viernes, 10 de febrero de 2017

CAPITULO 34 (PRIMERA HISTORIA)





Mientras Pau se envolvía en la toalla, decidió que Pedro era tan creativo en vertical como en horizontal. Sintiéndose suelta y relajada, sacó del armario un cepillo de dientes nuevo, una maquinilla desechable y un bote de crema de afeitar tamaño viaje.


-Aquí tienes. -Se volvió en el momento en que Pedro se golpeó en el codo al salir de la ducha-. Quiero hacerte una pregunta. ¿Por qué no eres patoso cuando practicas el sexo?


-Supongo que porque me fijo. -Frunciendo el ceño, Pedro se frotó el codo-. Además, verte con la toalla me ha distraído.


-Como vas a afeitarte, bajaré a preparar el café. De este modo no te distraeré para que no te cortes toda la cara. -Pau le dio unos golpecitos en la mejilla, y terminó incrustada en él y distrayéndole. Cuando logró soltarse, le lanzó la toalla por encima-. Quédatela, ya que es un problema. -Agarró el albornoz que colgaba de la puerta y se marchó desnuda.


Cuando desapareció, Pedro cogió la maquinilla y la examino desconfiado antes de mirarse el horrible moretón de la mandíbula.


-Bueno, veamos si podemos hacerlo sin quedarnos con la cara marcada.


En el piso de abajo, Pau canturreaba mientras echaba las medidas de café. En realidad no necesitaba el café para empezar el día despejada, pensó. Pedro ya se había ocupado de eso. Dio un suspiro. Se sentía cuidada, valorada... era como un reto, algo muy excitante.


¿Cuando fue la última vez que un hombre la hizo sentir así? 


A ver... Nunca. Y lo mejor de todo era que estaba contenta.


Abrió la nevera y cogió cuatro huevos. Con eso bastaría. 


Tomó un cuenco, unas varillas para batir y una sartén. 


Quería prepararle el desayuno, tal como sonaba. Tenía ganas de cocinar para él. Deseaba cuidar de él, como él cuidaba de ella. Debía de ser...


Pau perdió el hilo de sus pensamientos cuando oyó que alguien abría la puerta.


-¿Em? Si vienes a gorronear un café, vale más que traigas una de las tazas que te llevaste.


Se volvió esperando ver a su amiga pero, en cambio, a quien vio fue a su madre entrando en la cocina.


-Mamá... -Pau se quedó paralizada-. ¿Qué estás haciendo aquí?


-He venido a ver a mi hija. -Lourdes, con una sonrisa de oreja a oreja, se acercó a ella abriendo los brazos para darle un colosal abrazo-. ¡Qué delgada estás! Tendrías que haber sido modelo en lugar de dedicarte a sacar fotos. Café... perfecto. ¿Tienes leche desnatada?


-No. Mamá, mira, lo siento, pero ahora no es un buen momento


-Oh, ¿por qué te empezas en herir mis sentimientos?-Lourdes sabia hacer unos pucheros hermosos y eficaces y era consciente de ello. Sus ojos azul cielo irradiaban dolor y su dulce y sonrosada boca le hacia parecer indefensa, gesto que ella acompañaba de un ligero temblor.


-No era mi intención. Es que…hoy tenemos una celebración y…


-Siempre tienes celebraciones- La corto Lourdes con aspavientos ¿Puedes dedicarle cinco minutos a tu madre?- Dejo el abrigo sobre un taburete-. He venido hasta aquí para agradecerte que me invitaras al balneario. Y para disculparme- Sus ojos azules adquirieron una pátina emotiva, como si estuviera a punto de derramar unas lágrimas- No debí ponerme de mal humor contigo, porque te portaste de maravilla. Lo siento mucho.


Pau sabía que lo decía en serio. Y que eso duraría lo que tuviera que durar.


Intentando no dar crédito a unos sentimientos que serían pasajeros, sacó un tazón. «Que se tome el café y se marche a casa», pensó.


-Qué traje tan bonito... Te has vestido de fábula para dejarte caer por aquí.


-Ah ¿esto? -Lourdes se dio una vuelta entera para lucir el traje rojo intenso que le marcaba las curvas y contrastaba como el fuego con su cabellera rubia-. Es fantástico, ¿verdad? –Echó hacia atrás la cabeza y estalló en carcajadas.


Pau no pudo evitar esbozar una sonrisa.


-Lo es. Sobre todo cuando tú lo llevas puesto.


-¿Qué te parece? Las perlas quedan bien, ¿verdad? ¿No me hacen un poco señorona?


-Nada de lo que llevas tú te hace señorona- dijo Pau ofreciéndole el café.


-Ay, cariño... ¿No tienes una taza y un platito decentes?


-No. ¿Por dónde pasearás el traje?


-Almuerzo en la ciudad, en Elmo. Con Ari.


-¿Quién?


-Ari. Lo conocí en el balneario. Ya te lo conté. Vive en la ciudad. Cultiva olivos y viñas y…en fin, no estoy muy segura, pero da igual. Su hijo es quien lleva el negocio. Él es viudo.


-Ah.


-podría ser el elegido.- Renunciando al café Lourdes se llevo una mano al corazón-. Oh, Pau ha sido una unión de mente y espíritu; hemos conectado en el acto. Debe de haber sido el destino quien me envió al balneario sabiendo que él estaba allí.


<<Mis tres mil dólares fueron los que te enviaron al balneario>>, pensó Pau.


-Es muy guapo, y muy distinguido. Viaja por todo el mundo. Tiene una segunda residencia en Corfú, un apartamento en Londres y una casa de verano en los Hamptons. Al volver del balneario y en el momento en que entraba en casa, he oído que sonaba el teléfono. Era él que quería invitarme hoy a comer.


-Disfruta mucho. Deberías ir pasando porque hay un buen trecho hasta la ciudad.


-Lo hay, es verdad, y ayer el coche hacia un ruido extraño. Necesito que me prestes el tuyo.


-No puedo dejarte el coche. Lo necesito.


-Bueno, pues quédate con el mío. Pau


«Con el que hace un ruido extraño, mira que bien>>, pensó Pau.


-Tu descapotable de dos plazas no me sirve. Mañana tengo entrevistas con varios clientes y una sesión al aire libre, lo cual significa que tendré que cargar con el equipo. Necesito el coche.


-Te lo devolveré esta noche. Por Dios, Paula.


-Eso es lo que dijiste la última vez que te lo preste, y no os vi ni al coche ni a ti en tres días.


-Fue un fin de semana largo que surgió de una manera espontánea. Tu problema es que nunca haces nada espontáneo. Todo tiene que estar programado y reglamentado. ¿Quieres que tenga una avería y me quede tirada en el arcén? ¿O que tenga un accidente? ¿No puedes pensar en nadie más que no sea en ti misma?


-Perdón. -Pedro estaba al pie de la escalera-Siento interrumpir. Hola, usted debe de ser la madre de Paula.


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