lunes, 27 de febrero de 2017

CAPITULO 31 (SEGUNDA HISTORIA)






El plan de cenar de menú y ver una película de acción salió tan redondo que decidieron quedar para el lunes siguiente. 


Sus apretadas agendas les impedían pasar más tiempo juntos, pero se las apañaron para poder ir intercambiando lo que bautizaron como una amistosa comunicación sexual a
distancia y unos correos jocosos.


Paula ignoraba si su relación estaba marcada por el sexo o por la amistad, pero era como si ambos intentasen encontrar un equilibrio entre las dos cosas.


Estaba terminando de arreglarse para la velada cuando Carla entró en su casa y la llamó desde el pie de la escalera.


—Ahora bajo. He dejado las flores que querías en la parte trasera, en un jarrón, aunque sigo sin entender que tengas que ir a hacer favores a la gente.


—La MDNA quiere que pase por su casa para revisarlo todo. Iré a revisar lo que ella quiera. No tardaré mucho.


—Te habría ahorrado tiempo si las hubiera entregado yo misma, pero me he alargado en la última consulta del día. —
Paula bajó corriendo la escalera, se detuvo y giró en redondo—. ¿Qué te parece?


—Estás fantástica. Como era de esperar.


Paula se rió.


—El pelo recogido me queda bien, ¿verdad? He preferido llevarlo un poco despeinado, como si estuviera a punto de
deshacerse.


—Te queda bien. Y el vestido también. Ese rojo intenso te favorece mucho. Y deja que añada que el ejercicio ha merecido la pena.


—Sí, y no imaginas la rabia que me da, porque eso significa que tendré que seguir practicando. ¿Chal o jersey? —preguntó


Paula sosteniendo una prenda en cada mano.


—¿Adónde vais?


—A la inauguración de una exposición de arte. Es una artista local, moderna.


—El chal es más artístico. Qué lista eres...


¿Ah, sí?


—La mayoría irá de negro, y ese vestido rojo va a causar sensación. Eres una maestra dando lecciones.


—Si te arreglas, vale más que se note, ¿no? ¿Qué te parecen los zapatos?


Carla se fijó en que se había puesto unos tacones de aguja abiertos por la punta y atados con unas cintas muy sexys al tobillo.


—Matadores. Nadie que tenga un cromosoma Y va a mirar los cuadros.


—En mi cabeza solo hay un cromosoma Y.


—Se te ve feliz, Paula.


—No me extraña, porque lo soy. Tengo una relación con un hombre muy interesante que sabe hacerme reír y hacerme estremecer, que escucha con atención lo que digo y me conoce lo bastante para que yo pueda actuar tal como soy sin necesidad de poner los filtros habituales. Y lo mismo podría decir de él. Sé que es divertido, original, listo, trabajador, buen amigo y un obseso del deporte... Y todas esas cosas que sabes cuando hace una docena de años que conoces a alguien como nosotras conocemos a Pedro.


Paula se adelantó para ir a su taller.


—Habrá quien piense que con eso desaparece el placer del descubrimiento o la excitación, pero no es cierto. Siempre hay cosas por descubrir, y además sabes positivamente que te entiendes bien con él. A su lado me siento cómoda y también inquieta, todo a la vez. Por cierto, he optado por los
tulipanes rosa y las orquídeas iris. Dan una nota alegre, femenina y primaveral.


—Sí, resulta perfecto. —Carla esperó a que Paula sacara las flores del jarrón y atara el ramo con una cinta de un blanco
inmaculado.


—Puedo añadir unos lisianthus si quieres que tenga más volumen.


—No, así queda fantástico. Impecable. Paula... —Parker quiso cambiar de tema mientras su amiga envolvía el arreglo con un papel claro y brillante—. ¿Alguno de los dos sabe que estás enamorada?


—¿Qué? No. Yo nunca he dicho que... Claro que quiero a Pedro. Todas lo queremos.


—Ninguna de nosotras se ha puesto un vestido rojo y unos zapatos sexys para salir de noche con él.


—Ah, bueno, eso es porque... hoy tenía la intención de salir.


—No es solo por eso. Pau, sales con Pedro. Te acuestas con Pedro. Es lo que me figuraba yo, más o menos. Pero acabo de oírte hablar, acabo de verte la cara y, cariño, te conozco. Estás enamorada.


—¿Por qué dices eso? —La expresión de Paula era de aturdimiento—. Esta clase de cosas son las que me confunden y lo complican todo.


Carla arqueó las cejas y ladeó la cabeza.


—¿Desde cuándo piensas que estar enamorada es algo complicado?


—Desde que salgo con Pedro. Tal como van las cosas de momento, me siento bien. Muy bien, de hecho. Salgo con un hombre interesantísimo y... no pido nada más. Porque no sería propio de Pedro. Él no es de los que planifican qué van a hacer dentro de cinco años, o cinco semanas, por decir algo... Para él solo cuenta el presente.


—Mira... es curioso que Dani y tú, sus íntimos, tengáis tan poca confianza en él.


—No es eso. Es que, en este terreno en particular, Pedro no es de los que... buscan relaciones estables.


—¿Y tú?


—Me divertiré mientras pueda —dijo Paula asintiendo decidida—. No me enamoraré de él, porque ambos sabemos qué pasará si me enamoro. Empezaré a imaginar cosas, a pensar en él, en nosotros, a desear que él...


Se detuvo y se llevó una mano al vientre.


—Carla, conozco lo que implica un amor no correspondido. Para el que no está enamorado es terrible, y para el que lo está es peor. —Hizo un gesto de negación—. No, eso no me va a pasar. Hace poco que salimos, y no voy a enamorarme de él.


—Muy bien. —Carla, para tranquilizarla, le dio un apretón cariñoso en el hombro—. Si tú estás bien, yo estoy bien.


—Lo estoy.


—Vale más que me marche volando. Gracias por el arreglo.


—Faltaría más.


—Nos vemos mañana, en la consulta para deliberar sobre la boda de la chica Seaman.


—Lo tengo anotado en la agenda. Sé que quieren pasear por los jardines y verlos tal como están ahora para hacerse una idea de cómo podría quedar ese espacio el abril que viene. Llenaré un par de urnas con las hortensias azules Nikko que he estado mimando en el invernadero. Son exuberantes y quedarán impresionados. Además, me reservo un par de trucos bajo la manga — añadió la joven mientras acompañaba a Carla a la puerta.


—Como siempre. Pásalo muy bien esta noche.


— Lo haré.


Paula cerró la puerta y se apoyó contra la hoja.


Podía engañarse a sí misma, podía engañar a Pedro sin problemas. Ahora bien, nunca podría engañar a Carla.


Claro que estaba enamorada de Pedro.


Debía de estarlo desde hacía años y sencillamente se había convencido a sí misma de que ese sentimiento era puro deseo. El deseo era un problema a sortear; el amor resultaba fatal.


Sabía exactamente la clase de amor que quería, el amor que cala en tus huesos, arraiga en tu corazón y hace florecer tu cuerpo.


Quería que durara para siempre.


Quería vivir cada día y cada noche con él, año tras año; quería un hogar, una familia; quería apoyo, sexo... Lo quería todo.


Siempre había sabido cómo sería su pareja, su amante, el padre de sus hijos.


¿Por qué ese personaje tenía que ser Pedro?


¿Por qué, cuando al fin sentía lo que había querido sentir durante toda su vida, tenía que sucederle eso con un hombre al que conocía tan bien? Paula sabía que Pedro era de los que querían tener su propio espacio y seguir su camino, de los que consideraban que el matrimonio era una apuesta a largo plazo.


Sabía todo eso de él, y, no obstante, se había enamorado.


Si Pedro se enterase, ¿estaría... desconcertado?, se preguntó Paula. No, probablemente eso sería exagerar. Se sentiría preocupado, inquieto más bien... lo cual era peor. Porque actuando con mucho tacto, se largaría por el foro.


Y eso la mortificaba.


No existía ningún motivo por el que Pedro tuviera que enterarse de cuáles eran sus sentimientos. Aquello se convertiría en un problema solo si ella lo permitía.


Y no iba a permitirlo.


Tenía mano tratando a los hombres, tanta como la tenía con las flores. Seguirían saliendo como hasta ahora, y si las cosas se torcían hasta el punto de que le causasen más
sufrimiento que alegrías, sería ella la que se largaría por el foro.


Y luego lo superaría.


Se alejó de la puerta y se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua. Tenía la garganta seca y le escocía un poco.


Lo superaría, se aseguró a sí misma.


¿Qué sentido tenía preocuparse antes de tiempo? Todavía salían juntos.


Claro que... también podía lograr que se enamorase de ella. 


Si sabía cómo impedir que un hombre se enamorara o convencerlo de que se desenamorase cuando a él le parecía
que empezaba a sentir algo por ella... ¿por qué no iba a poder enamorar a alguien?


—Un momento, me estoy liando.


Paula respiró hondo y bebió un sorbo de agua.


—Si consigo que se enamore de mí, ¿se habrá enamorado de verdad? Uf, esto me desborda. Voy a una inauguración, y eso es todo. Olvida lo demás.


Se sintió aliviada cuando oyó que llamaban a la puerta. 


Había llegado el momento de dejar de pensar, de preocuparse y analizarlo todo punto por punto.



Esa noche saldrían. Se divertirían juntos.


Y lo que tuviera que suceder, sucedería




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