El sonido de alguien que llamaba a la puerta interrumpió a Paula, que estaba clasificando la entrega de la mañana.
Refunfuñando un poco, dejó pendientes las flores y torció el gesto al ver a Kathryn Seaman y a su hermana a través del cristal.
Sudorosa y hecha una birria no era el modo de impresionar a unas clientas importantes.
Atrapada, forzó una sonrisa y abrió la puerta.— Señora Seaman, señora Lattimer... ¡qué agradable verlas!
—Te pido disculpas por aparecer sin avisar, pero Jessica y sus chicas han decidido cómo irán vestidas las damas de honor y he querido traerte la muestra del tejido.
—Perfecto. Por favor, entren. ¿Les apetece tomar alguna cosa? ¿Un té al sol? Hace un día muy bueno.
—Me apetece mucho —dijo Adele de inmediato—. Si no es molestia.
—En absoluto. ¿Por qué no se sientan y se ponen cómodas? Tardaré un minuto.
Té, pensó Paula corriendo hacia la cocina. Rodajas de limón, las tazas buenas... Mierda, mierda. Una bandejita con galletas.
Gracias a Dios por la lata de emergencia de Laura. Lo puso todo en una bandeja y se pasó la mano por el pelo.
Sacó el brillo de labios de emergencia de un cajón de la cocina, se los pintó y se pellizcó las mejillas.
Poca cosa más podía hacer en esas circunstancias, solo respirar hondo un par de veces para cerciorarse de que su aspecto fuera sereno. Regresó caminando pausadamente y
se fijó en que las dos mujeres estaban curioseando en la estancia donde recibía a las clientas.
—Kate me ha dicho que tienes un taller muy bonito, y no le falta razón.
—Gracias.
—¿Arriba tienes tu espacio privado?
—Sí. No solo es práctico, sino que además es muy cómodo.
—He visto que tu socia, Macarena, está ampliando su estudio.
—Sí. —Paula sirvió el té y siguió de pie al ver que ninguna de las dos mujeres parecía decidida a sentarse—. Maca se casa en diciembre y ella y su marido necesitarán más espacio en su apartamento. Por eso están ampliando también la zona del estudio.
—¿Verdad que es emocionante? — Adele, dando un sorbo de té, siguió paseando, tocando las flores y estudiando las fotos—. Me refiero a planear la boda de una del grupo.
—Es emocionante, sí. Somos amigas desde niñas.
—Me he fijado que en esta foto de aquí aparecen unas niñas. ¿Sois vosotras?
—Sí, son Laura y Carla. Nos lo pasábamos muy bien jugando al «día de la boda» —le contó Paula sonriendo al ver la foto—. Ese día me tocó a mí ser la novia y a Maca, como avanzándose al futuro, la fotógrafa oficial. Siempre cuenta que fue en ese momento, el de la mariposa azul, cuando supo que quería ser fotógrafa.
—Qué encanto... —Kathryn se volvió hacia Paula—. Hemos interrumpido tu trabajo y estamos abusando de tu tiempo.
—Me gusta tomarme un descanso de vez en cuando.
—Espero que hayas sido sincera, porque me muero por ver dónde trabajas —terció Adele—. ¿Preparas algún arreglo hoy? ¿Algún ramo?
— Ah... En realidad, estoy clasificando la entrega de esta mañana. Por eso voy hecha un guiñapo.
—Dirás que soy una desvergonzada, porque voy a pedirte si puedo ver el lugar donde trabajas.
—Oh, claro que sí. —Paula le dedicó una mirada de inteligencia a Kathryn—. No se apure.— Yo ya lo he visto.
—Sí, pero no mientras estaba metida en faena. —Paula les indicó el camino—. Clasificar es... esto, tal como ven —indicó ella señalando la mesa de trabajo.
—¡Mira qué flores! —Adele, ruborizándose de la emoción, se adelantó—. ¡Oh, y cómo huelen las peonías!
—Son las favoritas de la novia —le contó Paula—. Le pondremos este rojo exuberante en el ramo, que contrastará con los rosados intensos y atrevidos y con los tonos pálidos y delicados. Irá atado con una cinta de color vino y unas tachuelas rosa caramelo. Las damas llevarán el mismo ramo en pequeño, en la variante de los tonos rosados.
—¿Conservas las flores en cubos?
—En una solución que las hidrata y nutre. Es una buena manera de mantenerlas frescas, y de que duren más tras la ceremonia. Las guardaré en la cámara hasta que estemos
listas para hacer el diseño.
—¿Cómo...?
—Adele —Kathryn chasqueó la lengua —, estás interrogando a la chica.
—Vale, vale. Tengo un montón de preguntas que hacerte, ya lo sé, pero hablo muy en serio cuando digo que quiero montar una empresa de organización de bodas en Jamaica. —Adele, con un gesto afirmativo, volvió a examinar el ambiente—. El montaje es perfecto, por eso pienso que difícilmente podré tentarte para que vengas conmigo.
—Sí, pero no me importa contestar a sus preguntas. De todos, modos, para obtener una visión general del tipo de negocio de que se trata, Carla es la persona más indicada.
—Nos vamos ya. No queríamos molestarte —dijo Kathryn cogiendo el bolso —. Toma la muestra.
—Oh, qué color tan bonito... Parece una hoja tierna de primavera vista a través de una gota de rocío. Es perfecto para montar una boda de cuento de hadas. —Paula se volvió hacia su exposición y eligió un tulipán de seda blanco—. ¿Ven cómo reluce el blanco contra este verde acuoso?
—Sí, sí, es cierto. Cuando hayamos dado el visto bueno a los diseños definitivos, te enviaremos los esbozos. Gracias, Paula, por habernos dedicado este rato.
—Nuestro trabajo es asegurarnos de que ese día sea perfecto para Jessica.
—¿Lo ves? —exclamó Adele dándole un golpecito a su hermana en el brazo—. Esta es precisamente la actitud que quiero. De hecho, creo que El Día Perfecto sería un nombre
fantástico para el negocio.
—Me gusta —apuntó Paula.
—Si cambias de idea, ya tienes mi tarjeta —le recordó Adele—. Te prometo un diez por ciento más de lo que ganas actualmente al año.
***
—Estoy intentando no enfadarme porque haya querido contratarte otra vez. —Carla se quitó los zapatos al término de su segunda consulta, que había sido muy intensa.
—¿Cuánto te ofreció por instalarte en Jamaica? —preguntó Paula.
—Me dio carta blanca, y yo le dije que estaba cometiendo un fallo garrafal. Nadie merece carta blanca, sobre todo cuando estás montando un proyecto de empresa.
—Esa mujer nada en la abundancia — aclaró Laura—. Sí, ya sé que eso no perjudica a un negocio a efectos prácticos,
pero esa mujer está acostumbrada a nadar en la abundancia.
—La idea es buena: una exclusiva empresa de organización de bodas que ofrezca todos los servicios en un destino típico para casarse. Además, es lo bastante lista para contratar empleados con experiencia probada. Pero tendrá que definir un presupuesto, y atenerse a él.
—¿Por qué no lo montamos nosotras? — quiso saber Maca—. No estoy diciendo que hagamos las maletas y nos mudemos a Jamaica, a Aruba o dondequiera, sino que podríamos montar una sucursal de Votos en algún lugar exótico. Arrasaríamos.
—Ya te arrasaré yo a ti —precisó Laura formando una pistola con los dedos pulgar e índice y haciendo el gesto de dispararle—. ¿No tenemos bastante trabajo ya?
—He pensado en eso.
Laura miró boquiabierta a Carla.
—Déjame ponerme las pilas, que no te sigo.
—Solo se trata de un par de ideas sueltas que tengo para el futuro.
—Cuando perfeccionen la técnica de la clonación humana.
—Pienso en una franquicia más que en una sucursal —explicó Carla—. Con unos requisitos muy específicos. Ahora bien, todavía no he elaborado el proyecto en detalle ni me he planteado los problemas que puedan surgir. Si lo hago, o cuando lo haga, lo discutiremos a fondo. Y todas tendremos que estar de acuerdo. Por ahora te doy la razón: tenemos trabajo de sobra. Salvo durante la tercera semana de agosto, que está en blanco.
—Ya me he fijado. Quería preguntarte la razón —dijo Paula mientras se estiraba para aliviar la molestia en las lumbares—. Pensaba que era yo quien había olvidado anotar algún
acto.
—No, no hay ningún acto esa semana porque la he dejado libre. Puedo cambiar eso, de todos modos, si ninguna de vosotras está interesada en pasar una semana en la playa.
Durante unos segundos reinó el silencio, y luego las tres mujeres saltaron de alegría.
Laura agarró a Carla de la mano y tiró de ella para que se les uniera.
—Me ha parecido comprender que estáis interesadas.
—¿Podemos hacer las maletas ahora? ¿Podemos, di, podemos? —preguntó Maca.
—Filtro solar, un biquini y un vaso mezclador para preparar margaritas. No necesitamos nada más. —Laura tiró de
Carla sin dejar de moverse—. ¡Vacaciones!
—¿Adónde iremos? —preguntó Paula —. ¿A qué playa?
—¿Qué más da? —Laura se dejó caer en el sofá—. A la playa. Eso quiere decir una semana sin preparar fondants ni pasta de azúcar para modelar. Dejad que me seque esta lágrima de la mejilla.
—A los Hamptons. Dani ha comprado una casa.
—¿Daniel ha comprado una casa en los Hamptons? —Maca alzó los puños al aire—. Bien por Daniel.
—En realidad, la ha comprado el Bufete de Abogados Brown. Algunos de los papeles que traía para firmar tenían que ver con eso. Surgió la posibilidad de comprar una propiedad. Una buena inversión. No comenté nada por si la cosa no cuajaba, pero ahora el trato ya está cerrado. Por eso haremos las maletas y en agosto iremos todos a pasar una semana a la playa.
—¿Todos? —repitió Laura.
—Nosotras cuatro, Sebastian, Daniel y Pedro, claro. Hay seis dormitorios y ocho baños. Espacio de sobra para todos.
—¿Lo sabe Pedro? —preguntó Paula.
—Sabe que Daniel estaba valorando si compraría la propiedad, pero no sabía nada del plan de este agosto. Ambos pensamos que no tenía ningún sentido deciros que podíamos tomarnos una semana libre si no cerrábamos el trato. »Ahora ya está hecho.
—Tengo que ir a decírselo a Sebastian — Maca le dio un beso sonoro a Carla y salió corriendo—. ¡Bien!
—Es fantástico. Voy a escribirlo en mi calendario, y dibujaré en él un montón de corazoncitos y de radiantes soles. Pasear por la playa a la luz de la luna... —Paula abrazó a Carla—. Voy a llamar a Pedro.
Una vez a solas, Carla observó a Laura.— ¿Te pasa algo?
—¿Qué? No. ¿Qué me va a pasar? Playa, una semana. Creo que estoy en estado de shock. Necesitamos ropa playera.
—Y que lo digas.
Laura se levantó de golpe.
—Vámonos de compras.
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