domingo, 26 de febrero de 2017
CAPITULO 28 (SEGUNDA HISTORIA)
Sin otra alternativa, Paula se concentró en acabar lo que le quedaba pendiente para la boda del viernes. Y desde primera hora del mismo viernes su equipo y ella se pusieron a diseñar y a crear los arreglos florales para las celebraciones del fin de semana.
Al final de la tarde empezó a sacar flores de la cámara, volvió a llenarla con otras y cargó la camioneta para que el equipo pudiera empezar a decorar la casa y las terrazas.
Cuando la recepción hubiera empezado, regresaría y terminaría el resto sin ayuda de las demás.
Justo antes de que llegara la novia, Beach y Paula llenaron las urnas del pórtico con unas enormes hortensias blancas.
—Maravilloso. Perfecto. Ve a la mansión y ayuda a Tiffany con el vestíbulo. Yo me pondré a trabajar con Tink.
Salió zumbando sin dejar de calcular el tiempo y comprobar las jardineras y los arreglos que iba encontrando al paso.
Finalmente se encaramó en la escalera de mano que había en la terraza para colgar una bola de rosas blancas en el centro de la pérgola.
—No creía que llegaría a gustarme. — Tink colocó los arreglos de peana en el lugar que les correspondía—. El blanco es tan... no sé... blanco. Sin embargo, es un color interesantísimo, y tiene cierto halo mágico. Hola, Pedro. Vaya, ¿quién te ha atizado?
—Dani y yo intercambiamos unos puñetazos. Es algo que hacemos a menudo.
—Por el amor de Dios...
Si esperaba que Paula se sintiera halagada al verle la mandíbula magullada, quedó decepcionado. Delatando con cada gesto lo indignada que se sentía, bajó de la escalera y puso los brazos en jarras.
—¿Por qué los hombres piensan que pegándose arreglarán las cosas?
—¿Por qué las mujeres piensan que comiendo chocolate lo solucionarán todo? Es la naturaleza, lo primitivo.
—Tink, terminemos con las guirnaldas. Al menos el chocolate sienta bien al organismo —protestó Paula sin abandonar la tarea—. Y un puñetazo en plena cara, no. ¿Arreglasteis con eso las cosas?
—No del todo, pero es un comienzo.
—¿Cómo está Dani? —Paula frunció los labios y lo miró—. Sé que Carla ha intentado llamarlo, pero él se ha pasado el día en los juzgados.
—Él me pegó primero. —Pedro cargó con la escalera, la colocó donde ella le había indicado y se tocó la hinchazón del labio—. Ay.
Despachándolo como un caso perdido, Paula le dio un beso con suavidad.
—Ahora no tengo tiempo para compadecerme de ti, pero te prometo que luego te haré caso si te quedas.
—Quería venir a verte para decirte que las cosas no están del todo arregladas, y luego marcharme. Sé que estarás liada todo el fin de semana.
—Sí, y seguro que tendrás algo mejor que hacer que quedarte dando vueltas por aquí.
Notó que Pedro se sentía culpable, un poco desgraciado y también molesto.
Síntomas, según ella, que requerían la presencia de amigos y familiares.
—Quédate, si quieres. Ve a buscar a Sebastian o vete a casa. Haz lo que te apetezca. Me escabulliré de la recepción para poder terminar unas cosas que tengo pendientes para
mañana.
—¿Por qué no improvisamos?
—Muy bien. —Paula dio un paso atrás, examinó la pérgola y se cogió del brazo de Pedro—. ¿Qué te parece?
—No sabía que hubiera tantas flores blancas en el mundo. Es elegante e imaginativo a la vez.
—Exacto. —Se volvió hacia él, le pasó los dedos por el cabello y posó los labios en la comisura de su magullada boca—. Tengo que ir a comprobar cómo han quedado el salón principal y el salón de baile.
—Iré a ver si Sebastian puede salir a jugar.
—Te veré luego si...
—Si... —repitió Pedro, y prescindiendo del dolor le dio un largo beso—. Vale. Te veo luego.
Paula rió y se apresuró a entrar en la casa principal.
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