sábado, 4 de febrero de 2017

CAPITULO 12 (PRIMERA HISTORIA)




Pau, en el asiento trasero de una limusina negra, estiró las piernas bajo su minifalda negra y se quitó los zapatos de tacón dispuesta a pasar las dos horas que duraba el viaje hasta Manhattan.


A continuación, dio unos sorbos a su segunda copa del champán que Carla había metido en la nevera. 


-Es fantástico. Tengo las mejores amigas del mundo.


-Sí, piensa que te hacemos un gran favor -intervino Laura alzando su copa-. En limusina, bebiendo champán, yendo al club más fashion de Nueva York... y todo gracias a los contactos de Carla. Los sacrificios que hay que hacer por ti, Paula.


-Em ha anulado su cita.


-No tenía una cita -corrigió Emma-. Tenía un <<a lo mejor salgo esta noche».


-Pues eso es lo que anulaste.


-Sí. Y me debes una.


-Y a Carla también, por haberlo organizado. Como siempre. Pau brindo por su amiga, que estaba instalada al otro lado de la limusina hablando con una clienta por el móvil.


Carla dedicó a sus amigas un gesto de reconocimiento y siguió procurando que las aguas se calmaran.


-Creo que estamos a punto de llegar. Vamos, Carly, cuelga ya -le dijo Pau en un aparte-. Casi hemos llegado.


-Aliento, maquillaje, pelo... -enumeró Emma sacando un espejito.


Las pastillas de menta pasaron de mano en mano. Hubo retoque general de la pintura de labios. Cuatro pares de pies se calzaron los zapatos.


Y Carla colgó finalmente el teléfono.


-¡Ostras! La dama de honor de Naomi Right acaba de descubrir que su novio, que es el hermano y padrino del novio, ha tenido un lío con su socia. La DDH está que se sube por las paredes, como es de suponer, y dice que pasa de ser la DDH si no expulsan de la ceremonia a ese cabrón mentiroso. La novia está de los nervios y la apoya. El novio se ha cabreado y quiere estrangular al cabron y mentiroso de su hermano, pero no es capaz de prohibirle que vaya a su boda o le haga de padrino. El novio y la novia no se hablan.


-Pinta fatal esta boda -musitó Laura entrecerrando los ojos-. Es dentro de poco, ¿verdad?


-Una semana contando a partir del sábado. En la última lista había ciento noventa y ocho invitados. Va a ser un palo. He tranquilizado a la novia. Le he dicho que sí, que comprendo que este nerviosa, y sí, es lógico que apoye a su amiga, pero que también tiene que recordar que se trata de su boda, que va a casarse con el hombre que ama, y que el pobre está metido en un lío tremendo sin comerlo ni beberlo. Mañana me reuniré con los dos, a ver si se tranquilizan un poco


-El cabron mentiroso y la DDH engañada van a ir a la boda… y encima pensaran quedarse en la fiesta La cosa se pondrá fea.


-Sí- suspiro Carla ante el comentario de Pau- Pero eso podemos arreglarlo- Lo peor es que la socia esta en la lista de invitados… y el cabron mentiroso dice que si la borran, no ira a la boda.


-Este tío es un imbecil- sentenció Laura encogiéndose de hombros- El novio va a tener que echarle la bronca a su hermano.


-Lo tengo apuntado en la lista de sugerencias para la reunión de mañana, pero se lo diré con más tacto.


-Del trabajo, ya hablaremos mañana. Durante nuestra terapia de bebercio, bailoteo y ligoteo, quedan prohibidas las llamadas de trabajo- decretó Pau


Carla no le dio su palabra, pero se guardó el teléfono en el bolso.


-Muy bien, chicas dijo,- y se echo hacia atrás el pelo- vamos a exhibirnos.


Las cuatro salieron de la limusina y pasaron junto a la cola de esperanzado que se había formado en la entrada del club. Carla dio su nombre en la puerta. Al cabo de unos segundos ya habían penetrado en la barrera del sonido.


Pau reconoció en terreno. Situada entre dos niveles de reservados, mesas y bancos, la pista de baile ocupaba el espacio central. A cada uno de los lados, bajo una lluvia de luces de colores, había dos barras de acero inoxidable.


La música atronaba, los cuerpos giraban... y el humor de Pau mejoró dos puntos.


-Me encanta que el plan salga redondo.


Primero fueron a la caza de una mesa y Pau consideró un buen presagio encontrar un pequeño banco donde meterse las cuatro juntas.


-Primero observa la especie -comentó Pau-. Regla número uno. Observa el plumaje y los rituales antes de intentar adaptarte.


-Y una mierda, me voy a por unas copas. ¿Seguimos con champán? -quiso saber Emma.


-Pide una botella -decidió Carla.


Laura puso los ojos en blanco cuando Emma se dirigió contoneándose a la barra más cercana.


-Intentarán ligar con ella una docena de veces antes de que pueda pedir la bebida, y ya sabéis que siempre se siente obligada a dar conversación a los babosos. Moriremos de sed antes de que vuelva. Carla, tendrás que ir a buscarla. Ponte la capa invisible de Vade Retro y no te la quites hasta que nos hayan servido.


-Dale unos minutos de margen. ¿Qué tal tus miedos, Pau?


-Me van pasando. No me imagino al guapísimo doctor Alfonso en un lugar como este, ¿y tú? En un recital de poesía sí, pero aquí no.


-A ver, te basas en la profesión para hacer suposiciones y sacar conclusiones. Es como si dijeras que porque vendo neumáticos de coche, tengo que parecerme al muñecote de Michelin.


-Sí, tienes razón, pero ya me vale. No quiero liarme con él.


-¿Porque tiene un doctorado?


-Sí, y unos ojos muy grandes, azules, tan dulces y sexis cuando se pone las gafas... Por no hablar del inesperado y definitivo factor beso que podría hacerme olvidar lo mas básico, que es que no estamos hechos el uno para el otro. Además, una relación con él más allá de una amistad desenfadada se convertiría en algo serio. ¿Y qué haría yo entonces? Encima, me ha ayudado a ponerme el abrigo, dos veces.


-¡Ostras! -exclamó Carla abriendo los ojos como platos por la sorpresa-. Tienes que cortar esto de raíz, rápido, acábalo. Ahora lo entiendo todo. No hay derecho a que un hombre te haga esto... Me faltan las palabras.


-Bah, cállate. Quiero bailar. Laura, ven a bailar conmigo mientras Carla se pone la capa de Vade Retro, rescata el champán y... salva a Emma de su propio magnetismo.


-Por lo que parece, ha llegado el momento de adaptarse-sentenció Laura cuando Pau la obligó a levantarse y se la llevó a la pista de baile.


Bailó con sus amigas, con los hombres que la sacaron a bailar o con los que sacó ella a la pista. Bebió más champán. 


En el baño de señoras rojo y plateado, se frotó los pies doloridos mientras Emma se unía al ejército de mujeres que se había movilizado frente a los espejos.


-¿Cuántos números de teléfono te han dado hasta ahora?


Emma se retocó el gloss labial con esmero.


-No los he contado.


-Aproximadamente.


-Unos diez, supongo.


-¿Y cómo vas a distinguir uno de otro?


-Eso es un don -respondió Emma, y luego se volvió para mirarla-. Me he dado cuenta de que se te ha puesto uno a tiro. El de la camisa gris. Te ha tirado los tejos en la pista.


--Se llama Mitch. Se mueve bien y tiene una sonrisa fantástica. Me da la impresión de que no tiene ni un pelo de tonto.


-¿Lo ves?


-Es curioso, porque Mitch tendría que ponerme –opinó Pau-, y no. A lo mejor ya no me pone nadie, y eso sería gravísimo, una injusticia.


-Puede que quien te ponga sea Pedro.


-A ti te pone más de uno al mismo tiempo.


-Sí, sí. Pero yo soy yo y tú eres tú. Imagino que los hombres han nacido para eso, y si yo les pongo, tan contentos. Tú eres mucho más seria en estas cuestiones.


-No soy seria. No me digas eso, que es como darme un golpe bajo. Ahora mismo voy a bailar con Mitch, a ver si me excita. Te vas a tragar tus palabras, Emma. Bañadas en chocolate.


No funcionó. «Tendría que haber ido bien la cosa», pensó Pau cuando, después de bailar, se acodó en la barra con Mitch. Era guapo, divertido y corpulento; tenía un trabajo de lo más interesante como reportero de viajes, pero no le dio el coñazo contándole sus mil y una aventuras.


Mitch no se enfadó ni insistió cuando ella le respondió que no le apetecía ir a un lugar más tranquilo. Al final se intercambiaron los números del trabajo y se despidieron.


-Olvidémonos de los hombres. -A las dos de la madrugada Pau entró a rastras en la limusina y se estiró-. He venido a divertirme con mis amigas del alma y puedo decir: misión cumplida. Buf, ¿hay agua por aquí?


Laura le pasó una botella y luego dejó escapar un gemido de dolor.


-Mis pies... se quejan como unos condenados.


-Me lo he pasado fenomenal -dijo Emma sentándose en la butaca lateral y apoyando la cabeza en el respaldo con las manos debajo a modo de almohada-. Tendríamos que hacerlo una vez al mes.


Carla bostezó y dio unos golpecitos en el bolso.


-He contactado con dos vendedores y con un cliente potencial.


«Cada cual es como es», pensó Pau cuando la limusina enfiló hacia el norte. Se quitó los zapatos, que en aquel momento le apretaban horrores, cerró los ojos y pasó el resto del trayecto durmiendo.




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