Paula llegó a su casa cuando faltaba poco para medianoche.
Haciendo planes y proponiendo ideas para la boda de Maca, el tiempo había pasado volando.
Entró como una exhalación, estimulada por la velada y un poco mareada por el champán.
La boda de Maca.
Imaginaba que la novia estaría perfecta con su vestido de ceremonia y una cascada de flores en el brazo. Y Carla, Laura y ella irían de damas de honor. Rojizo para ella, dorado viejo para Carla y calabaza para Laura. Por no hablar de los arreglos florales que iba a inspirarle esa rica paleta otoñal.
Sería un desafío, pensó Paula mientras subía la escalera.
Carla había acertado planteando esa cuestión porque de ese modo podrían empezar a pensar en las posibilidades y a planificar la celebración. Organizar una boda era una cosa.
Organizaría y tomar parte en ella, otra muy distinta.
Necesitarían mucha colaboración, y ampliar el número de ayudantes, pero lo conseguirían, y con nota gracias a poder
contar con la baza del jardín.
Aprovechando su buen humor, Paula inició su ritual vespertino. Abrió el embozo de la cama, hizo un gesto de asentimiento y alisó las sábanas. Acababa de demostrar su madurez y su capacidad de control. Tras una noche con las amigas (de trabajo y placer), no descuidaría su rutina nocturna.
Eso demostraba su adulta sensatez.
Hasta que, cruzando los dedos de ambas manos, salió disparada hacia su despacho para mirar su correo.
—¡Lo sabía! —exclamó, y abrió el último mensaje de Pedro.
Veo que juegas sucio. Gracias.
Me encantan las sorpresas. Sobre todo descubrirlas, por eso estoy deseando ayudarte con la gabardina. Me gusta demorar las sorpresas, crear cierto clima de suspense. Así que voy a quitártela muy despacio. Centímetro a centímetro.
—Uf, vaya... —exclamó Paula.
Y después, me apetecerá mirarte despacio, mirarte bien. Antes de tocarte.
Centímetro a centímetro.
¿Cuándo, Paula?
—¿Qué tal ahora mismo?
Paula cerró los ojos e imaginó que Pedro le quitaba esa gabardina negra y reluciente que ni siquiera tenía, que estaban en un dormitorio iluminado a la luz de las velas, mientras sonaba la música, una canción grave y sensual... y el ritmo del bajo palpitaba en sus venas.Sus ojos, peligrosos como unos vapores mefíticos, recorrerían su piel hasta empaparla de calor. Sus manos, fuertes, decididas, lentas, seguirían el rastro de su ardor bajándole el terciopelo por los codos hasta que...
—Menuda tontería. —Se enderezó en la silla.
Sería una tontería, pensó, pero había conseguido excitarse.
Él lo había conseguido, mejor dicho.
Había llegado el momento de reaccionar.
Me gusta jugar, y no me importa ensuciarme.
Las sorpresas son divertidas, y si me
convierto en la sorpresa, mejor aún. En mi
caso, a veces me gusta que me quiten la ropa
despacio. Las puntas de los dedos deshacen
el nudo del cinturón con paciencia, y luego
las manos, con cuidado, con infinito
cuidado, tiran de la gabardina hasta
alcanzar lo que se oculta debajo.
Otras veces quiero que esos dedos, y
esas manos, aparten cualquier obstáculo.
Con rapidez, glotonería, quizá con un poco
de brutalidad.
Pronto, Pedro.
Ya no estaban en el «si» condicional, pensó.Habían pasado al «cuándo».
****
Una vez hubo terminado de podar y dar forma a tres arbustos, y mientras Tink estaba enfrascada en preparar otro encargo, Paula echó un vistazo a sus notas y bocetos.
—Seis ramos de mano incluido el que lanzará la novia en la boda del viernes. Seis arreglos florales de peana, dieciocho centros de mesa, una esfera de rosas blancas, guirnaldas y estandartes para la pérgola — enunció cantando la lista—. Mañana te necesitaré tres horas al menos. Preferiría que fueran cuatro.
—Esta noche tengo una cita y espero tener suerte. —Tink cruzó los dedos e hizo estallar el globo de su chicle—. A lo mejor mañana llego a mediodía.
—Si puedes quedarte hasta las cuatro, perfecto. Y el jueves, te necesitaré cuatro horas. Cinco, si quieres. El jueves viene
Tiffany, y Beach puede dedicarme todo el viernes. Puedo adaptarme al horario que mejor te convenga el viernes por la mañana. Podemos empezar a adornar los salones para
lo del viernes a las tres. El sábado volvemos a tener doblete. Será preciso que comencemos a preparar la primera celebración a las ocho. De la mañana, Tink.
Tink puso los ojos en blanco y siguió arrancando espinas.
—Liquidaremos la primera boda a las tres y media, y necesitaremos haber preparado todo para la siguiente antes de las cinco y media. El domingo tenemos una gran celebración, un solo acto que empieza a las cuatro. O sea, que tendremos que empezar a las diez o a las diez y media.
—Intentaré encajar en eso el resto de mi vida —comentó Tink afligida.
—Lo conseguirás. Me llevaré lo que has clasificado a la cámara frigorífica y cogeré el material que necesitamos para los arreglos. — Paula recogió la primera caja y se volvió en el preciso instante en que Pedro aparecía por la puerta—. Oh... hola.
—Hola. ¿Qué tal, Tink?
—Paula es una negrera.
—Sí, no paro de maltratarla —comentó Paula—. Puedes consolarla mientras llevo esto a la cámara.
Caray, pensó, qué guapo estaba con su ropa de trabajo: botas, unos tejanos gastados y la camisa remangada hasta el codo.
Ojalá pudiera darle un bocado.
—¿Por qué no te echo una mano? — Pedro levantó con esfuerzo otro cubo y se marchó hacia la cámara.
—Esta semana andamos como locas — aclaró Paula—. Tenemos un acto externo entre semana y cuatro celebraciones más durante el fin de semana. La boda del domingo va a ser bárbara, en el buen sentido de la palabra. —Dejó en el suelo la caja y le indicó a Pedro con un gesto dónde debía poner su cubo—. Ahora necesito...
Pedro la cogió en brazos y la levantó del suelo con un movimiento rápido. Paula se agarró a su nuca en un acto instintivo y reflejo y reclamó su boca.
El exuberante y salvaje perfume de las flores impregnaba el aire con la misma intensidad con que su cuerpo rebosaba de
necesidad y de placer. Notó que por sus venas corría el ansia y la premura. «Le daré algo más que un bocado — pensó—, y pienso demorarme. Quiero saborear a este hombre sorbo a sorbo.»
—¿Esta puerta cierra por dentro?
Paula ensortijó los dedos en su pelo y lo atrajo hacia su boca.
—¿Qué puerta?
—Paula, no puedo más. Déjame...
—Ah, esa puerta. No. Espera. A la porra. Dame otro. —Lo cogió por las mejillas y se entregó al beso, al perfume, al ansia. Y después se separó de él—. No podemos. Tink está aquí y... —A su pesar, suspiró y echó un vistazo alrededor—. Además, no tenemos espacio.
—¿Cuándo se marcha? Volveré más tarde.
—No lo sé exactamente, pero... Espera.
Pedro la tomó por el rostro y la miró a los ojos.
—¿Por qué?
—No... no se me ocurre una razón, pero quizá es porque he perdido miles de neuronas durante el beso. No puedo recordar si tengo alguna cita esta tarde a última hora. Tengo la mente en blanco.
—Volveré a las siete. Traeré algo para picar. A menos que me llames para decirme lo contrario, quedamos aquí a las siete.
—Vale. De acuerdo. Consultaré la agenda cuando recupere la capacidad de raciocinio. Pero...
—A las siete —repitió él, y volvió a besarla—. Si hemos de hablar, hablaremos.
—Tendrá que ser con frases cortas y asertivas y con palabras de una o dos sílabas.
—Eso se puede hacer. —Su sonrisa hizo que Paula sintiera calor en el vientre—. ¿Necesitas que saquemos algo de aquí?
—Sí, pero no recuerdo lo que es. Dame un segundo. —Paula se pasó las manos por el pelo y cerró los ojos—. Muy bien, eso es. Esto y eso de allí. Luego tendrás que marcharte, en serio. No puedo trabajar si estoy pensando en ti, si pienso en todo esto.En el sexo. En todo.
—Cuéntame eso más tarde. A las siete —repitió él ayudándola a cargar con las flores.
—Ya, eh... volveremos al tema —le dijo Paula cuando él dejó las flores en la zona de trabajo—. Cuando no esté tan... ocupada.
—Fantástico. —Los cálidos ojos grises de Pedro se demoraron en ella más de lo preciso—. Hasta luego, Tink.
—Y que lo digas. —Tink cortó unos tallos y los depositó en el contenedor mientras Pedro salía por la puerta—. Dime, ¿cuándo habéis empezado Pedro y tú?
—¿Empezado qué? Oh, Tink. —Paula hizo un gesto de impotencia y se volvió hacia las estanterías para elegir un recipiente adecuado para el arreglo floral que había creado para la chimenea—. No hemos empezado nada.
—Si vas a decirme que no te ha dado el gran morreo ahí dentro, mientes más que hablas.
—No entiendo qué quieres decir. —«Tonta», se dijo Paula mientras cortaba un poco de espuma para las flores—. ¿Cómo lo sabes?
—Porque has vuelto con los ojos vidriosos, y él parecía el típico tío que se tiene que conformar con unas migajas cuando lo que quiere es dar el gran mordisco.
—El gran mordisco. Ja, ja.
—¿Por qué no lo hacéis? Está como un tren.
—Yo... nosotros... Mira, a mí el sexo no me vuelve loca. Quiero decir hablar de sexo, porque si practicar el sexo no te pone al menos un poquito nerviosa, es que falla algo. En cambio, esto sí me tiene descolocada.
Paula siguió trabajando y Tink asintió con complicidad.
—Pasar de ser amigos a algo más tiene la ventaja de que ya sabes delante de quién te desnudas.
—Eso sí. Pero puede acabar siendo raro, ¿no? Después.
—Solo si uno de los dos es memo. — Tink hizo estallar otra alegre pompa de su chicle—. Si quieres mi consejo, no seas
mema.— Por alguna extraña razón, parece un buen consejo. —Paula empapó la espuma—. Tengo que consultar una cosa en la agenda.
—Muy bien. Yo apuntaría el polvo para esta noche —le dijo Tink alzando la voz—. Mañana estarás más fresca que una rosa.
Otra buena razón, pensó Paula.
Al abrir la agenda vio que se había dejado la tarde libre.
Había escrito una gran X en esa fecha a partir de las cinco.
Una manera de advertirse a sí misma de que no se dejara
convencer para salir. Porque tenía demasiado trabajo programado para andarse con citas.
De todos modos, aquello no era una cita en realidad. Pedro iría a su casa, traería la cena y luego... ya verían. No tenía que cambiarse ni pensar en la ropa que debería ponerse ni...
¿A quién pretendía engañar? Claro que le preocupaba qué iba a ponerse. De ningún modo lo que fuera a suceder con Pedro sucedería vestida con ropa de trabajo y las uñas verdes de revolver tallos y hojas.
Además, necesitaría flores frescas y velas en el dormitorio. Y estaría más relajada si podía darse un agradable baño de espuma.
Elegir la indumentaria era un elemento crucial en una noche como esa, y no se refería solo a lo que llevaría por fuera, sino a lo que iba a ponerse debajo.
Cerró la agenda.
Pensándolo mejor, una cita falsa exigía más esfuerzo que una real.
Se apresuró a reanudar su trabajo con las flores. Tenía que terminar la jornada laboral y ofrecer lo mejor de sí misma a la clienta.
Necesitaba disponer de mucho tiempo para arreglarlo todo antes de las siete sin dejar que se viera a las claras que se había tomado infinitas molestias
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