. Nuestra Emma tiene un toque mágico. Me gustan los colores de esta boda. La novia no ha elegido ninguno pálido; todos son intensos y atrevidos. Vaya, vaya… no puedo creerlo. —La mujer se acercó al pastel de boda y lo estudió con detenimiento—. Hablando de toques mágicos… Te has superado a ti misma, Paula.


—Me parece que va a ser mi pastel favorito de este verano. Le reservaré un trozo.


—Con mucho gusto. Los pasteles de boda traen suerte.


—Eso he oído. Señora Grady, ¿ha pensado alguna vez en volver a casarse otra vez o…?


A la mujer se le escapó una carcajada de la sorpresa.


—Algún que otro «o» he vivido, y no me tomes por una vieja loca. Ahora bien, de ahí a casarme… —Se puso a ayudar a Paula con los postres—. Tuve un gran amor. Mi Charlie. Mi elegido.


—¿Cree en esas cosas? —preguntó Paula—. ¿Cree que existe una persona para cada uno? ¿Solo una?


—En ciertos casos, sí. En otros puede que las cosas no vayan bien o se sufra una pérdida. Por eso aparecen otras personas. Sin embargo, hay gente que solo tendrá un amor en la vida, porque nadie más encajaría ahí, nadie podría llenar su corazón.


—Sí, pero no siempre le toca a una ser la que sobreviva. —Paula se obligó a apartar de su mente la imagen de Pedro—. ¿Todavía echa de menos a su Charlie?


—Cada día. Este noviembre hará treinta y tres años que se fue, y le echo de menos cada día. De todos modos, fue mío. Conocí a una persona muy especial para mí, y no todo el mundo puede decir eso. Tú sí.


Paula desvió la mirada muy despacio.


—En tu caso Pedro ha sido esa persona desde el principio. —La señora Grady retomó la palabra—. Has tardado mucho en ir a buscarlo.


¿Qué sentido tenía negarlo?, pensó Paula. ¿Por qué iba a fingir con alguien que entendía tanto de esas cosas?


—Tengo miedo.


La señora Grady soltó una carcajada.


—Claro que sí. ¿Prefieres vivir tranquila? Busca un cachorrito y enséñale a sentarse sobre las patas traseras. El amor da miedo.


—¿Por qué?


—Porque sin miedo, no hay excitación.


—En ese caso, a mí la excitación me va a matar —afirmó Paula, y de repente ladeó la cabeza—. Esa es la señal de Carla. Aperitivos y cena.


—Ve a echarle una mano. Terminaré con esto.


—¿Está segura?


—Me gusta meter baza de vez en cuando. Ve.


—Gracias, gracias… —repitió Paula posando una mano sobre la de la mujer—. Le guardaré un trozo de pastel, cuente con ello.


Una vez a solas, la señora Grady sacudió la cabeza y suspiró. Sus chicas… pensó, sabían todo lo que había que saber de bodas pero el amor las alteraba.


Sin embargo, en eso precisamente consistía el amor







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