domingo, 26 de marzo de 2017

CAPITULO 1 (CUARTA HISTORIA)




LA NOVIA LOCA LLAMÓ A LAS CINCO Y VEINTIOCHO de la mañana.


—He tenido un sueño —anunció mientras Paula permanecía echada a oscuras con su BlackBerry.


—¿Un sueño?


—Un sueño increíble. ¡Tan real, tan «apremiante», tan lleno de color y vida! Estoy segura de que significa algo. Llamaré a mi vidente, pero antes quería hablar contigo.


—Muy bien. —Con la elegancia que da la experiencia, Paula alargó la mano y bajó la intensidad de la luz de la lamparita—. ¿De qué iba el sueño, Sabina? —preguntó tomando la libreta y el bolígrafo que había junto a la lamparita.


—Alicia en el País de las Maravillas.


—¿Has soñado con Alicia en el País de las Maravillas?


—En concreto con la merienda del Sombrerero Loco.


—¿Disney o Tim Burton?


—¿Qué?


—Nada. —Paula se alisó el pelo y anotó unas palabras—. Sigue.


—Bueno, había música y un banquete. Yo era Alicia, pero llevaba mi vestido de boda, y Chase estaba increíble con un chaqué. Las flores, oh, espectaculares. Y todos cantaban y bailaban. Estaban contentos, brindando por nosotros, aplaudiendo. Angélica iba vestida como la Reina Roja y tocaba una flauta.


Paula anotó DDH, Dama De Honor, junto a «Angélica» y siguió anotando los nombres del cortejo nupcial. El padrino era el Conejo Blanco, la madre del novio el Gato, el padre de la novia, la Liebre.


Se preguntó qué habría comido, bebido o fumado Sabina antes de acostarse.


—¿No es fascinante, Paula?


—Absolutamente. —Igual que el poso de las hojas de té que había determinado los colores nupciales de Sabina, la lectura del tarot que había vaticinado el destino de su luna de miel y la numerología que había señalado la única fecha posible para su boda.


—Creo que quizá mi subconsciente y los hados me están diciendo que necesito centrarme en el tema de Alicia para la boda. Con disfraces.


Paula cerró los ojos. A pesar de que habría afirmado (y afirmaría ahora) que la merienda del Sombrerero Loco iba de perlas a Sabina, faltaban menos de dos semanas para el acto. La decoración, las flores, el pastel y los postres, el menú (toda la historia) ya estaban elegidos


—Mmm —musitó Paula ganando tiempo para reflexionar—. Es una idea interesante.


—El sueño...


—Me sugiere —la interrumpió Paula— la atmósfera festiva, mágica, de cuento de hadas que ya habías elegido. Eso me dice que tenías toda la razón.


—¿De verdad?


—Totalmente. Me dice que estás nerviosa, feliz e impaciente por que llegue tu día. Recuerda, el Sombrerero Loco organizaba una merienda cada día. Eso te está diciendo que tu vida con Chase será una fiesta diaria.


—¡Ah! ¡Claro!


—Y, Sabina, cuando el día de tu boda estés en la suite de la novia, delante del espejo, te estarás viendo a ti misma con el corazón joven, aventurero y feliz de Alicia.


¡Qué buena soy!, pensó Paula mientras la Novia Loca suspiraba.


—Tienes razón, tienes razón. Tienes toda la razón. Estoy muy contenta de haberte llamado. Sabía que tú lo entenderías.


—Para eso estamos aquí. Será una boda preciosa, Sabina. Tu día perfecto.


Tras colgar, Paula siguió acostada un rato, pero cuando cerró los ojos, la merienda del Sombrerero Loco (en versión Disney) se proyectó en su mente de manera obsesiva.


Resignada, se levantó y se dirigió a las cristaleras que daban a la terraza del dormitorio que había pertenecido a sus padres. Las abrió para que entrara el aire de la mañana y aspiró profundamente el alba mientras el sol empezaba a asomar por él horizonte.


Las últimas estrellas parpadeaban en un mundo de una quietud perfecta, maravillosa... como una exhalación contenida.


Para Paula, la parte positiva de tratar con novias locas y personajes de ese tipo era poder despertarse justo antes del alba, cuando parecía que nada ni nadie salvo ella se movía, cuando nada ni nadie excepto ella era dueño del momento en que la noche pasaba el testigo al día y la luz plata refulgía perlada y, al soltar esa exhalación, centelleaba con un dorado pálido, reluciente.


Dejó las cristaleras abiertas y regresó al dormitorio. Cogió una goma de la caja de plata repujada que había en su tocador y se recogió el pelo en una coleta. Cambió el camisón por unos pantalones pirata para hacer yoga y una camiseta de tirantes a juego, y eligió un par de zapatillas deportivas de la sección de ropa informal de su armario, organizado con absoluta eficiencia.


Se colgó el BlackBerry en la cinturilla, se colocó los auriculares y salió de su dormitorio para ir a su gimnasio particular.


Encendió las luces, buscó las noticias en la pantalla plana y se dispuso a escucharlas a medias mientras dedicaba un rato a hacer estiramientos.


Programó la bicicleta elíptica para hacer sus cinco kilómetros acostumbrados.


Y cuando ya llevaba uno, sonrió.


Le encantaba su trabajo. Le encantaban las novias locas, las novias sentimentales, las novias puntillosas, incluso las novias monstruosas.


Le encantaban los detalles y las exigencias, las esperanzas y los sueños, la manifestación constante de amor y compromiso que ella ayudaba a personalizar para cada pareja.


Nadie, decidió, lo hacía mejor que Votos.


Lo que Maca, Emma, Laura y ella se habían propuesto una tarde de finales de verano ahora era todo lo que habían imaginado y más.


Y ahora, pensó con una sonrisa franca, estaban planificando las bodas de Maca en diciembre, de Emma en abril y de Laura en junio.


Sus amigas eran ahora las novias, y ella se moría de ganas de entrar en pormenores.


Maca y Sebastian, algo tradicional con unos toques artísticos. Emma y Jeronimo, amor, amor, amor. Laura y Dani (¡vaya, su hermano se casaba con su mejor amiga!), un estilo elegante pero funcional.


Uy, tenía muchas ideas.


Había alcanzado los tres kilómetros cuando apareció Laura.


—Lucecitas de colores. Kilómetros y kilómetros de pequeñas lucecitas blancas como un río, por todo el jardín, en los sauces, en las arcadas, en la pérgola.


Laura parpadeó mientras bostezaba.


—¿Eh?


—Tu boda. Romántica, elegante, abundancia sin pretensiones.


—Ah. —Laura, con su mata de pelo rubio recogida con un pasador, subió a la máquina que había junto a la de Paula—. Todavía estoy acostumbrándome a estar prometida.


—Conozco tus gustos. He pensado en unos planteamientos generales.


—Cómo no... —dijo Laura, aunque sonrió—. ¿Por dónde vas? —Estiró el cuello para ver qué marcaba la máquina de Paula—. ¡Mierda! ¿Quién y cuándo ha llamado?


—La Novia Loca. Un poco avergonzada porque eran las cinco y media. Ha tenido un sueño.


—Si me dices que ha soñado con un nuevo diseño para el pastel, voy a...


—No te preocupes. Lo he arreglado.


—¿Cómo iba a dudar de ti? —Laura se tomó con calma el calentamiento y después aceleró—. Dani va a poner la casa en venta.


—¿Qué? ¿Cuándo?


—Bueno, después de que hable contigo del tema, pero como estoy aquí y tu también estás aquí, soy yo la primera en decírtelo. Anoche lo hablamos. Regresará de Chicago esta noche, por cierto. Así que... se mudará aquí, si a ti te parece bien.


—En primer lugar, es su casa tanto como la mía. En segundo lugar, te quedas. —Paula tenía los ojos como ascuas, resplandecientes—. Te quedas —repitió Paula—. No quería presionaros, y sé que Dani tiene una casa sensacional, pero... Ay, Laura, yo no quería que te marcharas. Y ahora no te marcharás.


—Le quiero tanto que podría convertirme en la próxima Novia Loca, pero yo tampoco quería marcharme. Mis habitaciones nos bastan y nos sobran, porque prácticamente son como una casa. Y él ama este lugar tanto como tu, tanto como todas nosotras.


—Dani vuelve a casa —murmuró Paula.


Su familia, pensó, todos aquellos a los que quería y amaba, pronto estarían juntos. Y eso, sin lugar a dudas, era lo que constituía un hogar.


A las ocho cincuenta y nueve Paula ya iba vestida con un traje chaqueta entallado del color de las berenjenas maduras y una camisa blanca y almidonada con unos discretos volantes. Pasó exactamente cincuenta y cinco minutos contestando correos electrónicos y llamadas de teléfono, actualizando los archivos de sus clientes, revisando y confirmando las entregas de las empresas subcontratadas para los próximos actos.


Cuando dieron las diez bajó del despacho que tenía en el tercer piso y fue a recibir a la primera visita del día.


Ya se había documentado sobre el cliente potencial. La novia, Deeanne Hagar, era una artista local cuya obra de corte fantástico se editaba en carteles y postales. El novio, Wyatt Culpepper, era paisajista. Ambos de rancio abolengo (familias vinculadas con la banca y los negocios inmobiliarios, respectivamente), y ambos también hijos menores de padres divorciados por segunda vez.


Con una mínima búsqueda se había enterado de que los recién prometidos se conocieron en un festival alternativo, compartían la misma afición por la música «bluegrass» y les encantaba viajar.


Había obtenido otros datos muy valiosos en páginas web, en Facebook, en varias entrevistas de revistas y periódicos y por amigos de amigos de otros amigos, y había decidido ya el enfoque general de la primera visita, en la que los novios irían acompañados de las madres de ambos.


Fue pasando revista con rapidez a las distintas zonas de la planta baja y quedó satisfecha con los románticos centros florales de Emma.


Se asomó a la cocina y, como esperaba, vio a la señora Grady dando los últimos toques a una bandeja con el café y el té helado que Paula había pedido y a otra de fruta, presentada con las galletas de mantequilla de Laura, finas como el papel.


—Está perfecto, señora Grady.


—Todo listo para cuando vosotras lo estéis.


—Adelante pues, y sirvámoslo en el salón principal. Si quieren empezar por la visita guiada, podríamos trasladarlo afuera. Se está muy bien al aire libre.


Paula entró con la intención de ayudar, pero la señora Grady la despachó con un gesto.


—Ahora caigo. Acabo de darme cuenta de que conozco a la primera madrastra de la novia.


—¿De verdad?


—No duró mucho, ¿eh? —Con una gran rapidez de movimientos, la señora Grady puso las bandejas en el carrito del té—. No llegó a celebrar su segundo aniversario de boda, si no recuerdo mal. Una mujer guapa, y muy dulce. Con menos luces que una bombilla de veinte vatios, pero de buen corazón. —La señora Grady se limpió los dedos con la falda del delantal—. Vol-vió a casarse, con un español, y se mudó a Barcelona.


—No sé por qué paso el rato conectada a internet cuando podría conectarme a usted.


—Si lo hubieras hecho, te habría dicho que la madre de Maca tuvo una aventura con el padre de la novia, entre su segunda y tercera esposas.


—¿Lourdes? No me sorprende.


—Bueno, demos gracias de que la cosa no fuera a más. Me gustan las fotos de la chica —añadió mientras llevaban el carrito al salón.


—¿Las ha visto?


La señora Grady le guiñó el ojo.


—No eres la única que sabe usar internet. Ha sonado el timbre. Vamos. Pesca a otro cliente más para nosotras.


—Ese es el plan.


El primer pensamiento de Paula fue que con esa melena entre rojiza y dorada que le llegaba hasta la cintura y unos ojos verdes y almendrados, la novia parecía la versión hollywoodiense de una pintora especializada en el género fantástico. El segundo fue que Deeanne sería una novia preciosa y, como colofón, que tenía unas ganas inmensas de involucrarse en todo aquello.


—Buenos días. Bienvenidos a Votos. Me llamo Paula.


—Chaves, ¿verdad? —Wyatt le tendió la mano—. Déjame que te diga que no sé quiénes diseñaron vuestro jardín, pero te aseguro que son unos genios. Ojalá hubiera sido yo.


—Muchas gracias. Por favor, entren.


—Mi madre, Patricia Ferrell. La madre de Deeanne, Karen Bliss.


—Encantada de conocerlos. —Paula evaluó la situación de inmediato. Wyatt había tomado el control sin problema, y las tres mujeres le habían dejado—. ¿Por qué no nos sentamos un rato en la sala de estar para cambiar impresiones?


Sin embargo, Deeanne ya estaba paseando por el espacioso vestíbulo, observando la elegante escalera.


—Pensaba que sería recargado. Pensaba que lo notaría recargado. —Giró en redondo, y su bonita falda veraniega mostró su vuelo—. He consultado vuestra página web. Todo era perfecto, hermoso. Y he pensado, no, demasiado perfecto. Todavía no estoy convencida de que no sea demasiado perfecto, pero no es recargado. En absoluto.


—Lo que mi hija podría haber dicho sin emplear tantas palabras, señorita Chaves, es que tiene usted una casa preciosa.


—Paula —contestó ella—, y gracias, señora Bliss. ¿Café? —les ofreció—. ¿O té helado?


—¿Podríamos echar un vistazo primero? —le preguntó Deeanne—. Sobre todo por fuera, porque Wyatt y yo queremos una boda al aire libre.


—¿Por qué no empezamos por fuera y luego regresamos dando la vuelta? Habíais pensado en el próximo septiembre, ¿no? —prosiguió Paula dirigiéndose a las puertas que daban a la terraza lateral.


—Dentro de un año. Por eso queremos empezar a mirar ahora, para poder ver cuál será la combinación del paisaje, los jardines, la luz.


—Utilizamos varias zonas para celebrar las bodas al aire libre. La más popular, sobre todo para los actos de mayor capacidad, es la terraza y la pérgola del lado oeste, pero...


—¿Pero...? —repitió Wyatt mientras caminaban junto a la casa.


—Cuando os he visto a los dos me ha venido a la mente algo distinto. Algo que hacemos de vez en cuando. El estanque—dijo Paula mientras torcían hacia la parte trasera de la casa—. Los sauces llorones, el prado en pendiente. Veo un cenador cubierto de flores y alfombras blancas fluyendo como un río entre hileras de sillas, blancas también, con flores trenzadas. Y todo eso reflejado en las aguas del estanque. Centros de flores por todas partes, pero nada formal, más bien arreglos naturales. Flores de jardín, pero en cantidades desorbitadas. Nuestra diseñadora de arreglos florales, mi socia Emma, es una artista.


Los ojos de Deeanne centellearon.


—Me encantó lo que sale en la página web de su trabajo.


—Podéis hablar con ella directamente si decidís celebrar vuestra boda con nosotras, o aunque solo lo estéis considerando. También veo lucecitas, velas parpadeando. Todo natural, orgánico... pero suntuoso, resplandeciente. Llevarás algo vaporoso —dijo a Deeanne—, algo digno del reino de las hadas, con el pelo suelto. Sin velo, solo con flores en el pelo.


—Sí. ¡Qué buena eres!


—A eso nos dedicamos. A diseñar vuestro día para que refleje lo que deseáis, lo que sois, individualmente y el uno para el otro. No os inclináis por lo formal, sino por lo delicado y soñador. Ni moderno, ni anticuado. Queréis ser vosotros mismos y queréis un trío que toque música «bluegrass» mientras avanzáis por el pasillo central.


—Never Ending Love —dijo Wyatt con una sonrisa—. Ya lo hemos elegido. ¿Trabajará la encargada de los arreglos florales con nosotros, no solo en el paisajismo para la boda, sino también en los ramos y en lo que haga falta?


—Os acompañará en todos y cada uno de los pasos. Se trata exclusivamente de vosotros, de crear vuestro día perfecto... incluso demasiado perfecto —dijo Paula sonriendo a Deeanne.


—Me encanta el estanque —murmuró Deeanne mientras estaban en la terraza contemplando las vistas—. Me encanta la imagen que acabas de crear en mi imaginación.


—Porque esa imagen eres tú, cariño. —Karen Bliss tomó de la mano a su hija—. Eres tú totalmente.


—¿Y bailar en el césped? —La madre de Wyatt miró hacia el estanque—. Yo también he visitado vuestra página web, y sé que tenéis un salón de baile maravilloso. Pero quizá podrían bailar aquí fuera.


—Por supuesto. En cualquiera de los dos sitios, o en los dos, como prefieran. Si estáis interesados podemos organizar una reunión general, con mis socias, para hablar de estos temas y entrar en detalles.


—¿Qué te parece si vemos el resto? —Wyatt se inclinó hacia Deeanne para besarle en la sien.



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