jueves, 2 de febrero de 2017
CAPITULO 8 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro, sentado en su aula vacía de la academia, repasaba los puntos de discusión que quería plantear en la última clase del día. Mantener la energía y el interés eran claves en esa ultima clase, cuando solo faltaban cincuenta escasos (o interminables, dependiendo del punto de vista) minutos para recuperar la libertad. Si acertaba enfocando el tema, podría captar la volátil atención de los alumnos que no paraban de controlar el reloj.
Quizá incluso aprenderían algo.
Por desgracia, ahora era a él a quien le costaba concentrarse.
¿Tendría que llamarla y volver a disculparse? Quizá debería escribirle una nota. Se le daba mejor escribir que decir las cosas. Casi siempre.
¿Debería dejarlo correr? Habían pasado un par de días.
Bueno, un día y dos noches si se ponía muy puntilloso.
Pedro sabia que se comportaba de un modo obsesivo con ese tema.
Quería dejarlo correr, dejarlo todo como estaba y anotarlo en la larguísima lista de <<Los momentos bochornosos de Pedro>>.
Ahora bien, no podía dejar de darle vueltas, ni de pensar en ella.
Estaba en el mismo punto en que había estado trece años antes enamorado perdidamente de Paula Chaves.
<<Lo superaras>>, se recordó Pedro. Ya lo había conseguido antes. Casi del todo.
Había perdido la cabeza por un momento, nada más. Y era comprensible, considerando cual había sido su experiencia.
De todos modos, quizá debería escribirle una nota de disculpa.
<<Querida Paula: Quiero pedirte mis disculpas mas sinceras por el comportamiento inapropiado que tuve la otra tarde. Mis actos fueron inexcusables y lo lamento profundamente. Saludos cordiales, Pedro»
¿Era posible ser más envarado y estupido?
Pau debía de haberlo olvidado todo a esas alturas, y se habría reído un rato con las amigas. ¿Quién iba a culparla por ello?
Dejarlo correr, eso era lo que tenía que hacer. Dejarlo correr y no volver a pensar como enfocaría el debate en clase sobre Rosalinda como mujer emblemática del siglo XXI.
La sexualidad. La identidad. La astucia. El valor. El ingenio. La lealtad. El amor.
¿Cómo empleaba Rosalinda su doble sexualidad en la obra para convertirse en la mujer del final en lugar de seguir siendo la joven del principio y el muchacho que fingía ser durante toda la obra?
<<Di “sexo” y captaras la atención de estos adolescentes -pensó Pedro-. ¿Cómo puedo...?>>
Seguía repasando notas cuando pronuncio un ausente <<entre>> al oír que alguien llamaba a la puerta. <<Ah, la identidad y el valor cambian gracias al disfraz y a. . .>>
Alzo los ojos y parpadeo. Con la encantadora Rosalinda en el pensamiento, Pedro descubrió que Pau estaba frente a el.
-Hola, siento interrumpirte.
Se levanto de golpe, y cayeron al suelo algunos de los papeles que estaba leyendo.
-Ah, no pasa nada. No te preocupes. Solo estaba... –Se agacho para recoger los folios al mismo tiempo que ella y se dieron un cabezazo-. Lo siento, lo siento. -Todavía agachado, cruzo su mirada con la de ella-. Mierda.
Pau sonrío, y volvieron a dibujarse sus hoyuelos.
-Hola, Pedro.
-Hola. -Tomo los papeles que ella le ofrecía-. Estaba repasando varios puntos de vista desde donde entablar un debate sobre Rosalinda.
-¿Que Rosalinda?
--Ah, la Rosalinda de Shakespeare. ¿Te suena Como gustéis?
--Pues... ¿es aquella en la que sale Emma Thompson?
-No, esa es Mucho ruido y pocas nueces. Rosalinda, la sobrina del duque Federico, es desterrada de la corte y se disfraza del joven Ganímedes.
-Su hermano gemelo, ¿verdad?
-No, eso pasa en Noche de Reyes.
--Las confundo todas.
-Bueno, aunque existen ciertos paralelismos entre Como gustéis y Noche de Reyes en lo que respecta el tema y a los recursos, las dos obras presentan marcadas divergencias en... Lo siento, da igual.- Pedro dejó los papeles, se quitó las gafas de lectura y se preparo para enfrentarse a las consecuencias-. Quería disculparme por...
-Ya lo hiciste. ¿Te disculpas con todas las mujeres a las que besas?
-No, pero dadas las circunstancias en que... -<<Déjalo correr Pedro.>>- En fin, ¿puedo hacer algo por ti?
-He venido a traerte esto. Iba a dejarlo en el despacho de enfrente, pero me han dicho que estabas libre, en esta aula, y se me ha ocurrido venir a entregártelo en persona. -Pau le dio un paquete envuelto en papel marrón-. Puedes abrirlo -dijo al verlo confundido-. Solo es una muestra... de aprecio por haberme dejado desahogar la otra noche y haberme ahorrado una resaca. Me ha parecido que te gustaría.
Pedro lo abrió con cuidado arrancando la cinta adhesiva y desdoblando el envoltorio por las puntas. Ante sus ojos apareció una fotografía orlada con un sencillo marco negro.
Recortado contra el blanco y negro de la nieve y de los árboles en invierno, un cardenal, como una llamarada de Vivo fuego, se había posado en una rama.
-Es precioso.
-Es bonito -coincidió Pau examinando la foto a su vez-. Fue un golpe de suerte. La hice ayer por la mañana, muy temprano. No es un uapidon de vientre empenachado, pero es nuestro pájaro.
-Nuestro… Ah, claro. Y has venido a regalármelo. -La satisfacción le hizo ruborizarse casi tanto como el bochorno-. Creí que estarías molesta conmigo después de que yo...
-¿Después de que me noquearas con un beso? Sera ridículo. Además, si me hubiera enfadado, te habría pateado el culo en ese mismo momento.
-Supongo que tienes razón. De todos modos, no tendría que haber...
-Me gusto -lo interrumpió Paula dejándolo sin palabras. Luego se dio la vuelta y paseo por el aula- Así que aquí es donde das clases, donde pasa todo.
-Sí, es aquí. -¿Por qué, por qué diablos no podía lograr que el cerebro se le conectara con la boca?
-Hacía años que no había pisado el instituto. Todo está como antes, es idéntico. ¿No dicen que ves la escuela más pequeña cuando la visitas de adulto? A mí, en cambio, me parece más grande. Grande, espaciosa e iluminada.
-El diseño es potente, el del edificio, quiero decir. Con zonas abiertas y... Pero te referías a eso metafóricamente.
-Puede que sí. Creo que estudié en esta aula. –Rodeando los pupitres, Pau se acercó al trío de ventanales de la pared meridional-. Solía sentarme aquí y mirar por la ventana en lugar de prestar atención. Me encantaba este sitio.
-¿De verdad? La mayoría no tiene buenos recuerdos del instituto. Están inmersos en politiqueos y conflictos de personalidades por culpa del bombardeo de las hormonas.
Pau esbozó una sonrisa.
-Podrías estampar eso en una camiseta. No, tampoco es que me gustara tanto el instituto. Me encontré a gusto en esta academia porque Carla y Emma estudiaban aquí. Solo vine un par de semestres, en cuarto de secundaria una vez y en primero de bachillerato la otra, pero me gustó más que el instituto Jefferson. Aunque Laura estudiaba allí, aquello era tan grande que era difícil quedar a menudo para salir. -Pau se volvió de espaldas-. Políticas y conflictos aparte, el instituto sigue siendo una bestia social. Y como veo que has vuelto al aula, deduzco que tú disfrutaste como un loco.
-Para mí, el instituto representó practicar la supervivencia. Los empollones ocupamos uno de los niveles más bajos de los estratos sociales, y los demás no paran de menospreciarnos, ignorarnos o insultarnos. Podría escribir un artículo sobre el tema.
Pau lo miró con curiosidad.
-¿Hice yo eso alguna vez?
-¿Escribir un artículo? No, claro, te refieres a lo otro. No fijarse en alguien es distinto a ignorarlo.
-A veces es peor -murmuró Pau-.
-Me preguntaba si podríamos volver a lo que pasó la otra noche, y a ese comentario de que te gustó. ¿Podrías ser más especifica, a ver si lo he interpretado bien?
La pregunta de Pedro le hizo sonreír.
-Me parece que sí lo has interpretado bien, pero te diré...
-¿Doctor Alfonso?
Una muchacha vestida con el remilgado uniforme azul marino de la academia titubeaba en la puerta irradiando frescura y juventud. Paula detectó las típicas señales: un pálido rubor, los ojos húmedos... «Enamoramiento grave del profesor.›>
-Ah...Julia, dime.
-Me dijo que podía venir a esta hora para hablar de mi examen.
-Muy bien. Dame un minuto para...
-Me marcho, no quiero molestarle -intervino Pau-. De hecho, no ando muy bien de tiempo. Me ha encantado volver a verle, doctor Alfonso.
Pau pasó junto a la joven y bella Julia y salió por la puerta.
Cuando ya había bajado la mitad de la escalera, Pedro logró alcanzarla.
-Espera.
Pau se volvió y Pedro la cogió por el brazo.
-Que no haya malinterpretado tu comentario ¿significa que puedo llamarte?
-Puedes llamarme. O podríamos vernos para tomar una copa cuando termines las clases.
-¿Sabes dónde está El Café de la Amistad?
-Vagamente. Lo encontraré.
-¿A las cuatro y media?
-Me irá mejor a las cinco.
-A las cinco. Perfecto. Te... veo luego.
Pau se volvió cuando llegó al pie de la escalera. Pedro seguía inmóvil a medio camino, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones de algodón, la chaqueta de tweed arrugada y el pelo revuelto.
«Pobre Julia -pensó Pau dirigiéndose a la salida-. Pobrecita Julia. Sé exactamente cómo te sientes»
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ya me atrapó esta historia.
ResponderEliminar