martes, 21 de febrero de 2017

CAPITULO 10 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro no sabía cómo lo lograban, porque lo lograban siempre, de hecho. De vez en cuando le pedían que les echara una mano en una celebración. Cargar y transportar pesos, ocuparse del bar e incluso limpiar las mesas era su manera de arrimar el hombro. Como el pago a sus esfuerzos incluía invariablemente una comida sensacional, bebidas y música, no le importaba.


Sin embargo, seguía sin entender cómo lograban coordinarlo todo.


Carla conseguía con gran habilidad estar en todas partes a la vez, y por eso Pedro imaginaba que en realidad nadie se daba cuenta de que podía estar enseñando al padrino qué debía decir en el brindis e inmediatamente después pasar un paquete de pañuelos de papel a la madre de la novia mientras coordinaba el servicio de mesas en el salón principal como un general dirige sus tropas durante la batalla.


Maca también iba de aquí para allá, con la misma discreción, sacando fotos espontáneas del enlace o de los invitados o haciendo posar a los novios para una foto improvisada.


Laura entraba y salía, siguiendo las indicaciones recibidas por el micrófono conectado a los auriculares que todas ellas
llevaban, o mediante alguna especie de señal secreta, supuso Pedro. Quizá por telepatía. No desdeñaría esa posibilidad.


Y por fin Paula, siempre atenta cuando un invitado derramaba vino sobre el mantel o el cansado y aburrido paje que llevaba los anillos empezaba a meterse con alguna de las niñas encargadas de las flores.


Dudó que alguien se diera cuenta o entendiese que esas cuatro mujeres sostenían literalmente en pie la ceremonia haciendo malabares y pasándose las bolas las unas a las
otras con la gracia y la pericia de unos quarterbacks de primera división.


Tal como imaginaba, nadie conocía la logística y la estricta programación que se ocultaban tras el gesto de conducir a los invitados desde el salón principal al salón de baile. Pedro se quedó con Paula y su equipo, que, junto con Laura, se habían agrupado en torno a la mesa presidencial y recogían los ramos y los jarroncitos de mano.


—¿Necesitáis ayuda? —le preguntó.


—¿Eh? No, gracias, ya estamos. Tink, seis a cada lado y las cestas, al final. Lo dejamos todo unas dos horas y luego lo
desmontamos y lo trasladamos. Beach, Tiff, soplad las velas y dejad encendidas la mitad de las luces de arriba.


—Eso lo puedo hacer yo —propuso Tink al ver que Paula cogía el ramo de la novia.


—Si rozamos ni que sea una sola rosa, la novia tendrá un ataque de nervios. Vale más que me estrangule a mí. En marcha, que empieza el primer baile.


Mientras Paula subía las flores por la escalera trasera, Pedro fue hacia la principal y entró en el salón de baile para ver el primero de los bailes oficiales. Los novios habían elegido lo que él consideraba una demasiado manida y orquestada «I Will Always Love You». En ese salón que olía a flores, los invitados estaban de pie o bien se habían
sentado a unas mesas estratégicamente dispuestas alrededor de la pista.


Las puertas de la terraza estaban abiertas para que los invitados se animaran a salir. Pedro decidió que iría a dar un paseo tan pronto como consiguiera una copa de vino.


Sin embargo, cuando vio que Paula se escabullía de nuevo, cambió de planes. Pidió dos copas de vino y bajó por la escalera trasera.


Paula se había sentado en el segundo peldaño y saltó como activada por un resorte al oír pisadas.


—Ah, solo eres tú —exclamó ella volviendo a sentarse.


—Aunque solo sea yo, te he traído vino.


Paula suspiró y estiró la musculatura del cuello.— En Votos no aprobamos la bebida mientras estamos trabajando, pero... ya me aplicaré el sermón mañana. Pásame esa copa.


Pedro se sentó a su lado y le ofreció el vino.


—¿Qué tal va?


—Eso te lo debería preguntar a ti. Eres un invitado.


—Desde el punto de vista de un invitado, es un éxito rotundo. Todo parece perfecto, sabe perfecto y huele perfecto. La gente se divierte y no tiene ni idea de que este tinglado cumple su horario con tanta eficacia que en Suiza arrancaría lágrimas de admiración a cualquier conductor de tren.


—Eso es exactamente lo que pretendemos. —Paula bebió un sorbo de vino y cerró los ojos—. Ay, qué rico está.


—¿Qué tal se porta la NM?


—No demasiado mal. Cuesta ser una arpía cuando todos te dicen que estás preciosa y que se alegran por ti. Eso sí, se puso a contar las rosas del ramo y se quedó muy contenta. Carla ha capeado un par de crisis potenciales y Maca se ha ganado un gesto de aprobación gracias a las fotos de los novios. Si el pastel y los postres de Laura cuelan, diría que hemos salvado todos los escollos.


—¿Laura ha preparado esas pequeñas crème brûlées?


—Claro que sí.


—Valéis vuestro peso en oro. Las flores han suscitado muchos comentarios.


—¿Ah, sí?


—De hecho, he oído unas cuantas exclamaciones... positivas.


Paula alzó los hombros.


—Entonces todo esto ha valido la pena.


—Ven.


Pedro se sentó un peldaño más arriba, la rodeó con las piernas y le aplicó los dedos en los hombros.


—No tienes que... Qué más da... — Paula se dejó llevar por sus manos—. Sigue.


—Parece que aquí tengas cemento, Pau.


—Resultado de una semana de sesenta horas.— Y tres mil rosas.


—Ah, y contando las demás celebraciones, podríamos doblar esa cantidad. Fácilmente.


Pedro le pasó los pulgares por la base del cráneo y le arrancó un gemido. Con un nudo en el estómago, comprendió que se estaba metiendo en un buen lío.


—Dime... ¿qué tal las bodas de oro?


—Fue precioso, precioso de verdad. Cuatro generaciones. Maca sacó unas fotos maravillosas. Cuando la pareja se marcó el primer baile, todos lloraron. Esa va a quedar como una de mis celebraciones preferidas. — Volvió a suspirar—. Vale más que te detengas. Entre el vino y estas manos mágicas, acabaré echando una cabezada aquí mismo, en los escalones.


—¿No has terminado aún?


—Ni mucho menos. Tengo que ir a buscar el ramo que la novia lanzará y ayudar a servir el pastel. Luego viene la lluvia de pompas de jabón, que esperamos que la hagan fuera. Dentro de una hora empezaremos a desmontar el salón principal y a embalar los centros de mesa y los arreglos florales. —La voz le sonó pastosa y algo soñolienta cuando Pedro le trabajó el cuello—. Mmm... nos llevaremos eso y los regalos. Luego nos ocuparemos de los arreglos exteriores. Mañana tenemos una celebración por la tarde,
por eso también desmontaremos el salón de baile.


Pedro se torturaba masajeándole los bíceps y regresando a sus hombros.


—Deberías relajarte mientras puedas.


—Y tú tendrías que estar arriba disfrutando de la fiesta.


—Estoy bien aquí.


—Yo también, y eso te convierte en una mala influencia, con tu vino y tus masajes en la escalera. Tengo que subir para relevar a Laura como vigilante. —Se volvió y le dio unos golpecitos en la mano antes de levantarse —. Cortarán el pastel dentro de media hora.


Pedro se levantó cuando ella ya empezaba a subir.


—¿Qué clase de pastel?


Paula se detuvo, giró y quedó al mismo nivel que él. Sus ojos, sus profundos y aterciopelados ojos, parecían soñolientos e iban a tono con su voz.


—Laura lo llama Primavera en París. Es de un precioso azul lavanda pálido cubierto de rosas blancas, ramitas de lilas, una cenefa de un suave chocolate con leche y...


—Me refería a lo que lleva dentro.


—Oh, es su genovesa con crema de merengue italiano. No te lo pierdas.


—A lo mejor desbanca a la crème brûlée.


Esa mujer olía como las flores. No supo adivinar cuáles. Era un ramo misterioso y exuberante. Sus ojos eran oscuros, dulces y profundos, y su boca... ¿sabría tan bien como el pastel de Laura?


A la mierda con todo.


—Mira, esto puede que no esté en el guión, por eso te pido disculpas por adelantado.


Pedro la tomó por los hombros y la acercó hacia sí. Esos ojos oscuros, dulces y profundos se abrieron enormemente un instante antes de que sus labios se tocaran.


Paula no dio un respingo ni se rió como quien es objeto de una broma. Al contrario, se le escapó el mismo suspiro que había hecho cuando le estaba masajeando la nuca... solo
que se pareció más a una exhalación.


Las manos de Paula lo asieron por la cadera, y sus lascivos labios se abrieron.


Como su aroma, su sabor era misterioso y muy femenino. 


Oscuro, cálido y sensual.


Cuando Paula deslizó sus manos por la espalda de Pedro, él la besó con fuerza.


Cambió de ángulo, el beso se intensificó y el placer que sintió Paula le arrancó unos quejidos.


A Pedro se le pasó por la cabeza llevársela al piso de arriba, entrar en la primera habitación que encontrara y consumar lo que su instantáneo impulso le dictaba.


En ese momento, el busca que Paula llevaba en la cintura sonó y los dos se sobresaltaron. Ella ahogó un grito.


—Oh, vaya —logró articular después. Con un movimiento brusco desenganchó el busca y se lo quedó mirando—. Carla. Eh... tengo que irme. Tengo que... irme ya.


Se volvió y subió corriendo la escalera.


Pedro, solo de nuevo, bajó los peldaños y apuró en un par de largos sorbos el vino que había olvidado. Decidió que se saltaría la recepción e iría a dar un largo paseo por el jardín.



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