viernes, 3 de febrero de 2017

CAPITULO 10 (PRIMERA HISTORIA)





<<Llega tarde-pensó Pedro-. A lo mejor no viene. Puede haberle pasado cualquier cosa.›› Si le funcionara bien el cerebro, le habría dado el número de móvil por si ella quería anular la cita.


Ahora no le quedaba otro remedio que quedarse allí sentado y solo.


¿Durante cuanto tiempo?, se preguntó. Los quince minutos que llevaba esperándola eran poco tiempo. ¿Media hora? ¿Una hora? Si la esperaba una hora entera, ¿no parecería un patético fracasado?


Seguramente.


<<Eres un imbecil -se dijo obligándose a tomar un sorbo de té verde-. Has salido con otras mujeres... muchas veces. 


Has tenido una relación seria e íntima con una mujer que ha durado casi un año. Venga ya, si incluso has vivido con ella...


>>Hasta que me dejó por otro y se marchó de casa. Pero esto no tiene nada que ver. >>


Había quedado para tomar un café... vale, un té en su caso. 


Y estaba enredando las cosas por un fortuito encuentro, a falta de un término más apropiado, como una adolescente boba que sueña con el baile de fin de curso.


Volvió a fingir que leía un libro y tomaba un té. Y se obligó a no vigilar la puerta de la cafetería como un gato hambriento que acecha una ratonera.


Había olvidado lo ruidoso que era el local, o hacía tiempo que ya no se fijaba. No recordaba que los estudiantes frecuentasen la cafetería. Bob tenía razón cuando le había dicho que había elegido mal el sitio.


Entre los reservados y los taburetes de colores se repartían los estudiantes de último curso de la academia y del instituto del barrio, grupos de veinteañeros y algún que otro profesor.


Las luces eran demasiado fuertes y las voces, estridentes.


-Siento llegar tarde. La sesión de fotos se alargó.


Pedro parpadeó mientras Pau se sentaba en la silla de enfrente.


-¿Qué?


-Debías de estar muy enfrascado en la lectura -dijo Pau inclinando la cabeza para leer el título-. ¿Lawrence Block? ¿No deberías estar leyendo a Hemingway o a Trollope?


-Las novelas populares son una fuerza viable y con peso dentro de la literatura. Por eso son populares. Leer por mero placer es...uf, ya estoy dándote una clase. Lo siento.


-El estilo profesoral te va.


-Supongo que eso es bueno para cuando doy clase. No había caído en la cuenta de que estabas trabajando cuando viniste a verme. Podíamos haber quedado más tarde.


-Solo tenía un par de entrevistas con unos clientes y una sesión. Tengo una novia que, por lo que sea, quiere que una profesional documente todos sus movimientos al detalle. Por mí, perfecto, porque eso representa dinero contante y sonante. He fotografiado las pruebas, las del vestido de novia, con la madre al lado llorando. Y los lloros me han entretenido más de lo que tenía programado.


Paula se quitó la gorra, se arregló el cabello con los dedos y contempló el local.


-No había entrado nunca. Parece que hay buenas vibraciones.- Esbozó una sonrisa a la muchacha que acudió a tomarle nota.


-Me llamo Diana. ¿Qué va a tomar?


-Esto será divertido. ¿Me traes un café con leche, doble de café y espolvoreado con vainilla?


-Marchando. ¿Otro té verde para usted, doctor Alfonso?


-No, ya estoy bien, Diana, gracias.


-¿No eres un entusiasta del café? -preguntó Pau mientras Diana iba a preparar la consumición.


-A estas horas, no. Pero aquí está muy bueno... el café, quiero decir. Suelo entrar a tomarme un capuccino por la mañana, antes de ir a trabajar. También lo venden a granel, o sea que si te gusta…Mira, tengo que sacarme esto de encima como sea. No puedo pensar. Y si no puedo pensar, te vas a quedar dormida oyéndome hablar de tonterías, a pesar del café doble.


-Vale. -Pau se acodó en la mesa y apoyó el mentón en las manos-. Sácalo todo fuera.


-Estaba colado por ti cuando íbamos al instituto.


Pau arqueó las cejas y se enderezó en la silla.


-¿Colado por mí? ¿De verdad?


-Sí, bueno, en mi caso, sí. Y me mortifica sacar el tema ahora que han pasado casi doce años, pero si te lo explico, es porque tiene que ver con lo que pasó. Al menos por mi parte.


-Pero... ni siquiera recuerdo que hablaras conmigo.


-No te hablé. No podía. Yo era de una timidez patológica en esa época, sobre todo en las relaciones sociales. En todo, y en especial cuando se trataba de chicas. Con las chicas que me atraían, claro. Y tú eras tan...


-Un café con leche, doble de café y con vainilla.- Diana dejó la taza grande sobre la mesa y la acompañó de un platito con un par de galletas--. ¡Buen provecho!


-Sigue -insistió Pau-. Yo era tan... ¿qué?


-Ah, tú, sí. El pelo, los hoyuelos, todo...


Pau cogió una galleta, se inclinó para mordisquearla y se quedo mirándolo.


-Pedro, cuando íbamos al instituto yo parecía una estaca a la que le hubieran crecido unas zanahorias por arriba. Tengo fotografías que lo demuestran.


-Para mí no. Eras alegre, apasionada, segura de ti misma...
-<<Y todavía lo eres», pensó Pedro. «Solo hay que mirarte. >>-Me siento como un imbécil contándote esto, pero siempre tropiezo con la misma piedra. Y si encima de lo patoso que soy, me pongo palos en las ruedas... En fin, pues eso.


-¿El beso de la otra noche tuvo que ver con que estuvieras colado por mí?


-Tengo que confesar que influyó lo suyo. Todo fue tan surrealista…


Pau cogió la taza de café.


-Ya no somos esos chicos que iban al instituto.


-Ostras, eso espero. Yo era un pardillo.


-¿Y quién no? Mira, Pedro, la mayoría habría utilizado ese enamoramiento de instituto como una estrategia para ligar, o se lo habría callado. Lo que me has contado me interesa, y también me interesas tú, porque no has hecho ninguna de las dos cosas. ¿Siempre eres tan directo cuando citas a alguien a tomar un café?


-No lo sé. Eres la única mujer por la que he estado colado.


-Caray.


-Lo que acabo de decir ha sido una idiotez.- Pedro, volviendo a ruborizarse, se pasó la mano por el pelo-. Ahora te he asustado. Ha sonado obsesivo, de poner los pelos de punta, como si hubiera colocado unas fotografías tuyas en un altar y encendiera velas para invocar tu nombre. Joder, eso aún es peor...Corre ahora que estás a tiempo. No te lo reprocharé.


Pau se echó a reír y tuvo que dejar el café sobre la mesa para no derramarlo.


-Me quedaré si me juras que ese altar no existe.


-Te lo juro -dijo Pedro trazando una equis sobre el pecho-. Tanto si te quedas porque te doy pena, como si lo haces porque te gusta el café, ya me vale.


-El café es muy bueno -dijo Pau bebiendo otro sorbo-. No me das pena, pero no estoy muy segura de lo que siento. Eres un hombre interesante, y me ayudaste cuando lo necesitaba. Besas fenomenal. ¿Por qué no voy a tomar un café contigo? Y dime, ya que estamos aquí, ¿por qué alguien patológicamente tímido se metió en la enseñanza?


-Tuve que superarlo. Quería dar clases.


-¿Desde siempre?


-Prácticamente. Antes quise ser un superhéroe. Uno de los X-men.


-El profesor supermutante. Podrías haber sido el Educador.


Pedro le sonrió.


-Acabas de desenmascarar mi identidad secreta.


-¿Y cómo fue que Chico Tímido se convirtió en el poderoso Educador?


-Con estudio y tesón. Y gracias a ciertas ayudas de orden práctico. Me apunté a un curso de la universidad para hablar en público y las dos primeras semanas las pasé sudando de terror. Pero me sirvió. Y entremedio trabajé de profesor asistente en varias clases. Tuve a Daniel durante el segundo curso. Ah, por si sale el tema... -Pedro iba girando la taza-, alguna vez le pregunte por ti. Por todas vosotras, para no concretar tanto. Por el Cuarteto, como él os llamaba.


-Todavía nos llama así de vez en cuando. Ahora es nuestro abogado. El de la empresa.


-He oído decir que es bueno.


-Lo es. Dani lo organizó todo... bueno, los temas legales. Cuando sus padres murieron, la propiedad pasó a ser de Carla y de Daniel, pero él no quería vivir allí. En aquella época ya se había independizado. Carla no habría podido mantener la finca como vivienda, como su domicilio particular, quiero decir. Y aunque hubiera podido, no creo que hubiese soportado vivir ahí sola. La mansión, los recuerdos... Demasiada soledad. No.


-Claro, le habría costado mucho y habría estado muy sola. El hecho de que vosotras viváis allí y trabajéis juntas lo cambia todo.


-Nos cambió la vida a todas. Carla ya le daba vueltas a la idea del negocio y un buen día nos lo planteó. Luego preguntó a Daniel si podíamos montar la empresa en la casa y él se portó de maravilla. Se trataba de su herencia, también, y se arriesgó muchísimo por nosotras.


-Parece que acertó. Según mi madre y Silvia, Votos es el mejor lugar para celebrar una boda en Greenwich.


-Hemos recorrido un largo camino. El primer año no lo vimos nada claro. Tuvimos miedo, porque todas habíamos puesto nuestros ahorros, mas lo que pudimos mendigar, pedir prestado o robar. Los costes de apertura, los permisos, las existencias, el equipo y los gastos para convertir la casa de la piscina en mi espacio y la casa de invitados en el de Emma. Jeronimo hizo los planos gratis. ¿Conoces a Jeronimo Cooke? Dani lo conoció en la universidad.


-Sí, un poco. Recuerdo que eran íntimos


-Yale es un pueblo… -comentó Pau-. Jeronimo es arquitecto y dedicó muchas horas a planificar las reformas. Nos ahorró Dios sabe cuanto en facturas y malos comienzos. El segundo año no despegábamos y todas tuvimos que echar mano de otros trabajos para ir tirando. Pero el tercer año pudimos darle la vuelta al asunto. Sé lo que es trabajar angustiada para conseguir lo que quieres.


-¿Por qué elegiste ser fotógrafa de bodas? Me refiero a ti en concreto. No creo que solo fuera para seguir con tu grupo de amigas.


-No, no fue solo por eso. Ni siquiera creo que fuera lo más importante. Me gusta fotografiar a la gente: las caras, los cuerpos, las expresiones, los movimientos... Antes de que inauguráramos Votos trabajé en un estudio de fotografía, ya sabes, donde la gente lleva a los niños para hacerles un retrato o se monta una sesión de publicidad. Me daba para pagar las facturas, pero...


-No estabas satisfecha.


-La verdad es que no. Me gusta fotografiar a las personas en momentos especiales, definitivos. Es lo máximo, el súmmum. Pero hay muchos otros momentos también. Las bodas, tanto el rito en si como la manera adaptar la celebración a la medida de los que participan…ese es un gran momento.


Sonriendo, Pau alzó la taza con ambas manos.


-Drama, sentimiento, teatro, dolor, alegría, amor, pasión, humor: lo tiene todo. Y eso es lo que ofrezco a las parejas con mis fotografías. Les presento ese día como un viaje... y con un poco de suerte, capto el momento definitivo, fuera de lo corriente, único. Es una manera larga y complicada de decirte que me gusta mi trabajo.


-Lo entiendo, sé a qué te refieres cuando hablas del momento definitivo, de la satisfacción que da. Es como cuando puedo ver que la mente de un alumno se ha empapado con lo que he estado intentando meterles a todos en la cabeza. Eso compensa las horas de rutina.


-No creo que mis maestros disfrutaran de momentos así gracias a mí. Lo único que quería era acabar pronto y largarme para hacer lo que me viniera en gana. Nunca consideré que fueran personas creativas. Los tenía más bien por unos guardianes. Fui una alumna horrorosa.


-Eras lista. Y eso nos lleva otra vez a la obsesión adolescente. Pero te diré que me fijé en que eras lista.


-Tú y yo no fuimos a clase juntos. Ibas un par de años por delante de mí, ¿no? ¡Espera...! ¿Verdad que fuiste ayudante del profesor en mis clases de literatura?


-Literatura norteamericana del señor Lowen, que se daba en la quinta hora. Y ahora, por favor, olvida lo que acabo de decir.


-Ni hablar. Verás, no es que quiera salir corriendo, pero tengo que irme. Me espera otra sesión. De hecho, tengo que hacer el retrato de compromiso de tu hermana.


-No sabía que lo ataríais todo con tanta rapidez.


-El doctor tiene la tarde libre y por eso hemos quedado. Quiero captar el ambiente en el que se mueven y verlos juntos.


-Te acompañaré hasta el coche. -Pedro sacó unos billetes y los sujetó con el platito de la taza.


Se adelantó al gesto de Pau, cogió su chaqueta y la ayudó a ponérsela. Luego abrió la puerta y salió tras ella a la gélida intemperie.


-Tengo el coche a casi dos manzanas de aquí. No hace falta que me acompañes. Hace un frío que pela.


-Da igual. De todos modos he venido caminando.


-¿Caminando?


-No vivo muy lejos y por eso he venido andando.


-Ya. Así que te gusta caminar. Pues ya que vamos juntos, déjame que te haga una pregunta que no pude hacerte por el tono que tomó nuestra conversación -dijo Pau mientras iban dejando atrás otros restaurantes y cafeterías-. ¿Doctor Alfonso? ¿Eso quiere decir que te sacaste el doctorado?


-El año pasado, finalmente.


-¿Finalmente, dices?


-Era el principal objetivo de mi vida desde hacía diez años; por eso he dicho <<finalmente>>, porque es la palabra más adecuada. Empecé a pensar en hacer la tesis cuando todavía no me había licenciado. -<<Cosa que debe de haberme convertido a sus ojos en el mayor empollón de Empollolandia. >>- ¿Te parece bien que nos veamos otro día? Ya sé que me precipito, pero es que la cabeza no para de darme vueltas pensando en esto. Y si tu respuesta es no, preferiría saberlo.


Pau se quedó en silencio hasta llegar al coche, sacó las llaves y lo miró a los ojos.


-Estoy segura de que llevas encima bolígrafo y papel. Y más que segura de que los tienes muy a mano.


Pedro se abrió el abrigo y, del bolsillo interior de la americana de tweed, sacó una libretita y un bolígrafo.


Pau los tomó, buscó una página en blanco y escribió en ella.


-Te daré mi número particular porque prefiero que uses este y no el de la empresa. ¿Por qué no me llamas?


-Lo haré. Dentro de una hora sería demasiado pronto, ¿no?


Pau se rió y le puso la libretita y el bolígrafo en la mano.


-Tengo el ego por las nubes, Pedro. -Se volvió para abrir la portezuela, pero él ya se le había adelantado. Halagada y divertida, Pau entró en el coche y dejó que fuera él quien cerrara la portezuela. Entonces bajó el cristal de la ventanilla-. Gracias por el café.


-De nada.


-Vete y no te enfríes, Pedro. -Desaparcó y se marchó, y él se quedo mirando su automóvil hasta que las luces traseras desaparecieron de su vista. Luego volvió a la cafetería y de allí camino otras tres manzanas bajo un frío gélido hasta llegar a casa.









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