lunes, 3 de abril de 2017
CAPITULO 27 (CUARTA HISTORIA)
ERA UNA CUESTIÓN PERSONAL. SILVIA MAGUIRE era amiga y hermana de Sebastian, lo que la convertía en un miembro más de la familia. Al margen de que la relación fuera tan directa e íntima, Sebastian había sustituido a Nico en la reunión para planificar la boda del pasado enero, y eso había provocado que Maca y él se reencontraran.
Esta boda, decidió Paula, no solo transcurriría sin el más mínimo fallo (aparente, al menos), sino que sería digna de figurar en los anales. Votos dedicaría a Silvia y a Nico el día y los recuerdos que perdurarían durante toda su vida.
Y con gran pragmatismo, Paula la consideró un preludio de la boda de Maca, que se celebraría en diciembre.
La mayoría de los invitados coincidirían, pensó mientras inspeccionaba los espacios de la boda. Su objetivo era ofrecer a los clientes, amigos y familiares la perfección y, a la vez, estimularles el deseo de asistir a la boda de su socia y amiga de infancia.
No era la primera vez que una de ellas o todas, de hecho, eran invitadas y organizadoras, por lo que contaban con muchos ases en la manga.
Se fijó en que Emma, que dominaba el arte de cambiarse rápidamente la ropa de trabajo por la del acto de esa tarde, trabajaba con su equipo para quitar los arreglos formales de rosas y lirios, las guirnaldas color blanco y oro viejo, las peanas de mármol y las urnas. Llevaba unas zapatillas deportivas, unos tejanos con muchos bolsillos y una sudadera.
Y volvería a cambiarse para el acto siguiente, pensó Paula, en el ala destinada a los miembros de la familia durante la celebración.
El ambiente que Silvia deseaba empezaba a materializarse gracias a unas gerberas rosa de amplias y alegres corolas, unas zinnias del tamaño de un puño de colores atrevidos y alegres, con tonos rosa, suaves, propios de las rosas de pitiminí. Las flores inundaban unas generosas cestas blancas, sobresalían desbordándose de unos centros enormes, agrupadas de forma imaginativa y alegre.
Nada formal ni estudiado, para Silvia, no, observó Paula.
Paula les echó una mano, llevó unos arreglos a la suite de la novia y los colocó en el lugar estipulado, entre las velas que ya estaban preparadas. Bajó por la escalera principal y apreció el trenzado de un hermoso encaje con unos alegres arcos con más rosas de pitiminí.
Ese era exactamente el estilo de Silvia, pensó Paula: dulce, divertido y alegre.
Salió presurosa y se encontró con Jeronimo y Sebastian, que estaban ayudando a Tink a convertir la pérgola en un entramado de alegres flores. Casi le dio un ataque de nervios cuando vio a Sebastian subido a una escalera de mano. Él no era precisamente un hombre ágil.
—Quedará precioso. Sebastian, ¿podrías bajar y echarme una mano?
—Espera que termine esto...
Paula contuvo el aliento, e intentó no pensar en brazos y tobillos fracturados cuando Sebastian se inclinó para colocar una guirnalda. Al bajar de uno de los peldaños trastabilló, pero felizmente solo llegó a golpearse en el codo.
—Está quedando muy bien, ¿no crees? —preguntó a Paula.
—Está quedando perfecto, tal como le gusta a Silvia.
—Estoy nervioso. —Sebastian se quitó las gafas que se había puesto para poder apreciar de cerca su trabajo y se las metió en el bolsillo—. No pensaba que lo estaría. El ensayo de anoche fue tan bien, fue distendido y divertido... Mil gracias otra vez, Paula, por haber implicado a Di. De hecho, se lo pasó muy bien.
—Eso forma parte de mi trabajo.
—Tengo que mantenerme ocupado. —Sebastian metía y sacaba las manos de los bolsillos—. Si no, empiezo a pensar en que mi hermana pequeña va a casarse.
—Bien, pues puedo hacerte un favor. Estoy desbordada, y si pudieras hacerte cargo de esta lista y repasarla con el responsable del catering, a mí me quitarías trabajo de encima y a ti se te calmarían los nervios.
Y los míos, pensó ella, porque así él no tendría que volver a encaramarse a una escalera.
—Ahora mismo voy. ¿Has visto a Maca?
—Está ayudando a cambiar la decoración del solarium, pero pronto tendré que ir a buscarla.
Antes de eso, Paula echó una mano a los que estaban colocando ramilletes de flores en las sillas enfundadas de blanco. Pensó que habían tenido suerte con el tiempo y Silvia podría celebrar su boda al aire libre. Cuando se pusiera el sol, refrescaría considerablemente, pero las estufas exteriores mantendrían el ambiente cálido para los invitados que quisieran seguir en las terrazas.
Y los árboles, observó paseando la mirada por última vez, tenían la alegría y el color de las flores de Emma. Tras consultar el reloj se apresuró a entrar en la casa para comprobar los progresos de Laura. Y para tomar unos sorbitos de café a toda prisa.
La novia y su cortejo llegarían al cabo de quince minutos.
—Por favor, que haya café recién hecho, y dime que ya casi estás... Ah, Pedro.
—Hola, Piernas. —Pedro interrumpió el gesto de servirne en un plato las fantásticas galletas de Laura y la miró de arriba abajo—. Nuevo estilo. Estás muy mona.
Paula se había puesto un largo delantal blanco por encima del vestido azul que había elegido para la boda. Después no tendría tiempo de cambiarse. En lugar de los tacones, llevaba unas botas Ugg.
No era precisamente su mejor imagen, pensó ella, por muy práctico que fuera el conjunto. Pedro, por otro lado, llevaba un traje oscuro, una camisa blanca como la nieve y una corbata de rayas finas.
—Tú también. —Paula cayó en la cuenta de que nunca lo había visto vestido con traje. Esa semana habían estado juntos prácticamente cada noche y ni siquiera estaba segura de si tenía uno.
—Le he puesto a trabajar —dijo Laura subida a un taburete y dando los toques finales a un pastel de cinco pisos—. Daniel me ha abandonado. Bonita presentación —le dijo a Pedro— Puede que te contrate.
—Todavía no confías en mí para que te ayude con los pastelitos.
—Paso a paso.
—Laura. —Paula se acercó—. Este pastel es precioso.
Los pisos cuadrados se apilaban como cestas de mimbre deslumbrantes de color, y las flores naturales se combinaban con otras de pasta de azúcar por encima.
—Es una pieza impresionante, por dentro y por fuera, pero creo que el detalle que más me gusta es la figura... y eso es obra tuya, maestra.
—Silvia no quería nada convencional, y tampoco formal. —Y desde luego, la figura de los novios encima del pastel riendo y celebrando la fiesta con un baile arrancaba sonrisas—. La artista los ha recreado muy bien.
—Empezaremos a recibir encargos para personalizar las figuras de los novios en el momento en que mostremos esta.
—Que será dentro de muy poco. Tengo que...
—Café. —Pedro le sirvió una taza.
—Ah, gracias.
—Este chico está en todo —comentó Laura.
—Esa es la fama que tengo. ¿Alguna cosa más?
—En realidad, íbamos a... Mierda. —Paula se tocó los auriculares —. Silvia acaba de llegar, antes de tiempo. Esta mujer siempre llega tarde y hoy viene temprano.
Sin dejar de hablar, se arrancó el delantal, se quitó las botas Ugg y se puso los tacones que había dejado junto a los de Laura. Sacó del bolsillo el brillo de labios y se pintó al tiempo que echaba a correr.
—¿Cómo hace eso? —preguntó Pedro.
—Multitarea, esa es la fama que tiene Paula. —Laura se bajó del taburete—. Los dos encajáis muy bien.
—¿Tú crees?
—Ella está contenta y desorientada también. A Paula le hacen feliz muchas cosas. Por ejemplo, las hojas de cálculo, por razones misteriosas. Pero pocas cosas la dejan desorientada.
Laura tomó un largo sorbo de agua de la botella.
—Como su amiga de toda la vida te diré que sí, que encajáis muy bien. Estoy segura de que ya te lo habrá dicho Daniel, pero te advierto que si la pifias con ella, lo pagarás caro. Somos como los Borgia para estas cosas.
—¿Resistirme servirá de algo?
—Me gustas mucho, Pedro, de verdad. —Laura le dedicó una sonrisa alegre y franca—. Por eso espero no tener que hacerte daño.
Él esperaba lo mismo.
Con Paula atareada ayudando a la novia, Pedro pudo pasear libremente por la casa. Ya había estado en varios actos y pensó que aquellas cuatro mujeres y su ejército de ayudantes, de alguna manera, lograban que cada celebración fuera única. El horario de Paula quizá fuera implacable, pero por encima de eso, por debajo o por todos lados, destacaba el trato personalizado. Y por lo que había visto, el tiempo y el esfuerzo que se habían tomado para conseguirlo.
Encontró a Daniel, a Jeronimo y a Sebastian en el bar del solárium.
—Justo lo que andaba buscando.
Daniel se agachó y puso una cerveza sobre la barra.
—Procuramos que Sebastian no pierda el juicio.
—¿Ah, sí? ¿Qué estás bebiendo, profe?
—Una infusión. Una infusión de hierbas.
—Por Dios... ¿Tu hermana va a liarse la manta a la cabeza y tú estás bebiendo una infusión de hierbas como una niña?
—Exactamente. Tengo que ponerme un esmoquin y acompañar a varias personas, incluida a mi madre, por el pasillo central. Tengo que hacer un brindis. Y voy a estar sobrio.
—Lo que está es atacado —comentó Jeronimo.
—Salta a la vista. Si estás atacado porque tu hermana va a dar el sí quiero, ¿cómo te las vas a arreglar cuando te toque a ti?
—Eso todavía no lo he pensado. De momento quiero sobrevivir al día de hoy. Me sentiría mejor si pudiera estar ahí arriba ayudando a Maca, pero Silvia no me deja entrar. Necesito… —Sebastian se interrumpió y se sacó el busca del bolsillo—. Ah, es para mí. Quiero decir que es Nico. Ya han llegado. Tengo que ir a recibirlos.
Se tragó la infusión como si fuera una medicina.
—Todo irá bien —dijo con decisión, luego se marchó.
—Ya lo emborracharemos más tarde —dijo Daniel.
—Estoy deseándolo. —Pedro alzó su cerveza y los tres hombres brindaron
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