lunes, 13 de marzo de 2017

CAPITULO 13 (TERCER HISTORIA)






Crecer en un hogar dominado por las mujeres le había dado muchas tablas a Pedro. Una de las normas que había aprendido, y que encajaba perfectamente con la situación, dictaba que cuando un hombre no entendía lo que estaba sucediendo, y su desconocimiento podía darle algún que otro disgusto, lo mejor era poner tierra de por medio.


Sabía asimismo que esa misma regla se aplicaba a las relaciones entre hombres y mujeres, y eso le venía como anillo al dedo dadas las circunstancias.


Se había mantenido alejado de Paula, y aunque la distancia no le hubiera aclarado las ideas, tenía la esperanza de que al menos ella se hubiera replanteado las cosas.


No le importaba pelearse de vez en cuando. En parte porque eso le estimulaba, y en parte también porque despejaba el ambiente enrarecido. Sin embargo, le gustaba conocer las normas del combate, y en esa ocasión, las ignoraba por completo.


Estaba acostumbrado a su mal carácter y a sus golpes de genio. Los ataques de Paula contra él no eran ninguna novedad.


Pero ¿besarlo como una posesa? Eso sí había sido una novedad. No se quitaba ese beso de la cabeza. Le había dado muchas vueltas, pero no había llegado a ninguna conclusión.


Lo que le molestaba.


Las conclusiones, las soluciones, las alternativas y los compromisos… eran su especialidad, pero ante un rompecabezas tan personalizado, no conseguía encontrar las piezas fundamentales.


Aun así, no podía alejarse para siempre. Le gustaba ir a visitarlas cuando tenía tiempo, y además tenía que tratar con Carla sobre los diversos aspectos legales de la empresa.


Decidió que con una semana bastaría para darse tiempo y apaciguar los ánimos. Luego tendrían que arreglarlo entre ellos. De alguna manera. Lo conseguirían, por supuesto; tampoco era algo tan grave. Para nada, se dijo mientras giraba para tomar el largo camino de entrada de la finca. Tan solo se habían peleado… y habían introducido un elemento nuevo. Ella había intentado demostrarle algo, y al menos en un punto él había tomado nota. Solía pensar en Paula, en todas ellas, como su responsabilidad, y aquello la enfurecía.


Pues si le molestaba, que se aguantase, vaya si eran responsabilidad de él. Era el hermano de Carla y el abogado de las cuatro; y por una serie de circunstancias que escapaban a su control, y que nadie podía cambiar, era el cabeza de familia.


Sin embargo, intentaría ser más sutil a la hora de ejercer su responsabilidad.


Tampoco podía decirse que cada dos por tres anduviera fisgando en su negocio.


De todos modos… De todos modos, se dijo, intentaría marcar cierta distancia. Era indiscutible que Paula había logrado dejar claro su punto de vista. No era hermana suya, pero eso no significaba que no fuera un miembro de su familia, y él tenía todo el derecho de…


«Basta», se ordenó. No arreglaría nada si se acercaba a ella con el aire de quien está dispuesto a estropear las cosas de entrada. Mejor sería analizar el terreno y dejar que tomara ella la iniciativa.


Así podría reconducir a Paula hacia el lugar que le correspondía. «Sutileza», se recordó.


¿De dónde diablos habían salido todos esos coches?, se preguntó. Era martes por la noche y no recordaba que hubiera ninguna celebración programada en Votos. Se acercó al estudio de Maca para aparcar, salió del coche y frunció el ceño al ver la casa. Estaban celebrando una fiesta. 


Vio los arreglos manuales de Emma expuestos con prodigalidad en el pórtico de la entrada y oyó, aun desde lejos, los sonidos y las voces típicas de las fiestas.


Durante unos instantes Pedro se quedó inmóvil contemplando la escena. Las luces resplandecían a través de las ventanas convirtiendo la casa en un lugar de celebración y acogida. Se respiraba hospitalidad, con un toque de elegancia. Como siempre. A sus padres les encantaba actuar de anfitriones en pequeñas reuniones íntimas, y también dando grandes y espectaculares fiestas. 


Supuso que Carla había heredado el testigo con toda naturalidad. Sin embargo, en momentos como ese en que llegaba a casa inesperadamente (porque esa seguía siendo su casa), solía sentir una leve punzada, un dolor agudo que le recordaba su pérdida, la de él y la de las chicas.


Siguió el trazado del sendero hasta la mansión y, al llegar, eligió la entrada lateral que daba a la cocina.


Había esperado encontrar a la señora Grady atareada en los fogones, pero vio la cocina vacía e iluminada por el reflejo de una sola lámpara. Se acercó a la ventana y se puso a observar a los invitados que se habían reunido en la terraza y que paseaban por el jardín.


Parecían relajados, sintiéndose como en casa, impresionados, decidió Pedro. Imprimir aquellas cualidades en una celebración era otra de las habilidades de Carla, o de la combinación de las habilidades del Cuarteto.


Reconoció a Emma y a algunos miembros del catering. 


Trasladaban manteles y flores de un lado a otro. Supuso que iban a hacer unos arreglos de última hora y se quedó contemplándolos mientras vestían una mesa. Trabajaban con rapidez y eficacia, y entretanto Emma iba charlando con los invitados. Sonrisas, calidez… ese era el sello de Emma.


Nadie sospecharía que su mente estaba organizando ya el siguiente punto del programa.


Emma y Jeronimo. Eso sí que había sido un arreglo de última hora que le había costado asimilar. Su mejor amigo y una de sus chicas. Mientras pensaba en ello, vio a Jeronimo con una caja de velitas circulares. Arrimando el hombro, pensó Pedro, como lo arrimaban todos de vez en cuando. 


Aunque en ese momento era distinto. Era la primera vez que contemplaba a Emma y a Jeronimo juntos, sin que ellos se dieran cuenta.


La mirada que intercambiaron ambos era distinta, sin duda. 


Jeronimo le acarició el brazo con naturalidad e intimidad, como hacen los hombres cuando necesitan tocar lo que aman.


Comprendió que lo que había entre los dos era bonito, y que al final terminaría por acostumbrarse.


Mientras tanto se encontraba en la mansión, y se estaba celebrando una fiesta. Iría al salón de baile a arrimar el hombro.



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