domingo, 26 de marzo de 2017

CAPITULO 2 (CUARTA HISTORIA)





A las cuatro y media Paula volvía a estar en su despacho retocando hojas de cálculo, gráficos y horarios. Como una concesión porque había terminado las citas de la jornada, la chaqueta del traje colgaba del respaldo de su butaca y los zapatos estaban debajo de la mesa.


Calculó que le quedaba una hora más de papeleo y pensó que el día había sido afortunadamente leve. El resto de la semana prometía ser un no parar, una locura, pero con un poco de suerte antes de las seis ya podría vestirse con ropa cómoda, servirse una copa de vino y sentarse a cenar como era debido.


Se le escapó un «¿Mmm?» cuando oyó que alguien llamaba con los nudillos a su puerta.


—¿Tienes un minuto? —preguntó Maca


—Pues sí, tengo unos cuantos. Te concedo uno. —Paula giró su butaca mientras Maca entraba cargada con dos bolsas—. Esta mañana te he echado de menos en el gimnasio, pero veo que sigues levantando pesas.


Sonriendo, Maca flexionó los músculos.


—Bonitos, ¿eh?


—Buena musculación, Elliot. El día de tu boda tendrás unos brazos espectaculares.


Maca se dejó caer en una butaca.


—Tengo que estar a la altura del vestido que me encontraste. Oye, he jurado no convertirme en la Novia Loca, la Novia Llorica o cualquiera de las distintas versiones de la Novia Molesta, pero la fecha se acerca y necesito el apoyo de la diosa de todas las consultoras de bodas.


—Irá perfectamente, y saldrá muy bien.


—He vuelto a cambiar de idea respecto al primer baile.


—No importa. Puedes cambiarlo hasta que empiece la cuenta atrás.


—Pero es sintomático, Pau. Es como si no pudiera mantenerme firme en algo tan básico como una maldita canción.


—Es una canción importante.


—¿Sebastian está yendo a clases de baile?


Paula abrió unos ojos como platos.


—¿Por qué me preguntas eso?


—¡Lo sabía! Ay, qué dulce... Has enviado a Sebastian a que tome unas clases para que no me pise durante el primer baile.


—Sebastian me pidió que lo arreglara... para darte una sorpresa. O sea que no lo estropees.


—Me estoy poniendo sensiblera. —Maca alzó los hombros y los soltó con un suspiro de felicidad—. A lo mejor no puedo mantenerme firme porque estoy muy sensiblera. En fin, esta tarde he hecho aquella sesión de fotos de compromiso fuera de la finca.


—¿Cómo ha ido?


—Genial. Son tan monos que me han entrado ganas de casarme con los dos. Y entonces, al volver a casa he hecho una estupidez. He ido a la sección de zapatería de Nordstrom.


—Cosa que ya había deducido yo astutamente al ver las bolsas.


—He comprado diez pares de zapatos. Voy a devolverlos casi todos, pero...


—¿Por qué?


Maca entornó sus ojos verdes.


—A los chalados no hay que darles cuerda. No he podido mantenerme firme, una vez más. Yo ya había comprado mis zapatos de boda, ¿no? ¿Verdad que estábamos todas de acuerdo en que eran perfectos?


—Impresionantes y perfectos.


—Exactamente. Entonces ¿por qué he comprado cuatro pares más?


—Me ha parecido oír que habías dicho diez.


—Los otros seis son para la luna de miel... bueno, cuatro; luego necesitaba un par de zapatos nuevos para trabajar, y eran tan monos que me he comprado un par en cobre y otro en este verde intenso. Pero eso no es lo importante.


—Déjame verlos.


—Primero los zapatos de boda, y no digas nada hasta que los haya puesto todos en fila. —Maca alzó las manos—. Cara de póquer total. Inexpresiva, muda.


—Me daré la vuelta y me pondré a trabajar en esta hoja de cálculo.


—Me alegro de que los cálculos no me toquen a mí —musitó Maca, y se puso manos a la obra.


Paula ignoró los roces y los suspiros hasta que Maca le dio luz verde.


Se volvió y observó los zapatos puestos en fila sobre un mueble de oficina. Se levantó, se acercó y los observó de nuevo. Mantuvo una expresión neutra, eligió un zapato sin decir nada, lo examinó, lo dejó en su sitio y pasó al siguiente.


—Me estás matando —le dijo Maca.


—Silencio. —Paula fue a buscar una carpeta y sacó de ella la foto de Maca con su vestido de boda. La acercó a los zapatos expuestos y asintió.


—Sí. Definitivamente —comentó eligiendo un par—. Estarías loca si no llevaras estos.


—¡De verdad! —Maca dio una palmada—. ¿De verdad? Porque estos eran un diez. ¡Un diez! Y yo venga a darle vueltas, del derecho y del revés, de un lado y del otro. Oooh, míralos. Los tacones tienen brillantitos, y la pulsera que va al tobillo... tan sexy... aunque no demasiado, ¿verdad?


—La combinación perfecta: brillantes, sexis y sofisticados. Devolveré los otros.


—Pero...


—Los devolveré yo porque has encontrado el zapato de boda definitivo y tienes que mantenerte firme. Tienes que apartar los otros de tu vista y alejarte de la sección de zapatería hasta después de la boda.


—Qué sabia eres...


Paula inclinó la cabeza.


—Es cierto que soy sabia. Y como tal, creo firmemente que estos podrían convertirse en los zapatos de boda de Emma. Los cambiaré por otros que sean de su número y ya veremos.


—Oh, oh, otra vez, sabios consejos. —Maca tomó el par que Paula le había señalado—. Más románticos, más de princesa, listo es fenomenal. Estoy agotada.


—Déjame a mí los zapatos de boda, todos. Llévate los otros. Ah, y revisa tu agenda cuando llegues a casa. He añadido varias reuniones.


—¿Cuántas?


—De las cinco visitas que he hecho hoy, te confirmo tres reuniones generales, porque una necesita hablarlo con papá (que es quien firma el cheque) y la otra todavía anda buscando en el mercado.


—¿Tres de cinco? —Maca dio un par de puñetazos al aire—. ¡Bien!


—Apuesto a que nos confirmarán cuatro de las cinco, porque la niña de papá nos quiere a nosotras, y no veas cómo nos quiere... En cuanto a la quinta, la novia todavía está indecisa. Su madre nos quiere a nosotras, pero mi instinto me dice que en este caso eso juega en nuestra contra. Ya veremos.


—Bueno, estoy mentalizada. Tres reuniones generales y me he agenciado los zapatos de boda perfectos. Iré a casa a dar un beso largo y húmedo a mi chico y no sabrá que se lo doy porque va a clases de baile. Gracias, Pau. Hasta luego.


Paula se sentó y contempló los zapatos que estaban sobre la mesa. Pensó en Maca corriendo a casa para encontrarse con Sebastian. Pensó en Laura recibiendo a Dani cuando este llegara a casa después de haber pasado un par de días en Chicago asistiendo a un congreso. Y en Emma, sentada quizá en su pequeño patio, tomando una copa de vino con Jeronimo y soñando con las flores de su boda.


Giró en su butaca y se quedó mirando la hoja de cálculo que ocupaba la pantalla. Tenía su trabajo, se recordó a sí misma. 


Un trabajo que amaba. Y eso era lo único que importaba en ese momento.


Su BlackBerry emitió una señal, y un vistazo al texto le anunció que otra novia necesitaba hablar.


—Siempre os tendré a vosotras —murmuró antes de responder—. Hola, Brenna. ¿En qué puedo ayudarte?





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