lunes, 13 de marzo de 2017

CAPITULO 15 (TERCER HISTORIA)




A la mañana siguiente Paula eligió nadar en lugar de hacer ejercicio en el gimnasio de casa. La excusa fue que le apetecía un cambio, aunque se daba perfecta cuenta de que en el fondo quería evitar a Carla hasta decidir qué iba a contarle, si es que le contaba algo.


Quizá mejor dejarlo correr, se dijo trazando un nuevo largo en la piscina. En realidad no había nada que contar. Pedro era muy competitivo, ella le había dado un beso y él se lo había devuelto. Multiplicado por dos. Era su estilo. Un modo como otro cualquiera de ponerla en su lugar. 


Típico de él.


¿Y aquella sonrisa? Dio de nuevo media vuelta al llegar al extremo de la piscina. ¿Aquella sonrisa estúpida, petulante y superior? Muy propia de él, por cierto. Menudo imbécil… Era ridículo pensar que sentía algo por él. Perdió la cabeza durante un minuto, o quizá una década. Pero ¿qué más daba cuánto tiempo, alguien lo estaba contando? Volvía a ser ella misma. Bien. Normalidad absoluta.


Cuando tocó de nuevo el borde de la piscina, cerró los ojos y se hundió. Tras haber nadado unos largos matadores la sensación de ingravidez era perfecta. Sencillamente sumergirse, dejarse caer al fondo… dejarse llevar, pensó, como hacía en su vida personal. Y no ocurría nada, estaba bien, sí. No tenía por qué modelar, organizar y estructurar cada faceta de su vida


Estaba bien, era correcto sentirse libre para hacer lo que le apeteciera cuando terminaba la jornada laboral o, como entonces, antes de que empezara. No tenía que darle explicaciones a nadie. No era necesario que todo encajase a la perfección. Ni siquiera lo deseaba. Pedro, o el asunto de Pedro, tan solo era un bache en el camino, y ya estaba allanado. Mejor.


Se pasó las manos por el pelo para escurrir el agua, y cuando iba a alcanzar la escalerilla se le escapó un grito. 


Carla estaba frente a ella tendiéndole una toalla.


—¡Por Dios, qué susto! No te había visto.


—El susto nos lo hemos dado las dos. Por un momento he pensado que tendría que lanzarme al agua para sacarte.


Paula tomó la toalla.


—Me he dejado caer al fondo. Me he dejado llevar. Un cambio de ritmo después de ir a toda máquina los últimos días. No nos dejamos llevar lo suficiente, si quieres que te dé mi opinión.


—Muy bien, lo anotaré en la lista.


Paula soltó una carcajada y se envolvió la toalla en la cintura.


—Seguro que sí. Vas vestida. ¿Qué hora es?


—Las ocho más o menos. Me parece que te has dejado llevar mucho rato.


—Creo que sí. Fue una noche dura.


—Sí, es cierto. ¿Viste a Pedro?


—¿Por qué? Sí, lo vi, pero ¿por qué lo preguntas?


—Porque estuvo en casa, y tú desapareciste durante un buen rato.


—No desaparecí sin pedir permiso, mi capitán. Solo quería descansar un momento.


—Y cambiarte de blusa.


Paula sintió un amago de culpabilidad.


—Me cayó agua por encima. ¿Qué te pasa?


—Siento curiosidad. —Carla le tendió un sobre—. Esto estaba en la encimera de la cocina. La señora Grady me lo ha dado para ti.


—¿Por qué no ha esperado a que yo…? ¡Oh! —Paula reconoció la letra de Pedro.


—¿No quieres saber lo que pone? Porque yo sí. —Carla le cortó el paso esbozando una sonrisa de oreja a oreja—. Lo más educado por mi parte sería meterme en casa y dejar que leyeras la nota a solas, pero me falta madurez para eso.


—No pasa nada, de verdad. —Sintiéndose un poco idiota, Paula abrió el sobre.


Si piensas que esto ha terminado, te equivocas. Me he quedado con tus zapatos como prenda. Ponte en contacto conmigo dentro de cuarenta y ocho horas como máximo u olvídate de los Prada.


Paula soltó una carcajada que remató con un taco. Carla se asomó por encima de su hombro para leer.


—¿Tiene tus zapatos?


—Eso parece. ¿Qué voy a hacer? —preguntó Paula jugueteando con la nota—. Dejarme llevar. Decido que me dejo llevar, y ahora a él le apetece jugar. Acababa de comprarme esos zapatos.


—¿Qué ha pasado para que ahora los tenga él?


—No pienses cosas raras. Me los quité y me olvidé de ponérmelos al marcharme… No pasó nada. Fue ojo por ojo y diente por diente.


Carla asintió.


—¿Hablamos de tu ojo o de su diente…?


—No líes las cosas, malpensada. Le pedí disculpas por haberle saltado encima, pero no le bastó con eso y empezó a mirarme de arriba abajo. Estábamos junto a la
nevera y una cosa llevó a la otra. Es difícil explicarlo.


—Ya lo veo.


—Se ha pasado de listo. Por mí, puede quedarse con los malditos zapatos.


—¿Ah, sí? —Carla sonrió con la mirada tranquila—. A mí me parece, y creo que a Pedro también se lo parece, que tienes miedo de enfrentarte a la situación, a él o a las dos cosas a la vez.


—No tengo miedo, y no adoptes ese tono conmigo. —Paula agarró la toalla y se frotó el pelo con furia—. Lo que ocurre es que no tengo ganas de remover más este asunto.


—Porque cuesta dejarse llevar cuando todo está revuelto.


—Sí. En fin, tengo otros pares de zapatos, mejores aún. No le daré la satisfacción de entrar en su estúpido juego.


Carla volvió a sonreír.


—Los chicos son tan tontos…


Paula puso los ojos en blanco.


—Pero es tu hermano —musitó, y dándose la vuelta se fue a la casa.


—Sí. —Carla calculó cuánto tardaría su mejor amiga en rendirse—. Más de veinticuatro horas y menos de cuarenta y ocho.


De repente sonó la BlackBerry que llevaba en el bolsillo. Miró el número y echó a andar por el césped.
—Buenos días, Sybil. ¿En qué puedo ayudarte?





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