jueves, 6 de abril de 2017
CAPITULO 39 (CUARTA HISTORIA)
Paula cogió el teléfono y rodó fuera de la cama. Echando un vistazo al reloj comprobó que aunque apenas eran las cinco, la novia del viernes por la noche ya estaba levantada.
—Buenos días, Leah. ¿Cómo…? —Paula se interrumpió y fue a la pequeña sala contigua mientras la novia le exponía su crisis —. Oh, lo siento mucho. No, escucha, no te preocupes por la hora. Hoy te dedico todo el día. No quiero que te preocupes por nada que tenga que ver con la boda. Dile a Justin que su madre estará en nuestros pensamientos. Lo demás ya lo arreglaremos, Leah, déjamelo a mí. Permite que te haga una pregunta: ¿uno de los testigos podría hacer de padrino?
Paula escuchó, agradecida de que la novia mantuviera la sangre fría a pesar de que el padrino estuviera viajando a Seattle el día de su boda.
—Eso está bien. Sí sólo que nos faltará un testigo. ¿Channing o tú no conocéis a alguien que pueda hacer el papel? Sí, comprendo que no queda tiempo y que luego está la cuestión de que le vayan bien el traje y la camisa que habéis elegido.
Torciendo el gesto, abrió la puerta con sigilo y entornó los ojos mirando a Pedro, que había aprovechado su ausencia para estirarse en diagonal sobre la cama.
—Creo que tengo a la persona que encajaría. Ya sé que ni Channing ni tú lo conocéis, pero… No, eso ni lo pienses. Déjame ver si puedo solucionarlo y luego te llamo. Te lo prometo, nos ocuparemos de todo. Dame una hora.
Paula volvió a entrar en el dormitorio y empezó a montar la estrategia.
¡No había nada de malo en dorar un poco la píldora!
Se metió en la cama con cuidado y se acurrucó contra la espalda de Pedro. Era un arduo trabajo, mientras le acariciaba el costado y con los labios le rozaba la escápula.
Pero alguien tenía que hacerlo.
Su cuerpo estaba caliente y firme. Cuando le pasó la mano por la cintura, por el vientre, y siguió bajando, sonrió y pensó: muy firme.
Recorrió con los dedos su muslo y volvió a subir. Y entonces se tomó en serio la tarea que tenía entre manos. Con las manos y los labios hizo que él se moviera y se despertara, lo invitó a ponerse boca arriba y vio que sus soñolientos ojos resplandecían en la oscuridad.
—Buenos días —musitó ella depositando un beso tras otro en su pecho.
—Eso parece.
Se recreó en su cuello, con unos mordiscos suaves y juguetones.
—Como estaba despierta, y tú también... —Paula fue acercándose a su oreja mientras las manos de él empezaban a moverse por su cuerpo—. Espero que no te importe que me sirva yo misma.
—Haz lo que tengas que hacer.
Paula rió y se puso a horcajadas encima de él. Se inclinó y le ofreció los pechos entregándose al lento placer. Había tantas cosas de él que todavía ignoraba... tantas cosas que quizá nunca llegaría a entender.
Sin embargo, allí, en la oscuridad, se conocían.
Paula se incorporó y tomó a ese hombre.
Lo envolvió, cuerpo y aroma, el sonido de su respiración susurrante, el sabor de ella todavía en su lengua. Se movió encima de él, pálida sombra, dulce fantasía, cálida mujer.
Antes de que despuntara la mañana, tomó a ese hombre, lo dirigió, lo poseyó.
Se arqueó, cediendo a ese ansioso descenso, y lo atrajo hacia sí.
Dejó escapar un sonido que podría equipararse al de un gato lamiendo la última gota de leche y luego se estiró sobre él cuan larga era.
—Eso es… —Paula repitió el sonido—. Una manera perfecta de empezar el día.
—Un desayuno de campeones.
—Mmm. ¿A qué hora tienes que ponerte a trabajar?
—A las siete o siete y media. Con esta especie de arranque en segunda podría ahorrarme media hora de gimnasio. ¿Qué hora debe de ser?
—Te quedan un par de horas. ¿Volverás más tarde?
—Sí, volveré. —Sus dedos le recorrieron perezosos la columna—. Creo que podré salir a las cuatro si necesitas ayuda esta noche.
—Fantástico. —Paula sonrió y se volvió para besarle en el cuello—. Porque la llamada que nos ha brindado este hermoso despertar era de la novia de esta noche, y hay una complicación.
—Me aseguraré de estar aquí. Supongo que se lo debo.
Estaba resultando demasiado fácil, pensó Paula.
—De hecho, tú eres el único que puede solucionar esta complicación.
—¿Qué? ¿La limusina necesita una puesta a punto? ¿La carroza de Cenicienta necesita un cambio de rueda?
—Te llamaría a ti para eso, pero no. —Paula le besó en una mejilla notando que ya le asomaba la barba—. El mejor amigo del novio, y padrino de la boda, ha tenido que coger un avión hacia Seattle esta mañana. —Y luego le besó en la otra—. A su madre tienen que operarla de urgencia.
—Mal tema. ¿Es grave?
—Una peritonitis. Les preocupa una posible septicemia y que haya otras complicaciones. Es más, la mujer se encontraba cuidando de su madre, a la que acaban de operar de la cadera, y eso ha complicado mucho las cosas para todos. Leah y Channing están preocupados por su amigo, por la madre de su amigo, y además se han quedado sin padrino. Uno de los testigos ocupará su lugar, pero entonces les faltará un testigo.
—Ajá.
—Es decir, que necesitaremos un sustituto que tenga la misma constitución que Justin, el padrino, para que el esmoquin le entre.
—Claro.
—Tú tienes una talla cuarenta y ocho de pantalón, ¿verdad? Una cuarenta y dos de cintura... y diría que, de camisa, una XXL.
—Supongo que sí. No he... uau. Espera. —Cuando Pedro la cogió por los hombros e hizo ademán de apartarla, Paula se apretujó contra él.
—Me harías un gran favor. Te gustará Channing, es un encanto. Leah y él crecieron juntos, por decirlo de algún modo. Fueron uña y carne en el instituto, luego perdieron el contacto, durante los años de la universidad, hasta que...
—Tú estás de broma. —Esta vez Pedro la empujó con más ímpetu y se zafó de ella—. No esperarás en serio que me ponga el esmoquin de otro tío y...
—Estoy segura de que te irá bien. Daniel necesita una cincuenta, y a Jeronimo le quedaría grande. Y no pueden ponerse uno de sus trajes, porque los miembros del cortejo van a conjunto.
—De ninguna manera voy a...
—Considera que haces una sustitución. De eso se trata en realidad. —Paula se dio la vuelta y se deslizó sobre su pecho—. Estuviste en otra boda, ¿no?
—Sí, pero...
—Lo único que tienes que hacer es acompañar a los invitados a sus asientos, quedarte de pie con los otros testigos del novio y luego ser la pareja de una dama muy atractiva en el desfile final. Sacarías de un gran apuro a Leah y a Channing.
—Eso sería importante si conociera a Leah y a Channing.
—Pero me conoces a mí. Me harías un gran favor personal, Pedro. —Paula le besó en la mandíbula—. Y yo te estaría muy agradecida.
—Tengo que trabajar.
—Pero llegarás aquí con tiempo de sobra. De verdad, si vienes a las cinco cuarenta y cinco, podré arreglarlo. Me ocuparé de los detalles. Lo único que tienes que hacer es ponerte el esmoquin... ah, y los zapatos del día de la boda de Silvia irían muy bien.
—Menos mal.
—Tomo nota del sarcasmo, y lo ignoraré. Tú ven, pon buena cara y acompaña a la gente a sus asientos. Será una boda preciosa. El pastel es increíble. Mármol de chocolate con cobertura cristalizada sobre crema de mantequilla. Laura lo servirá en un mar de salsa de caramelo.
—¿Crees que puedes sobornarme con un pastel?
—Es un pastel excepcional. —Paula se dedicó a mordisquearle suavemente la barbilla—. Y seguro que podré confiscar una cantidad para... luego.
—¿Ahora me sobornas con sexo en salsa de caramelo?
—Sí.
—Eres absolutamente diabólica, Piernas.
—Gracias.
—¿Y tu manera de despertarme? ¿Querías prepararme para esto?
—Desde luego.
—Bien pensado.
—¿Lo harás?
—Me gustaría saber quién es el hombre capaz de resistirse a una salsa de caramelo.
—Gracias. —Paula le plantó un beso fuerte y sonoro en los labios—. Te lo digo en serio, gracias. Tengo que llamar a Leah para contárselo. —Saltó de la cama y agarró el teléfono—. No te preocupes por nada. Lo único que tienes que hacer es estar aquí, yo ya te guiaré en todo lo demás.
—Sí, sí...
Y mientras ella llamaba a la novia, Pedro se tapó la cara con la almohada.
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