lunes, 20 de marzo de 2017

CAPITULO 36 (TERCER HISTORIA)




Carla se asomó a la cocina de Paula.


—¿Me dedicas un minuto?


—Sí. Creía que ahora tenías una consulta y una visita guiada.


—Las tenía, y ya están liquidadas.


Paula abrió unas vainas de vainilla, las raspó, incorporó las semillas a una mezcla de leche y azúcar que estaba calentando al fuego y añadió las vainas.


—¿Qué tal ha ido todo?


—En la consulta concretamos detalles, pero también han surgido dudas. Los clientes nos han reservado el último domingo que teníamos disponible el mes de mayo. —Carla miró hacia el cuarto de los abrigos y se fijó en la lámina de madera contrachapada que impedía acceder a él. Detrás se oían martillos y taladros—. No hacen tanto ruido como era de esperar.


—Me ayuda poner la televisión o la radio e imaginar que se trata del bullicio de fondo de una celebración. Podría ser peor. Quiero decir que las pruebas fueron tan duras que esto es gloria.


—Piensa que valdrá la pena. Ganarás mucho espacio.


—Es lo que me digo constantemente.


—¿Qué estás haciendo?


—Crema pastelera.


—¿Te apetece tomar algo fresco?


—Sí. —Paula terminó la preparación con agua y hielo mientras Carla servía dos vasos de limonada.


—Hoy no sales con Pedro, ¿verdad?


—Hoy no. Los chicos se van a animar a los Yankees y a comer salchichas. —Paula levantó la vista y arqueó las cejas—. ¿Te apetece que nos organicemos las chicas?


—Lo estaba pensando. Me parece que he encontrado el vestido de boda para Emma.


Paula se detuvo.


—¿En serio?


—Sé lo que anda buscando, y como con Maca me estrené… me gustaría darle una sorpresa esta noche. Podría probarse el vestido y decidir si le sienta bien.


—Me apunto a la fiesta.


—También me gustaría hablar de otro asunto.


—Dime. —Paula removió la mezcla cuando alcanzó el punto de ebullición.


—Me he enterado de que Jeronimo ha invitado a Martin Kavanaugh este agosto a pasar unos días en la casa de la playa.


—¿Ah, sí? —Asimilando la información, Paula apartó la cacerola del fuego y la tapó. Cascó cuatro huevos en un cuenco que había sobre la encimera, separó la clara de cuatro huevos más e incorporó las yemas—. Supongo que se han hecho muy amigos. Además hay espacio de sobra, ¿no? Tengo unas ganas de ver la casa… de estar horas y horas sin hacer nada… —comentó batiendo la mezcla—. Quiero abandonarme al placer de estar de vacaciones hasta que… Perdona —se interrumpió al ver que Carla levantaba una mano—. Me he dejado llevar por la idea de pasar día y noche haciendo lo que se me antoje.


—Sigo. Acaba de llamarme Pedro. Me ha jurado por su vida que no ha tenido nada que ver con la invitación.


—Bueno, le echaste un buen rapapolvo el Cuatro de Julio.


—Es cierto. A lo mejor ahora le toca a Jeronimo.


—Uauu… —Paula empezaba a divertirse. Incorporó el azúcar y siguió batiendo.


—¿No se te cansa el brazo?


—Sí.


—El destino de Jeronimo cuelga de… —De repente sonó su móvil—. ¡Maldita sea! Aguarda.


Acostumbrada a las interrupciones de su amiga, Paula terminó de preparar la mezcla de huevo y azúcar, sacó la vaina de vainilla de la leche y volvió a ponerla al fuego. Mientras esperaba que arrancara a hervir, bebió un poco de limonada y escuchó cómo Carla solucionaba el problema de una futura novia.


Más que tener un problema, se diría que esa chica vivía en un mar de confusiones, decidió Paula mientras seguía esperando. Cuando la leche llegó al punto de ebullición, añadió la mitad a la mezcla de huevos y yemas y siguió batiendo.


—De eso me encargo yo —dijo Carla—. Por supuesto. Dalo por hecho. Os veré a ti y a tu madre el día 21 a las dos de la tarde. No te preocupes. Adiós. —Carla colgó—. Ni una palabra —le advirtió a Paula.


—No iba a preguntarte nada. —Paula vertió la mezcla en la cacerola y se puso a batir con brío—. Sigue contándome lo de antes. Te escucho; con aire crítico, pero te escucho.


—¿Por dónde iba?


—Hablabas de lo que le espera a Jeronimo.


—Sí. Que machaque o no a nuestro querido Jeronimo dependerá de si esto es una encerrona.


—¿De verdad crees que a nuestro querido Jeronimo se le ocurriría emparejarte con Martin?


—No, pero a Emma quizá sí.


—En ese caso me lo habría dicho —observó Paula considerando la posibilidad—. Estoy segura. No habría podido aguantarse. Me habría hecho jurar que le guardara el secreto, y yo se lo habría jurado, aunque amparada en la cláusula que prohíbe las mentiras. Por lo tanto, si me lo hubieras preguntado, habría tenido que decirte la verdad.


—Te lo pregunto ahora.


—No, Emma no me ha contado nada. Por eso declaro a Emma y a Jeronimo inocentes de todos los cargos. ¿Algún problema con Martin?


—No especialmente. Lo que pasa es que no me gustan los montajes.


—A ninguna de nosotras. Por eso no emparejamos nunca a las demás, y eso lo sabes, Carla.


La aludida tamborileó con los dedos en su vaso, se levantó, fue hasta la ventana y volvió a sentarse.


—Siempre hay excepciones, sobre todo cuando sois varias las que vivís cegadas por el amor y pensando en bodas.


Qué inquieta estaba, pensó Paula. Carla nunca andaba de un lado a otro.


—Que yo sepa, no es el caso. Tendrás que imaginar que levanto la mano para jurarlo porque no puedo dejar de batir.


—Muy bien. Jeronimo se ha librado de momento. Supongo que habrá espacio suficiente porque Pedro y tú compartiréis el dormitorio.


Carla concentró la mirada en su refresco y Paula terminó de batir y apartó la cacerola del quemador.


—¿Qué pasa? —le preguntó Paula a su amiga.


—No sé si vale la pena confirmar que Martin no se lleve una impresión equivocada o esperar hasta que se presente el momento de aclararlo todo, si es que ese hombre quiere aclarar las cosas.


Paula pasó la crema por un cedazo y la vertió en el cuenco que había dejado en remojo con agua y hielo.


—¿Quieres mi opinión?


—Sí.


—A mí me parece que si empiezas a hablar de falsas impresiones antes de tiempo, esa es la impresión que darás precisamente. Es posible que se enfade, y aun así, a lo mejor decide actuar de todos modos. Me da la sensación de que a este le gustan los retos. Yo lo dejaría correr.


—Tiene sentido.


—Yo también doy en el clavo de vez en cuando. —Paula tomó unos trozos de mantequilla que previamente había reservado y, sin dejar de batir la crema, los fue incorporando uno a uno.


—Muy bien. Consideraré que Martin es un compañero de juegos de los chicos y lo dejaré correr.


—Bien pensado. —Paula dejó de batir finalmente y le tocó el brazo con cariño—. Me cae bien Martin. No lo conozco a fondo, pero me cae bien.


—Es agradable.


—Y además es sexy.


—Perdona, pero ¿no estás acostándote con mi hermano?


—Cierto, y espero seguir haciéndolo, pero una nunca dejará de admirar a los hombres que son sexis. Y como me digas que no te habías fijado en él, voy a tener que meterte esta agua con hielo en las bragas para bajarte el calentón.


—No es mi tipo. ¿Por qué sonríes?


Pedro dijo lo mismo.


—¿Ah, sí? —La expresión de Carla reflejaba desafío y rabia.


—Fue el típico comentario que esperas de él, porque con su instinto protector siempre anda diciendo que ningún hombre es digno de su hermana. Sin embargo, cuando lo dijo, pensé: «Es verdad, no es su tipo. Por eso me gusta.»


Carla le dio un sorbo a la limonada.


—¿No te gustan los hombres que encajan conmigo?


—No empieces a complicar las cosas, Carla. Martin es sexy, interesante y distinto de los hombres con los que normalmente… Esto podría ser divertido. Quizá tendrías que dejar que se llevara una falsa impresión de ti.


—El amor te ciega.


—Supongo.


—¿Por qué te preocupa eso?


Paula dejó de masajearse los dedos y apuntó con uno a Carla.


—Estás cambiando de tema.


—Sí, pero mi pregunta va en serio.



—Ya lo sé —confesó Paula—. Nunca he querido a alguien como lo quiero a él. Tengo tanto para darle… Estoy segura de que le importo mucho, pero hay una diferencia abismal entre importarle mucho a alguien y quererle. Es terrible, y ya me han dicho que así son las cosas del amor, pero eso no quita hierro al asunto.


Pedro nunca te haría daño. No tendría que haberte dicho esto —dijo Carla dándose cuenta en el mismo instante—. ¿No quieres que sepa que tienes mucho para ofrecerle?


—No puedo decirle algo así, porque lo último que querría él es hacerme daño.


—Y eso te dolería aún más.


—Sí. Procuro vivir el presente, y creo que lo estoy haciendo bien. Más o menos. De todos modos, ando ojo avizor para detectar las falsas trampillas y los cables trampa. —Y por si caía algún piano del cielo, pensó Paula.


—Ahora seré yo quien te dé un consejo. A veces, de tanto mirar al suelo para no tropezar, te das de bruces contra un muro.


—Ojalá te equivocaras. Bueno… —Paula hizo ademán de borrar una pizarra—. Vivo el presente. Podría decirse que me he vuelto zen.


—Pues sigue con esa actitud. Voy a llamar a Maca y a organizarlo todo. ¿A las seis te va bien?


—A las seis es perfecto.


Carla se levantó y respiró hondo.


—Supongo que me dejarás probar eso. No imagino que puedas ser tan cruel para no dejarme.


Paula cogió una cucharada de crema, que todavía estaba templada, y se la ofreció.


—Oh, Dios mío… —Carla cerró los ojos—. Batir sin parar ha valido la pena. ¡Mierda! —exclamó cuando sonó su móvil.


—¿No se te ha ocurrido nunca la posibilidad de no contestar al teléfono?


—Sí, pero entonces parecería una cobarde. —Carla leyó el nombre que aparecía en su pantalla mientras salía de la cocina—. Soy Carla, de Votos. ¿Qué tal está, señora Winthrop?


Paula seguía oyendo a Carla cuando vio que Pedro entraba en la cocina por la otra puerta.


—¡Qué lugar más concurrido!


—¿Por qué nunca me había fijado en que estás muy sexy con delantal? —Pedro se inclinó para besarla, pero Paula vio sus tejemanejes y, de un cachete, le apartó la mano del cuenco de crema.


—¿Quieres meterme en problemas con sanidad?


—No veo a ningún inspector por aquí.


Paula cogió una cuchara limpia y le dio a probar la misma cantidad que le había dado a Carla.


—Muy buena. Riquísima. Pero tú sabes mejor.


—No pienses que por halagarme conseguirás más. —Paula le apartó el cuenco de delante—. Creía que ibas al partido con tus colegas.


—Sigue en pie. He quedado aquí con Jeronimo y Sebastian, y luego iremos a buscar a Martin.


—¿Otra vez vais al partido en limusina? —Aquello era típico de Pedro, pensó Paula.


—¿Qué hay de malo? Te tomas una cervecita y no tienes que preocuparte de aparcar, ni te pones nervioso por el tráfico. Sales ganando.


—Debería de haberte dado una cuchara de plata —comentó Paula dejando la suya en el fregadero.


—A ver si me enfado y no te doy el regalo.


Intrigada y con aire de sospecha, Paula se volvió.


—¿Qué regalo?


Pedro abrió su maletín y sacó una caja.


—Este, pero a lo mejor, sabelotodo, no te lo mereces.


—Las sabelotodo también necesitamos regalos. ¿Por qué me lo has comprado?


—Porque lo necesitas, listilla. —Pedro le entregó un paquete—. Ábrelo.


Paula vio que el paquete estaba envuelto con un papel de la Mujer Maravilla y un gran lazo rojo. Sin embargo, lo abrió rasgándolo sin piedad. Vio la fotografía de la caja y frunció el ceño. Parecía un ordenador pequeño o una grabadora gigante.


—¿Qué es?


—Algo que te ahorrará tiempo. Mira, lo he conectado antes.


Pedro abrió la caja y, con un destello en los ojos que delataba que aquel regalo le habría gustado para él, sacó de dentro un aparato.


—Cuando quieras escribir una lista, pulsas «Grabar». —Pedro apretó el botón y luego dijo «huevos»—. ¿Lo ves? —Se volvió y le enseñó que la palabra «huevos»
había aparecido en una pequeña pantalla—. Ahora le das a «Seleccionar», y ya lo has incorporado a la lista.


Ah, pensó Paula, ahora sí que había despertado su interés.


—¿A qué lista te refieres?


—A la que tendrás cuando hayas acabado y aprietes aquí —respondió Pedro pulsando otro botón—. Esto sirve para imprimir y, lo que es mejor, ordena los artículos por categorías, como, por ejemplo, los lácteos, los condimentos, lo que sea…


Todo, había captado todo su interés…


—Quita. ¿Cómo hace eso el aparato?


—No lo sé. A lo mejor hay alguien metido ahí dentro. También tienes la opción «Biblioteca» para que puedas añadir artículos especializados que no estén en la base de datos. Tú usas muchos ingredientes raros.


—Déjame probar. —Paula tomó el aparato y pulsó «Grabar»—. Semillas de vainilla —dijo, pero frunció los labios cuando leyó la pantalla—. Aquí dice «pudin de vainilla».


—Probablemente no existirá la palabra en la biblioteca porque la mayoría compra la especia en frasco.


—Es verdad. ¿Puedo introducir eso?


—Sí, y la próxima vez te saldrá. Además puedes añadir las cantidades. Por ejemplo, tres docenas de huevos o las semillas de vainilla que quieras comprar. ¿Son semillas de verdad?


—Sí, las raspo de la vaina —murmuró Paula examinando su regalo—. Me has hecho un regalo que sirve para grabar listas de ingredientes.


—Sí, y es magnético, para ponerlo en una de tus cámaras frigoríficas o donde te convenga.


—Casi todos los chicos regalan flores.


Paula vio que Pedro de repente cargaba el peso más sobre una pierna.


—¿Prefieres unas flores?


—No, qué va… Prefiero un ramo entero de aparatos como este. Es un regalo increíble. —Lo miró a los ojos—. Realmente increíble, Pedro.


—Bien. Espero que no te pongas celosa porque le haya comprado uno igual a la señora Grady.


—La muy miserable.


Pedro sonrió y le dio otro beso.


—Voy corriendo a dárselo. Tengo que marcharme si no quiero llegar tarde.


Pedro —dijo Paula cuando él ya estaba en la puerta. Le había comprado un chisme para la cocina que era práctico y gracioso a la vez. Quiso decirle «te quiero» con todo su ser, de viva voz. Tan solo eran dos palabras, pero no pudo—. Diviértete en el partido.


—Eso pensaba. Hablamos luego.


Suspirando, Paula se sentó a esperar que la crema se enfriara y se puso a juguetear con su regalo.


No había mejor plan que pasar una noche de chicas. 


Aquellas veladas consistían en cenar, ver un DVD, comer palomitas y cotillear con la tranquilidad que daba estar entre amigas siguiendo una tradición que se remontaba a la infancia. Si además añadían al programa el vestido de novia de Emma, eso ya era poner la guinda al pastel. Sabiendo que le esperaba una noche muy agradable, Paula se puso a ordenar la cocina. En un momento dado entró Emma.


—Sabía que te encontraría aquí.


—Estaba terminando —le dijo Paula.


—Me han hecho un pedido de dos docenas de magdalenas —dijo Emma, y añadió rápidamente—: para entregar dentro de dos semanas. Al menos es de agradecer que la clienta no lo haya comunicado de un día para otro. Se trata de mi prima. Quiere dar una fiesta en el despacho para celebrar el embarazo de su socia. La única condición es que sean una preciosidad.


—¿Será niño o niña?


—Sorpresa, o sea que el sexo del bebé no te servirá de guía. Inventa lo que quieras.


—Vale, anótalo en el tablero.


—Te lo agradezco —dijo Emma escribiendo el encargo y la fecha en el tablero de tareas de Paula—. ¿Qué es esto? —preguntó luego toqueteando el aparato electrónico.


Pedro me ha hecho un regalo.


—¡Oh, qué simpático! ¿Qué te ha regalado?


—Esto. Es genial. Mira. —Paula tomó el aparato y pulsó «Grabar»—. Mantequilla dulce. He programado la palabra. Fíjate, ahí está. Aprieto aquí y sale en la lista.


Emma se quedó mirando fijamente el artilugio.


—¿Este es el regalo?


—Sí. Sé que para ti un regalo que no brille no puede considerarse un regalo, sobre todo si te lo da un hombre. Si lo prefieres, le pego unas lentejuelas.


—No tiene por qué brillar. También puede oler bien. En fin, es ocurrente y a ti te gusta. En resumen, como regalo funciona. ¿Qué celebras?


—Nada especial.


—Ah, ¿ha tenido un detalle inesperado? Pedro empieza a subir enteros.


—Pues caerá en picado cuando te diga que también le ha comprado uno a la señora Grady.


—¡No puedo creerlo! —Emma se puso en jarras con aire de ofendida—. Lo siento, pero esto salta a la categoría de detalle sin importancia. Un regalo tiene que ser personal y único en estas circunstancias. Eso de ahí es un detalle ingenioso. Esto otro, amiga mía, sí es un regalo —sentenció la joven moviendo la pulsera que Jeronimo le había regalado—. Y los pendientes que Sebastian le regaló a Maca por San Valentín, también. Me temo que Pedro necesita entrenamiento.


—Si fuera tu novio, sí.


—¡Pedro es tu novio! —exclamó Emma riéndose y bailoteando con Paula.


—Cualquiera diría que aún vamos al instituto… Hemos de encontrar otra palabra.


—¿Por qué bailáis? —preguntó Carla entrando en la cocina.


—Pedro es el novio de Paula y ha tenido un detalle con ella. Lo siento, pero no entra en la categoría de regalo. Mira.


Carla se acercó.


—¡Oh! Los he visto, y quiero comprarme uno.


—No me extraña, siendo como eres su hermana. —Emma suspiró—. De todos modos, ¿considerarías que esto es un regalo si supieras que también se lo ha comprado a la señora Grady?


—Hum… Es ambiguo, claro, pero también es práctico, y muy apropiado para Paula.


—¿Lo ves? —terció Emma alzando un dedo en señal de triunfo—. Lo que yo decía… Ahí viene Maca. Maca, necesitamos un desempate.


—¿Para qué? ¿Qué hacéis todavía en la cocina? Hoy toca noche de chicas.


—Antes hay que solucionar un asunto: ¿esto es un regalo o un detalle? —preguntó Emma señalando el aparato de Paula.


—¿Qué diablos es eso?


—¿Lo ves? Es un detalle. Si hubiera sido un regalo, Maca lo habría sabido sin necesidad de preguntarlo. Carla, dile a Pedro que le compre algo bonito a su novia.


—¡No, basta! —Paula protestó empujando a Emma, aunque luego soltó una carcajada—. A mí me gusta. Cuando te gusta lo que te regalan, no hay normas que valgan.


—¿Qué diablos es eso? —volvió a preguntar Maca.


—Un aparato electrónico para organizar compras y gestiones —explicó Carla—. Yo también quiero uno. ¿Por qué Pedro no habrá comprado uno para mí? A mí me gustan los regalos.


—Querrás decir los detalles —insistió Emma.


—A ti no te hace falta otro organizador —le dijo Paula a Carla.


Maca fruncía el ceño.


—Por favor, no se lo enseñéis a Sebastian. Querrá uno, y además me obligará a usarlo a mí.


Pedro ha comprado otro para la señora Grady.


—Ahora seguro que Sebastian lo verá —comentó Emma.


—¡Maldita sea!


—Estáis haciendo una montaña a costa de mi nuevo juguete. Me voy arriba.


—¿Sabéis si la señora Grady hará una pizza? —preguntó Emma—. Llevo todo el día pensando en su pizza y en tomarme unas cuantas copas de vino.


—Eso luego. Ahora tengo que resolver un asunto.


—Tú no te pones a trabajar —soltó Emma agarrando a Carla por el brazo—. Estoy deseando disfrutar de una noche de hidratos de carbono, alcohol y amigas.


—No es trabajo exactamente. Hoy he ido a recoger una cosa y quería que me dierais vuestra aprobación. Tenéis que verla.


—¿Qué es lo que…? ¡Oh, oh! —Emma hizo girar a Carla marcándose un baile—. ¿Es mi vestido de boda? ¿Has encontrado mi vestido?


—Es posible, y siguiendo nuestra recién inaugurada tradición, hay que ir a la suite de la novia.


—Es la mejor de las sorpresas que podías darme. La mejor.


—Si el vestido no te va… —empezó a decir Carla, pero Emma tiró de ella escaleras arriba.


—Eso no quita que sea una sorpresa. Oh, qué nerviosa estoy… —Emma se detuvo frente a la puerta de la suite—. No me tengo en pie de los nervios. Bueno, ¡allá vamos! —Puso la mano en el pomo y la retiró—. Soy incapaz de abrir. Por favor, que alguien abra la puerta.


Paula fue quien se ofreció.


—Adentro —le dijo dándole un empujoncito.


Emma ahogó un grito y se llevó la mano a los labios.


Carla nunca fallaba, pensó Paula. Ese vestido era Emma. 


Tenía un aire romántico, unas faldas etéreas y larguísimas que resultaban algo extravagantes, y el toque sexy se lo daba un cuerpo espectacular que dejaba los hombros completamente al aire. La falda era de un blanco roto, y en el punto en que iba recogida florecían unas rosas de tela que se extendían como en un jardín por la larguísima cola, digna de una princesa.


—Es un vestido de cuento de hadas —logró articular Emma—. Oh, Carla, es un cuento de hadas.


La señora Grady las esperaba en la suite con una botella de champán.


—Toma —dijo la mujer ofreciendo una copa a Emma—. No llores con la copa en la mano. Aguarás la bebida.


—Es el vestido más bonito del mundo.


—Tienes que probártelo. Desnúdate, Emma —le ordenó Paula—. Carla y yo te ayudaremos. Maca plasmará el momento.


—La falda… —Emma acarició con reverencia la tela—. Parecen nubes… y se hinchará al andar. ¡Oh, mirad la parte de atrás! —Unos diminutos capullos de rosa disimulaban la cremallera—. ¡No hay mejor vestido para una florista!


—Estaba pidiendo a gritos que te lo trajera —dijo Carla, que le ayudaba a vestirse con Paula.


—¡No mires! —ordenó Paula al ver que Emma iba a girar la cabeza para mirarse en el espejo—. No puedes verte hasta que hayamos terminado.


—Necesita un par de retoques —dijo la señora Grady acercándose con unas agujas mientras Maca daba vueltas alrededor de Emma con la cámara.


—Paula, la cola tiene que ir… Sí, eso es —dijo Maca—. Oh, Em… estás… ¡uauu!


—Tengo que verme.


—Aguanta un poco, chica —murmuró la señora Grady poniéndole unas agujas. Cuando terminó se apartó un poco y asintió.


—¿Lista? —Emma aguantó la respiración y se volvió.


Maca lo había plasmado, pensó Paula. Había captado el momento de asombro, el brillo de las lágrimas de alegría.


—Durante toda mi vida, desde que éramos unas niñas, he soñado con esto —murmuró Emma—. Y ahora que llevo puesto este vestido de boda me siento exactamente como había imaginado.


—Pareces una princesa —le dijo Paula—. De verdad, Emma, estás impresionante.


Emma se acercó al espejo y lo tocó.


—Soy yo, y llevaré este vestido para casarme con el hombre al que amo. ¿No es increíble?


—Buen trabajo —le dijo Paula a Carla pasándole el brazo por el hombro—. Tú sí que sabes… —Aceptó el pañuelo de papel de su amiga y se enjugó las lágrimas—. Brindemos por la novia.


—Dame la cámara, Macarena —ordenó la señora Grady—. Os sacaré una foto a las cuatro. Eso es. ¡Qué imagen más bonita! —Y entonces pulsó el botón.


Más tarde, reunidas alrededor de una pizza y una botella de champán, se dedicaron a hacer planes para la boda.


—Le diré a mi madre, y puede que a mi hermana también, que me acompañen a la tienda para hacer la primera prueba. Sé que me pondré a llorar otra vez, que todas lloraremos.


—He dicho que te reserven dos tocados: uno por si vas con un recogido alto y el otro por si te decides a llevarlo bajo. Tu madre puede ayudarte a elegir.


—Carla, piensas en todo. —Emma parpadeó sorbiéndose la nariz—. No, no pienso llorar más. ¡Oh, menudo ramo voy a diseñar para este vestido! Mis tres damas de honor… ¡Eh, serán dos señoritas y una señora!


—No me imagino como una señora —dijo Maca mordiendo un trozo de pizza.


—Lavanda. Distintas flores, pero todas del mismo tono. Me inclino por el blanco y el lavanda. Muy suave y tenue… y muy romántico. Con velas blancas por todas partes.


—En el pastel podríamos combinar flores auténticas con otras de seda y de pasta de azúcar —musitó Paula.


—¡Sí! Fijaos, Carla ha empezado a tomar notas. ¡Carla toma notas para mi boda!


—Claro.


—Quiero que la semana que viene hagamos la sesión de las fotos de compromiso al atardecer —le dijo Maca—. Me apetece que esté oscuro porque… quiero darle a las fotos un toque sexy y atmosférico. Será en el jardín.


—¿En el jardín? Me parece perfecto. Tengo las mejores amigas del universo.


—Me gustaría acompañaros a la prueba del vestido —añadió Maca—. Así podré haceros fotos a ti y a tu madre.


—¿Por qué no organizamos la primera prueba aquí? —propuso Paula dándole un sorbo al champán—. Pide que te dejen los tocados, Carla. ¿Lo ves posible?


—Por supuesto. —A Carla se le iluminó el rostro a medida que la idea iba cobrando forma en su cabeza—. Dalo por hecho.


—El día que Maca tome fotos podríamos organizar la consulta con tu madre y hablar de lo que hayas decidido y de las ideas que se te hayan podido ocurrir.


—Bien pensado —aprobó Carla.


—De vez en cuando acierto.


—Podríamos subir más el listón —añadió Maca—, y dar trato de clienta VIP a tu madre.


—Estará encantada, y yo también. Ay, que vuelvo a llorar…


Paula dio a Emma otro pañuelo de papel.


—Piensa en los zapatos.


—¿Qué zapatos?


—Los que irán con el vestido.


—Ah, los zapatos…


—¿Lo ves? Nadie se pone a llorar por unos zapatos. Yo elegiría unos llamativos, un poco sexis y absolutamente fabulosos.


—Habrá que ir de compras. Todavía no has encontrado los zapatos de boda, ¿verdad, Maca?


—Todavía no.


—¡Vámonos de safari, a ver si caen esos zapatos! —exclamó Emma—. ¡Qué divertido!


—Espera cuando te toque elegir las invitaciones, las tarjetas de las mesas… y la tipografía empiece a obsesionarte —explicó Maca sacudiendo la cabeza—. Nunca pensé que me obsesionaría por algo así, y ya ves… Es como una droga. Conozco esa mirada, Chaves. —Maca le apuntó con un dedo en señal de advertencia—. Pones los ojos de quien está por encima de todo y además lo encuentra divertido. Estás pensando que nunca caerás tan bajo como yo. Pero caerás. Ya lo verás. Un día la tipografía no te dejará dormir.


—Lo dudo mucho. En fin, como no voy a casarme…


—¿No crees que Pedro y tú… en un momento dado…? —aventuró Emma.


—Solo hace un mes que salimos juntos.


—Eso son evasivas —concluyó Maca—. Os conocéis desde hace muchos años.


—… y además estás enamorada de él —remató Emma.


—No pienso en eso.


—¿En qué, en estar enamorada o en pasar el resto de tu vida con él? —preguntó Carla.


—No… eso sería llevar las cosas demasiado lejos.


—Basta —ordenó Carla.


—Me cuesta mucho.


—¿Qué pasa? —preguntó Emma paseando la mirada de una a otra—. ¿Qué te cuesta tanto?


—A Paula le cuesta hablar porque no se quita de la cabeza que Pedro es mi hermano, y al final me lo voy a tomar mal.


—¡Maldita sea, Carla! Ahora haces trampa.


—No, me limito a aclarar las cosas. ¿Prefieres que me vaya?


—¡Basta ya! —Paula puso cara de disgusto y le dio un trago muy largo al champán—. Siempre has jugado sucio. Muy bien, como quieras. Sí, estoy enamorada de él. Siempre lo he estado, y me siento insegura porque no sé si eso es una proyección. A veces me parece que no estoy enamorada porque he estado negándolo durante muchos años, y sin conseguirlo, por cierto. Es decir, la respuesta es sí. Si alguna vez llegamos al punto en que tengamos que plantearnos si vamos a unir nuestras vidas, me zambulliría de cabeza, saltaría sin paracaídas… Elegid el tópico que más os guste. Ahora bien, ese entusiasmo tendría que ser mutuo.


—¿Por qué crees que Pedro no te quiere? —preguntó 
Emma.


—Claro que me quiere. Nos quiere a todas. Las cosas han cambiado conmigo, pero tampoco… —Por Dios, qué humillante era aquello, pensó Paula, aunque se tratase de sus mejores amigas—. Es difícil amar sin ser correspondida, y hay que asumirlo; hay que saber manejar los sentimientos, con responsabilidad.


—Lo entiendo —dijo Maca apretándole la mano en un gesto afectuoso—. Sebastian se sintió así por mi causa. Yo no quería enamorarme, entrar a fondo, saltar sin paracaídas, zambullirme… y me eché atrás. Sé que le hice daño.


—No estoy dolida. Bueno, puede que un poco, pero quizá sea el orgullo lo que tengo herido. Estoy contenta tal como llevamos la relación. Sé que en adelante no me bastará, pero por ahora esto es más de lo que esperaba.


—Me sorprende que te conformes con tan poco —comentó Carla—. Tú siempre has apuntado alto.


—Cuando se trata de trabajar o competir para lograr un objetivo, sí. Ahora bien, el amor es distinto. No te dan un premio, y tampoco es un juego. De pequeñas jugábamos al «día de la boda», y convertimos el juego en nuestra profesión. Sin embargo, cuando pasamos a ser las protagonistas, las cosas cambian. No necesito elegir el vestido y el anillo, ni decantarme por una determinada tipografía —añadió Paula sonriéndole a Maca—, pero sí necesito saber que soy yo la elegida, y eso no se trabaja. Eso ocurre, y ya está.


—¡Qué lista eres! —murmuró Emma.


—Para Pedro no ha existido ninguna mujer especial —le dijo Carla—. Si no, yo lo habría sabido.


—¿Ni siquiera Cherise McConnelly?


—¡Qué horror! —exclamó Carla fingiendo que temblaba—. ¿En qué estaría pensando mi hermano, aparte de en eso…? —añadió al ver que Paula enarcaba una ceja.


—Si hay que juzgarlo por haber elegido a Cherise, diría que últimamente su gusto ha mejorado mucho —afirmó Paula tomando otra porción de pizza—. Todavía hay esperanzas…





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