jueves, 23 de febrero de 2017
CAPITULO 18 (SEGUNDA HISTORIA)
Maca, conduciendo en dirección a Greenwich, observó a Carla.
—Vale, ahora que estamos solas, dime qué te parece la historia de Paula y Pedro.
—Los dos son mayorcitos, solteros y gozan de buena salud.
—Ya... ¿Qué piensas en realidad de lo de Paula y Pedro?
Carla dejó escapar un suspiro que culminó en una carcajada reticente.
—No lo he visto venir, y siempre me he considerado buena en estas cosas. Si a mí me parece raro, a ellos les debe de parecer extrañísimo.
—Extrañísimo... ¿en qué sentido? ¿Lo dices como algo malo?
—No, no. En el sentido de raro. Nosotras somos cuatro, y luego están ellos dos: Pedro y Daniel. Juntos sumamos seis. Bueno, siete con Sebastian, pero todo esto empezó antes
de que apareciera Sebastian. Llevamos años participando de la vida personal y laboral de los demás. Para nosotras cuatro y para Daniel, eso equivale a decir desde siempre, y para Pedro... ¿cuánto, doce años? Si piensas en un hombre como si fuera tu propio hermano, vas a tener que mentalizarte cuando te des cuenta de que no todas las personas de tu mismo círculo sienten lo mismo por él. Y eso resulta casi tan raro como si uno de nosotros le hubiera tomado ojeriza.
—Por eso Paula está tan descolocada.
—Lo sé.
—Se han puesto cachondos, y me parece bien, pero luego el fuego se apaga. Uno de los dos se enfriará antes que el otro. Es extraño. —Maca miró por los retrovisores antes de cambiar de carril—. ¿El que siga sintiendo algo se sentirá herido o traicionado por el otro?
—Los sentimientos son como son. No entiendo que la gente culpe a los demás por lo que siente.
—Puede, pero esas cosas pasan. Y Paula es de una delicadeza exquisita. Es un hacha manejando a los hombres, y lo digo con infinita reverencia, pero lo lamenta mucho cuando... no siente lo mismo por ellos. Ya sabes lo que quiero decir.
—Sí. —Se acercaban al taller y Carla se calzó los zapatos que se había quitado al subir al automóvil—. Acaba saliendo con un tío dos, tres e incluso cuatro veces a pesar de no
estar interesada en él desde la primera cita porque no quiere herir sus sentimientos.
—De todos modos, ella sola sale más que las tres juntas. Antes de Sebastian, quiero decir —añadió Maca—. Y casi siempre consigue sacudírselos de encima sin dañarles el ego. Te digo yo que es muy hábil.
—El problema es que es amiga íntima de Pedro. Y le quiere.
—¿Crees que...?
—Todos le queremos —aclaró Carla.
—Ah, de ese modo, es cierto.
—Tiene que ser muy duro romper con alguien que te importa mucho. Y siendo Paula como es, habrá intentado solucionar
ese problema antes de empezar la relación. Hacer daño a Pedro no es algo que ella considere.
Maca se quedó pensativa mientras esperaba a que cambiara el semáforo.
—A veces me gustaría ser tan buena persona como Paula, solo de vez en cuando. Para mí representa demasiado esfuerzo.
—Tú tienes tus momentos. Mírame a mí, intimido a los demás.
Maca rió con socarronería.
—Ah, sí. Me pones los pelos de punta, Carlita —dijo Maca arrancando para cruzar el semáforo—. Resultas terrorífica cuando te disfrazas de Carla Brown, de los Brown de Connecticut. Y si encima, mueves la capa, caen muertos a tus pies.
—Muertos, no. Puede que se queden noqueados durante un tiempo.
—Dejaste a Lourdes para el arrastre — comentó Maca refiriéndose a su madre.
—Eso lo hiciste tú. Enfrentándote con ella.
Maca hizo un gesto de negación.
—Ya me había enfrentado a ella antes. Quizá no como la última vez, no de un modo tan tajante y directo. Ahora bien, aunque empezara yo, tú la remataste por mí. Si encima entran en juego Sebastian y el hecho de que, por muy encantador que sea, que lo es, no se deja acosar... y si tenemos en cuenta a ese novio tan rico de Nueva York que se lo consiente todo, resulta que mi vida es mucho más sencilla desde entonces.
—¿Se ha vuelto a poner en contacto contigo?
—Es curioso que lo preguntes. Esta mañana precisamente, como si esa escena horrible nunca hubiera existido. Ari y ella han decidido fugarse. Más o menos. Los alocados muchachos saldrán hacia el lago Como el mes que viene y se casarán en la villa de uno de los mejores amigos de Ari una vez que Lourdes haya organizado todos los detalles. Supongo que para ella fugarse consiste en eso.
—Caray, si estás hablando de George Clooney, que cuenten conmigo.
—Ojalá. De todos modos, no creo que nos invite. Su intención al llamarme era que me enterara de que ha preferido a otra empresa en lugar de a Votos para organizar su boda.
—¿Qué le has dicho?
—Buona fortuna.
—¿De verdad?
—De verdad. Y me ha sentado de maravilla. Se lo he dicho en serio. Es cierto que le deseo buena suerte. Si es feliz con Ari, me dejará tranquila por una vez en la vida. Así que... —Maca giró, volvió a girar y se detuvo en el aparcamiento de Kavanaugh—. Todo perfecto. ¿Quieres que espere, por si acaso?
—No, vete. Te veré en casa para la consulta de esta tarde.
Carla salió del coche, asió su maletín y miró el reloj. Puntual según lo estipulado.
Vio un edificio que albergaba lo que parecían unas oficinas que se comunicaban con un gran taller y se quedó observando. Al acercarse reconoció el zumbido de una especie de compresor y, a través de las puertas abiertas del taller, vio las piernas, las caderas y casi todo el torso de un mecánico que trabajaba en un coche situado sobre un elevador.
Divisó unos estantes en los que supuso que debían de guardar piezas y material diverso, y unas rejillas con herramientas.
También vio depósitos, manguitos...
Olía a aceite y a sudor, un olor para nada ofensivo en su opinión. Olía a trabajo, era un olor productivo. Todo aquello le pareció correcto, sobre todo cuando vio el automóvil de Paula bien aparcado, limpio y reluciente como los chorros del oro.
Se aproximó al coche con curiosidad. Los cromados brillaban a la luz del sol, y a través de la ventanilla reconoció las señales del perfeccionismo llevado hasta la meticulosidad.
Si la mecánica del coche era tan buena como su aspecto, pensó, haría la siguiente revisión allí en lugar de confiar en su concesionario.
En el interior, en el extremo de un mostrador en forma de L, vio que una pelirroja de pelo prácticamente naranja estaba
encaramada a un taburete y tecleaba con dos dedos en el ordenador.
Tenía el ceño fruncido y torcía tanto el gesto que Carla comprendió que esa mujer y el ordenador estaban en guerra.
La dependienta se detuvo y examinó a Carla por encima de unas gafas de leer verde claro.
—¿Qué se le ofrece?
—He venido a recoger el coche de Paula Chaves.
—¿Es usted Carla Brown?
—Sí.
—Su amiga llamó y dijo que vendría usted a recogerlo.
Al ver que la mujer no hacía ningún ademán y seguía mirándola por encima de sus gafas, Carla le sonrió con amabilidad.
—¿Quiere que le enseñe algún documento para identificarme?
—No. Me dijo qué aspecto tendría usted, y me la ha descrito perfectamente.
—Bien, ¿me da la factura?
—Estoy en ello. —La mujer se revolvió en el taburete y tecleó de nuevo—. Siéntese aquí mismo. No tardaré mucho. Tardaría menos si pudiera hacerle un albarán a mano, pero Martin quiere hacer las cosas de esta manera.
—Muy bien.
—Detrás de la puerta hay una máquina de bebidas si desea tomar algo.
Carla pensó en su clienta, en la distancia que había hasta la tienda de novias y en el tráfico.
—Ha dicho que no tardaría mucho.
—Y no tardaré. Solo decía que... ¿Qué diablos quiere de mí este monstruo de los infiernos? —La mujer se rascó con unas uñas largas y rojas su pelo crespo y naranja—. ¿Por qué no escupe la maldita factura?
—Si me permite... —Carla se inclinó sobre el mostrador y examinó la pantalla—. Creo que ya entiendo cuál es el problema. Ponga el cursor aquí y pulse el ratón —le aconsejó dando unos golpecitos a la pantalla —. Bien. ¿Ve donde pone «Imprimir»? Pulse ahí. Ya está. Y ahora pulse en «Aceptar».
Carla se apartó y la impresora se puso en marcha.
—Ya está.
—Pulse aquí, pulse allá... Nunca recuerdo dónde tengo que pulsar primero — dijo la empleada sonriéndole por primera vez. Tenía unos ojos tan atrevidos y magnéticos como la montura de sus gafas—. Se lo agradezco.
—No se preocupe.
Carla tomó la factura y se le escapó un suspiro al repasarla: una batería nueva, la puesta a punto, un distribuidor, un cambio de aceite, las correas del ventilador, la nivelación
de los neumáticos y unas pastillas de los frenos.
— No veo el precio de la limpieza del automóvil.
—No está incluido. En la primera factura del cliente, corre a cuenta de la casa.
—Qué detalle. —Carla pagó y metió la copia de la factura en un bolsillo del maletín.Luego recogió las llaves—. Gracias.
—Un placer. Venga cuando nos necesite.
—Esté segura de que así lo haré.
Al llegar junto al coche de Paula, Carla desbloqueó la cerradura.
—Eh, eh, espere.
Carla se detuvo y se volvió. Reconoció las piernas, la cadera y el torso que había visto en el taller asomando por debajo de un coche.
Sin embargo, en la nueva visión el hombre salía con pecho y hombros. Una suave brisa de primavera le revolvía el cabello oscuro (necesitado de un buen corte) y despeinado, fuera a causa del trabajo, fuese por negligencia. Sin embargo, todo eso armonizaba con los rasgos fuertes y afilados de su cara, y con una barba oscura que indicaba que no se había afeitado desde hacía un par de días.
Captó todo eso en pocos segundos, y también que torcía el gesto y que sus intensos ojos verdes denotaban mal genio.
Su reacción habría sido bajar la vista, pero ese hombre se le plantó delante. Carla alzó la cabeza, lo miró a los ojos y le dijo con un tono frío:
—Dígame.
—¿Cree que solo se necesita una llave y un carnet de conducir?
—¿Cómo dice?
—Los cables de la batería estaban corroídos y el aceite se había sedimentado. La presión de los neumáticos estaba baja y las pastillas de freno brillaban por su ausencia. Seguro que se unta usted cada día con una crema de las buenas.
—¿Perdón?
—Pero es incapaz de molestarse en revisar el coche. Señora, su coche estaba hecho una pena. Seguro que se ha gastado más dinero en estos zapatos que el que se ha
gastado jamás en una puesta a punto.
¿En sus zapatos? ¿Qué diantre le importaban sus zapatos? Carla optó por conservar un tono de voz neutro, de una
neutralidad insultante.
—Valoro la pasión que pone en su trabajo, pero dudo que su jefe apruebe el modo en que trata a los clientes.
—El jefe soy yo, y no veo que eso represente ningún problema.
—Ya. Bien, señor Kavanaugh, tiene una manera de dirigir su negocio muy interesante. Si me disculpa...
—No hay disculpa que valga cuando se desatiende tanto un coche. Se lo he arreglado para que funcione, señora Chaves, pero...
—Brown —lo interrumpió Carla—. Es señora Brown.
El mecánico la miró entrecerrando los ojos.
—La hermana de Dani. Habría tenido que darme cuenta. ¿Quién es Paula Chaves?
—Mi socia.
—Muy bien. Dígale entonces lo que acaba de oír. Este es un buen coche y se merece que lo traten mejor.
—Le aseguro que se lo diré.
Carla fue a abrir la portezuela, pero él se le adelantó y la abrió antes. La joven entró en el coche, dejó el maletín en el asiento de al lado y se abrochó el cinturón de seguridad. Y entonces interpuso un muro de hielo entre ambos.
— Gracias.
Él sonrió, rápido como una centella.
—Quiere decir que me vaya al infierno. Conduzca con prudencia —añadió luego, y cerró la portezuela.
Carla dio la vuelta a la llave y se quedó algo decepcionada cuando el motor ronroneó como un gatito. Mientras se alejaba, miró por el retrovisor central y lo vio de pie, desnudo de cadera para arriba, observándola.
«Es un grosero», pensó. Grosero hasta lo indecible. Pero sabía hacer bien su trabajo.
Cuando aparcó cerca de la tienda de novias donde tenía que reunirse con su clienta, Carla sacó la BlackBerry y le envió un mensaje a Paula.
Pau, el coche ya está. El motor y la carrocería han quedado como nuevos. Me debes algo más que el precio de la factura.Ya hablaremos esta noche. C.
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