viernes, 7 de abril de 2017

CAPITULO 42 (CUARTA HISTORIA)




PREFIRIÓ PENSAR QUE LAS COSAS SE HABÍAN CALMADO. No recordaba haber cometido jamás un tropiezo parecido, y todavía menos dos seguidos, con una mujer.


Aunque Paula era una fuera de serie en todos los aspectos.


Pedro comprendió que un par de pifias monumentales exigían un esfuerzo en forma de regalo, un símbolo, algo que oliera bien o brillara. Incluso a la chica que lo tenía todo o podía comprárselo todo sin problemas le gustarían los regalos tipo «he sido un idiota».


Pensó en regalarle flores, pero su casa ya estaba llena de ellas. Aunque las flores probablemente ocupaban el último puesto de la escala de valoración de idiotas.


Dio vueltas a la idea de comprarle una joya, pero le pareció excesivo.


Y entonces se acordó de su debilidad.


¡Qué diablos! Como su madre no paraba de pincharlo para que se comprara un traje nuevo, tenía que ir de compras de todos modos.


Pedro odiaba ir de compras, le parecía que era una especie de penitencia. Peor aún, tenía que soltar dinero para comprarse unas prendas que le hacían sentirse como si fuera un paquete de regalo. Todo eso implicaba demasiado tiempo y tomar decisiones molestas o desconcertantes, con el agravante de terminar con dolor de cabeza.


Sin embargo, cuando hubo terminado, tenía el traje y un regalo bien envuelto en su correspondiente caja y se prometió que nunca más, ni en esta vida ni en otra, volvería a pasar por esa experiencia.


Le envió dos mensajes con el móvil, pese a que nunca lo hacía, los odiaba. Tenía los dedos demasiado grandes para las teclas y eso hacía que se sintiera torpe y estúpido. De todos modos, imaginó que su estrategia de distanciamiento durante unos días tenía que incluir un contacto mínimo.


El lunes calculó que ya se había alejado lo suficiente y la llamó. Le salió el contestador, otra tecnología que odiaba, aun cuando incluyera su fantástica voz.


—Eh, Piernas. Quería saber si te apetecería salir a dar una vuelta esta noche. Podríamos ir a comer una pizza. Tengo ganas de verte —añadió sin pensarlo demasiado—. Dime algo.


Se echó sobre la camilla para mecánico, se deslizó por debajo del cacharro que un cliente le había pedido que recompusiera y empezó a desmontar el silenciador del tubo de escape, que no funcionaba.


Estaba a punto de colocar el nuevo cuando su teléfono sonó.


Se golpeó en los nudillos, soltó un taco al ver que el rasponazo sangraba y logró sacar el móvil del bolsillo.


Soltó otro taco cuando se dio cuenta de que era un mensaje de texto.


Me apetece mucho, pero esta noche no puedo salir. Estamos a tope hasta el día de Acción de Gracias. Me encantará verte ese día, y a tu madre también. PC.






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