domingo, 26 de marzo de 2017

CAPITULO 3 (CUARTA HISTORIA)




PAULA SE OCUPÓ DE LOS ZAPATOS, y como iba muy mal de tiempo, solo se dio el gusto de comprarse un par para ella. Se reunió para almorzar con una novia, con la tía preferida de esta (que sería quien la entregaría) y con su dama de honor para hablar sobre los detalles para los invitados, la música y, curiosa coincidencia, los zapatos.


A continuación se pasó por la tienda de novias donde, a petición de otra novia, asistió a los retoques finales de los vestidos para las damas y dio su opinión sobre las sujeciones y los tocados, y se encontró todavía con una tercera novia y su séquito para deliberar sobre la elección de las mantelerías. Finalmente salió corriendo hacia el Café de la Amistad para charlar un ratito con Silvia Maguire, la encantadora hermana de Sebastian, cuya boda era inminente.


—Diana está idiota perdida —anunció Silvia, e hizo un mohín apoyando el mentón en el puño.


—No es la boda de tu hermana.


—Ya lo sé, ya lo sé, pero sigue estando idiota perdida. Negativa total. Una aguafiestas.


—Silvia, en menos de dos semanas vas a casarte con el hombre al que amas, ¿es correcto?


Una luz destelló en los ojos azul cielo de Silvia.


—¡Sí!


—Ese día se ha diseñado por completo para que seas feliz, para festejar este amor, ¿es correcto?


—Dios mío… así es, como lo has dicho. Has estado... todas habéis estado increíbles.


—Entonces sé feliz. Celébralo. Y si tu hermana está de mala uva por eso, deja que te diga que es problema suyo.


—Eso es exactamente lo que dice Nico. —Silvia se llevó ambas manos al pelo y se recogió su cabello dorado—. Y mi madre. Pero... me ha dicho que no vendrá al ensayo general ni al ensayo de la cena.


Idiota perdida, pensó Paula, aunque lo único que dejó entrever fue una leve expresión de lástima.


—Lo siento. ¿Por qué no?


—Dice que no forma parte de esta boda. Y eso es porque no ha querido. Le pedí que fuera mi madrina, y no aceptó. No le entra en la cabeza tener que aguantar tanto lío, ni entiende por qué quiero una madrina y una dama de honor.


—Tu hermana y tu amiga íntima de toda la vida.


—Exacto. —Silvia dio un puñetazo en la mesa y luego metió la cucharilla en el café con nata montada que había pedido—. Y ahora no comprende que tenga que buscarse una canguro y venir a la cena. Le he dicho que los niños también están invitados, y entonces va y me suelta que no está dispuesta a andar tras ellos durante la cena, a llevárselos y a tener que volver a repetir la misma operación durante la boda. Demasiados nervios para los niños, me ha dicho, y demasiado agotador para ella. Incluso he llegado a decirle que le pagaríamos la dichosa canguro para que Sam y ella pudieran tener la noche libre. Y se ha mosqueado... No puedo con ella.


—Pues déjala.


—Pero es mi hermana, Paula. Es mi boda. —Le saltaron las lágrimas mientras la emoción asomaba a su voz.


Y esto, pensó Paula, ha estado latente durante todo el proceso, en la más alegre, encantadora y flexible de todas las novias.


No permitiría que le amargaran ni un solo momento.


—Hablaré con tu hermana.


—Pero...


—Silvia —Paula le tomó la mano—confía en mí.


—Vale. —Silvia respiró hondo, soltó el aire y parpadeó para contener las lágrimas—. Lo siento. Soy una tonta.


—No lo eres. —Para infundir mayor énfasis a sus palabras, Paula le dio un apretón rápido y firme a su mano—. Si quieres mi opinión, conozco a muchas tontas, y te aseguro que no te ajustas al perfil. O sea que hazme un favor y olvida todo esto. Déjalo correr, y concéntrate en lo bien que van las cosas y en lo maravilloso que será.


—Tienes razón. Sabía que me harías sentir mejor.


—Para eso estoy aquí. —Por debajo la mesa, Paula giró la muñeca y consultó su reloj. Disponía de otros diez minutos—. Dime, ¿has fijado ya la cita para el spa y el salón de belleza, para los últimos retoques?


Los diez minutos se convirtieron en quince, pero se había guardado tiempo de sobra para el trayecto de vuelta a casa, donde le esperaba la última reunión de la tarde. Ni siquiera la fuerte lluvia que la sorprendió de camino al coche le preocupó.


Le sobraba tiempo para llegar a casa, retocarse un poco, coger los informes, controlar el refrigerio y repasar los datos de los clientes con sus socias. Sin embargo, para ahorrarse tiempo enchufó el teléfono en el coche y se puso en contacto con Laura con el manos libres.


—Glaseados de Votos.


—Hola, voy para casa. ¿Todo listo?


—Café, té, champán, unos canapés sencillos pero fabulosos y unos bombones. Emma ya ha cambiado las flores. Todas tenemos, o tendremos, nuestros álbumes de muestra. ¡Vaya! ¿Eso ha sido un trueno?


—Sí, esto no ha hecho más que empezar. —Paula echó un vistazo a una amenazadora formación de nubes—. Llegaré en unos veinte minutos. Hasta luego.




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