domingo, 12 de marzo de 2017

CAPITULO 11 (TERCER HISTORIA)






A la una de la madrugada el equipo de limpieza se empleaba a fondo en el salón de baile y Paula terminaba de comprobar la suite de la novia. Recogió varias horquillas, un zapato desparejado, una bolsita de pinturas de piel de color rosa y un sujetador de encaje. La ropa interior debía de ser la señal de un polvo rápido durante el banquete, o de la necesidad que había tenido una de las damas de liberar sus senos.


Los artículos irían a parar a la bolsa de objetos perdidos de Carla hasta que alguien los reclamara, y ese alguien no estaría obligado a dar explicaciones.


Cuando Paula salía de la suite, se cruzó con Carla.


—Parece que ya hemos terminado de recoger. Me quedaré con esto. Reunión de personal. Será breve.


Todos los músculos del cuerpo de Paula protestaron al unísono.


—¿Esta noche?


—Será una reunión breve. Cuento con una botella casi entera de champán para aliviar las penas.


—Vale, vale…


—En nuestro salón. Dentro de un par de minutos.


De nada servía quejarse, pensó Paula, y se dirigió al lugar de encuentro con la intención de apropiarse del sofá. Se estiró en él y soltó un gruñido.


—Sabía que llegarías antes que yo. —Maca, que no había podido enseñorearse del sofá, se echó en el suelo—. El padrino me ha tirado los tejos. Sebastian lo ha encontrado divertido.


—Señal de que confía en sí mismo.


—Supongo que sí. Lo curioso es que antes de salir con él nunca me habían tirado los tejos durante una celebración. Me parece muy injusto que quieran ligar conmigo ahora que no estoy disponible.


—Por eso quieren. —Paula suspiró y se quitó los zapatos—. Creo que los hombres llevan un radar incorporado para estas cosas. Si no pueden conseguirte, te encuentran más sexy.


—Porque son unos marranos.


—Claro.


—Os he oído —dijo Emma entrando en el salón—, y creo que ese comentario es cínico y falso. Te han tirado los tejos porque estás preciosa, y porque como ahora tienes a Sebastian, te muestras más feliz y extrovertida. En consecuencia, te ven más atractiva. —Se dejó caer en una butaca y se acurrucó con las piernas dobladas—. ¡Qué ganas tengo de meterme en la cama!


—Únete al club. Mañana nos reunimos para repasar la jornada del domingo. ¿Por qué no puede esperar el tema de hoy?


—Porque —dijo Carla mientras entraba y apuntaba con un dedo a Paula— tengo que deciros una cosa que hará que nos acostemos más contentas. —Se sacó un sobre del bolsillo—. El PDNA nos ha dado una prima. La he rechazado, por supuesto, con mucha educación y delicadeza, pero él no ha aceptado un no como respuesta. —Se quitó los zapatos y lanzó una exclamación de alivio—. Le hemos dado a su niña la boda soñada, y a él y a su mujer, una noche extraordinaria. El hombre ha querido agradecérnoslo con creces.


—Qué bonito… —dijo Maca bostezando—. Lo digo en serio.


—Nos ha dado cinco mil dólares. —Carla sonrió al ver que Paula se incorporaba de golpe en el sofá—. En metálico —añadió sacudiendo los billetes como si fueran un abanico.


—Es una manera muy bonita de dar las gracias, y muy verde también —comentó Paula.


—¿Puedo tocarlos antes de que los escondas? —preguntó Maca—. ¿Me dejas verlos antes de que vayan a parar a los fondos de la empresa?


—Voto por quedarnos con el dinero —propuso Carla alzando los billetes—. A lo mejor se debe al cansancio, pero voto por la pasta. Mil dólares para cada una, y mil para que se los repartan Sebastian y Jeronimo. —Agitó los billetes—. Vosotras decidís.


—Voto que sí —respondió Emma levantando la mano—. ¡Me quedo con la pasta de la boda!


—Apoyo esa moción, rotundamente. Quiero tocar la pasta —exigió Maca.


—No pienso llevaros la contraria —terció Paula negando con un dedo—, porque esos mil pavos me irán muy bien.


—De acuerdo entonces. —Carla le ofreció la botella de champán a Paula—. Sirve tú mientras yo cuento los billetes. —Y se arrodilló en el suelo.


—¡Qué momento más dulce! Champán y dinero en efectivo para acabar una larga jornada. —Maca tomó una copa y se la pasó a Emma—. ¿Recordáis nuestra primera celebración oficial? Cuando terminamos descorchamos una botella, comimos el pastel que había sobrado y bailamos. Las cuatro y Pedro.


—He besado a Pedro.


—Todas hemos besado a Pedro —señaló Emma brindando con Maca.


—No, lo que quiero decir es que el otro día le besé. —Al oír sus propias palabras, Paula se quedó atónita, aunque a continuación se sintió muy aliviada—. Es increíble lo estúpida que puedo llegar a ser.


—¿Por qué? Solo es… —Maca parpadeó y entonces comprendió la cuestión—. Ah, o sea que diste un beso a Pedro. Ya. Buf.


—Estaba malhumorada, fuera de mí, y entonces Pedro vino a buscar el pastel que me había encargado. Su manera de hablar y de comportarse fue tan típica de él… —Paula habló con un rencor que creía superado.


—A mí también me ha sacado a veces de quicio —comentó Emma—, pero nunca me ha dado por besarlo.


—No fue para tanto. Al menos no para él. Ni siquiera se ha molestado en comentarlo con Jeronimo. Es decir, para él no tuvo importancia. Tú no se lo digas a Jeronimo —le ordenó a Emma—. Es Pedro quien tendría que haberlo hecho, y no ha sido así. En resumen, no le da importancia. Para nada.


—Tú tampoco nos lo habías dicho hasta ahora.


Paula miró a Maca con rabia.


—Porque… tenía que pensarlo antes.


—Pero para ti sí ha significado algo —murmuró Carla.


—No lo sé. Fue un impulso, un momento de locura. Estaba furiosa. En realidad, no siento nada especial por él. Oh, mierda… —murmuró, y hundió la cabeza entre las manos.


—¿Te devolvió el beso? Cuéntanos —pidió Maca, y Emma le arreó un puntapié—. Solo le hacía una pregunta.


—No, no me lo devolvió, pero mi beso le tomó por sorpresa. Yo tampoco me lo esperaba. Fue instintivo.


—¿Qué te dijo? Y tú no me des otro puntapié —le advirtió Maca a Emma.


—Nada. No le di la oportunidad. Prometo que lo arreglaré —le dijo Paula a Carla—. Fue culpa mía, aunque él se mostrara quisquilloso y mandón. No te inquietes.


—No estoy inquieta, en absoluto. Solo me pregunto cómo no me había dado cuenta. Te conozco tan bien como a las demás. ¿Cómo no he notado, visto, sabido que sentías algo por Pedro?


—Porque no siento nada. Bueno, sí siento, pero tampoco pienso en él día y noche. Es algo que me pasa de vez en cuando. Como una alergia. Solo que en lugar de hacerme estornudar, me siento como una idiota. —La ansiedad que le punzaba en el estómago se reflejó en su voz—. Sé que estáis muy unidos, y lo encuentro fantástico, pero, por favor, no le cuentes lo que acabo de deciros. No era mi intención sincerarme de esta manera, pero me ha salido así. Creo que me cuesta controlar mis impulsos.


—No le diré nada.


—Bien, muy bien. No fue importante, de verdad. Solo un beso en los labios.


—¿No hubo lengua? —Maca esquivó a Emma, y luego se encorvó al notar la mala cara que esta le ponía—. ¿Qué? Me interesa. A todas nos interesa, si no ¿cómo íbamos a seguir escuchándola a la una de la mañana con cinco mil dólares encima de la mesa?


—Tienes razón —intervino Paula—. No tendríamos que estar hablando de esto. Solo he sacado el tema porque necesitaba desahogarme. Dejémoslo, tomemos el dinero de la prima y vayámonos a la cama. De hecho, ahora que lo he soltado, no entiendo por qué estaba tan bloqueada. No fue nada importante… —Enfatizó sus palabras con unos aspavientos. Se dio cuenta de la vehemencia del gesto y dejó las manos quietas—. Está claro que no tuvo importancia, y seguro que Pedro no va a perder el sueño por eso. No os comentó nada a Jeronimo o a ti, ¿verdad? —preguntó a Carla.


—No he hablado con él desde principios de semana, pero no, no me ha dicho nada.


—Mirad —Paula esbozó una tímida sonrisa—, lo que ocurre es que me lo he tomado como una colegiala; y eso que cuando lo era, no reaccionaba así. Basta. Cojo el dinero y me voy a la cama. —Tomó uno de los montoncitos que Carla había distribuido—. En fin, no pensemos más en ello, ¿vale? Sigamos… con normalidad. Todo es… normal. Así que buenas noches.


Se retiró a toda prisa y sus tres amigas se miraron.


—De normal no tiene nada… —comentó Maca.


—Tampoco es anormal. Es… diferente. —Emma dejó la copa y recogió su dinero—. Está avergonzada. Deberíamos aparcar el tema y dejarla tranquila. ¿Podemos hacerlo?


—La cuestión es más bien si podrá ella —concluyó Carla—. Ya veremos.



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