domingo, 9 de abril de 2017
CAPITULO 48 (CUARTA HISTORIA)
Pedro estaba tumbado en una butaca con una Coca-Cola y una bolsa de patatas fritas y seguía una carrera de motocross que daban por la cadena de televisión ESPN.
Sebastian andaba arriba y abajo.
Se habían acostumbrado a ese ritmo. Sebastian andaba arriba y abajo, se sentaba, miraba la televisión fijamente y comprobaba la hora. Luego se levantaba y volvía a andar arriba y abajo.
—¿Te lo estás replanteando, profesor? Tengo órdenes de atarte con una cuerda si intentas salir corriendo.
—¿Qué? No. Ja, ja. No. ¿De verdad solo es la una y media? A lo mejor me he quedado sin batería. —Sebastian frunció el ceño al mirar el reloj y dio unos golpecitos a la esfera—. ¿Qué hora tienes?
Pedro le mostró la muñeca desnuda.
—Hora de relajarte. ¿Te apetece un trago?
—No, no, no. Quizá. No. Es que... siento como si hubiera entrado en otra dimensión donde cinco minutos equivalen a una hora y media. Deberíamos haber elegido casarnos por la tarde. Si hubiéramos elegido casarnos por la tarde, ahora ya estaríamos en el altar.
—¿Tienes prisa?
—Creo que sí. —Sebastian fijó la mirada sin ver nada—. Hay días en que no entiendo lo que ha pasado, y otros en que siento como si esto fuera lo más natural del mundo. Estoy... es... somos...
—Habla ya.
—Cuando descubres que amas completamente a alguien y esta persona te ama a ti... aun con tus debilidades y tus defectos, todo empieza a encajar. Y si puedes hablar con ella, y ella te escucha, si te hace reír, y te hace pensar, te hace querer, te hace ver quién eres en realidad, y esa persona que eres es mejor, mucho mejor cuando está con ella, estarías loco si no quisieras pasar el resto de tu vida a su lado.
Sebastian se interrumpió y esbozó una sonrisa tímida.
—Estoy desvariando.
—No. —Al notar que esas palabras le habían revuelto por dentro, Pedro sacudió la cabeza—. Me alegro por ti, Sebastian. Eres un cabrón con suerte.
—Hoy soy el cabrón con más suerte del planeta.
Pedro apagó la televisión.
—Ve a buscar las cartas. Jugaremos a la canasta, a ver si se traduce esa suerte.
—Vale. —Sebastian volvió a mirarse el reloj—. ¿De verdad solo es la una treinta y cinco?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario