martes, 28 de marzo de 2017

CAPITULO 7 (CUARTA HISTORIA)




Paula dio un paso atrás, cerró la puerta, se volvió y se sobresaltó al ver a Laura en el pasillo.


—¿Me dejas decir «uau»?


Paula sacudió la cabeza y deseó tener algo en que ocupar las manos.


—Él... me ha agarrado.


—Qué fuerte... Deja que diga otra vez «uau»


—Es invasivo, dominante...


—Y está buenísimo. Y eso que hablo como mujer que está locamente enamorada de tu hermano. También diré —prosiguió Laura acercándose a Paula— que como no he sido tan educada para apartar los ojos y marcharme, me he fijado en que tú no has tratado de sacártelo de encima, exactamente.


—Me ha pillado por sorpresa. Además, no le habría dado esa satisfacción.


—Perdona, pero él me ha parecido más que satisfecho. ¿Sabes qué, Paula? —Laura le dio unos golpecitos en el brazo—. Estás roja, radiante y deslumbrada.


—No estoy radiante


Laura se limitó a tomar a Paula por los hombros para darle la vuelta y que se viera en el gran espejo del vestíbulo.


—¿Qué decías?


Quizá un rubor asomaba a sus mejillas, y quizá su mirada parecía un poco deslumbrada, pero...


—Eso es la rabia.


—No te llamaré mentirosa, Pau, pero bajo esa falda tus bragas echan humo.


—Muy bien, vale. Vale ya. Besa muy bien, si te va el estilo arrogante y brusco.


—Pues parecía que a ti sí que te iba.


—Eso es solo porque me ha acorralado. Esta es una conversación estúpida sobre una nadería. Me voy arriba.


—Yo también me iba, por eso he podido ver esa nadería.


Subieron juntas, pero antes de separarse Paula se detuvo en el rellano.


—Llevaba puesta la capa invisible de Vade Retro.


—¿Qué?


—No soy idiota. Pedro hizo un leve intento en la cocina. En realidad, hace leves intentos cada vez que me tropiezo con él y eso es desconcertante, aunque soy capaz de controlarlo. Por eso cuando lo he acompañado a la puerta he pensado que quizá se haría ilusiones.


Laura abrió unos ojos como platos.


—¿Te has puesto la capa invisible de Vade Retro? ¿El famoso escudo protector que repele a los hombres de todas las edades, credos y filiaciones políticas?


—Sí.


—Y a él no lo ha repelido. Es inmune. —Laura dio una palmada a Paula en el brazo—. Podría ser la única criatura de toda su especie.


—Muy divertido...


—Claro que sí. Y también sexy.


—No me interesa entrar en temas divertidos y sexis con Pedro Alfonso.


—Paula, si no estuvieras interesada te las habrías ingeniado para sacudírtelo de encima como te sacudes un bicho que ha volado a tu solapa. El... —Laura buscó la palabra exacta—. Él te intriga.


—No, él... quizá.


—Como amiga tuya deja que te diga que es bueno verte intrigada por un hombre, sobre todo teniendo en cuenta que ese hombre me gusta, y que me he fijado en que tú también le intrigas a él.


Paula alzó un hombro.


—Solo quiere llevarme a la cama.


—Pues claro que quiere llevarte a la cama. Aunque ese «solo» no me convence.


—No voy a acostarme con él. Tenemos una relación de trabajo.


—¿Porque es tu mecánico?


—Ahora es el mecánico de Votos, y es amigo de Dani.


—Pau, tus excusas no se tienen en pie, y eso me hace pensar que estás preocupada porque quieres acostarte con él.


—Esto no tiene nada que ver con el sexo. No todo tiene que ver siempre con el sexo.


—Tú has sacado el tema.


Me ha pillado, admitió Paula.


—Pues a otra cosa, mariposa. Tengo demasiadas cosas en la cabeza para pensar en eso. Mañana iremos a tope. Iremos a tope durante los próximos cinco días.


—Lo sé. ¿Quieres que suba y me quede un rato contigo?


Quería que subiera, mucho, hecho que le confirmó que estaba dando demasiada importancia a algo que no la tenía.


—No, gracias, estoy bien. Y quiero despachar una tarea que me queda antes de acostarme. Nos veremos por la mañana.


Paula subió sola y encendió el televisor para sentirse acompañada. Tras quitarse los zapatos comprobó que no tuvieran arañazos o peladuras. Satisfecha, los colocó en su lugar, en el compartimiento vertical del armario destinado al calzado. Metió el traje chaqueta en la bolsa de la tintorería y dejó las joyas en los cajones bandeja.


Se puso el camisón y la bata y se guardó el teléfono en el bolsillo. Pensó en darse un baño largo y caliente, pero lo descartó porque los baños largos y calientes inducen a pensar y soñar y a ella no le apetecía hacer ninguna de las dos cosas.


Prefirió concentrarse en el programa del día siguiente mientras se limpiaba, tonificaba e hidrataba la piel.


Radiante, pensó mirando su reflejo con frialdad. ¡Qué palabra tan tonta! Y del todo inexacta, además.


Laura tenía la fiebre del amor. Casi todas las novias la cogían, y debido a sus efectos secundarios veían las cosas y las personas a través de un halo amoroso.


Eso era bueno para ellas, admitió Paula mientras se quitaba la goma del pelo. Y un buen negocio para Votos.


Y hablando de negocios, dedicaría una hora a entrar todos los datos nuevos de la reunión de la tarde y las elecciones iniciales de los clientes.


Una lista de doscientos veinticinco invitados, pensó mientras regresaba al dormitorio con la intención de ponerse a trabajar con el portátil en la sala de estar. Un cortejo nupcial de seis personas, incluyendo a la niña de las flores, que ya habría cumplido los cinco en junio, cuando se celebrara la boda.


La flor favorita de la novia era la peonía, y los colores elegidos (de momento al menos), el rosa y el verde. Tonos suaves.


Suaves, repitió Paula para sus adentros, y cambiando de dirección fue a abrir las cristaleras y salió a la terraza. 


Primero tomaría un poco el aire, tan solo quería tomar un poco el aire fresco de la noche.


La novia quería suavidad y delicadeza. Le había pedido a Paula que se reunieran en el salón para admirar el vestido que había elegido, gesto que demostraba que esa novia entendía el vestido como el núcleo a partir del cual se creaban los tonos, el tema o el aire que tendría la boda.


Todas esas preciosas capas vaporosas, recordó Paula, el resplandor sutil de las cuentas de perlas y unas tiernas notas de encaje.


Tonos pastel y peonías, tul brillante y promesas susurradas.


Podía verlo. Ella se encargaría de todo. Era buenísima encargándose de todo.


No había ningún motivo para sentirse tan inquieta, tan nerviosa, tan confundida.


Ningún motivo para estar al aire libre contemplando unos jardines sumidos en la humedad nocturna y recordando la inesperada excitación de un paseo en moto que solo había durado unos minutos.


Y que había sido veloz, peligroso y emocionante, una locura.


Parecido, muy parecido, al beso duro y rudo que un descarado le había dado en el vestíbulo de su propia casa.


No le interesaban esas cosas. De ninguna manera. Puede que le intrigaran, pero eso era un asunto diferente. Paula encontraba intrigantes a los tiburones nadando en silencio, misteriosos, en la piscina de un acuario, pero eso no significaba que tuviera el más mínimo interés en darse un chapuzón con ellos.


Comparación que no era justa, admitió con un suspiro. Nada justa.


Pedro podía ser arrogante, ser descarado, pero no era un tiburón. Había estado muy natural con la señora Grady, incluso dulce. Paula tenía un radar infalible para detectar a los que se comportaban con falsedad con la gente a la que ella quería, y no había detectado ni una sola nota falsa en Pedro.


Luego estaba su amistad con Dani. Su hermano era capaz de mantener una relación profesional con personas falsas y con tiburones, pero jamás una relación personal.


Por consiguiente, el problema, si existía alguno, estaba obviamente en ella. Tendría que corregir eso. Corregir, solucionar y eliminar problemas era su especialidad.


Encontraría la solución para este en concreto, la pondría en práctica y pasaría página. Pero primero necesitaba concretar e identificar el susodicho problema, aunque tenía una idea bastante exacta de su raíz.


En cierto modo y en lo que respectaba a esa curiosidad —que no era interés, sino curiosidad—, se sentía atraída.
De una manera elemental, estrictamente química.


Era humana, una persona sana, y Laura tenía razón. 


Pedro estaba buenísimo. Con su estilo primitivo y algo tosco.


Motos y cuero, tejanos gastados y sonrisa descarada. Manos fuertes, boca hambrienta.


Paula se llevó la mano al vientre. Sí, definitivamente sentía una cierta atracción. Una vez admitido eso, ya sabría encontrar la manera de esquivarlo.


Como una bomba.


Como la bomba que le había explotado dentro cuando Pedro la atrajo de un tirón... La atrajo de un tirón, volvió a considerar. No le gustaba que la atrajeran de un tirón.


¿O sí?


—Da igual —farfulló. Los problemas se solucionan con respuestas, no con más preguntas.


Ojalá no tuviera tantas preguntas.


El teléfono sonó en su bolsillo. Lo sacó como una mujer que busca un salvavidas en un mar embravecido.


—Gracias a Dios —suspiró aliviada. La Novia Loca sin duda le plantearía un problema que podría resolver con eficacia. Y le permitiría apartar de la mente el suyo.


— ¡Hola, Sabina!, ¿qué puedo hacer por ti?








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