domingo, 26 de febrero de 2017
CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)
La preocupación de Paula retuvo a Pedro más de diez minutos y eso le impidió atrapar a Daniel en la finca. Sin embargo, sabía dónde lo encontraría. Estaría en casa, maldiciendo, gruñendo y reflexionando en la intimidad.
Llamó a la puerta con la absoluta certeza de que Dani abriría. Pedro tenía una llave y los dos sabían que la usaría si era necesario.
Además, Daniel Brown no era de los que rehúyen los enfrentamientos.
Cuando Daniel abrió la puerta de par en par, Pedro lo miró a los ojos.
—Si me atizas, me revolveré. Terminaremos sangrando y no resolveremos nada.
—Que te jodan, Pedro.
—De acuerdo, que me jodan. Y que te jodan a ti, Dani, por ser un gilipollas que...
Encajó un puñetazo en plena cara, que no vio venir, y devolvió el golpe. Ambos se quedaron inmóviles, de pie en el umbral, sangrando por la boca.
Pedro se pasó una mano por los labios.
—¿Quieres la paliza dentro o fuera?
—Quiero saber qué cojones estabas haciendo metiéndole mano a Paula.
—¿Y eso te apetece oírlo dentro o fuera de casa?
Dani giró y se fue indignado a su gran sala de estar a coger una cerveza.
—¿Cuánto tiempo hace que le vas detrás?
— No voy detrás de ella. En cualquier caso, es algo que queremos los dos. Por el amor de Dios, Dani, Paula es una mujer adulta y toma sus propias decisiones. Me tratas como el villano que se retuerce el bigote y roba la virginidad de una doncella.
—Ándate con cuidado —le advirtió Daniel mientras sus ojos cobraban una intensidad fatal—. ¿Te has acostado con ella?
—Retrocedamos. —«No le entres por ahí, Alfonso, pensó. No entras con buen pie»—. Déjame que te lo cuente desde el principio.
—¿Sí o no, maldita sea?
—Sí, joder. Me he acostado con ella y ella se ha acostado conmigo. Nos hemos acostado el uno con el otro.
Un destello asesino asomó a la mirada de Daniel.
—Tendría que molerte a palos.
—Inténtalo. Terminaremos los dos en urgencias. Y cuando salga, seguiré acostándome con ella. —Un destello mortífero
asomó también a los ojos de Pedro—. No metas las narices donde no te importa.
—Y una mierda que no me importa.
Pedro, comparado con Daniel, tenía en su haber más derrotas que victorias, y decidió asentir.— Vale, dadas las circunstancias, comprendo que te importe. Pero no tienes
derecho a decirnos con quién podemos salir.
—¿Desde cuándo?
—Sucedió de repente. Empecé a notarlo, empezamos a notarlo los dos, supongo, hace un par de semanas.
—Un par de semanas —masculló Daniel—, y tú, sin contarme nada.
—No te lo conté para ahorrarme que me dieras un puñetazo en la cara. —Pedro abrió con ímpetu la nevera y tomó una cerveza—. Sabía que no te gustaría, y no encontraba la
manera de explicártelo.
—No fue un problema para ti explicárselo a ellas, por lo que parece.
—No, porque ellas no iban a darme un puñetazo en plena cara por el hecho de haberme acostado con una mujer preciosa,interesante y dispuesta.
—No hablamos de una mujer cualquiera. Hablamos de Paula.
—Eso ya lo sé. —La irritación que Pedro sentía estaba a punto de convertirse en rabia —. Sé quién es, y sé lo que sientes por ella. Por todas ellas. Por eso no le puse una mano encima hasta... hace poco —confesó acercándose la botella fría a la maltrecha mandíbula—. Siempre he sentido algo por Paula, pero lo dejaba correr. «No te metas en líos, Pedro», me decía. Y lo decía porque a ti no te habría gustado, Daniel. Eres mi mejor amigo.
— Tú has sentido ese algo por muchas mujeres.
—Eso es cierto —dijo Pedro en un tono equitativo.
—Paula no es de esas con las que uno se acuesta hasta que descubra algo mejor. A una mujer como Paula uno le hace promesas, y le propone planes.
—Por Dios, Daniel, intento acostumbrarme a...
Pedro no hacía planes ni promesas, nunca.
Los planes cambiaban, ¿o no? Las promesas se rompían. Dejar que las cosas fluyeran era actuar con sinceridad.
—Hemos pasado una noche juntos. Todavía estamos descubriendo qué sentimos. Y déjame hacer un inciso ahora. Aunque haya estado con muchas mujeres, nunca les he
mentido ni les he faltado al respeto.
—April Westford.
—Caray, Daniel, estábamos en el instituto y esa chica me acosaba. Era una chalada. Intentó colarse en casa. Me rayó el coche con las llaves. Y era tu coche, no el mío.
Daniel, en silencio, tomó un trago de cerveza.
—De acuerdo, en lo que respecta a esa, tienes razón. Pero Paula es diferente. Es distinta.
—Deja que siga con el inciso, Daniel. Ya sé que ella es distinta. ¿Crees que no me importa esa mujer, que solo se trata de sexo? — Incapaz de permanecer inmóvil, Pedro
caminaba arriba y abajo, del mueble bar al mármol de la cocina. Le sacaba de quicio lo mucho que le importaba esa mujer. Ya estaban las cosas bastante liadas como para que su mejor amigo le largara un discurso sobre promesas recalcándole que Paula era diferente—. Siempre me he preocupado por Paula. Por todas ellas. Eso ya lo sabes. Lo
sabes de sobra, joder.
—¿También te has acostado con las demás?
Pedro dio un largo sorbo a su cerveza y pensó: «¿Qué más da?»
—Besé a tu hermana. A Carla, porque hasta ahora has estado pensando en todas ellas como si fueran hermanas tuyas. Cuando íbamos a la universidad, una vez que
coincidimos en una fiesta.
—¿Le tiraste los tejos a Carla? —Daniel no estaba enfadado, sino que su expresión era de profundo asombro—. Creo que ya no sé quién eres.
—No le tiré los tejos. Juntamos los labios. Nos pareció lo más apropiado en ese momento. Luego me di cuenta de que aquello había sido como besar a mi hermana, y a ella le pasó algo parecido. Nos reímos del tema y se acabó.
—¿Probaste luego con Maca o con Laura? —preguntó Daniel.
Tenía la mirada dura, encendida, y tensaba los dedos preparándose para darle otro puñetazo.
—Sí, claro, me las zampé a todas. A eso me dedico. Me zampo a las mujeres como si fueran bolsas de patatas fritas y luego voy alfombrando las calles con lo que queda de
ellas. ¿Por quién narices me tomas?
—Ahora mismo, no lo sé. Tendrías que haberme dicho que pensabas en Paula de esa manera.
—Sí, claro... Te habría dicho: «Oye, Daniel, estoy pensando en practicar sexo con Paula. ¿Qué te parece?»
No fue rabia lo que asomó al rostro de Daniel, y tampoco asombro. Fue gelidez, y eso, al entender de Pedro, fue mucho peor.
—Probémoslo de otra manera. ¿Cómo te sentirías si hubieras sido tú el que hubiera entrado esta noche en la casa? Imagínatelo, Pedro.
—Estaría cabreado. Me sentiría traicionado. ¿Quieres que diga que la he jodido? La he jodido. Pero, lo mire como lo
mire, eso no cambia las cosas. ¿Crees que no sé cómo te sientes? ¿Crees que ignoro el papel que pasaste a desempeñar cuando tus padres murieron? ¿Y lo que significan las cuatro para ti, cada una de ellas? Yo estaba a tu lado cuando viviste eso, Daniel.
—Esto no tiene nada que ver con...
—Tiene mucho que ver, Daniel. —Pedro hizo una pausa y luego siguió hablando con más calma—. Sé que no importa que Paula tenga familia. Ella te pertenece.
El hielo empezó a fundirse.
—Recuerda esto, y recuérdalo bien —lo interrumpió Daniel—. Si le haces daño, yo te haré daño a ti.
—Me parece justo. ¿Estamos de acuerdo en ese tema?
—Todavía no.
—Cuando lo estemos, dímelo. —Pedro dejó la cerveza a medio terminar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario