martes, 14 de febrero de 2017

CAPITULO 45 (PRIMERA HISTORIA)





Pau estaba en su estudio trabajando en un juego de pruebas. Cuando terminó, lo empaqueto para enviarlo a una clienta sin olvidar incluir la lista de precios, su tarjeta de visita y otra lista con distintas opciones donde elegir.


Echó un vistazo al teléfono y se felicitó por tener la sangre fría de no devolver las llamadas de Pedro. Quizá Corina había estado jugando. Seguro que habría estado jugando, pero él se había quedado resistiendo en el campo de batalla.


Le costaría algo más que un par de disculpas por teléfono si quería arreglar las cosas. Por otro lado, si no había hecho nada malo, ¿por qué se disculpaba?


«No importa», se dijo.


Su productivo día merecía una buena recompensa. Se daría un baño de espuma, tomaría una copa de vino y pasaría la velada comiendo palomitas y mirando la televisión. Vería una película de acción, donde todo explota y no hay ni rastro de amoríos.


Metió su trabajo en una bolsa de entrega de Votos. De repente, oyó que se abría la puerta y se giró en redondo.


Lourdes, con un ataque de furia, entró al trapo.


-¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a llamar a una grúa para que se lleve mi coche a un taller de segunda? ¿Sabías que pretenden que pague doscientos dólares si quiero que me lo devuelvan? Vale más que me firmes un talón ahora mismo.


«Bien -pensó Pau-. Suena la campana para que comience el round. Por una vez en la vida, estoy lista.››


-Ni en sueños. Dame las llaves.


-Te daré las llaves cuando me des doscientos dólares.


Pau se acercó a su madre, le agarró el bolso y vació su contenido en el suelo. Lourdes se quedó tan atónita que Pau tuvo tiempo de agacharse, revolver entre sus pertenencias y meterse las llaves en el bolsillo.


-¿Cómo...?


-¿Me atrevo? -Pau terminó la pregunta con frialdad-. Me atrevo porque me pediste el coche el domingo, porque no me lo devolviste y no te pusiste al teléfono durante cinco días. Me atrevo porque se acabó lo de utilizarme y abusar de mí. Y créeme cuando te digo que se acabó. Estoy harta. Hasta aquí hemos llegado.


-Nevaba. No quería arriesgarme a conducir desde Nueva York con una tempestad de nieve. Podría haber tenido un accidente. Podría haber…


-Llamado -la interrumpió Pau-. Pero dejando eso aparte, no hubo ninguna tormenta; solo cayeron cuatro copos que no llegaron ni a un centímetro. Eso, el domingo.


-Ari no quiso oír hablar de que volviera a casa en coche. Me invitó a quedarme, y eso fue lo que hice-explicó Lourdes encogiéndose de hombros-. Pasamos unos días juntos. Fuimos de compras y al teatro. ¿Por qué no puedo tener una vida propia?


-Me parece perfecto, pero practica en otra parte.


-Bah, no seas niña, Paula. Te dejé mi coche.


-Me dejaste un coche que no pude usar, que no habría podido usar ni aunque te hubieras molestado en darme tus malditas llaves.


-Fue un despiste. Me echaste tan deprisa ese día que no me extraña que me olvidara de dártelas. Y no contestes mal a tu madre -Lourdes se deshizo en lágrimas, unos hermosos lagrimones que bañaron sus dolidos ojos azules-. ¿Cómo puedes tratarme así? ¿Cómo es posible que me niegues la posibilidad de ser feliz?


«No funcionará -se dijo Pau a pesar de que ya notaba espasmos en el estómago-. Esta vez, no.›>


-Mira, eso solía preguntarme yo, solo que la pregunta iba al revés. Nunca supe encontrar la respuesta.


-Perdona. Perdona. Estoy enamorada. No sabes lo que es sentir algo así por alguien, no sabes que eso pasa por encima de todo, que solo vosotros dos sois importantes. Solo era un coche, Paula.


-Solo era <<mi>> coche.


-¡Mira lo que le has hecho al mío!- A pesar de que las lágrimas todavía le rodaban por las mejillas, la rabia se apoderó de Lourdes-. Hiciste que se lo llevara la grúa a ese... antro de grasa. Y ese hombre horrible lo tiene secuestrado.


-Paga el rescate -le propuso Pau.


-No entiendo cómo puedes ser tan malvada conmigo. Y eso es porque eres incapaz de sentir. Fotografías sentimientos, pero no los tienes. Y ahora me castigas porque yo sí los tengo.


-Muy bien. -Pau volvió a agacharse, recogió del suelo el contenido del bolso de su madre y lo embutió dentro-. No tengo sentimientos. Soy una hija horrible. Y ya que es mi estilo, voy a pedirte que te vayas. Quiero que te marches.


-Necesito dinero para el coche.


-No te lo daré.


-Pero... tienes que dármelo.


-No -respondió Pau metiéndole el bolso entre las manos-. Esa es la cuestión, mamá. No tengo que hacerlo. Y no voy a hacerlo. Es tu problema y tendrás que solucionarlo tú.


A Lourdes le temblaron los labios y el mentón. «No es manipulación -pensó Pau-, no del todo. Ella siente lo que siente. Y se cree la víctima.>>


-¿Cómo iré a casa?


Pau descolgó el teléfono.


-Llamaré a un taxi.


-No eres hija mía.


-¿Sabes qué? Lo más triste para las dos es que sí lo soy.


-Esperaré fuera. A la intemperie. No quiero estar en la misma habitación que tú ni un minuto más.


-Te recogerá delante de la casa principal. -Pau se volvió y cerró los ojos cuando oyó el portazo-. Sí, necesito un taxi en la propiedad Brown. Cuanto antes, por favor.


Con un horrible nudo en el estómago, Pau fue a cerrar la puerta con llave. Tendría que añadir una aspirina a su plan de relax post jornada laboral, aunque más bien necesitaría un frasco entero. Quizá se llevara la aspirina a alguna habitación a oscuras para intentar adormecer los sentimientos que parecía ser que no tenía.


Tomó la aspirina y se la tragó con un vaso de agua helada con la intención de aliviar la sequedad de la garganta. A continuación se sentó en el suelo de la cocina.


Hasta ahí había llegado.


Se quedaría allí sentada hasta que las rodillas no le temblaran, hasta que la cabeza dejara de darle punzadas. 


Hasta que le pasara la necesidad de llorar desconsolada.


Cuando sonó el teléfono encima del mármol, Pau se levantó y lo cogió como pudo. Vio en la pantalla que era Carla y contestó.


-Estoy bien.


-Aquí me tienes.


-Ya lo sé. Gracias, pero estoy bien. Le he llamado un taxi. Llegara en un par de minutos. No la dejes entrar.


-Muy bien. Aquí me tienes -repitió Carla-. Para lo que necesites.


-¿Sabes una cosa, Carla? Ella no cambiará jamás, eso me toca a mí. De todos modos, no sabía que doliera tanto. Pensé que me sentiría bien, tranquila y satisfecha, que quizá disfrutaría un poco del triunfo. Pero no es así. Es terrible.


-Para no dolerte, habrías tenido que ser otra persona. Hiciste lo que debías, por si te sirve de ayuda. Lo que consideras correcto. Lourdes ya reaccionará. Lo sabes.


-Prefiero ponerme como una moto. -Cansada y llorosa,
Pau dobló las rodillas y escondió el rostro en ellas-. Es mucho más fácil cuando me pone como una moto. Ahora, en cambio, es como si notara que se me ha partido el corazón. ¿Tú sabes por que me pasa esto? 


-Porque es tu madre. Y eso no lo cambia nadie. Pero piensa también que te sientes fatal cuando dejas que te utilice.


-Esto es aún peor. Pero no te falta razón.


-Ha llegado el taxi. Se marcha.


-Muy bien. -Pau volvió a cerrar los ojos-. Me encuentro bien. Hablaremos mañana.


-Llámame si me necesitas antes.


-Lo haré. Gracias.


No recuperó el entusiasmo para el plan de una bañera de espuma acompañada de velas y vino, pero se dio un baño caliente de todos modos. Luego se puso los pantalones de franela más viejos que tenía, su dulce consuelo. Se le habían quitado las ganas de dormir y pensó que una buena solución sería atarearse en casa: limpiaría el dormitorio, organizaría el armario y el vestidor y haría el baño a fondo, para que no se dijera.


No era el momento de dedicarse a las tareas domésticas, pero eso la mantendría ocupada durante horas. Puede que días. Y lo mejor de todo era que se trataba de una limpieza, de un acto simbólico que reflejaba su postura frente a Lourdes.


Renovarse o morir. Y todo limpito y ordenado cuando hubiera terminado. Un nuevo orden de su vida.


Abrió el armario y resopló a dos carrillos. Decidió que la única manera de empezar era como en los programas de reformas que daban en la tele: sácalo, selecciona y tira.


Tal vez podría quemarlo todo y empezar de cero. De algún modo quemar puentes parecía ser lo que mejor se le daba. 


Agarró lo que le cupo entre los brazos y lo lanzó sobre la cama. Tras el tercer cargamento, se preguntó por qué necesitaba tanta ropa. Aquello era una enfermedad, eso era. 


No existía ni una sola persona que necesitara quince blusas blancas.


Decidió que se quedaría con el cincuenta por ciento. Ese sería su objetivo. Cribar el cincuenta por ciento de su armario. Y compraría unos preciosos colgadores tapizados que había visto. Coordinados por colores. Y unas cajas transparentes para apilar los zapatos. Como Carla.


Cuando hubo amontonado el contenido de su armario encima de la cama y del sofá, Pau se quedó un tanto desconcertada. ¿No debería haber comprado primero los colgadores y las cajas? Y quizá también unos elementos para organizar los armarios. Y unos compartimientos para los cajones. Ahora tenía un lío descomunal, espantoso, y le faltaba un lugar donde poder dormir.


-¿Por que, en nombre de lo más sagrado, sé llevar un negocio, ser empresaria, y en cambio soy incapaz de controlar mi propia existencia? Paula Chaves, esto es como tu vida: montañas de cosas, y tú, sin saber qué hacer con ellas.


Lo arreglaría. Lo cambiaría. Se las apañaría. Si había echado a su propia madre de casa, sin duda podría solucionar el tema de la ropa, los zapatos y los bolsos. 


Cortaría en seco con el revoltijo que había en su vida, con su follón mental. Había que minimizar.


Se volvería Zen.


Su casa, su vida y su dichoso armario serían remansos de paz y tranquilidad. Compartimentados en unas cajas de plástico transparente para zapatos.


Y empezaría en ese mismo instante. Era un nuevo día, un nuevo comienzo y una nueva Paula Chaves, más curtida, lista y formidable. Con los ojos relucientes, bajó a buscar un paquete de bolsas grandes de jardinería.


Unos golpecitos en la puerta la sobresaltaron hasta el punto de que casi se estremeció de alivio. Carla, pensó. Gracias a Dios. Lo que ahora necesitaba eran los superpoderes de la Chica Organizadora.


Con la mirada perdida y el cabello disparado, abrió la puerta de cuajo.


-Carla... oh. Oh, claro. Perfecto.


-No contestabas al teléfono- empezó a decir Pedro-. Sé que estás enfadada. Si me dejas entrar, aunque solo sean unos minutos, me gustaría explicarme.


-Cómo no -le espetó Pau alzando las manos-. Adelante. Es el broche perfecto. Tomemos una copa.


-No quiero beber.


-Por supuesto. Tienes que conducir -sentenció ella con aspavientos mientras se dirigía a grandes zancadas hacia la cocina.- Como yo no conduzco... -Plantó una botella de vino sobre el mármol y cogió el sacacorchos-. ¿Qué, no hay plan esta noche?


-Paula.


Mientras atacaba el corcho, Pau pensó que de algún modo Pedro había logrado que su nombre sonara como una disculpa y una advertencia al mismo tiempo. El hombre tenía mano en eso.


-Sé lo que debió de parecerte, lo que seguramente parecía. Lo que pareció. -Pedro se colocó en el otro lado del mármol- Pero no fue así. Corina... Deja que lo haga yo -se interrumpió él al verla pelearse con el corcho. Pau se limitó a advertirle con un dedo-. Vino de visita. Apareció.


-Te diré una cosa. -Pau se metió la botella entre las rodillas y, mientras tiraba del sacacorchos, se iba enfureciendo cada vez más-. Porque tú y yo nos peleáramos, porque yo tuviera necesidad de marcar unos límites razonables, eso no significa que te pusieras a entretener a tu misteriosa y sexy ex a los cinco minutos.


-No estuve entreteniéndola. Ella no es... Maldita sea -Rugió Pedro acercándose para cogerle la botella en el momento justo en que Pau hacía saltar el corcho.


Le dio un puñetazo en plena mandíbula. Del impacto, Pedro dio un paso hacia atrás.


-¿Te sientes mejor ahora?


-No quería... Te has metido en medio. -Pau dejó el vino en el mármol y se tapó la boca para evitar que le entrara la risa floja-. Ostras, qué situación tan ridícula.


-¿Podemos sentarnos?


Pau negó gesticulando y se acercó a la ventana


-Nunca me siento cuando estoy atacada de los nervios. Y tampoco me pongo a conversar con calma y tranquilidad.


-¡Menuda noticia! Te marchaste. Te fuiste corriendo sin darme la oportunidad de que pudiera explicarte la situación


-Es una manera de verlo. Eres un hombre libre. Tú y yo no decidimos que nuestra relación sería exclusiva, ni siquiera lo hablamos.


-Lo di por sentado. Nos estamos acostando. Pongas los Iimites que pongas, estoy contigo. Solo contigo. Y espero de ti lo mismo. Si eso me convierte en un tío tradicional y mojigato, no puedo evitarlo.


Pau se volvió hacia el


-Mojigato. No es una palabra que se oiga a menudo. Y no es verdad Pedro. Eso no te convierte en un mojigato, sino en una persona decente Lo que intento decirte es que, en cierto sentido no tenia ningún derecho a enfadarme. Pero ese sentido es una idiotez. El otro punto es que tuvimos una discusión, y cuando fui a tu casa para intentar resolverlo, estabas con ella.


-Yo no estaba con ella. Ella estaba allí.


-Ella estaba allí. Y tu le servias vino. Le diste mi vino.


-No le di tu vino.


-Bueno, ya es algo.


-No tomamos vino. No hubo vino de ninguna clase. Le dije que tenía que marcharse. La hice llorar- Pedro, acordándose del día se masajeo la nuca- Se marcho con lagrimas en los ojos, y tu no contestabas al teléfono. Si hubieras esperado un poco. Si hubieras entrado en casa y me hubieses dado la oportunidad de…


-Nos presentaste con mucha educación.


Pedro se interrumpió y frunció el ceño.


-Yo…sí.


-Estuve a punto de arrearte con la dichosa botella de vino por culpa de eso «Ah hola, Pau, esta es la mujer con quien viví un maldito año y de la que intento contarte lo menos posible.>> Y ella a tu lado, con su escote y su peinado perfecto, pidiéndote con melindres que le pongas una copita del vino que ha traído la imbecil.


-Pero…


-Por no hablar de que nos habíamos conocido un par de horas antes en la sección de calzado de Nordstrom.


-¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo?


-Vuestra mutua amiga como-se-llame ya nos había presentado en <<mi>> zapatería durante <<mi>> terapia de calzado.


La sola idea la ponía a cien.


-Y con sus malditos zapatos de salón rojos, con la puntera abierta, me repasa de arriba abajo levantando una ceja con aire sarcástico. Y sonríe. -Pau blandió un dedo ante él-. Me sonríe, la muy bruja, con sus labios bien esculpidos. Pero yo hago como que no me afecta, que se joda, ella y sus posturitas. Iba a comprarme mis fabulosas botas azules y unos adorables zapatos plateados con el talón abierto, una buena botella de vino para llevarla a tu casa... después de parar en el mostrador de MAC para comprarme un nuevo perfilador de ojos y retocarme un poco, porque quería estar guapa cuando fuera a verte. Sobre todo después de haberme fijado bien en ella. Fue cuando vi una chaqueta de DKNY fantástica y los jerséis de cachemira estaban rebajados. Por eso voy a volverme Zen. Bueno, en parte es por causa de la grúa y de mi follón emocional, pero ahí está la causa de todo.


Pedro, noqueado, dejó escapar un largo suspiro.


-He cambiado de idea. ¿Podría tomar una copa de vino?


-No entiendo cómo se te pudo ocurrir por un solo momento que me quedaría con vosotros -siguió diciendo Pau mientras iba a por una copa--. ¿Qué? ¿Esperabas que tuviera un cara a cara con ella, que montáramos un combate a sangre y fuego?


-No, ese era Bob.


-Si hubieras tenido ese único cerebro que los hombres parecen pasarse entre ellos, me habrías presentado... como la mujer con quien sales, no como si fuera una mensajera de reparto


-Tienes toda la razón. En eso me equivoqué. Mi única excusa es que estaba desbordado. Era una situación confusa, inexplicable, y quemé el bocadillo de queso.


-¿Le preparaste un bocadillo?


-No, no. El bocadillo era para mí. Lo estaba preparando cuando apareció ella y olvidé que tenía la plancha al fuego porque…-se le ocurrió que mencionar lo que había pasado desde la llegada de Corina hasta que se le quemó el bocadillo no era muy buena idea y prefirió tomar un largo sorbo de vino- ella me interrumpió. En cualquier caso, ¿estás diciéndome que tú tropezaste con Corina y Stephanie Gorden mientras ibas de compras?


-Eso mismo…


-Hay algo ahí que... -musitó Pedro- Ya entiendo. Eso explicaría que… -Se dio cuenta de que volvía a acercarse a un terreno pantanoso-. ¿Puedo decir, para resumir, que yo no quería estar allí con ella? Te quería a ti. Es a ti a quien quiero. Estoy enamorado de ti.


-Ahora no te saques el enamoramiento de la manga porque me va a dar un ataque de nervios ¿quieres que me vuelva mas loca de lo que ya estoy?


-Dudo que eso sea posible, pero no, no quiero que te vuelvas loca.


-Iba vestida para matar.


-¿Cómo dices? ¿Qué?


-No creas que no se por que se dejo <<caer» en tu casa. Me
mira y piensa <<Bah, a esta me la meriendo», se viste para matar y se presenta en tu casa. Se te insinúo, no lo niegues


Pedro quería fundirse allí mismo. Tuvo que hacer un autentico esfuerzo, un esfuerzo físico, para seguir erguido.


-Estaba preparándome un bocadillo ¿No cuenta para nada este detalle? Hacia el bocadillo y pensaba en ti ¿Cómo iba a imaginarme, como iba a suponer que ella se presentaría y me daría un beso?


-¿Te besó?


-Joder. habría tenido que traer algo que brillaba. Ella...en fin me cogió desprevenido


-¿Y te hiciste con un bate bien grueso para defenderte de su acoso físico?


-Yo no…¿Estas celosa? ¿Estas celosa de verdad?


Pau se cruzo de brazos


-Eso parece. Y no creas que es un cumplido.


-Lo siento, pero no puedo evitarlo- Pedro sonrió- no significa nada para mi. Pensaba en ti todo el tiempo.


-Curioso- Paula tomó un sorbo de vino- Es muy bonita.


Ella lo fulminó con la mirada.


-No tienes ni idea, ¿verdad? ¿Necesitas la lista de Bob para entender que toca decir algo como, por ejemplo: «Ella no se puede comparar contigo>›?


-Es cierto. Nunca se ha podido comparar contigo.


-Por favor. Con unos labios de picadura de abeja, ojos de gacela y copa D. -Pau bebió un poco mas y le acercó la botella-. Sé que es una frivolidad que me dé rabia su aspecto, pero el mío deja mucho que desear. Y el de ella es impresionante. Entiendo que te cogiera desprevenido, pero lo cierto, Pedro, es que me dejó fuera de combate. Las dos veces. Lo único que sé es que tuviste una relación seria con esa mujer, que vivisteis juntos, y que ella rompió contigo. Fue ella y no tú. Tú la amabas y ella te hizo daño.


-Yo no la amaba. En cuanto al daño que me hizo, supongo que tuvieron que ver mucho las circunstancias. Me doy cuenta de que he complicado las cosas, sobre todo porque he evitado hablar de ello. No estoy en mi mejor momento. La conocí en una fiesta en casa de los Gorden. Los amigos mutuos. Yo había regresado hacía poco, tan solo unos meses atrás. Empezamos a salir, primero por divertirnos, luego, eh... más en serio.


-Empezasteis a acostaros. Me atengo a tu semántica, profesor.


-Humm. Ella creyó que al final yo terminaría volviendo a Yale y no entendía por qué quería quedarme aquí a dar clases. Al principio lo nuestro fue algo superficial, sin importancia. Lo de vivir juntos, bueno, vino rodado.


-¿Cómo puede venir rodada una cosa así?


-Ella tenía que mudarse a un apartamento más grande. Algo salió mal, no recuerdo los detalles exactamente, pero ya había avisado a los propietarios y tenía que marcharse. Yo tenía mucho espacio, y solo iba a ser por unas semanas o quizá un mes. Hasta que encontrara otro lugar. Y de algún modo...


-Nunca encontró ese otro lugar.


-Yo lo permití. Era muy agradable cenar en casa acompañado o salir con ella a cenar. Salimos bastante a menudo, ahora que lo pienso. Me gustaba estar en pareja, que hubiera alguien en casa. Tener sexo a menudo. Y ya veo que necesito a Cyrano.


-A todos nos gusta tener sexo a menudo.


-Pensé que tendría que pedirle que se casara conmigo. Y entonces me di cuenta de que eso era lo que se esperaba de mí. Todos daban por sentado que... Me sentí culpable, porque no quería pedirle que se casara conmigo. Vivía con ella, me acostaba con ella, pagaba las facturas, hacía…


Como un agente de policía, Pau alzó la mano.


-¿Pagabas sus gastos?


Pedro se encogió de hombros.


-Al principio ella intentaba ahorrar para el nuevo apartamento, pero luego... se convirtió en una costumbre. Lo que quiero decir es que vivíamos como si estuviéramos casados, y yo no la amaba. Quería amarla. Debió de notarlo, porque vi que ella no era del todo feliz. Empezó a salir. ¿Por qué iba a quedarse metida en casa si yo me enterraba entre libros y exámenes? Corina se dio cuenta de que yo no era, ni le daría, lo que ella quería, y encontró a otro.


Pedro se quedó mirando la botella de vino que seguía sobre
el mármol.


-Yo no la amaba, pero de todos modos duele, y es humillante, que te dejen por otro, que te engañen. Tuvo un amante, y yo, sin saberlo. Confieso que me habría enterado si hubiera estado más pendiente de ella. Me dejó por otro, y aunque me dolió y me sentí avergonzado, fue un alivio.


Pau tardó unos segundos en digerir la información.


-Deja que lo resuma, que te lo esquematice, porque esta fórmula me la sé de memoria. Ella te manipuló para que le dieras alojamiento... sin pagar nada.


-No iba a cobrarle un alquiler.


-No compartía contigo los gastos de la casa y, de hecho, te hacía la pelota para que corrieras tú con los suyos. Es posible que le prestaras dinero de vez en cuando, un dinero que ella nunca te devolvía. Le hacías regalos: ropa, joyas... Pero si te negabas, ella recurría a las lágrimas o al sexo para allanar el camino y conseguir lo que quería.


-Bueno, supongo que sí, pero...


-Deja que termine. Cuando se cansaba de eso, o veía algo que brillaba más, mentía, engañaba, traicionaba y luego te contaba la historia como si fuera culpa tuya por no haberte preocupado por ella. ¿Acierto?


-Sí, pero eso no influye en…


Pau volvió a alzar la mano.


-Es Lourdes. Es... Corindes. El mismo prototipo de mi madre, solo que en una versión más joven. He vivido toda mi vida en ese ciclo, menos en lo que se refiere al sexo. Y sé que es más fácil verlo desde fuera. Tú y yo, Pedro, somos un par de memos. Peor aún, nos dejamos convencer de que es culpa nuestra que se porten como unos egoístas y unos mezquinos. Si hubiera sabido de todo esto, yo no…sí, habría…habría reaccionado exactamente del mismo modo porque es un acto reflejo. Es el factor Lourdes.


-Eso no quita que fui responsable de esa situación y permití que se diera a pesar de no querer a esa mujer.


-Mira, yo quiero a mi madre. Quién sabe el porqué, pero la quiero. A pesar de la rabia y el rencor, de la impotencia y el odio, la quiero. Y sé que ella, con su egoísmo y sus lloriqueos de abusona, a su peculiar estilo, también me quiere. O, al menos, eso es lo que me gustaría creer. Pero nunca tendremos una buena relación. Nunca existirá entre nosotras la relación que yo querría. Y no es culpa mía. Lo de Corindes, porque así se llamará a partir de ahora y para siempre, no fue culpa tuya.


-Ojalá no hubiera permitido que esto te hiciera daño, lo que pasó… Me habría gustado manejarlo mejor.


-La próxima vez que nos la encontremos, preséntame como es debido. Di que soy la mujer con quien estás saliendo.


-¿Estamos saliendo? -Pedro la miró con sus tranquilos ojos azules-. ¿Salimos juntos?


-¿Te basta por ahora? ¿Entiendes que intento asumir que mi armario emocional está abarrotado, desorganizado, hecho un lío, y que no sé cuánto tardaré en ordenarlo?


-Estoy enamorado de ti. Eso no significa que quiera que estés conmigo y que vivas conmigo, porque es lo que se supone que tiene que pasar. Quiero estar cerca cuando lo soluciones, mientras lo solucionas. Quiero que cuando me digas que me quieres, sea verdad.


-Si hago eso, si soy capaz de decirte eso, será la primera vez que se lo digo a un hombre. Y será verdad.


-Ya lo sé. -Pedro le cogió la mano y se la besó-. Puedo esperar.


-Ha sido una semana rarísima. -Pau se llevó las manos entrelazadas de los dos a la mejilla. Se sentía bien, pensó. 


La hacía sentirse bien tenerlo allí, con ella-. Creo que tendríamos que ir arriba para terminar de arreglar las cosas.





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