jueves, 23 de febrero de 2017

CAPITULO 20 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula entró en la cocina a las seis desde el cuarto de los abrigos mientras Carla accedía desde el pasillo.


—¡Qué cronometradas! Hola, señora Grady.


— Pollo asado con ensalada César — anunció la señora Grady—. Sentaos en la rinconera del desayuno. No voy a poner la mesa del comedor cuando no paráis de ir arriba y abajo picoteando.


—Como mande la señora. Estoy muerta de hambre porque me he saltado la hora de almorzar por culpa del trabajo.


—Tómate eso con una copa de vino. — La señora Grady señaló con la cabeza a Carla—. Esta ha venido de mala uva.


—No estoy de mala uva —protestó Carla, aunque aceptó la copa de vino que le sirvió la señora Grady—. Ten, la factura.


Paula echó un vistazo al último renglón y esbozó una mueca de disgusto.


—Uf. Supongo que me lo merezco.


—Es posible, pero yo no me merecía el sermón colérico del propietario, que me ha confundido contigo.


—Vaya. ¿A qué hospital lo han llevado? Tendría que enviarle unas flores.


—Ha salido ileso. En parte porque tenía un compromiso y no me ha dado tiempo de pegarle una paliza. Por otro lado, te ha limpiado el coche de manera impecable, por dentro y por fuera, y gratis por ser la primera vez. Eso ha contado a su favor. Al margen.


Carla hizo una pausa para tomar otro sorbo de vino.


—Señora Grady, usted conoce a todo el mundo.


—Por desgracia. Sentaos a comer. — Cuando se hubieron sentado alrededor de la mesa, la señora Grady se acomodó en uno de los taburetes con una copa de vino en la mano
—. Quieres que te cuente cosas sobre el joven Martin Kavanaugh. Siempre ha sido un poco rebelde. Hijo de militar. Su padre murió en ultramar cuando él era un chiquillo. Tendría unos diez o doce años, y eso explica que se volviera un poco rebelde. Su madre se las vio y se las deseó para mantenerlo a raya. Solía trabajar de camarera en el local de Artie, el de la avenida. Artie era su hermano y por esa razón, al perder a su marido, ella se mudó aquí.


La señora Grady tomó un sorbo de vino y se arrellanó para contar el resto de la historia.


—Como quizá ya sabéis, Artie Frank es un inútil rematado y su esposa, una pedante remilgada. Dicen las malas lenguas que Artie decidió hacerse cargo personalmente del niño, pero que este supo estar a la altura y se lo sacudió de encima. Bien hecho —añadió encantada—. Se marchó, el chico, quiero decir, y se apuntó a las carreras de coches, de motos o algo parecido. Por lo que sé, hizo de extra en el cine rodando escenas peligrosas. Se ganaba bien la vida, según me contaron, y se aseguró de dejar a su madre bien provista.


—Bueno, eso dice mucho a su favor, supongo —concedió Carla.


—Un día rodaba una escena peligrosa y quedó destrozado. Le dieron una buena indemnización, y con ella compró el taller que hay en la carretera Uno hará unos tres años. También compró una casita para su madre. La gente dice que su negocio es muy boyante, y que todavía sigue siendo aquel chico rebelde.


—Doy por descontado que el negocio le ha ido bien porque es hábil con los motores, no porque tenga facilidad tratando con los clientes.


—Te ha puesto de mal humor — comentó Paula.


—Lo superaré, siempre y cuando siga haciendo bien su trabajo —sentenció Carla fijándose en Laura, que entraba en ese momento—. Por los pelos.


—He preparado café y unos dulces. Algunas no tenemos tiempo de sentarnos a comer y a chismorrear antes de una consulta —protestó Laura frunciendo el ceño y atusándose el pelo—. Además, estáis tomando vino.


—Carla estaba de mal humor porque...


—Todo eso ya lo he oído. —Laura se sirvió media copa escasa—. Dadme carnaza. ¿Cómo van las cosas con Pedro?


—Creo que ahora practicamos sexo virtual. Estamos todavía en la primera fase de los prolegómenos, y no sé a dónde nos llevará eso.


—Yo nunca he practicado el cibersexo. Nunca he encontrado a alguien que me gustara tanto como para hacer eso. —Laura inclinó la cabeza, pensativa—. Es curioso. Resulta que
si me gusta un tío, practico sexo real con él, pero virtual, no.


—Porque se trata de un juego. —Paula se levantó para ofrecerle a Laura la mitad de su ensalada—. Un hombre puede gustarte para irte a la cama con él, pero no para jugar con él.


— Eso suena rarísimo. —Laura, asintiendo, pinchó la ensalada con el tenedor —. Siempre dices cosas raras hablando de hombres.


—Lo que sí está claro es que Pedro le gusta tanto que le apetece jugar con él — añadió Carla.


—Pedro tiene sentido del humor, y esa es una de las cosas que siempre me han gustado de él, que siempre he encontrado atractivas. —Paula esbozó lentamente una sonrisa franca—. Veremos hasta qué punto disfrutamos con el juego.



****



En la sala de recepciones, ante un café y los pastelitos dulces de Laura, Carla dirigía una consulta con una pareja de novios y sus respectivas madres.


—Como les contaba a Mandy y a Seth, Votos personalizará sus servicios para adaptarlos a sus necesidades. En la medida en que ustedes quieran. Nuestro objetivo, juntas y por separado, es ofrecerles una boda perfecta. Una boda perfecta y personalizada. Veamos, la última vez que hablamos no habían elegido la fecha, pero sabían que querían la ceremonia por la tarde y al aire libre.


Paula escuchaba absorta mientras los demás deliberaban sobre las fechas.


Se preguntaba si Pedro habría recibido ya su correo electrónico.


La novia quería que la boda fuera romántica. ¿No era eso lo que querían todas?, pensó. Sin embargo, le pareció interesante que la joven mencionara que se pondría el vestido de novia de su abuela.


—Tengo una foto —anunció Mandy—, pero Seth no puede verla, así que...


—Seth, ¿te apetece una cerveza?


El novio miró a Laura y sonrió.


—Sí, claro.


—Acompáñame si quieres. Cuando hayas terminado, volveremos a la sala.


—Gracias. —Mandy abrió una carpeta grande después de que Laura saliera con Seth —. Sé que parecerá una tontería...


—En absoluto. —Carla tomó la foto que le ofrecía y su expresión educada se volvió radiante—. Oh... oh, es precioso. Es espectacular. ¿De finales de los treinta o principios de los cuarenta?


—¡Muy bien! —exclamó la madre de la novia—. Mis padres se casaron en 1941. Ella solo tenía dieciocho años.


—De pequeña ya decía que llevaría el vestido de novia de la abuela cuando me casara. Hay que hacerle unos arreglos y
repasarlo un poco, pero la abuela lo ha cuidado bien.


—¿Has pensado en alguna modista en concreto?


—Hemos hablado con Esther Brightman. Carla, examinando la fotografía, asintió con aire de aprobación.


—Es un genio, y es exactamente la persona que recomendaría para algo así. Mandy, estarás fabulosa. Si quieres, podemos organizar la ceremonia en torno a este vestido. Glamour retro con clase, romanticismo con estilo. Chaqués en lugar de los previsibles esmóquines para el novio y los testigos.


—Oh, uau. Vaya... ¿Le parecerá bien? —le preguntó la novia a su futura suegra.


—A él le parecerá bien todo lo que tú quieras, cariño. Personalmente, me encanta la idea. Nos gustaría lucir unos vestidos retro o adoptar un estilo vintage en la despedida de
soltera.


Paula observó la fotografía cuando se la pasaron. Vio fluidez en ella, unas líneas de inspiración déco con una pátina que requería seda. Alzó los ojos y observó a Mandy. Esta
novia llevaría el vestido con la misma elegancia que su abuela.


—Puedo copiar el ramo —dijo casi entre dientes.


—¿Qué? —Mandy se interrumpió a mitad de una frase y prestó atención a Paula.


—El ramo... si quieres, puedo reproducirlo. Qué lista fue tu abuela, qué bien compensó las líneas largas y fluidas del
vestido con una enorme cascada de lirios de agua. ¿Tienes el velo y el tocado?


—Sí.


—Por lo que veo, se lo tejieron con muguete. Haré lo mismo, si te gusta. Solo quería comentártelo antes de que Seth regrese, para darte algo en qué pensar.


—¡Me encanta! ¿Qué dices tú, mamá?


—Mi madre estará hecha un flan. Y yo también. Me encanta.


—Hablaremos de eso con más detalle en la consulta individual. Mientras tanto, cuando elijáis los vestidos para las damas de honor, traedme unas fotos para que saque copias, o bien escaneadlas y pasádmelas en un correo electrónico para que pueda ver las flores que tu abuela eligió para ellas.


Paula le devolvió la fotografía a Mandy.


—Vale más que la guardes tú.


—Maca, ¿por qué no le explicas a grandes rasgos a Mandy el tema del reportaje fotográfico?


—En primer lugar, quiero reproducir contigo el retrato oficial de tu abuela. Es un clásico maravilloso. Sin embargo, esta noche tendríamos que comentar cómo os gustaría que os hiciera las fotos de compromiso.


Fueron superando etapas, paso a paso, con un ritmo que habían ido perfeccionando con los años. Mientras hablaban de las fotografías, los pasteles y la comida, Paula anotaba las palabras clave que le ayudarían a formarse una idea de la novia, del novio y de lo que ambos deseaban.


Si sus pensamientos se desviaban hacia Pedro de vez en cuando, se recordaba a sí misma que hacer varias cosas a la vez era algo que se le daba muy bien.


Cuando las cuatro socias acompañaron a los clientes a la salida, Paula pensó que se escabulliría para comprobar si Pedro había contestado su correo.


—Buen trabajo. Voy a casa a abrir un dossier para la celebración. Bueno...


—Queda otra cosa más —la interrumpió Carla—. Hoy he ido a la tienda de novias y he encontrado el vestido de Maca.


—¿Qué? —Maca se quedó mirándola con incredulidad—. ¿Mi vestido?


—Te conozco y sé lo que buscas. En esa tienda he visto un vestido con un cartelito donde ponía «propiedad de Maca».
Aprovechando nuestros contactos lo he traído a casa para que le des tu aprobación. Quizá me equivoque, pero creo que al menos disfrutarás probándotelo.


—¿Has traído a casa un vestido de novia para que me lo pruebe? —Maca miró a Carla entornando los ojos—. ¿No eras tú quien decía siempre que las novias tendrían que
probarse un centenar de vestidos antes de encontrar el definitivo?


—Sí, pero tú no eres como la mayoría de las novias. Sabes inmediatamente lo que te va y lo que no. Si no te gusta, no pasa nada. ¿Por qué no vamos a echarle un vistazo? Está
arriba, en la suite de las novias.


—Oh, tenemos que ir a verlo. —Paula, emocionada ante la perspectiva, agarró a Maca de la mano y tiró de ella—. Espera, necesitamos champán... pero Carla ya debe de haber pensado en eso.


—La señora Grady lo habrá subido ya.


—¿Champán y un vestido potencial de novia? —murmuró Maca—. ¿A qué esperamos? No te lo tomes mal si no me gusta —añadió mientras empezaba a subir la escalera.


—Claro que no. Si te desagrada, eso solo indicará que mi gusto es infinitamente superior al tuyo. —Con una leve sonrisa burlona, Carla abrió la puerta de la suite de las novias donde la señora Grady estaba empezando a servir unas copas de champán.


—Os he oído subir. —La señora Grady le guiñó el ojo a Carla cuando Maca se puso a contemplar el vestido que colgaba de una percha.— Es precioso —murmuró ella—. Es...


—Escote bañera, porque creo que te sentará muy bien —retomó la palabra Carla —. Y el patrón un poco acampanado te hará buen tipo. Sé que te inclinabas por algo sin adornos, pero creo que te equivocas. Un tejido de organza sobre un forro de seda contribuye a dar un aire romántico y suaviza los contornos. Porque tú eres angulosa. ¿Te has fijado en la parte de atrás?


Carla descolgó la percha y le dio la vuelta al vestido.


—¡Me encanta! —Paula dio un paso adelante—. ¡Lleva una cola de volantes de organza! Es fabuloso, y algo pícaro. Además, te hará un culo fantástico.


—Te lo marcará más —concluyó Laura —. Pruébatelo si no quieres que me lo pruebe yo.


—Dadme un segundo, este momento es especial. Sí, este es mi momento. —Maca se desabrochó los pantalones. Mientras se los quitaba, Paula hizo un movimiento circular
con el dedo.


—Vuélvete de espaldas al espejo. No te mires mientras te lo pones. Y luego, cuando te veas... tachán.


—Mírala cómo tira la ropa por el suelo —comentó la señora Grady sacudiendo la cabeza y recogiendo las prendas—. Igualita que siempre. Bueno, ayudadla a vestirse — ordenó a las chicas mientras se apartaba con una sonrisa.


—Oh, voy a echarme a llorar. —Paula lagrimeó cuando Carla le ciñó la falda a Maca para que le quedara en su sitio.


—No tenían tu talla y el vestido te irá un poco grande.


—Por eso he venido yo —intervino la señora Grady mostrando su cojín de alfileres —. Haremos un par de pespuntes para que te siente mejor. Es una pena que siempre hayas sido tan feúcha.


—Insúlteme pero no me pinche.


—Por ahora servirá —dijo la señora Grady dando una vuelta para tocarle un poco el cuerpo y terminando por alisarle su pelirrojo cabello—. Hay que sacar partido de lo que se tiene.


—Cuenta hasta tres, Maca, y luego date la vuelta. —Paula se llevó las manos a los labios—. Mírate.


—Vale. —Maca respiró hondo, exhaló y dio media vuelta hasta ponerse frente al espejo de cuerpo entero en el que había visto a tantas novias observar su propio reflejo. Lo único que alcanzó a decir fue—: Oh...


—Eso lo resume todo —dijo Laura parpadeando para contener las lágrimas—. Es... como tiene que ser. Te sienta como un guante.


—Es... soy... Mierda, soy una novia. — Maca se llevó las manos al pecho y se puso de lado—. Oh, mirad la espalda. Es divertida, femenina, y marco el culo. —Miró a Carla
sin apartar los ojos del espejo—. Carly.


—Soy buena. ¿A que sí?


—Eres la mejor. Mi vestido de boda será este. Ay, señora Grady. 


La mujer se enjugó las lágrimas.


—Estoy llorando de alegría porque ya no tendré a cuatro solteronas a mi cargo.


—Y en el pelo, unas flores. Una diadema muy ancha de flores en lugar de un velo — propuso Paula.


—¿De verdad? —Maca, frunciendo los labios, estudió su reflejo e intentó imaginárselo —. Eso podría quedarme bien. Podría quedarme muy bien.


—Te mostraré un par de ideas. Creo que con la línea del vestido, lo mejor será un ramo largo, quizá atado a mano, puede que llevado en el brazo. —Paula dobló un brazo y, con la otra mano, se lo mostró con un gesto—. O bien en cascada, imitando el movimiento del agua. Unos colores exuberantes, cálidos, otoñales y... Me estoy pasando.


—No. Dios mío, estamos planeando mi boda. Creo que necesito esa copa.


Laura le pasó su copa de champán y se quedó junto a ella.


—Te queda mucho mejor que todos nuestros antiguos disfraces de novia.


—Y además no pica.


—Voy a hacerte un pastel que te caerás de espaldas.


—Caray, se me hace la boca agua.


—Volveos todas —ordenó la señora Grady sacándose una cámara del bolsillo—. Nuestra pelirroja no es la única que sabe hacer fotos. Arriba esas copas. Así me gusta — murmuró mientras plasmaba el momento. Mientras las chicas tomaban champán y hablaban de las flores de la boda, Pedro abría una cerveza y se preparaba para desplumar a los amigos al póquer.


Intentaba no pensar en el último correo de Paula.


—Como oficialmente es la primera noche de póquer para Sebastian, intentemos no humillarlo. —Daniel le dio un golpe amistoso en el hombro—. Llevarnos su dinero es una cosa,
dejarlo en ridículo, algo muy distinto.


—Iré con mucho tacto —prometió Pedro.


—Si queréis, miro.


—¿Y para quién dejáis la diversión y las ganancias? Yo pretendo divertirme y ganar — aclaró Daniel.


—Ja —articuló Sebastian.


Se habían reunido en el sótano de Daniel.


Un espacio de ensueño para los hombres, en opinión de Pedro, con una barra antigua de servir cervezas traída de un pub de Galway, una mesa de billar y un televisor de pantalla plana (el segundo, porque había otro incluso mayor en la sala de audiovisuales, al otro lado de la casa). El espacio contaba con una máquina antigua de discos, unos juegos de ordenador y dos clásicas máquinas del millón.


Sin olvidar unas butacas de piel y unos sofás que quitaban la respiración. Y una mesa de póquer estilo Las Vegas esperando entrar en acción.


No era de extrañar que Dani y Pedro fueran amigos.


—Si fueras una tía, me casaría contigo —le dijo Pedro.


—No. Te acostarías conmigo y luego no me llamarías.


—Probablemente tienes razón.


Pedro pellizcó un trozo de una pizza que vio por allí. 


Desplumar a los amigos le daba hambre. Mientras comía observó al grupo: dos abogados, un catedrático de instituto, un arquitecto, un cirujano, un diseñador de jardines... y el último jugador que acababa de entrar por la puerta, un mecánico.


Un grupo interesante, pensó. Sus integrantes iban variando esporádicamente, porque se incorporaba alguno nuevo, como Sebastian, o porque alguno de ellos no había podido asistir. La tradicional noche del póquer arrancaba de la facultad, de los tiempos en que conoció a Daniel. Las caras habían ido cambiando, pero la esencia persistía.


Comer, beber, contar mentiras y hablar de deportes. E intentar ganarle la pasta a los amigos.


—Ya estamos todos. ¿Quieres una cerveza, Martin? —preguntó Daniel.


—Ahora sí que te escucho. ¿Qué tal va todo? —le dijo Martin a Pedro.


—Tirando. Tenemos sangre nueva: Sebastian Maguire. Sebastian, él es Martin Kavanaugh.


Martin asintió.


—¿Qué hay?


—Encantado. ¿Eres Kavanaugh, el mecánico?


—Culpable.


—Te llevaste con la grúa el coche de mi futura suegra.


—¿Ah, sí? ¿Quiso ella que me lo llevara?


—No. Es Lourdes Barrington.


Martin entornó los ojos.


—Sí, ya sé... La del BMW descapotable.El 128i.


—Mmm... supongo que sí.


—Un buen viaje. Una mujer interesante. —Martin sonrió dándose aires de importancia y tomó otro trago de cerveza—. Buena suerte.


—La hija no se parece a la madre — intervino Daniel.


—Mejor para ti —le comentó Martin a Sebastian—. La conocí... a la hija, quiero decir. Macarena, ¿no? Está buena. Se dedica a eso de las bodas y va con un Cobalt que acabo de revisar.


— Esa es Paula —le corrigió Daniel.


—Exacto. Tendrían que detenerla por maltratar vehículos. Conocí a tu hermana cuando vino a recogerlo —le explicó a Daniel, y sonrió—. También tiene un polvo. Aunque pone los pelos de punta.


—Así que... ¿Paula no fue a recoger su coche?


Martin observó a Pedro.


—No, vino la otra. La señorita Brown — recalcó antes de echar otro trago de cerveza —. La que dice «disculpe» cuando quiere decir «jódete».


—Esa debe de ser Carla —confirmó Daniel.


—¿La maltratadora de coches está tan buena como las otras dos?


—Todas lo están —murmuró Pedro.


—Lamento habérmela perdido.


—Vale más que echemos una partida, porque, si no, tendré que pegarle un puñetazo a Martin por tener pensamientos libidinosos con mis hermanas: la biológica y las honorarias — dijo Daniel.


—Estoy con vosotros en un minuto. — Mientras los demás se acercaban a la mesa, Pedro comprobó en su móvil si tenía correo.




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