martes, 28 de marzo de 2017

CAPITULO 9 (CUARTA HISTORIA)





Quizá a Paula no se le había ocurrido decir nada en ese momento, pero tenía muchas cosas que decir a la hermana mayor de Sebastian.


Salió a recibir en persona a Diana con las manos extendidas y una sonrisa radiante.


—¡Di, qué alegría verte! Muchísimas gracias por haber encontrado un momento para venir. ¿Cómo están los niños? 
—añadió invitándola a pasar.


—Están bien.


—Maca me ha contado que desde hace poco tienen un cachorro. —Paula le pasó el brazo deliberadamente por los hombros, como un par de amigas que hablan de sus cosas, y la condujo hacia la sala de estar.


—Mi padre consiguió convencerme. Claro que no es él quien tiene que ocuparse del trabajo.


—¡Siempre pasa igual! —exclamó Paula alegremente—. Conozco una adiestradora excelente si estás buscando ayuda. Es fantástica, y las clases para los cachorros las da con los niños, para que se impliquen. ¿Te apetece un café?


—Estoy dejando la cafeína.


—Yo también tomo demasiada. Tenemos un té verde buenísimo. Sebastian me ha dicho que es tu favorito.


Diana, con un cambio de ritmo en el paso, se quedó mirándola y parpadeó.


—¿Sebastian te ha dicho eso?


—¿Verdad que es sorprendente que nuestros hermanos se fijen tanto, que recuerden tantas cosas? Sentémonos. Estás fabulosa, Diana. ¿Cómo te las arreglas ?


Azorada, Diana se echó hacia atrás la melena de pelo castaño. Era una mujer atractiva, pero en general afeaba su aspecto con una expresión de disgusto.


—Me apunté a unas clases de yoga hace un par de meses, pero hay tantas cosas absurdas que yo...


—¡Ah, me encanta el yoga! —Deshaciéndose en sonrisas, Paula sirvió el té. No por casualidad había elegido el Doulton, uno de los mejores juegos de té de su abuela. Sabía que Diana se fijaba en esos detalles y los valoraba mucho—. Con tan solo una sesión de quince minutos consigo quitarme la tensión de la jornada. Me alegro de que te tomes un poco de tiempo para ti. Con tu trabajo, tu familia, tantas obligaciones... necesitas que los días tengan veinticinco horas. Francamente, no sé cómo lo haces, y encima yo te añado unas horas más pidiendo que vengas a hablar conmigo.


—Supongo que sobre la boda de Silvia y, la verdad, no entiendo qué tiene que ver eso conmigo.


—¿No te parece increíble lo poco que falta? —Sin dar su brazo a torcer, Paula tomó un sorbo de té—. Antes de que nos demos cuenta, llegará la de Sebastian y Maca. —Volvió a tomar a Diana de la mano—. Eso nos convierte en familia. Y eso mismo ha hecho que se me encendiera una lucecita y se me ocurriera una idea.


—¿Qué idea?


—Voy a empezar por el principio, y porque todo el mérito es de Maca. Ya sabes que lo que Silvia desea en su boda es divertirse. Quiere que ese día sea divertido, con los amigos y la familia, una fiesta. Tengo que decirte, Di, que muchas novias se obsesionan con los pequeños detalles, las insignificancias. Y por supuesto, a esto es a lo que nos dedicamos nosotras. Forma parte de nuestros servicios. Sin embargo, trabajar con tu hermana es muy estimulante, es una mujer que sabe ver las cosas en perspectiva. Ella os ve a todos, a tus padres, a ti...


—¿A mí?


—A ti, a Sam y a los niños. Lo que habéis construido, la vida, la familia, la continuidad. No es fácil crear todo eso, como sabes bien, y ella se fija mucho en lo que tú has conseguido. Todo empieza con la boda, la celebración de esos
primeros pasos. Tú eres su hermana mayor. Diste esos pasos antes que ella y la has ayudado a mostrarle el camino. Has tenido una influencia enorme para ella.


Diana soltó un bufido.


—Silvia nunca escucha nada de lo que le digo.


—Mira, creo que las personas que dejan huella y nos influencian a menudo no suelen darse cuenta de eso. Precisamente el otro día... —Paula se interrumpió y sacudió la cabeza—. No quiero traicionar una confidencia, pero como seremos de la familia... Silvia me dijo el otro día lo importante que eres para ella, lo mucho que significas para ella. Supongo que es más fácil decirle eso a alguien de fuera, ¿no?


De nuevo la mirada fija, el parpadeo.


—¿Ella dijo eso?


—Sí, y eso hizo que me diera cuenta... ya vuelvo a pasarme de la raya. —Con una carcajada espontánea, Paula hizo aspavientos como para alejar una idea de su mente—. Es idea de Maca. Ha reunido unas fotografías de Silvia, de tu familia, de Nico y de la familia de Nico. Fotos antiguas, pero también recientes. Una especie de retrospectiva cronológica. Maca tiene mucho talento. Sé que soy partidista, pero tengo que decir que el CD que ha creado es maravilloso. Dulce, divertido, encantador, ingenioso. La idea es pasarlo durante la cena de ensayo.


—Ah, yo no voy a...


—Lo que falta —la interrumpió Paula— es una narradora. Una maestra de ceremonias, si quieres. Alguien que haya estado presente desde el principio. Tus padres no, porque también va a ser una sorpresa para ellos, y Maca ha incluido una foto de su boda para abrir el pase. Primero pensé en Sebastian, porque es profesor, además de su hermano, y está acostumbrado a hablar en público, pero cuando lo comenté con Silvia me di cuenta de que no. Esto es cosa de hermanas. Es importante que lo haga una hermana. 
Después de todo, ¿quién aparte de ti va a tener una imagen más personal, ajustada e íntima de Silvia, de tu familia, de Nico y de la familia de Nico? Por favor, di que lo harás.


Paula volvió a alargar la mano buscando el contacto, convirtiéndolo en algo personal.


—Sé que es mucho pedir, y en un plazo tan corto, pero las cosas se han presentado a la vez. Te necesitamos, de verdad.


—¿Quieres que yo... comente las fotos?


—No es que lo quiera, es que lo necesito. Y no se trata de comentar unas fotos. Esto es un viaje, Diana. De Silvia y de Nico, claro, pero también de todos vosotros. La familia es esencial para ambos. Durante estos últimos meses he podido conocerlos y me he dado cuenta de eso. Será el punto fuerte de la velada. Sebastian ha hecho el borrador del guión y espera que digas que sí y colabores con él en los retoques.


—Sebastian quiere que yo... —Diana enmudeció, completamente asombrada.


—Oh, ya sé que estás atareadísima y que es pedir mucho. Pero yo te ayudaré cuanto pueda, en todo lo que quieras o necesites. Aunque, francamente, no creo que necesites ayuda. Cualquiera que sepa sacar adelante una familia como lo haces tú en mi opinión es capaz de sacar adelante lo que se proponga.


—Podría hacerlo, pero antes de comprometerme tendría que ver el CD y lo que ha escrito Sebastian.


Paula cogió un dossier de la mesa.


—Resulta que aquí mismo tengo una copia de ambas cosas. El CD dura unos doce minutos. ¿Tienes tiempo de verlo ahora?


—Supongo… que sí.


—Perfecto. Voy a buscar mi portátil.


Veintiséis minutos después Paula devolvía el carrito del té a la cocina.


—Por las plumas de canario que te asoman por los labios veo que la has cazado. —La señora Grady dejó en la cocina la cesta de tomates cherry que acababa de recoger de su huerto.


—Primero fue como picar piedra y luego me dediqué a ir sacando los pedruscos. No solo asistirá al ensayo y a la cena de ensayo, sino que será la maestra de ceremonias y presentará el CD de Maca y Sebastian. Bendito sea Sebastian por haber aceptado retirarse como maestro de ceremonias... sobre todo teniendo en cuenta que había sido idea tanto de él como de Maca.


—Es un buen chico. Y su hermana mayor siempre ha sido una pelmaza.


—Bueno, es atractiva, pero le falta la vivacidad y la confianza natural de Silvia. Es lista, pero no tiene la brillantez innata de Sebastian, y ni por asomo su dulzura. Nació en primer lugar, pero no siempre ha sido la primera en otros campos, creo. Y eso duele. Lo único que he tenido que hacer ha sido implicarla en la boda de Silvia. —Paula se encogió de hombros—. Y decirle unas cuantas verdades. Su familia la quiere. Diana es importante para ellos. Hay gente que necesita oír eso, muchas veces.


—Apuesto a que le debió de gustar que se lo dijeras tú. «Paula Chaves necesita mi ayuda.»


Paula volvió a encogerse de hombros.


—Si eso funciona... La novia conseguirá lo que quiere y merece. —Consultó su reloj—. Y además voy bien de tiempo.


Echó una mano en la decoración del acto, pasó revista a los progresos de Laura, habló con los del catering cuando llegaron y con los aparcacoches también.


Salió a la terraza para dar un último vistazo mientras Maca sacaba unas fotos del montaje y pensó: elegancia y champán por todas partes.


Personalmente no habría elegido algo así para la fiesta en la que se entregaban los regalos a la novia (y como estaba planificando otras tres para sus amigas, tenía muchas ideas al respecto), pero la escena tenía un aire art decó muy atractivo y elegante, y la exuberancia que le daban los increíbles arreglos florales de Emma lo matizaba un poco.


—Eso mismo estaba pensando yo. Me parece que la anfitriona y la novia estarán encantadas.


—Gatsby total —dijo Maca bajando la cámara. —Hoy te has marcado un tanto. Sebastian me ha enviado un mensaje. Su hermana quiere reunirse con él después de las clases para hablar del guión de la cena de ensayo. Buen trabajo.


—Creo que ella también hará un buen trabajo. Lo digo en serio. Estaba muy contenta con el proyecto cuando se marchó.


—¿Diana, contenta? ¿Le echaste algo en el té?


—Es un decir..., pero fue el CD el que obró el milagro. Se le humedecieron los ojos varias veces.


Maca arqueó las cejas.


—Había infravalorado mi potencial. ¿Marcha todo bien ahí dentro?


—Emma está dando los últimos toques a las zonas de los invitados y Laura ya ha terminado y está con los del catering. Yo iba a... —Paula se ajustó los auriculares con un dedo—. Ahora mismo voy. La anfitriona acaba de llegar —dijo a Maca—. Iré a recibirla y la acompañaré.


—Yo voy también, tomaré unas instantáneas de la llegada sin molestar.


Paula asintió y entró en la casa.


—Em, Laura —dijo hablando por el micrófono—. Luz verde.


Al cabo de una hora Paula contemplaba a unas mujeres con unos elegantes trajes chaqueta de color blanco, unos vestidos blancos vaporosos y unos pantalones blancos de corte sastre circulando por la terraza. Bebían champán, charlaban, reían y picoteaban el sofisticado aperitivo que servían los camareros.


Maca se movía entre ellas captando instantes: la expresión de satisfacción de la futura novia echando hacia atrás la cabeza y riéndose, el abrazo afectuoso de unas amigas al saludarse o la dulzura de una nieta brindando con su abuela.


Le agradaba, como le había sucedido siempre, ser testigo de la felicidad, sentirla chispear en el aire como el champán, saber que lo que le había tocado en suerte podía ser un buen escenario para la alegría.


Le complacía pasar el día en compañía de mujeres, desempeñar un papel en la creación de una visión particular de ese ritual femenino.


A la hora estipulada se adelantó para pedir a las invitadas que se sentaran a almorzar y luego volvió a retirarse a un segundo plano. E hizo acopio de fuerzas al ver que la anfitriona se dirigía a ella con el rostro desencajado.


—Olivia ha pedido juegos. Quiere juegos en su fiesta.


Que tú vetaste expresamente, recordó Paula, quien, sin embargo, sonrió.


—Me encargaré de eso.


—Ha pedido juegos y, por si fuera poco, premios. Por supuesto yo no había preparado...


—No hay problema. Lo arreglaré durante el almuerzo. ¿Qué te parecerían tres? Creo que con eso basta. Diversión, juegos sencillos y bonitos premios para las ganadoras.


—No quiero entregar nada hortera ni tonto. Quiero cosas que encajen con el ambiente.


Vaya..., pensó Paula, y pensar qué iba a sacar los consoladores que brillan en la oscuridad...


—Por supuesto. Déjamelo a mí. Todo estará arreglado después del almuerzo. Diviértete, por favor. No te preocupes por nada.


Paula aguardó a que la anfitriona hubiera vuelto con las demás.


—Laura, necesito que me releves fuera —dijo hablando por el micrófono—. La FN quiere juegos y premios. Necesito quince minutos para organizado.


—Entendido.


—Emma, necesito que montes una mesita para los premios.


—¡Qué dices!


—Sí, ya lo sé. Haz lo que puedas. Tienes cuarenta minutos.


Subió al trote la escalera trasera y se dirigió al cuarto de los regalos, un espacio pensado para envolver y guardar obsequios. En un pequeño armario almacenaba diversos obsequios etiquetados y a medio envolver. Los examinó, valoró los pros y los contras, y tras elegir tres los metió en unas bolsas de regalo troqueladas en blanco que luego envolvió en papel de seda negro. Abrió otro armario y tomó un montón de libretas de notas, lápices y material diverso.


Bajó como un relámpago, puso las bolsas y la caja de material sobre la mesa del comedor y, atravesando la cocina, entró en la vieja despensa para elegir una bandeja adecuada para la presentación.


—¿Qué estás buscando? —preguntó la señora Grady a su espalda.


—La FN quiere juegos, pero como la anfitriona los vetó en las fases de planificación... No me inclino por poner bolsas blancas sobre una bandeja blanca, y no tenemos una negra que vaya a juego. Estaba pensando en una de plata. O de cristal. Quizá mejor de cristal.


—Prueba con las dos.


—Buena idea. ¿Puede venir conmigo para darme su opinión?


La señora Grady la acompañó.


—Ah, te han traído el coche.


—¿Traído, dónde?


—Aquí.


Paula se detuvo y frunció el ceño.


—¿Mi coche está aquí?


—Lo han entregado hará unos veinte minutos. Limpio y encerado. He dejado la factura encima de tu escritorio.


—Oh, pero si yo no les pedí que me lo trajeran. Iba a...


—Así te ahorras tiempo, ¿no? —Lo cual, en opinión de la señora Grady, convertía a Pedro Alfonso en un cliente muy sagaz.


Paula no dijo nada, pero siguió frunciendo el ceño mientras disponía las bolsas en la bandeja de plata.


—Creo que la de cristal irá mejor. La plata viste demasiado, además Emma podría esparcir unos pétalos de rosa blancos por encima, y con los jarroncitos negros... ¿Quién ha entregado el coche?


La señora Grady reprimió una sonrisa.


—No entendí su nombre. Bueno, de ninguno de los dos, porque al que lo trajo lo seguía otro con una grúa.


—Ah. Mmm... ¿La de cristal?


—Diría que sí. Es elegante, pero más sutil que la de plata.


—Sí, eso es lo que busco. —Paula dio un paso atrás—. Dejaré esto aquí e iré a ver si puedo ayudar a Emma a montar la mesa.



Iba a marcharse, pero se detuvo.


—Podía haber ido yo perfectamente a recogerlo.


—Sin duda. ¿Qué se dice cuando alguien te hace un favor?


Paula suspiró ante el tono de implícita desaprobación que adoptó su voz.


—Se dice gracias. Lo haré. A la primera ocasión.


Ocasión que no se presentó o, al menos, eso se dijo a sí misma. El acto requería su atención, y con el tiempo adicional que había tenido que dedicar a improvisar los juegos iba con treinta minutos de retraso, que tendría que escamotear de los preliminares del ensayo de la noche.


—Los juegos han sido un éxito —comentó Maca.


—En general suelen serlo.


—Y los premios, muy bonitos. Me gustó mucho el joyero de viaje, ese de cuero verde. Para alguien que vaya a la Toscana de luna de miel le iría de fábula.


—Puede que alguien tenga esa suerte. —Paula dio un trago de su botellín de agua—. Lo hemos bordado, de verdad. Y nuestra anfitriona ni siquiera ha parpadeado cuando le he presentado una factura adicional por los regalos, sobre todo teniendo en cuenta que no le he cobrado la media hora extra de ocupación de espacios.


Dio una última mirada a la terraza. Habían retirado todas las mesas, pero la pérgola y las urnas seguían decoradas. Solo tenían que montar la mesa de los tentempiés y ya podrían marcharse.


Puede que le quedaran cinco minutos para llamar y dar las gracias, pero lo cierto era que primero tenía que comprobar el albarán. Supuso que habría hinchado la factura con el recargo por entrega.


—Voy a... —Su teléfono sonó—. Vaya. La Novia Loca.


—Tú lo harás mejor que yo. Adelante. A eso nos dedicamos.


La Novia Loca consumió su tiempo. Y le dio espacio para pensar.





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