lunes, 27 de febrero de 2017
CAPITULO 30 (SEGUNDA HISTORIA)
Era de noche cuando Laura acompañó a la puerta a unos clientes que habían ido ese lunes a hacerle una consulta. La pareja que se convertiría en marido y mujer en septiembre se marchó con una caja de varias muestras de pasteles bajo el brazo. Sin embargo, estaba segura de que se decidirían por el pastel de crema italiana, y de que la novia se inclinaba por el diseño Fantasía Real y el novio por
Esplendor en Mosaico.
Ganaría la novia, sin duda, pero era agradable ver a un hombre interesado de verdad en los detalles.
Ya hablaría con ella para que, como complemento al pastel de bodas, le dejara hacer el pastel del novio con el diseño en
mosaico.
Así todos saldrían ganando, pensó.
—Llamadme cuando os hayáis decidido, y no os preocupéis si luego cambiáis de idea. Hay mucho tiempo por delante.
Laura conservó intactos el aire desenfadado y la sonrisa fácil cuando vio que Daniel se acercaba por el camino. Pensó que proyectaba la imagen perfecta del abogado de éxito, con su traje de corte impecable, su maletín exclusivo y sus preciosos zapatos.
—Carla está en su despacho —le dijo —. Creo que ahora está libre.
—Vale. —Daniel cerró la puerta a sus espaldas—. Eh, ¿ya no hablas conmigo? —le preguntó cuando vio que ella se disponía a subir la escalera.
Laura lo miró de reojo.
—Acabo de hacerlo.
—No me lo había parecido. Soy yo quien tendría que estar cabreado. No tienes ningún motivo para darte esos aires.
—¿Soy yo quien se da aires? —Laura se detuvo y esperó a que Dani le diera alcance.
—No suele pasar que los amigos y la familia me mientan, o mientan por omisión. Y cuando lo hacen...
Laura presionó un dedo contra su hombro, y luego lo levantó en señal de advertencia.
—En primer lugar, yo ignoraba que tú no sabías nada. Y Carla, Maca y Sebastian, también. Paula tampoco lo sabía, por cierto. Por lo tanto, esto es entre tú y Pedro. En segundo lugar —siguió diciendo ella volviendo a clavarle el dedo cuando él iba a ponerse a hablar—, estoy de acuerdo contigo.
—Si te tomaras la molestia de... ¿dices que estás de acuerdo conmigo?
—Sí. En tu lugar me habría sentido herida y profundamente cabreada. Pedro debería haberte dicho que se había liado con Paula.
—Sí, claro. Gracias... o lo siento. Como prefieras.
—De todos modos...
—Mierda.
—De todos modos —repitió Laura—, vale más que te preguntes por qué tu mejor amigo no te lo contó. Y no estaría mal que pensaras en la manera en que manejaste la
situación la otra noche y te dieras cuenta de que actuaste como un reprimido que padece un ataque de mala uva.
—Espera un momento, joder.
—Es lo que pienso, y por eso entiendo, aunque no esté de acuerdo, que Pedro no te lo contara. Le habría caído encima Daniel Brown con todo el equipo.
—Y eso, ¿qué significa exactamente?
—Si no lo sabes, por mucho que te lo diga, te quedarás igual.
Daniel, al ver que ella iba a subir la escalera, la agarró de la mano para detenerla.
—No te escaquees.
—Claro. Daniel Brown no lo aprueba. Daniel Brown sabe lo que nos conviene a todos. Daniel Brown te manipulará y
montará su estrategia hasta que te tenga en el lugar donde te quiere tener... por tu propio bien.
—No seas cruel, Laura.
Ella suspiró, ablandada.
—No, no soy cruel. En realidad, no. Porque entiendo que actúas en interés de tus amigos y de tu familia, y que lo haces de corazón. Pero es que, maldita sea, Daniel, siempre estás seguro de saber lo que nos conviene a todos...
—¿Vas a quedarte aquí diciéndome que lo que está pasando entre Paula y Pedro es perfecto?
—No lo sé —protestó ella alzando las manos—. Y no finjo saberlo. Lo único que sé es que, de momento, se están divirtiendo.
—¿No te ha chocado? ¿No sientes como si hubieras entrado en una realidad alternativa?
Laura no pudo evitar reírse.
—No exactamente. Es algo así como...
—Es como si... ¿qué pasaría si, de repente, te tiro los tejos? Imagínate que decido, mira por dónde, que me gustaría practicar sexo con Laura.
La calidez de Laura se disipó y se apagó su risa.— Eres un imbécil.
—¿Qué? ¿Qué dices? —preguntó Daniel mientras ella subía corriendo la escalera—. Me refería a una realidad alternativa —musitó, y subió el tramo que quedaba hasta el despacho de su hermana.
La encontró sentada a la mesa, como esperaba, hablando por teléfono, con los cascos puestos y conectada al ordenador.
—Exacto. Sabía que podía contar contigo. Quieren doscientos cincuenta. Puedes traerlos a casa, ya me encargaré yo. Muchísimas gracias. Gracias a ti. Adiós. —Se
quitó los cascos—. Acabo de encargar doscientos cincuenta patitos de goma.
—¿Por qué motivo?
—La clienta quiere patitos flotando en la piscina el día de su boda. —Carla se reclinó en la silla, dio un sorbo de agua y le dedicó una larga mirada de compasión—. ¿Cómo lo llevas?
— He estado mejor otras veces, pero también peor. Laura está de acuerdo en que Pedro fue un cretino al no decírmelo, pero parece ser que eso es por culpa mía, porque soy Daniel Brown. ¿Manipulo yo a las personas?
Carla lo examinó con atención.
—¿La pregunta tiene trampa?
—Maldita sea. —Daniel dejó caer el maletín sobre la mesa y se acercó a la máquina del café.
—Vale, entiendo que la pregunta va en serio. Sí, por supuesto. Y yo también las manipulo. Nosotros solucionamos problemas, y eso se nos da bien. Pero cuando nos ponemos, hacemos todo lo posible por guiar a los demás hacia donde creemos que está la solución.
Daniel se volvió y escrutó su rostro.
—¿Te manipulo a ti, Carly?
—Dani, si no me hubieras manipulado, hasta cierto punto, en lo que respecta a la finca, solucionándolo todo después de que mamá y papá murieran, ahora no habría encargado doscientos cincuenta patitos de goma, porque no tendría este negocio.Ninguna de nosotras lo tendría.
—No me refería a eso.
—¿Te refieres a si alguna vez me he visto forzada a hacer algo que yo no quería en absoluto coaccionada por ti? No. Lamento que descubrieras lo de Pedro y Paula de esa manera, pero creo que la situación también es rara para los demás. Nadie lo vio venir. Creo que ni siquiera Pedro y Paula lo vieron venir.
—No logro hacerme a la idea. —Daniel se sentó y bebió un poco de café—. Cuando lo consiga, tal vez la historia ya se habrá terminado.
—¡Qué romántico eres!
Daniel se encogió de hombros.
—Pedro nunca ha ido en serio con una mujer. No es un canalla... exactamente... pero tampoco es un tipo que esté mucho tiempo con una misma mujer. Él no le haría daño a
propósito. No está hecho de esta pasta, pero...
—Quizá tendrías que confiar un poco más en tus amigos. —Carla giraba la silla de un lado a otro—. Creo que si nace algo entre dos personas es porque hay una razón. En caso contrario, yo no podría dedicarme a este trabajo. A veces sale bien, a veces sale mal, pero siempre hay una razón.
—Y con eso quieres decirme que deje de comportarme como un gilipollas y lo haga como un amigo.
—Sí —respondió Carla sonriéndole—. Esta es mi respuesta y la solución que te doy, y ahora es cuando intento manipularte. ¿Qué tal lo hago?
—Bastante bien. Supongo que debería ir a ver a Paula.
—Sería todo un detalle.
—Revisemos estos papeles primero — propuso Daniel abriendo su maletín. Veinte minutos después llamó con los nudillos a la puerta de Paula y, al encontrarla abierta, entró.
—¿Pau?
Oyó música, una música que le pareció ambiental, con arpas y flautas, y se encaminó hacia la zona de trabajo. Paula estaba sentada frente a la mesa disponiendo unos pequeños
capullos de rosas rosáceas en una cesta blanca.— Pau.
Paula dio un brinco y giró en redondo.
—Qué susto. No te había oído.
—Te he interrumpido.
—Estaba adelantando unos arreglos florales para una «baby shower» que se celebrará esta semana. Dani —Paula se
levantó—, ¿estás muy furioso conmigo?
—Nada. En absoluto. Cero. —Se sintió avergonzado de que ella pudiera pensar lo contrario—. Con Pedro el enfado es de un siete sobre diez, pero podría ser peor.
—Quiero que sepas que cuando Pedro se acuesta conmigo, yo me acuesto con él.
—Quizá podríamos encontrar alguna palabra clave para eso. Como, por ejemplo, que Pedro y tú estáis escribiendo una novela juntos o haciendo experimentos en el laboratorio.
—¿Estás molesto porque nos dedicamos a experimentar en el laboratorio o porque no te lo contamos?
—Él no me dijo nada. En fin, por todo a la vez. Estoy intentando encajar estos experimentos vuestros, y estoy cabreado porque él no me dijera que los dos estáis...
—¿Ordenando en fila tubos de ensayo? ¿Etiquetando placas de petri?
Frunciendo el ceño, Daniel metió las manos en los bolsillos.
—No acabo de sentirme cómodo con la terminología química. Solo quiero que estés bien, y que estés contenta.
—Estoy bien. Estoy feliz. A pesar de que sé que os pegasteis por este asunto. En realidad, me parece que ahora estoy más contenta que nunca. Siempre es halagador que
dos chicos se peguen por una.
—Fue un impulso repentino.
Paula se acercó a él, le cogió la cara con ambas manos y le rozó los labios con un beso.
—Intenta no volver a hacerlo. No quiero que reciban palos dos de mis caras favoritas. Vayamos a sentarnos al patio; tomaremos una limonada y sellaremos nuestra amistad.
—Bueno.
Mientras tanto Pedro se había sentado en el estudio de Maca y se disponía a desplegar los planos de la ampliación que le habían pedido.
—Es el mismo diseño que te pasé por correo electrónico, pero más detallado, y además he incluido ese par de cambios que querías.
—¡Mira, Sebas! Tienes tu propia habitación.
Sebastian le acarició el pelo corto y pelirrojo.
—Esperaba humildemente seguir compartiéndola contigo.
Maca estalló en una carcajada y se inclinó sobre los planos.
—Mira mi vestidor... bueno, el vestidor de los clientes. Ostras, me encanta el espacio que nos va a quedar con este patio. ¿Quieres una cerveza, Pedro?
—No, gracias. ¿Tienes algo más suave?
—Claro. Coca-Cola Light.
—Qué asco. Prefiero agua.
Maca se fue a la cocina y Pedro le mostró los detalles del plano a Sebastian.
—Si ponemos librerías empotradas en este espacio daremos cabida a un gran número de estanterías para que puedas poner libros o lo que quieras: archivadores, material...
—¿Qué es esto, una chimenea?
—Es uno de los cambios que ha propuesto Maca. Me dijo que un señor doctor en literatura debía tener una chimenea en su estudio. Es un modelo pequeño que se enciende a gas. Además, de ese modo la habitación dispondrá de una fuente de calor suplementaria.
Sebastian miró a Maca cuando esta regresaba con una botella de agua y dos cervezas.
—Me has encargado una chimenea.
—Sí. Lo mío debe de ser amor. —Maca lo besó con ternura y luego se agachó para coger en brazos al gato de tres patas, Tríada.
Debía de serlo, pensó Pedro cuando ella se sentó y el gato se aovilló en su regazo.
Mientras comentaban los detalles y el material que querían elegir, Pedro se preguntó qué se sentiría al estar vinculado así a otra persona, seguro de ella.
Sin duda, aquellos dos habían elegido bien. Habían elegido a la persona adecuada para construir un hogar, un futuro, y para tener hijos y compartir un gato.
¿Cómo se sabía algo así? ¿Cómo habían llegado a creer tanto el uno en el otro para que les saliera a cuenta arriesgarse?
Para él ese era uno de los grandes misterios de la vida.
—¿Por dónde podemos empezar? — preguntó Maca.
—Mañana solicitaré los permisos. ¿Habíais pensado en algún constructor?
—Mmm... la empresa que nos hizo la primera reforma respondió muy bien. ¿Sigue disponible?
—La dirijo yo en nombre de su propietario. Puedo contactar con él mañana y pedirle que os pase un presupuesto.
—Eres nuestro hombre, Pedro. —Maca hizo amago de darle un puñetazo en el brazo —. ¿Quieres quedarte a cenar? Haremos pasta. Puedo llamar y preguntarle a Paula si le va bien apuntarse.
—Gracias, pero hoy salimos.
—Vaya...
—Basta —dijo Pedro sacudiendo la cabeza y riéndose.
—No puedo dejar de pensar que es fantástico que mis compañeros se hagan arrumacos.
—Iremos a picar algo para cenar y a ver una peli.
—Vaya...
Pedro volvió a reír.
—Me marcho. Te veo en la noche del póquer, Sebastian. Prepárate, porque perderás.
—Si quieres, te doy ahora mismo el dinero y así nos ahorramos tiempo.
—Es tentador, pero prefiero la satisfacción de dejarte pelado en la mesa. Acepto la apuesta —añadió Pedro dirigiéndose
hacia la puerta—. Quedaos con los planos.
La exclamación de Maca le hizo volverse, y entonces vio a Daniel. Los dos amigos se detuvieron el uno frente al otro, a un metro y medio de distancia.
—¡Esperad! —gritó Maca—. Si vais a liaros a puñetazos otra vez, voy a por la cámara.
—Le voy a cerrar la boca —prometió Sebastian.
— ¡Eh, esperad! Lo decía en serio — acertó a articular Maca antes de que Sebastian la arrastrara hacia el interior de la casa.
Pedro se metió las manos en los bolsillos.
—La hemos jodido.
—Puede. Probablemente.
—Mira, nos pegamos, soltamos lo que llevábamos dentro y tomamos una cerveza. Las normas dicen que esto ya está arreglado.
—No estábamos viendo ningún partido.
Pedro notó que se aflojaba la tensión en sus hombros. Aquel comentario era típico de Dani.
—¿Lo dejamos para mañana? Hoy he quedado.
—¿Qué ha pasado con la regla «los tíos, primero, las titis, después»?
Pedro esbozó una sonrisa de simpatía.
—¿Acabas de llamar titi a Paula?
Daniel se quedó boquiabierto y se pasó una mano por el pelo.
—¿Ves como habrá complicaciones? Acabo de llamar titi a Paula porque he pensado en ella de otra manera, y he actuado como un gilipollas.
—Sí, eso ya lo he notado. Si no, mi obligación habría sido darte otro puñetazo en plena cara. Mañana por la noche los Yankees juegan en casa.
—Tú conduces.
—De eso, nada. Llamaré a Carlos. Así que yo me encargo del servicio de chófer y tú de la propina y las cervezas. Los perritos calientes los pagamos entre los dos.
—Muy bien. —Daniel consideró la idea unos instantes—. ¿Me darías un puñetazo por ella?
—Ya lo he hecho.
—Pero eso no fue por ella.
«Te acabas de anotar un tanto», pensó Pedro.
—No lo sé.
—Me parece una buena respuesta — decidió Daniel—. Nos vemos mañana.
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