viernes, 10 de febrero de 2017

CAPITULO 32 (PRIMERA HISTORIA)




<<Todos nos equivocamos, ¿o no?>>, se dijo Pau mientras abría la puerta de su estudio. Si aquello era una equivocación, ya lo arreglaría. Más tarde. Cuando estuviera más despejada y pudiese pensar con mayor claridad. De momento era pasada la medianoche y Pedro estaba allí, con su traje de tres piezas y sus zapatos destrozados.


-No soy tan ordenada como tú.


-<<Ordenada›> lo usan los quisquillosos -afirmó Pedro sonriéndole abiertamente-.Es de esas palabras que te recuerdan a tu tía abuela Margaret con sus cubreteteras.


-No tengo ninguna tía abuela que se llame Margaret.


-Si la tuvieras, seguro que sería una mujer ordenada que usa cubreteteras. Yo prefiero la palabra <<organizada>›.


Pau dejó caer el abrigo sobre el brazo del sofá. A diferencia
de Pedro, no tenía un armario donde guardar los abrigos.


-Digamos que soy organizada en lo que se refiere a mi trabajo, a mi negocio.


-Ya me he fijado. Dabas la impresión de saber perfectamente lo que había que hacer, dónde había que estar, lo que había que buscar… incluso antes de que apareciera. -Pedro dejó su abrigo encima del de ella.- Y eso solo pasa cuando el instinto creativo se combina la organización.


-Ambas cosas me funcionan en el trabajo. Para el resto, soy un desastre de mujer.


-Todos somos un desastre, Paula. Hay gente que esconde el desorden en un armario o un cajón (al menos de cara a la galería), pero el desorden sigue existiendo.


-Y unos tienen más cajones y armarios que otros. Pero como ha sido un día muy largo, vale más que dejemos de lado la interpretación filosófica y te confiese que si te cuento esto es porque mi dormitorio está manga por hombro.


-¿Vas a por nota?


-Siempre y cuando la actitud puntúe muy alto. Suba, doctor Alfonso.


-Así que esto era la caseta de la piscina -dijo él siguiéndola por la escalera.


-Los Brown tenían una vida social muy activa y reformaron la caseta para recibir a sus invitados. Luego, cuando fundamos la empresa, hicimos reformas y la convertimos en un
estudio. Pero aquí arriba es donde tengo mi espacio particular.


Una gran suite ocupaba el segundo piso y, como vio Pedro, incluía una zona de estar, el lugar donde supuso que ella leería, se echaría una siesta o vería la televisión.


Dominaba el color, y el apagado y velado tono gualda de las paredes hacía de telón de fondo a todos aquellos intensos azules, verdes y rojos. Como un joyero, pensó él. Atiborrado de cosas, mezcladas y resplandeciendo. Ropa tirada sobre los brazos de las butacas. Jerséis de colores, blusas de tonos suaves. Los cobertores y las almohadas, esparcidos sobre la cama y el sofá, como si fueran piedras y ríos bravos.


Un espejo muy recargado colgaba sobre una cómoda pintada que servía de tocador. Allí se entremezclaban una multitud de objetos personales fascinantes: pendientes, revistas, botellas y botes. Las fotografías eran sus cuadros, retratos de seres queridos. Posando e improvisando, pensativos y alegres. Con esos personajes en la pared, nunca se sentiría sola.


-Hay muchas cosas tuyas en este espacio.


-Intento recoger un poco de vez en cuando.


-No, quiero decir que el espacio se identifica contigo. Abajo se ve tu faceta profesional y aquí, la personal.


-Y eso nos lleva a lo que te decía, cuando te comentaba que soy un desastre de mujer. -Abrió un cajón y metió en él un jersey olvidado-. Aunque tenga un montón de cajones.


-Hay mucho color, mucha energía aquí dentro. -así era como él la veía. Color y energía-. ¿Cómo duermes?


-Con las luces apagadas. -Se acercó a él y le tocó la magulladura de la mandíbula-. ¿Todavía te duele?


-En realidad... sí. -Solos, en su dormitorio-joyero, Pedro hizo lo que había deseado durante todo el día: besarla-. Así...-murmuró cuando notó el calor de sus labios-. Así me gusta.


Pau se abandonó entre sus brazos y suspiró apoyando la cabeza en su hombro. Sí, ya pensaría luego. Cuando no la abrazase, cuando no se sintiera aturullada por la fatiga y el deseo.


-Vamos a meterte en la cama -dijo Pedro besándola en la coronilla-. ¿Dónde está el pijama?


Pau tardó unos segundos en procesar la información, y entonces se apartó un poco para mirarlo-¿El pijama?


-Estás muy cansada -afirmó él acariciándole la mejilla-. Mira qué pálida estás.


-Sí, la de la rubicunda tez...Pedro, estoy haciéndome un lío. Creía que te quedabas.


-Y me quedo. Llevas de pie todo el día, en guerra casi todo el rato. Estás cansada. -Le desabrochó la chaqueta del traje con una práctica que le recordó a esa vez en que le había abrochado el abrigo-. ¿Qué te pones para dormir? Oh, igual duermes sin... -Sus ojos se posaron en ella-. Sin ropa.


-Yo... -Pau sacudió la cabeza, pero no acertó a ordenar ni uno solo de sus pensamientos-. ¿No quieres acostarte conmigo?


-Me acostaré contigo. Y dormiré contigo, porque necesitas dormir.


-Pero…


Pedro la besó, con dulzura, lentamente.


-Puedo esperar. A ver, el pijama. Espero que digas que duermes con pijama, porque si no, uno de los dos no va a pegar ojo esta noche.


-Eres un hombre extraño, Pedro, y desconcertante. –Pau se volvió, abrió un cajón y sacó unos pantalones de franela y una camiseta descolorida-. Este es mi pijama.


-Bien.


-No tengo nada que te vaya bien.


-De hecho, yo no me pongo... Oh. Ja, ja.


Él cambiaría de idea cuando estuvieran en la cama, pensó Pau mientras se desvestían. Ahora bien, acababa de apuntarse un buen tanto con sus buenas intenciones. Sí, estaba cansada, le dolían los pies y tenía la cabeza tonta, pero eso no significaba que no pudiera reunir fuerzas para practicar el sexo.


Sobre todo si se trataba de disfrutar a tope del sexo.


Cuando Pedro se metió en la cama, Pau se aovilló junto él, le acarició el pecho y acercó los labios a su boca. Lo excitaría, lo seduciría y luego...


-¿Te he contado la conferencia que voy a dar sobre el análisis metodológico y teórico de la novela centrado en el tema del localismo, en su sentido literal y metafórico?


-Ah... aja...


Pedro, a oscuras, sonrió mientras le acariciaba la espalda con suavidad, acompasadamente.


-Es para los alumnos del último curso.


Con un tono pausado y monótono que aburriría a un muerto, empezó a explicarle la conferencia. Y se la contó procurando que pareciera un rollo. Calculó que dormirla le llevaría cinco minutos como mucho.


Pau cayó fulminada en dos.


Satisfecho, Pedro apoyó la mejilla en la coronilla de la joven, cerró los ojos y él también se abandonó al sueño.



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