lunes, 20 de febrero de 2017

CAPITULO 9 (SEGUNDA HISTORIA)




El sábado, a las dos y cuarto, Paula había formado a la tropa para que transformara los salones y convirtieran una alegre boda por la mañana de tema caribeño en el festejo al que ella secretamente llamaba Explosión Parisina.


—Todo marcha como la seda —dijo Paula, que ya se había calzado sus zapatillas deportivas—. La novia quiere quedarse con los cestos, los jarrones y los centros que
hayan sobrado. Habrá que ayudarles a cargar lo que no hayan regalado a los invitados. Beach y Tiffany, quitad las guirnaldas y las coronas, las de dentro y las de fuera. Empezad por el pórtico y luego seguid dentro. Tink, tú y yo empezaremos a decorar el salón principal. Cuando el pórtico esté preparado para colocar los nuevos arreglos, avisadme.
Las suites de la novia y del novio ya están listas. Esperamos que la novia llegue a las tres y media para las sesiones de peluquería, maquillaje, vestido y fotos, que se harán en su
suite. Necesitamos que la entrada, el vestíbulo y la escalera estén terminados antes de las tres y veinte, y el salón principal antes de las cuatro. Las terrazas, la pérgola y los patios a las cuatro cuarenta y cinco, y el salón de baile antes de las cinco cuarenta y cinco. Si necesitáis ayuda, venid a buscarme, a mí o a Carla. Pongámonos manos a la obra. 


Con Tink a su lado, Paula salió disparada como una flecha. Sabía que Tink era de fiar cuando quería, y eso equivalía a un setenta y cinco por ciento de las veces. A cambio, Paula únicamente debía enseñarle o explicarle las cosas una sola vez. Tink era una florista de talento... cuando quería. 


Además, en su opinión, tenía tanta fuerza que casi daba
miedo.


Tink, diminuta y fibrosa, con su pelo azabache y cortado a lo bruto ahora lleno de mechas de color rosa en honor a la primavera, se abalanzó sobre los adornos de la repisa de
la chimenea como un torbellino.


Descolgaron, embalaron, arrastraron, recogieron y se llevaron las velas naranja mango y blanco surf, las guirnaldas de buganvilias y los maceteros de helechos y
palmeras.


Tink mascaba su sempiterno chicle.


Frunció la nariz y el aro que llevaba en ella centelleó.


—Si alguien quiere palmeras y todo este rollo, ¿por qué no se va a la playa?


—Si se hubieran ido a la playa, no nos habrían pagado para recrear una.


—También es cierto.


Paula abandonó el salón al recibir la señal y se dirigió al pórtico. Enroscó, drapeó y colgó kilómetros de tul blanco y esparció toneladas de rosas blancas hasta crear una
entrada magnífica para la novia y sus invitados. Los coloridos maceteros con hibiscos y orquídeas dieron paso a unas enormes urnas blancas con millones de lilas.


—Los novios número uno y todos sus invitados ya han salido —le dijo Carla. Llevaba un traje gris muy sencillo, la
BlackBerry en una mano, el busca enganchado en el bolsillo y el pinganillo colgando—. Caray, Paula, esto es espectacular.


—Sí, lo será. La novia Monstruosa rechazó las lilas. Unas flores demasiado sencillas para ella. Pero encontré una
fotografía que la convenció. —Dio un paso atrás y asintió—. Sí, vale. Perfecto.


—Llegará dentro de veinte minutos.


—Lo conseguiremos.


Paula entró corriendo en la casa. Tink y Tiffany estaban trabajando en la escalera. Más tul y rosas blancas, combinadas estas con farolillos, y largas guirnaldas de rosas colgando cada veinte centímetros. Perfecto.


—Veamos, Beach, la entrada y los arreglos de la mesa de los regalos. Podemos cargar también con la primera de las piezas del salón principal.


—Puedo enviarte a Sebastian —dijo Carla marcando en su busca—. Le he dicho que fuera al salón de baile a echarnos una mano, pero puedo pasártelo.


—Es práctico que Maca se haya colgado de un tío corpulento y voluntarioso. Te tomo la palabra.


Con el larguirucho de Sebastian y Beach, su salvavidas, Paula transportó tiestos, jarrones, cestas, hojas, guirnaldas, coronas y velas.


—La NM está aparcando. —La voz de Carla salió por los auriculares de Paula y esta ahogó una risa sarcástica. La novia Monstruosa.


Dio los últimos toques a la repisa de la chimenea, exuberante con velas blancas y plateadas, rosas blancas y lisianthus lavanda, antes de salir zumbando para ocuparse de los arreglos exteriores.


Dispuso nuevas lilas en otras urnas, levantó a pulso unas enormes cestas plateadas con unos lirios de agua color berenjena y blanco nieve, colgó en las sillas que daban al
pasillo central, forradas de blanco, unas esferas de flores de las que escapaban unas cintas plateadas y, al final, se bebió un botellín de agua como si hubiera estado en el desierto.


—¿Solo eres capaz de hacer esto?


Paula, sin dejar de frotarse las doloridas lumbares, se volvió.


Pedro estaba de pie, con las manos metidas en los bolsillos de un fabuloso traje gris y las gafas Oakley puestas para protegerse de la luz del sol.


—Bueno, la novia quería algo sencillo.


Pedro se rió y sacudió la cabeza.


—Es sorprendente, de una sofisticación afrancesada.


—Sí. —Paula le apuntó con el dedo—. Ese era exactamente el plan. ¡Un momento! —El pánico hizo presa en ella como un terrier abalanzándose sobre un hueso—. ¿Qué estás
haciendo aquí? ¿Qué hora es? No es posible que sea tan tarde. Carla habría... —Paula se interrumpió al consultar su reloj—. Oh, gracias a Dios. Has venido muy pronto.


—Sí. Carla le dijo a Dani que como yo iba a venir a la boda, podría llegar antes y echaros una mano. Es decir, que he venido a ayudaros.


—Ven conmigo. ¡Tink, necesito los ramos! Termina lo que estás haciendo, en diez minutos, y empieza en el salón de baile.


—Ya voy.


—Tú puedes ayudarme a cargar. — Paula se puso a hablar por el micrófono que llevaba conectado a los auriculares—. Ahora voy a buscarlos. Ah, métele un tranquilizante en el champán, Carla. No puedo ir más deprisa. Diez minutos. Dile a Maca que la entretenga.


Paula llegó apurada a la camioneta que usaba para los transportes y se acomodó en el asiento del conductor.


—¿Hacéis esto a menudo? —preguntó Pedro—. Me refiero a lo de drogar a la novia.


—Nunca, pero algunas veces nos hemos quedado con las ganas. La verdad es que les haríamos un favor a todos. La de hoy quiere el ramo, y lo quiere ahora mismo. Si no queda
prendada de él, nos lo hará pagar muy caro. Laura se ha pasado por allí hace un rato y me ha dicho que Maca le ha contado que la NM ha hecho llorar a la peluquera y se ha peleado con su DDH. Carla ha suavizado la situación, claro.


—¿Quién es la NM?


—Piensa —lo incitó Paula saliendo disparada de la camioneta y metiéndose en su taller.


Pedro la imitó.


—Novia Mala. Novia Metomentodo. No... la Novia Monstruosa.


—Bingo. —Paula abrió la puerta de la cámara frigorífica—. Necesitamos todo lo que guardo en la derecha. Un ramo en cascada de rosas y doce ramos para las damas. Cuenta
que estén los doce. —La joven tabaleó en una de las cajas—. ¿Sabes qué es esto?


—Un ramo. Extraño y púrpura. Muy guay. Nunca había visto nada igual.


—Es col rizada.


—Anda ya...


—La col rizada es ornamental, y estas son de las variedades púrpura y verde. Los colores de la novia son el púrpura y el
plateado. Hemos trabajado con matices plateados y tonos que van del orquídea pálido al berenjena intenso, que hemos mezclado con toneladas de blanco y verde en los arreglos
florales.


—Joder, son ramos de col. No le habrás dicho lo que son.


—Solo cuando conseguí que se enamorara de estas plantas. A ver, tenemos los ramos, los prendidos, las flores del ojal, las dos cestitas (para las dos niñas que le llevan las flores), las dos coronas de rosas blanco y lavanda y los jarroncitos de mano. Revisado y comprobado, dos veces. Llevémoslo todo a la camioneta.


—¿No te cansas nunca de las flores? —le preguntó Pedro mientras los dos cargaban con las cajas de ramos.


—De ningún modo. ¿Hueles esa lavanda? ¿Y las rosas?


—Es imposible no olerlas en estas circunstancias. Cuando un tío te pide para salir y te trae flores en vuestra primera cita, o en una ocasión especial, supongo que no eres de las que dicen: «Ah, flores. Fantástico».


—Pienso que se ha marcado un detalle. Ay, no hay ni un solo músculo en todo mi cuerpo que no me pida a gritos una copa de vino y un baño caliente. —Paula estiró la espalda mientras Pedro cerraba las portezuelas de la camioneta—. Bueno, vamos a dejar a la novia Monstruosa con la boca abierta. Oh, espera. Tu chaqueta. La que me dejaste. Está
dentro.


— Iré a buscarla luego. Dime, ¿llevará esta novia una rosa más que su amiga?


Paula se quedó en blanco durante unos segundos, y entonces recordó que le había contado la anécdota de los ramos.


—Diez más. Primero me hará una reverencia, y luego la lincharé. Sí, Carla, sí, ya estoy de camino. —Mientras hablaba, sonó el busca—. ¿Qué pasa ahora? ¿Puedes leer la pantalla tú? No alcanzo a verla con las manos en el volante. Llevo el busca prendido a la falda, justo debajo de la chaqueta, a tu lado.


Pedro levantó el dobladillo de la chaqueta y rozó la piel de su cintura al tocar el busca.


Paula ahogó una exclamación y mantuvo la vista al frente.


—Dice: «¡MALNM! Maca».


—¿MALNM? —Los nudillos de Pedro seguían en el mismo sitio, en contacto con su cintura. Eso la distrajo—. Ah... Muerte a la Novia Monstruosa.


—¿Alguna respuesta? ¿Vas a proponerle algún método?


Paula esbozó una sonrisa.


—De momento, no, gracias.


—Bonita chaqueta —dijo él arreglándosela.


Paula detuvo el vehículo delante de la casa.


—Si me ayudas a subir todo esto, no te incordiaré ni le diré nada a Carla cuando te escabullas al salón principal para tomar una cerveza antes de la boda.


—Trato hecho.


Pedro ayudó a Paula a transportar las cajas hasta el vestíbulo. Se detuvo unos instantes y echó un vistazo.


—Has hecho un buen trabajo. Si no se inclina ante ti, es que es mucho más idiota de lo que yo creía.


—Cállate —cuchicheó Paula sofocando una carcajada y poniendo los ojos en blanco —. A estas alturas nunca se sabe si anda cerca alguien de la familia o del cortejo.


—Ya sabe que me resulta insoportable. Se lo dije.


—Oh, Pedro. —Paula, que empezaba a subir la escalera, no pudo evitar reírse—. No hagas ni digas nada que la altere. Piensa en la cólera de Carla antes de hablar. 


Manteniendo en equilibrio la caja que llevaba, Paula abrió la puerta de la suite de la novia.


— Aquí estás... ¡al fin! Paula, por Dios, ¿cómo quieres que me haga los retratos oficiales sin el ramo? ¡Tengo los nervios de punta! Sabías que quería verlo antes para que pudieras hacer cambios si se me antojaba. ¿Sabes qué hora es? ¿Lo sabes?


—Lo siento, pero ahora no te escuchaba. Me he quedado anonadada. Whitney, estás increíblemente espectacular.


Al menos, eso era cierto. Con varios metros de falda, una miríada de perlas y cuentas centelleando en la cola y el cuerpo del vestido y el pelo rubio aclarado con expertos
reflejos, recogido y adornado con una tiara, la novia Monstruosa estaba magnífica.


—Gracias, pero he estado a punto de perder los nervios preocupada por el ramo. Si no es perfecto...


—Creo que es exactamente lo que esperas. —Con sumo tiento, Paula sacó la enorme cascada de rosas blancas de la caja y se dio un aprobado mental al ver aturullada a la novia, aunque no se permitió abandonar el tono profesional—. He jugado con la temperatura para que las rosas solo se abrieran un poco. Y he añadido unos toques de verde y unas cuentas plateadas para que las flores resaltaran. Ya sé que me dijiste que querías que colgaran unas cintas plateadas, pero he creído que restarían importancia a las flores y
a la forma del ramo. Ahora bien, puedo añadirlas en el último minuto si lo prefieres.


—El tono plateado le daría más brillo... pero puede que tengas razón —dijo la novia aceptando el ramo.


La madre de la novia, que andaba cerca, juntó las manos en señal de plegaria y se las llevó a los labios.


Eso siempre era buena señal.


Whitney se volvió, estudió su imagen en el espejo de cuerpo entero. Y sonrió. Paula se acercó a ella y le cuchicheó algo al oído. La sonrisa de la novia se hizo más franca.


—Puedes contarlas luego —le propuso Paula—. Ahora te dejo en manos de Maca.


—Probemos entre estas dos ventanas, Whitney. La luz es maravillosa. —Maca levantó el pulgar hacia Paula sin que la novia la viera.


—Veamos, señoras —dijo Paula—. Ahora les toca a ustedes.


La joven repartió los ramos, los prendidos y los jarroncitos de mano. A continuación dejó a la MDN a cargo de las cestas y de las niñas que llevarían las flores, dio un paso atrás y miró a Pedro.


—Uf.


—Ese «puede que tengas razón», viniendo de ella, puede interpretarse como una reverencia.


—Entendido. Con eso, ya me basta. Ve a tomarte esa cerveza. Sebastian ronda por aquí. Corrómpelo.


—Ya lo intento, pero es un hueso duro de roer.


—Voy a por las flores de ojal —dijo Paula dispuesta a marcharse—. Luego tendré que echar un vistazo al salón de baile. — Consultó el reloj—. Nos atenemos a la programación. Habría ido con retraso si no me hubieras ayudado a cargar la camioneta y a transportarlo todo.


—Puedo encargarme yo de las flores de ojal. Así tendré la oportunidad de ver a Justin y hacerle un par de chistes malos sobre grilletes y cadenas.


—Buena idea. Encárgate de eso. — Aprovechando los minutos que ganaba delegando esa gestión, Paula decidió pasar por el salón principal y salir a la terraza.


Satisfecha tras dar los últimos retoques, subió al salón de baile y vio a su equipo enfrascado en la labor. Paula se arremangó y se unió a sus ayudantes.


Sin dejar de trabajar, iba oyendo a Carla, que les informaba de vez en cuando por los auriculares, hasta que comenzó la
cuenta atrás.


«Los invitados van llegando. La mayoría están sentados o en la terraza.»


«La sesión de fotos oficiales ha terminado. Maca va a la siguiente posición.»


«Dentro de dos minutos hay que acompañar a los abuelos. Yo me encargo de que los chicos bajen. Laura, prepárate para el pase.»


—Cambio y corto —respondió Laura con aspereza—. Pau, pastel montado y listo para la decoración de la mesa, cuando quieras.


«Los chicos pasan a Laura», anunció Carla algo después, cuando Paula hubo terminado de arreglar un pedestal de
hortensias. «La MDNO entra acompañada del novio dentro de un minuto. La MDNA en posición. Su acompañante está con ella. Las damas, en fila. Cambio de música cuando dé
la señal.»


Paula regresó a la puerta de entrada, cerró los ojos durante diez segundos y los abrió para captar de golpe la impresión del espacio. Respiró hondo y exhaló.


Explosión Parisina, pensó, pero de estilo exuberante. Los blancos, los plateados, los púrpuras y unos toques de verde a modo de contraste se desbordaban resplandecientes
bajo un cielo perfecto de abril. Vio que el novio y sus acompañantes se instalaban en su sitio, frente a una pérgola colmada de flores.


—Chicas, así se hace. Somos la hostia. Perfecto. Y ahora id a la cocina a por la comida y las bebidas.


Dio una última vuelta por el salón, a solas, mientras Carla les iba indicando a las damas que salieran de una en una. 


Suspiró, se masajeó la espalda y la nuca y se frotó las
manos. Cuando Carla dio la entrada a la NM, decidió ir a cambiarse y a calzarse los tacones.


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