domingo, 19 de marzo de 2017

CAPITULO 33 (TERCER HISTORIA)





Paula examinó el vestido de seda color albaricoque que Bibi se había quitado por orden suya. A través de la puerta del baño de su dormitorio oía el agua de la ducha y los sollozos de la mujer.


Unas cuantas manchas, una costura descosida… Podría haber sido peor, reflexionó Paula. La señora Grady lo arreglaría, y aplicando el plan de emergencia que tenían para esos casos, sabía que Carla no tardaría en movilizar a un equipo de peluquería y maquillaje.


No le quedaba otro remedio que aceptar su misión. Le había tocado tranquilizar a Bibi, ayudarle a reponerse, escuchar sus lamentaciones, su maledicencia, sus quejas… y conseguir, mediante un juramento de sangre si era preciso, que prometiera comportarse durante la ceremonia.


Alguien llamó a la puerta. Se pasó la mano para arreglarse el pelo y fue a abrir.


—Dos copas como me habías ordenado —explicó Pedro entrando en la habitación y dejando las copas encima de una mesa. Miró de soslayo hacia el baño—. ¿Qué tal va?


—Bueno, ha pasado de los sollozos a los lamentos. Aquí tienes el vestido. No está muy mal. Carla debe de haber advertido ya a la señora Grady, o sea que lo estará esperando.


—Muy bien. —Pedro le tocó el pendiente izquierdo—. ¿Puedo hacer algo más por ti?


—Ve a ver a Maca y comprueba que la novia no se haya enterado de nada. Carla debe de haber inventado alguna excusa para retrasar un poco la ceremonia. —Calculando, Paula se frotó la nuca para aligerar la tensión—. Vamos con un retraso de veinte minutos, que en realidad serán diez o quince. ¡Qué buenas somos! No oigo la ducha. Vale más que te vayas.


—Me marcho. A propósito, buena parada —dijo él levantando el brazo como si quisiera imitarla.


Paula se rió, lo echó de un empujón y cerró la puerta. 


Respiró hondo para recobrarse, fue al baño y llamó con los nudillos.


—¿Todo bien?


Bibi abrió la puerta. Llevaba puesto el albornoz bueno de Paula, y el pelo rubio, oscurecido por el agua, le goteaba sobre los hombros. Le brillaban los ojos, que tenía hinchados y enrojecidos, como si estuviera a punto de echarse a llorar otra vez.


—Mírame, estoy hecha una birria.


—Esto te irá bien.


—¿Es una pistola?


—Es champán. Siéntate y descansa. Están arreglándote el vestido, y dentro de un rato vendrán a peinarte y a maquillarte.


—Ay, gracias a Dios… —Bibi tomó un largo sorbo de champán—. A Dios y a ti. Me siento fatal. Tengo náuseas. ¡Qué estúpida soy! Doce años… Llevo casada doce años con Sam. ¿No cuenta eso para nada?


—Claro que sí. —«Cálmala», pensó Paula recordando las directrices de Votos: calma, reconforta y pacifica.


—Yo no destrocé esa familia. Ellos dos estaban separados cuando nos conocimos. Bueno, técnicamente no, oficialmente, no, pero sí en la práctica. Esa mujer me odia porque soy más joven que ella. Ella fue la pionera para él, yo la mujer trofeo. Siempre va poniendo etiquetas a la gente, pero a mí me parece que después de doce años… en fin. ¡Mierda!


—Nunca es fácil manejar bien las relaciones y los lazos sentimentales.


—Lo he intentado. —Bibi pedía comprensión con los ojos enrojecidos—. De verdad. Ellos estaban divorciados antes de que nos prometiéramos. Bueno, casi. Además, quiero a Sarah. La quiero mucho. Y Brad es fantástico. Padre e hija son fantásticos, y quiero que los dos sean felices.


—Eso es lo que cuenta.


—Sí. —Bibi suspiró y tomó otro sorbo más despacio—. Firmé un acuerdo prematrimonial. Fui yo quien lo pidió. No me casé por dinero, aunque ella siempre ha dicho lo contrario. Todavía lo dice. Nos enamoramos. Eso no se improvisa. Tampoco puedes evitar enamorarte de alguien, ni adivinar cuándo o cómo será. Sucede sin más. Está enfadada porque su segundo matrimonio se fue a pique y el nuestro todavía funciona. Siento los problemas que os he causado. Sarah no tiene que enterarse.


—No, al menos por hoy.


—No se acostaban. Cuando conocí a Sam, dormían en habitaciones separadas y cada cual llevaba su vida. Eso es como estar separado, ¿no?


Paula pensó en sus propios padres.


—Supongo que sí.


—Puede que yo fuera el pretexto para que Sam diera el paso y pidiera el divorcio, pero no tuve la culpa de que ellos no fueran felices. Es mejor dar el paso que seguir juntos y ser desgraciados, ¿no crees?


—Por supuesto. —Doce años contaban para mucho, pensó Paula—. Bibi, tu matrimonio funciona y tienes una buena relación con la hija de tu marido. Puedes permitirte el lujo de liquidar esto por la vía rápida.


—Ella me gritó. Me tiró champán a la cara. Me rompió el vestido.


—Lo sé, lo sé… —«Cálmala, cálmala», volvió a decirse Paula—. Mira, tienes la oportunidad de ser tú la que dé el primer paso. Olvida todo esto por hoy y céntrate en Sarah. Ayúdale a que este sea el día más feliz de su vida.


—Sí, tienes razón. —Bibi se llevó los puños a los ojos como si fuera una niña—. Siento mucho lo que ha pasado.


—No te preocupes. —Paula se levantó cuando oyó que llamaban a la puerta—. Dentro de un cuarto de hora estarás perfecta.


—Yo… ni siquiera sé cómo te llamas.


—Paula.


—Paula… —Bibi esbozó una sonrisa trémula—. Gracias por escucharme.


—No te preocupes. Vamos a ponerte guapa otra vez —dijo Paula abriéndole la puerta a la peluquera.







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