jueves, 30 de marzo de 2017
CAPITULO 15 (CUARTA HISTORIA)
Pedro adaptó unos chasis nuevos para el motor a un maravilloso deportivo Roadster T-Bird del 62. A petición del cliente, había reconstruido el motor por entero, y cuando terminara la tarea, los 6.400 centímetros cúbicos rugirían por la carretera como un esbelto felino. Había sustituido las pastillas de los frenos, instalado el circuito del refrigerante y limpiado los tres carburadores Holley de dos bocas.
Según sus cálculos, al cabo de unas horas saldría a la carretera a probar aquella fiera.
—Es una preciosidad.
Pedro asomó la cabeza por debajo del capó y vio a Dani, con su traje de abogado, en el interior del taller.
—Lo es. 62, código M —añadió Pedro—. Fino como una bala. Es uno de los doscientos que se vendieron en la época.
—¿De verdad?
—La niña bonita costó una pasta. El cliente la compró en una subasta y la llevó a restaurar. Exterior rojo Rangún, dos tonos de rojo y blanco por dentro. Habitáculo blanco, ruedas radiales. Después de restaurar la carrocería y el interior tuvo la intuición de que la razón de sus problemas por carretera podría ser los ciento ochenta mil kilómetros del motor original.
—Y ahí es donde entras tú.
—Somos mecánicos. Míralo tú mismo.
—Sí, siempre y cuando no me pidas que comprenda lo que estoy mirando, ni que entienda lo que estás diciendo.
—Esta preciosidad tiene el chasis revestido en cromo.
Dani se asomó al interior, vio un motor enorme, negro por todas partes, algún retazo de cromo resplandeciente y la palabra Thunderbird grabada en diversos lugares. Por deformación profesional, asintió.
—¿De qué será capaz?
—¿Después de que haya terminado? De hacer todo lo que quieras, salvo de darte el beso de buenas noches. —Pedro se sacó un pañuelo de colores del bolsillo trasero y se limpió las manos—. ¿Te ha dado problemas el Mercedes?
—No. Tenía un desayuno de trabajo en la ciudad y se me ha ocurrido venir a dejarte los documentos que me pediste que redactara. Tengo unos diez minutos todavía si quieres mirarlos ahora. O bien puedo dejarlos en tu despacho para que los leas en cuanto puedas y me llames si se te ocurre alguna pregunta.
—Tengo las manos ocupadas, o sea que los leeré más tarde. Siempre y cuando no me pidas que comprenda lo que estoy mirando, o que entienda lo que estás diciendo.
—Te aclaro cualquier duda cuando quieras. —Con el ceño fruncido y atento, Dani volvió a mirar bajo el capó—. Quizá un día de estos serás tú quien me aclare dudas sobre los motores.
El despacho de Pedro consistía en un cubículo habilitado junto al taller y equipado con una mesa de metal, un par de archivadores y una silla giratoria. Dani entró, sacó los documentos de su maletín y los dejó encima de la bandeja de papeles pendientes.
Pedro volvió a meterse el trapo en el bolsillo.
—Nos convendría tomarnos esos diez minutos para hablar de un asunto personal.
—Claro. ¿Qué pasa?
—Anoche salí con Paula.
Tras asimilarlo despacio, Dani sacudió la cabeza.
—¿La convenciste para que volviera a subir en moto? ¿Tenías una pistola?
—Hicimos un trato. Daríamos una vuelta, cenaríamos algo, y cuando la llevara de vuelta a casa, si no se había divertido, abandonaría.
—O sea que tú... —En esta ocasión lo asimiló más rápido—. ¿Abandonarías qué?
—A ella y lo que hay entre los dos.
—¿Qué hay entre los dos?
Eso lo tienen en común, pensó Pedro, la gelidez instantánea de los Chaves.
—¿De verdad quieres que entre en detalles?
—¿Cuándo empezó lo que hay entre los dos?
—¿Para mí? Unos dos minutos después de que me ofreciera su boca y desde entonces la cosa ha ido subiendo enteros. ¿Para ella? Eres tú quien tendría que preguntárselo. Paula se divirtió, y yo no voy a abandonar, por eso quiero ser franco contigo.
—¿Hasta dónde ha llegado lo que hay entre vosotros?
Pedro hizo una pausa.
—Escucha, Daniel, sé cómo reaccionas con todo lo que tiene que ver con Paula, con todas las chicas, de hecho. Si la historia fuera al revés, probablemente yo reaccionaría igual, o sea que lo comprendo. Pero no voy a seguirte la corriente, con Paula no. Si quieres preguntárselo, eso es algo que queda entre vosotros dos. Pero te diré una cosa, si piensas que voy detrás de un polvo, te diré, entre tú y yo, que no nos conocemos tanto como creíamos.
—Es mi hermana, maldita sea.
—Si no lo fuera no estaríamos teniendo esta conversación. También es una mujer hermosa, lista e interesante. Y no es fácil de manejar, por nadie. Cuando se dé la circunstancia, si es que se da, de que quiera sacárseme de encima, lo hará.
—¿Y si lo hace?
—Lo sentiré mucho, porque, como este coche, Paula es un raro ejemplar. Elegante, potente y absolutamente maravillosa. Vale la pena apechugar con todos los problemas y dedicarle todo el tiempo que haga falta.
Echando chispas de la rabia, Dani se metió bruscamente la mano en el bolsillo.
—No sé qué es lo que debo decir.
—No puedo aconsejarte —dijo Pedro encogiéndose de hombros—. Por cierto, págale a ella mis cien dólares. Después de cerrar el trato, pensé que tendría que ser franco con ella y le conté lo de la apuesta por si decidía enfadarse y despacharme.
—Fantástico. Perfecto.
—No se enfadó. Solo quiso una tajada de la apuesta. ¿Quién no iría detrás de una mujer que piensa así? En fin, me parece justo que pagues su parte. Yo cobraré de Jeronimo los tros dos lo arregláis con Sebastian.
—Todavía no sé si estamos en paz. Tengo que darle vueltas al asunto. Pero sí sé una cosa: si la jodes con mi hermana, si le haces daño, te muelo a palos.
—Entendido. ¿Qué te parece esto? Si la jodo con tu hermana, si le hago daño, dejaré que lo hagas.
—Hijo de puta. Léete los malditos documentos. —Sin más preámbulos, Daniel se marchó con paso decidido.
Podría haber sido peor, pensó Pedro. Daniel habría podido darle un puñetazo en la cara como había hecho con Jeronimo por Emma. En fin, supuso que en esas cosas tanto Dani como él eran iguales.
Se encogió de hombros y volvió a dedicarse al motor, a algo que sabía, positivamente, arreglar.
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