lunes, 27 de febrero de 2017
CAPITULO 32 (SEGUNDA HISTORIA)
Predominaba más la satisfacción que la inquietud, al entender de Paula. La mirada que Pedro le dedicó cuando le abrió la puerta fue justo la que ella esperaba.
—Necesito un instante de recogimiento para dar las gracias —dijo él.
Paula le sonrió seductora.
—Entonces deja que te diga que eres bienvenido. ¿Quieres entrar?
Pedro acortó distancias y le acarició el hombro y el brazo.
Sus ojos grisáceos se clavaron en ella.
—Se me acaba de ocurrir que podríamos entrar y olvidarnos de la inauguración.
—Ni hablar —protestó ella apartándolo de un codazo y dando un paso atrás. Le dio el chal y se volvió de espaldas para que él se lo echara sobre los hombros—. Me has prometido pinturas raras, vino peleón y canapés duros.
—Podríamos quedarnos en casa. —Pedro se inclinó para mordisquearle el cuello—. Te haré unos dibujos eróticos, tomaremos un buen vino y llamaremos para que nos traigan
una pizza.
—¿Por qué hay que estar siempre eligiendo? —protestó Paula mientras ambos se dirigían hacia el coche—. Vayamos a la inauguración primero y luego nos dedicaremos a los dibujos eróticos.
—Si es absolutamente imprescindible... —Pedro se detuvo al llegar al coche y se recreó dándole un beso—. Me encanta tu aspecto. Estás soberbia.
—Esa era la intención. —Paula posó su mano en el jersey color pizarra que Pedro llevaba bajo la chaqueta de piel—. Me encanta tu aspecto, Pedro.
—Ya que estamos tan guapos, supongo que será mejor que nos vean. —Él se sentó tras el volante y le dedicó una sonrisa franca —. ¿Qué tal el fin de semana?
—Ha sido un agobio, como era previsible. Aunque se saldó con éxito, porque Carla recomendó a los clientes que alquilaran unas carpas para el sábado. Y cuando se puso a llover, nadie se mojó. Incluso fue mejor, porque pusimos unas velas y unas flores para cubrir la emergencia y, entre la iluminación suave, la fragancia y la lluvia repiqueteando en
las carpas, el resultado fue precioso.
—Pensé en vosotras. El sábado por la tarde fui a una obra nueva, pero a nosotros nos salió el tiro por la culata. Necesitamos que haga buen tiempo para trabajar.
—A mí me gustan las lluvias de primavera. El sonido, el olor... No todas las novias piensan igual, pero conseguimos que esta fuera muy feliz. ¿Qué tal fue tu noche del póquer?
Pedro frunció el ceño sin dejar de mirar al frente. Los faros del coche recortaban la oscuridad.
—No quiero hablar de ello.
Paula estalló en carcajadas.
—He oído decir que Sebastian os limpió los bolsillos.
—El tío no paraba de quejarse con todo ese rollo de que él no suele jugar a las cartas, poniendo cara de tío sincero y honrado, pero te aseguro que es un depredador.
—Sí, ya... Sebastian es un depredador.
—No has jugado a las cartas con él. Créeme.
—Tienes mal perder.
—Eso sí, ¿ves?
Divertida, Paula se recostó en el asiento.
—Cuéntame algo sobre la artista.
—Ah... sí. Habría tenido que hablarte de ella. —Duró poco más de un segundo, pero Pedro tabaleó en el volante—. Es amiga de un cliente mío. Creo que ya te lo conté.
—Sí. —Ella se había referido a su estilo artístico, pero detectó algo en el tono de su voz que le hizo prestar atención—. Y además es amiga tuya, ¿verdad?
—Más o menos. Salimos un par de veces. Unas cuantas veces. Puede que varias.
—Ya. —A pesar de que Paula sentía una gran curiosidad, mantuvo un tono de voz desenfadado—. Es una ex.
—No exactamente. No fuimos... Más bien diría que ligamos y salimos durante unas semanas. Hace más de un año. Unos dos años, en realidad. Fue algo... sin importancia.
Su incomodidad le pareció sorprendente, y también halagadora.
—Si crees que estás pisando terreno resbaladizo, Pedro, no te preocupes. Siempre he tenido la sospecha de que te has acostado con otras mujeres.
—Es cierto. Lo he hecho. Y Kellye (ella lo deletrea con una «e» final) es una de ellas. Es... interesante.
—Y artística.
Pedro torció el gesto, cosa que intrigó a Paula.— Eso tienes que juzgarlo tú.
—Dime, ¿por qué fue algo... sin importancia? ¿O te estoy haciendo una pregunta rara?
—Esa historia era demasiado intensa para mí. Esa mujer es pura intensidad, y eso exige un elevado coste de mantenimiento.
—¿Te exigía que le prestaras demasiada atención? —preguntó Paula con cierto tono glacial.
— Exigir es la palabra justa. En fin, lo que hubo, ya pasó.
—Pero seguís siendo amigos.
—No especialmente. Coincidí con ella hace un par de meses y fue un encuentro agradable. Luego se puso en contacto conmigo por lo de la inauguración y pensé que no cometía ningún crimen por aceptar. Sobre todo teniendo en cuenta que vienes conmigo para protegerme.
—¿Sueles necesitar que las mujeres te protejan?
—Continuamente —respondió él, comentario que divirtió a Paula.
—No te preocupes. —Ella le dio unas palmaditas en la mano, que él mantenía encima del cambio de marchas—. Estoy aquí para salvarte.
Pedro aparcó y caminaron un rato mientras la brisa fresca de esa noche de primavera hacía revolotear las puntas del chal
de Paula. Las tiendecitas en las que solía disfrutar mirando ropa ya habían cerrado, pero los pequeños restaurantes hacían negocio rápidamente. Unos cuantos comensales habían desafiado al frío y se habían instalado en las mesas de fuera, al amparo de unas velitas que oscilaban al viento.
Paula olió la fragancia de las rosas y del ceviche rojo picante.
—¿Sabes lo que todavía no he hecho por ti? —dijo Paula.
—He escrito una lista, pero pensaba ir allanando el terreno hasta llegar a los puntos de mayor interés.
Paula le propinó un codazo.
—Cocinar. Soy buena cocinera cuando tengo tiempo. Tendré que seducirte con mis fajitas.— Cuando quieras y donde quieras. — Pedro se detuvo delante de la galería de arte—.
Ya hemos llegado. ¿Estás segura de que no preferirías cocinar?
—Prefiero el arte —contestó ella entrando como una exhalación.
«No es cierto», pensó ella de inmediato, al ver de entrada, sin contar a unas cuantas personas que iban dando vueltas y observando con aire de mucho interés, una gran tela blanca con una sola línea de color negro, ancha y borrosa, pintada en el centro.
—¿Eso es la marca de un neumático, la marca de un neumático en una carretera blanca? ¿O es una división de algo que no entiendo?
—Es una línea negra sobre una tela blanca. Y creo que vamos a necesitar una copa —decidió Pedro.
—Creo que sí.
Pedro fue a buscar un par de copas y Paula paseó por la galería. Se quedó mirando una tela en la que aparecía una retorcida cadena negra con dos eslabones rotos titulada
Libertad. En otro lienzo una serie de puntos negros se convertían en unas minúsculas letras cuando uno se aproximaba.
—Es fascinante, ¿verdad? —Un hombre con gafas de montura oscura y un jersey negro de cuello alto se puso a su lado—. La emoción, el caos.
—Ya...
—Es un enfoque minimalista sobre la intensidad y la confusión. Es brillante. Podría estar mirando el lienzo durante horas y ver cosas distintas a cada momento.
—Depende de cómo coloques las letras.
El desconocido esbozó una sonrisa.
—¡Exactamente! Me llamo Jasper.
—Yo soy Paula.
—¿Has visto Nacimiento?
—No personalmente.
—Creo que es su mejor obra. Está por ahí. Me encantaría saber qué es lo que te inspira. —Le tocó el codo, tanteándola, como ella adivinó, mientras, con un gesto, la invitaba a avanzar—. ¿Puedo ofrecerte una copa de vino?
—En realidad... ya me han traído una — respondió ella cuando Pedro llegó y le dio una copa—. Pedro, te presento a Jasper. Estábamos admirando Babel —añadió ella cuando
descubrió el título.
—Confusión de idiomas —adivinó Pedro poniendo una mano liviana y posesiva en el hombro de Paula.
—Ya, claro. Si me disculpáis...
—Se le pasó el subidón —dijo Pedro cuando Jasper se escabulló. Probó el vino peleón y estudió la tela—. Es como uno de esos imanes que la gente compra para la nevera.
—Gracias a Dios. Menos mal. Creía que veías alguna cosa en ese cuadro.
—También que alguien haya lanzado al suelo las piezas del Scrabble.
—Basta. —Paula tuvo que reprimir una carcajada—. Jasper la encuentra brillante en su caos minimalista.
—Bueno, eso es típico de Jasper. ¿Por qué no...?
—¡Pedro!
Paula se volvió y vio a una pelirroja de metro ochenta avanzando entre la multitud con los brazos abiertos. Iba con un conjunto negro muy ceñido que resaltaba sus piernas
kilométricas y su cuerpo filiforme, presidido por unos firmes y altos pechos que casi sobresalían del escote redondeado de su blusa.
Se movía haciendo tintinear la docena de pulseras de plata que llevaba en el brazo.
Y casi arrasó con Paula al abalanzarse sobre Pedro para hundir su asesina boca de carmín en sus labios.
A Paula solo le dio tiempo de agarrar la copa de Pedro antes de que la derramara.
—Sabía que vendrías. —Su voz era grave, casi como un sollozo—. No sabes lo que esto significa para mí. Ni te lo imaginas.
—Ah...
—Esta gente no me conoce de verdad. No han estado dentro de mí.
Caray.
—Vale, veamos si... —Pedro intentó zafarse, pero ella lo agarraba por el cuello como si fuera un garrote vil—. He venido a felicitarte. Deja que te presente a... Kellye, me estás dejando sin respiración.
—Te he echado tanto de menos... Esta noche significa mucho para mí. Y ahora, con tu presencia, todavía más. —Unas teatrales lágrimas centellearon en sus ojos; los labios le temblaban de la emoción—. Sé que esta noche podré superarlo todo: la tensión, las exigencias... porque ahora estás aquí. Oh, Pedro, Pedro, quédate a mi lado. Acércate más.
Si se acercaba más, pensó Pedro, sí que estaría dentro de ella.
—Kellye, te presento a Paula. — Pedro, desesperado, agarró a Kellye por las muñecas para soltársela del cuello—. Emma...
—Encantada de conocerte. —Paula, con un tono alegre y entusiasta, le tendió la mano—. Debes de...
Kellye dio un paso atrás, insegura, como si acabaran de apuñalarla, y luego giró alrededor de Pedro.
—¡Cómo te atreves! ¿Cómo has podido? ¿La has traído aquí, para echármelo en cara? ¡Cerdo!
La artista se marchó abriéndose paso a toda prisa entre la fascinada multitud.
—Vale, muy divertido. Marchémonos. —Pedro agarró a Paula de la mano y tiró de ella hacia la salida—. Qué error. Menudo error... —exclamó tras la primera bocanada de aire fresco—. Me parece que me ha perforado las amígdalas con la lengua. No me has protegido.
—Te he fallado. Estoy avergonzada.
Pedro entornó la mirada y, sin soltarla de la mano, empezó a caminar por la acera.
—A ti te ha parecido divertido.
—Yo también soy una bruja. Tengo el corazón de hielo. Y eso es un motivo para avergonzarme. —Paula tuvo que parar porque ya no podía aguantarse. De repente, soltó una carcajada—. ¡Por Dios, Pedro! ¿En qué estabas pensando?
—Cuando una mujer tiene el poder de perforar las amígdalas de un hombre con la lengua, uno deja de pensar. Ese truco también sirve cuando ella... Casi lo digo en voz alta. —
Pedro se pasó la mano por el pelo mientras observaba la radiante cara de Paula—. Somos amigos desde hace demasiado tiempo. Es peligroso.
—En nombre de la amistad, te invito a una copa. Te la mereces. —Ella le cogió de la mano—. No te he creído cuando me has largado el rollo de que esa mujer era demasiado intensa. Imaginaba que era el típico comentario del tío que nunca se compromete. Pero «intensa» es una palabra demasiado neutra para ella. Además, su arte es una
ridiculez. Tendría que ligar con Jasper. Ese seguro que la adoraría.
—Vayamos a la otra punta de la ciudad a tomar esa copa —propuso él—. No quiero correr el riesgo de encontrármela de nuevo. — Abrió la portezuela del coche para que subiera
Paula—. No te has quedado cortada.
—No. Mi umbral de incomodidad es alto. Si ella hubiera sido sincera, ni que fuera un poco, me habría dado lástima. Ahora bien, es tan falsa como su obra. Y probablemente, igual de rara.
Pedro consideró sus palabras mientras rodeaba el coche para ir a acomodarse en el asiento del conductor.
—¿Por qué has dicho eso, lo de que es falsa?
—Ha montado una escena para llamar la atención. Es posible que sienta algo por ti, pero le importa mucho más su persona. Me ha visto antes de saltar encima de ti. Sabía que
yo te acompañaba, y por eso ha montado el numerito.
—¿Estás diciendo que se ha puesto en ridículo aposta? ¿Por qué habría de hacer algo así?
—Ella no cree que haya hecho el ridículo. Iba acelerada. —Paula ladeó la cabeza y lo miró a los ojos, fijándose en su
expresión atónita—. Lo cierto es que los hombres no veis esas cosas, ¿verdad? Qué interesante. Pedro, ha protagonizado su propia tragedia romántica, y ha disfrutado de cada momento. Apuesto lo que quieras a que esta noche va a vender más cuadros de esa bazofia que llama arte gracias a ello.
Pedro estuvo conduciendo en silencio durante un rato.
—Y todo esto te ha vapuleado el ego — dijo ella con una mueca.
—Me lo ha arañado un poco, superficialmente. Por otro lado, sé que no le di ningún indicio para que me haya hecho objeto de este numerito tan entretenido. —Pedro se encogió de hombros—. Dejémoslo en que me ha dado un zarpazo.
—Estás mejor sin ella. Y dime... ¿hay alguna otra ex que quieras que conozca, de esas que fueron algo sin importancia para ti?
—No. Te lo aseguro. —Pedro se quedó mirándola. Las farolas destacaban los destellos dorados y broncíneos de su pelo—. Sin embargo, sí quiero decir que, en su mayoría,
las mujeres con quienes he salido estaban cuerdas.
—Eso dice mucho en tu favor.
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