viernes, 10 de febrero de 2017

CAPITULO 33 (PRIMERA HISTORIA)






Pau despertó con el sol de invierno en la cara. Calentita.


En algún momento de la noche, él se había acurrucado a su lado y ahora Pau se encontraba pegada a él, de espaldas. 


Cómoda, descansada y relajada.


Había querido que durmiera, y ella había dormido. Era curioso cómo conseguía salirse con la suya sin exigir ni forzar nada.


A la chita callando.


En fin, no era el único.


Pedro le pasó el brazo por la cintura. Ella le cogió la mano y se la llevó al pecho. <<Tócame›>. Se estrechó contra él y entrelazaron las piernas. <<Siénteme.››


Sonrió cuando notó que su mano se movía para abarcar su pecho. Y cuando sus labios la besaron en la nuca. 


<<Saboréame.››


Pau se volvió y sus ojos se adentraron en el azul claro de sus pupilas.


-Me siento... renovada -murmuró. Y sin dejar de mirarlo, le acarició el pecho y bajó la mano por su vientre hasta encontrarlo-. Eh, tú también.


-Suele pasar que ciertas partes de mi cuerpo se despiertan antes.


-¿Ah, sí? -Pau rodó hasta tumbarlo de espaldas y sentarse encima de él-. Creo que voy a tener que aprovecharme de eso.


-Si es preciso. .. -Con una perezosa caricia matutina, Pedro se aplicó a su torso y sus caderas-. Estás más bonita aun cuando te despiertas.


-Tengo el pelo revuelto, pero la parte de ti que se despierta antes no se ha dado cuenta. -Pau tiró de la camiseta para quitársela y la lanzó por los aires-. Esa parte ni siquiera sabe si tengo cabello.


-Es como si el sol hubiera prendido fuego.


-Qué estilo tienes, Pedro -Pau se inclinó y le mordisqueó el labio inferior- . Ahora voy a salirme con la mía.


-Vale.


Pau se echó hacia atrás al tiempo que Pedro se incorporaba.


-¿Te importa si... ? -Y Pedro le envolvió el pecho con la boca.


-No. -Notó un espasmo en el vientre-. No me importa en absoluto. Caray, qué bien lo haces...


-Es que vale la pena.


Dulce, firme, cálida, suave. Pau era todas esas cosas. Se daría un festín con esa mujer, rompería su ayuno con los cautivadores y seductores aromas de ella. Pau se apretó contra él instándole a que siguiera, balanceándose hasta excitarlo.


Se levantó un poco y se echó hacia atrás intentando quitarse los pantalones de franela. Le obligó a echarse, alzó su delgado y pálido cuerpo, tachonado por la fina luz que se colaba por las ventanas, y entonces lo tomó, envolviéndolo.


Pau se arqueó, atrapada en su propia ola de placer, y se movió hasta conciliarse con el ritmo de su sangre. Lento, espeso y profundo, seda contra seda, acero y terciopelo. En ese silencio matutino solo se oyeron suspiros, respiraciones trémulas, un nombre susurrado.


El ritmo se aceleró cuando el placer se tornó casi dolor. Pau veía cómo él la observaba, se vio a sí misma reflejada en sus ojos mientras ese dolor se dilataba y acrecentaba. El ritmo era galopante... hasta volverse apremiante, rápido. 


Pau cabalgó, ambos cabalgaron, hasta alcanzar la cima del dolor, hasta que el dolor se quebró estallando en mil pedazos.


Cuando se quedó inmóvil, Pedro la dejó sobre el lecho y la abrazó, como había hecho por la noche.


Como flotar, pensó ella. Como flotar por un largo y tranquilo río de aguas cálidas y cristalinas. Sabiendo que si se hundía, él estaría allí para abrazarla.


¿Por qué no podía quedarse con eso, disfrutar simplemente de eso sin crearse trabas, sin buscarse problemas o preocuparse por los errores y el mañana? ¿Por qué permitir que palabras como <<quizá››, <<si›> y <<probablemente>› estropearan algo tan hermoso?


-Me gustaría quedarme aquí -dijo Pau en voz baja-. Así, tal cual. Todo el día.


-De acuerdo.


Ella esbozó una sonrisa.


-¿Nunca tienes pereza? ¿Te dedicas a hacer el vago alguna vez?


-Estar contigo no tiene nada que ver con la pereza. Podríamos decir que es un experimento. ¿Cuánto tiempo podemos quedarnos en esta cama sin comer ni beber y sin tener que salir? ¿Cuántas veces podemos hacer el amor un domingo?


-Ojalá pudiera descubrirlo, pero tengo que trabajar. Hoy tenemos otra celebración.


-¿A qué hora?


-Mmm… a las tres, y eso significa que tengo que estar allí antes de la una. Y además he de bajarme las fotos de ayer.


-Te conviene que me vaya.


-No. Estaba pensando en que podríamos darnos una ducha y tomar café juntos. Incluso podría preparar unos huevos revueltos en lugar de ofrecerte mis galletas Pop-Tarts de costumbre.


-Me gustan las Pop-Tarts.


-Seguro que tú siempre desayunas en plan adulto.


-Confío mucho en los pastelitos rellenos Toaster Strudel.


-Son buenísimos. Si te doy agua caliente, café y unas galletas Pop-Tarts acompañadas de unos huevos, ¿querrás quedarte en la ceremonia de hoy?


-Me encantará... si incluyes un cepillo de dientes y una maquinilla de afeitar. Supongo que no tendrás un par de zapatos que te sobren.


-Tengo muchos zapatos, pero doy por sentado que hablas de calzado masculino.


-Lo prefiero. Los tacones me duermen los dedos de los pies.


-Muy gracioso... De hecho, quizá podamos ayudarte. Carla tiene un surtido de zapatos de vestir para las ceremonias. Zapatos clásicos de color negro para los hombres y zapatos negros de salón para las mujeres.


-Qué eficaz.


-Es algo compulsivo, pero en realidad los hemos utilizado varias veces. ¿Qué número de pie tienes?


-Un cuarenta y ocho.


Pau levantó la cabeza de golpe.


-¿Un cuarenta y ocho?


-Me temo que sí.


-Eso es un portaaviones. -Apartó las mantas para examinarle los pies-. Tienes unos pies del tamaño de un destructor.


-Por eso tropiezo tanto. No creo que Carla sea tan compulsiva como para tener un cuarenta y ocho.


-No, ni siquiera Carla haría eso. Lo siento, pero te conseguiré el cepillo de dientes y la maquinilla de afeitar.


-Trato hecho.


-Creo que tendríamos que empezar por darnos una ducha. Nos irá bien entrar en calor, estar mojados, resbaladizos... –Pau bajó los ojos para mirarlo y sonrió-. Eh, ¡mira quién se ha vuelto a despertar! -Riendo, saltó de la cama y corrió hacia la ducha.



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