jueves, 6 de abril de 2017
CAPITULO 38 (CUARTA HISTORIA)
PEDRO PURGÓ LOS CABLES, nuevos y más largos, de unos frenos de un jeep que un cliente le había pedido que cambiara. Sospechaba que el chico quería modificarlos más por una cuestión de apariencia y estatus ante sus amigos que por mejorar el agarre del automóvil.
Fuera cual fuese la razón, pensó Pedro, él iba a cobrar igualmente.
Mientras el iPod reproducía a todo volumen la lista de canciones desde el altavoz, encima de la mesa del taller, Pedro sustituía metódicamente los amortiguadores delanteros y los muelles de compresión por otros más grandes. La petición del cliente implicaba cambiar los brazos de control y las barras estabilizadoras, además de poner unos cables de freno más largos.
El chico rozaría los límites de la legalidad... por decirlo de alguna manera.
No era una tarea que pudiera abordarse a tontas y a locas, un trabajito en el que enfrascarse después de echar el cierre.
Aunque tampoco lo era cambiar el aceite que, en lugar de pasárselo a Glen por ser algo sencillo, Pedro se había propuesto hacer a continuación.
Un trabajo entretenido, admitió mientras atronaba la música de The Killers. Bueno, quería mantenerse ocupado.
Tanto el tiempo que dedicara a aumentar las prestaciones del automóvil del chico como a hacer un cambio de aceite y reponer un freno, no lo dedicaría a pensar.
Mayormente.
Pensar en lo mal que estaba el mundo, y en concreto su vida, no arreglaría nada. El mundo seguiría estando mal por muchas vueltas que le diera.
En cuanto a su vida... tomarse un poco de tiempo y darse un margen de espacio probablemente sería lo mejor. El tema de Paula se había vuelto demasiado intenso, quizá un poco asfixiante... y eso le afectaba, sin duda.
Había alentado la carrera, la había trazado y se había mantenido en ella. De alguna manera él... ella... ellos, no estaba muy seguro, habían participado en esa carrera a mayor velocidad de la esperada y adentrándose en terrenos mucho más profundos de lo previsto.
Habían pasado juntos prácticamente todo su tiempo libre, e incluso ciertos momentos que no formaban parte precisamente del tiempo libre. Y entonces, ¡bum!, va y se plantea pasar la semana próxima con ella, los próximos meses y... sí, incluso en ir más lejos. Con eso no había contado.
Más aún, antes de saber lo que está pasando, la lleva a cenar a casa de su madre y le pide que se quede a pasar la noche con él, en su cama.
Ambos sucesos carecían de todo precedente. No porque sus normas fueran rígidas en ese tema, sino más bien porque evitaba poner las cosas demasiado fáciles.
De todos modos, Paula no era una persona fácil, pensó mientras instalaba una placa antideslizante para proteger el cárter. Eso lo había ido descubriendo.
Era complicada y en absoluto predecible como parecía por fuera. Había sentido curiosidad por saber cómo funcionaba esa mujer, eso era innegable. Y cuanto más examinaba sus componentes, más prendado se quedaba.
Ahora ya conocía esos componentes y su modo de funcionamiento. Era una mujer que cuidaba los detalles, un poco... no, ni hablar, extremadamente obsesiva y centrada en el objetivo. Y, combinado con todo eso, tenía el don y la necesidad de empaquetar todos esos detalles en un envoltorio perfecto y ponerle un lacito.
Si eso, añadido al dinero y al pedigrí, hubiera sido todo, probablemente Paula habría sido la típica guapa repelente.
Pero en su interior sentía una profunda necesidad de disfrutar de una familia, de una estabilidad, de crear un hogar (quién mejor que él para comprender eso), y valoraba lo que le había sido dado. Era leal hasta las últimas consecuencias, generosa y, como estaba educada para ser productiva y útil, tenía una ética profesional fuera de toda sospecha.
Paula era complicada y real, y como la imagen que él tenía de su madre en la cuneta de la carretera con un hermoso vestido veraniego, parecía la encarnación de la belleza. Por dentro y por fuera.
Por eso había roto esa especie de normas no escritas, porque, cuantas más cosas conocía de ella, más prendado se quedaba y más seguro estaba de que ella era exactamente lo que quería.
Pedro sabía controlar sus deseos. Había deseado muchas cosas. Algunas las había conseguido, otras no. Y siempre había dado por sentado que al final todo se compensaba.
Pero la noche anterior, cuando había ido a su casa porque se había sentido inquieto, intranquilo y terriblemente triste, se había dado cuenta de que en su caso el deseo iba unido a la necesidad.
Necesitaba estar con ella, tan solo estar con ella en ese cosmos que Paula había creado y donde de alguna manera todo cobraba sentido.
Y ese necesitar algo, a alguien, era como saltar al vacío desde lo alto de un edificio sin llevar arnés de seguridad. A las malas había aprendido que era mejor cuidar de sí mismo, ocuparse de sí mismo y de lo que era suyo. Punto final.
Salvo que había empezado a pensar en ella como algo suyo.
Le había contado ya ciertas cosas que jamás había contado a nadie y que tampoco consideraba que valiera la pena replantearse.
O sea que...
Mejor que se hubiera enfadado con él, decidió. Mejor que le hubiera echado. Los dos se tomarían un respiro y dejarían reposar las cosas. Reconsiderarían las cosas.
Comprobó los cambios desplazándose hacia la parte trasera del automóvil.
Y entre la música de los Foo Fighters oyó el sonido distintivo de unos tacones altos pisando el suelo de hormigón.
Solo tuvo que ladear la cabeza para verla. Ahí estaba, con uno de sus trajes chaqueta tan sexis que se ponía para trabajar, con su cautivador rostro despejado y un bolso del tamaño de un Buick colgado al hombro.
—La puerta no estaba cerrada.
—No. —Pedro sacó un trapo del bolsillo trasero para limpiarse las manos.
Ella no debería estar aquí, pensó. El taller olía a grasa, a motor, a sudor. Y, supuso, él también.
—Pensaba que hoy tenías un acto.
—Sí, pero ha terminado. —Paula le lanzó una mirada gélida—. Aunque nosotros no. ¿Te importaría apagar eso?
—Tengo que poner las ruedas y los neumáticos a este coche.
—Muy bien. Esperaré.
Y esperaría, adivinó Pedro. Eso se le daba bien.
Supuso que los Foo Fighters tendrían que aprender a volar sin él. Guardó las herramientas, desconectó el iPod, abrió la nevera que había puesto sobre el banco de al lado y sacó de su interior una de las dos cervezas que se había traído.
—¿Quieres una?
—No.
Pedro abrió la botella y bebió un largo trago mientras la observaba.
—¿Qué se te ha metido ahora en la cabeza, Piernas?
—Muchas cosas, en realidad. He oído lo del accidente, lo de esas tres chicas. ¿Por qué no me lo contaste anoche?
—No quería hablar de eso. —La imagen... los cristales rotos, la sangre, el metal ennegrecido sobre la carretera resbaladiza por la lluvia... le vinieron a la memoria—. Y sigo sin querer hablar.
—Prefieres que siga reconcomiéndote por dentro.
—No me está reconcomiendo por dentro.
—Creo que esta es la primera mentira que me dices, y hablo en serio.
Le enfureció, de una manera absurda, que ella tuviera razón.
—Sé lo que me pasa por dentro, Paula. Y hablar de eso no cambia nada. No cambia que estas chicas estén muertas, ni salva a la pareja del otro coche de tener que soportar una vida llena de dolor. La vida sigue, hasta que se acaba.
El ardor con que le espetó esas palabras no alteró la frialdad de Paula.
—Si creyera de verdad que eres tan fatalista, insensible y cruel, sentiría lástima por ti. Pero no lo creo. Anoche viniste a verme porque estabas triste, pero no pudiste o no quisiste contarme el porqué. A lo mejor enfadarte conmigo te ha servido de algo, a lo mejor has podido sustituir la tristeza por la rabia. Pero yo no merezco esto y tú tampoco, Pedro.
Había que anotar un tanto en la columna «Ella tiene razón». La puntuación, Chaves 2— Alfonso 0 le irritó.
—Anoche, cuando estaba de mal humor, no debería haber ido verte. ¿Quieres que me disculpe? Lo siento.
—¿Todavía no me conoces, Pedro?
—Por Dios... —musitó él dando otro trago de cerveza cuando en realidad no le apetecía.
—Y no adoptes esta actitud masculina y despreciativa conmigo.
—Soy un hombre, Paula —le soltó él, complacido por haber arañado esa capa de tranquilidad y ansioso por arañar nuevas capas—. Me comporto como un hombre.
—Entonces métete esto en la cabeza. Si estoy contigo, lo estoy tanto cuando das saltos de alegría como cuando estás de mal humor.
—¿ Ah, sí? —Algo se le atragantó, y se le revolvió el estómago—. Anoche no lo parecía.
—No me diste la…
—¿Qué fue lo que no entendiste cuando te dije que no quería hablar de esto? ¿Y por qué extraña razón esto ha terminado siendo algo que ha pasado entre tú y yo? Tres chicas están muertas y tuvieron suerte si murieron en el acto. Aun así, las cosas no debieron de suceder tan rápidamente. Cinco o diez segundos siendo consciente de lo que va a pasar es una eternidad. Eso y no poder crecer, no poder apretar la tecla de retroceso y decir «espera, que voy a hacerlo de otra manera» es un precio terriblemente alto para una chica que apenas hacía un año que tenía el carnet de conducir y dos amigas suyas, solo por el hecho de haber sido unas estúpidas.
Paula no se sobresaltó cuando la botella que Pedro lanzó se estrelló contra la pared, más bien dejó escapar un sonido a medio camino entre una carcajada y un murmullo de compasión.
—Anoche, cuando te fuiste, estuve a punto de hacer lo mismo. Luego pensé que no serviría de nada y que encima tendría que limpiarlo. ¿Te ha servido a ti de algo? —pregunto ella.
—Paula, eres una pasada. No todo tiene una respuesta directa y práctica. No todo encaja siempre. Si fuera así, tres chicas no estarían muertas por conducir demasiado deprisa y enviar mensajes de texto a sus amigos.
A Paula le dolieron en el alma esas vidas echadas a perder.
—¿Fue eso lo que ocurrió? ¿Cómo lo sabes?
—Conozco a las personas. —Maldita sea, pensó echándose el pelo hacia atrás mientras se esforzaba por controlar la rabia que lo había cegado—. Escucha, todo eso está bajo secreto de sumario hasta que cierren la investigación.
—No diré nada. La señora Grady conoce a la madre de la chica que conducía y está muy afectada. Quizá el hecho de que yo la escuchara, le preparara un té y la cogiera de la mano no le ha servido de gran cosa. Quizá no le he dado una respuesta directa y práctica, y quizá no todo encaja siempre. Pero tenía que hacer algo. Cuando las personas a quienes quiero tienen un disgusto, tengo que hacer algo.
—Tanto si esas personas quieren como si no.
—Sí, supongo que sí. A mi modo de ver, ayudarnos los unos a los otros no resta importancia a lo que les pasó a esas chicas, ni alivia el dolor que podamos sentir por ellas o por sus familias. De todos modos tomo nota. Tú no quieres que te escuche. No quieres que te coja de la mano. Eso quiere decir que la única que necesita hacer ambas cosas soy yo, no tú.
Suspiró hondo, y Pedro notó que su respiración era irregular. Eso, más que cualquier otra cosa que ella hubiera dicho o hecho, fue lo que le impresionó.
—Tú lanzas la botella contra la pared, luego recoges los cristales y los tiras. Esa es tu manera de ser práctico, Pedro.
—A veces una botella rota tan solo es eso, una botella rota. Oye, tengo que volver a poner las ruedas al jeep.
No fue rabia lo que vio en su rostro, cuando el objetivo había sido hacerla rabiar. Fue dolor. Fue su respiración irregular.
Paula asintió.
—Que te vaya bien.
Por un momento, mientras ella se daba la vuelta para marcharse, Pedro deseó tener todavía la botella en la mano para poder estrellarla contra la pared.
—Pensé que había muerto.
Paula se detuvo, se volvió y esperó.
—Cuando se torcieron las cosas, cuando supe que todo se iba al traste, pensé que podría salir de aquello. Pero el tema era muy jodido. Un problema técnico, un error de cálculo y unos recortes presupuestarios que nadie comunicó a los que podíamos correr peligro. Alguien de arriba tomó una
decisión equivocada, no importa el motivo. Ese motivo hizo que al final me dieran un talón muy sustancioso.
—Ese fue el motivo de que terminaras herido.
—Era un tema muy jodido y eché tierra encima.
Eso era lo que había hecho, lo que había tenido que hacer para superarlo.
—En fin, en un primer momento pensé que esto se iba a la mierda; en el minuto siguiente, pensé que podría controlarlo. Y luego... luego fue cuando supe que no podía y que iba a morir. Estamos hablando de segundos, pero es que todo pasa muy despacio. Oyes ruidos, de arañazos, de reventones, y fuera del túnel en el que has entrado todo se difumina. En cambio, por dentro todo va a cámara lenta, por eso los segundos son eternos. Y es terrorífico. Eso primero, luego viene el dolor.
Pedro se detuvo para tomar aliento y calmarse un poco.
Mientras tanto, Paula se acercó a la mesa del taller y cogió la botella de agua que él había lanzado junto con la cerveza.
La destapó y, mirándole fijamente a los ojos, se la dio.
Dios mío, pensó él, esa mujer es una pasada. Una pasada increíble.
—Bien. —Pedro se refrescó la garganta—. Tras el dolor sabes que no estás muerto, pero quieres estarlo. Por dentro estás gritando y tus gritos no parecen humanos. Ni siquiera puedes sacar fuera el sonido porque te estás ahogando en tu propia sangre. No puedes respirar porque tus pulmones han empezado a paralizarse. Esos segundos es más de lo que puedes soportar atrapado en el dolor y queriendo morir, queriendo que todo eso acabe. ¿Te hace algún bien saber todo eso? —preguntó.
—Forma parte de ti. No somos un libro en blanco, Pedro. Lo que hemos hecho, aquello a lo que hemos sobrevivido, forma parte de nuestra identidad. Lo que les pasó a esas chicas, tu reacción...
—No sé por qué me afectó tanto. Quizá porque había tenido una jornada muy larga, quizá porque fue cerca de casa. No revivo mi accidente cada vez que me llaman para que me ocupe de uno. No lo vivo así.
—¿Cómo lo vives entonces?
—Pensando que eso ya ha terminado. Si no, ya no estaría aquí. Eso terminó cuando me desperté en el hospital. No estaba muerto. Es algo muy importante, no estaba muerto, y así quería seguir.
Pedro dejó la botella de agua y fue a buscar la escoba y el recogedor para barrer los cristales rotos.
—Si tenía que dolerme como si estuviera cruzando el infierno, de acuerdo. Había sobrevivido al accidente y había pasado por eso. ¿Tenían que coserme por todos lados? Adelante, siempre y cuando pudiera salir de ahí por mi propio pie. Me propuse conseguirlo y tenía un largo trecho por recorrer. Se acabó el ver pasar un día tras otro.
—Apretaste la tecla de retroceso.
Pedro la miró.
—De alguna manera, sí. O quizá apreté la contraria. Lo que sí supe cuando me desperté, y vi la cara de mi madre sentada a mi lado, es que no volvería a irme. No quiero decir con eso que solo me tuviera a mí, que solo me tenga a mí, en su vida hay otras cosas. Pero supe que esa vida que yo llevaba ponía en peligro la poca familia que le quedaba y decidí terminar con eso. Tenía la oportunidad de hacer algo por ella y de seguir adelante por mí mismo.
Pedro suspiró y, con un ruido de vidrios rotos, tiró el cristal a la basura.
—No quiso regresar a casa. Ni siquiera cuando recuperé las fuerzas y me vi capaz de gritarle y enfurecerla conseguí que regresara.
—¿Era eso lo que querías? —preguntó Paula con voz queda—. ¿Querías que se marchara?
—Yo... no, claro que no. Pero tampoco quería que se quedara tal y como estaban las cosas. Mi madre dejó su empleo y aceptó algunos trabajos de camarera sirviendo mesas. Me marché de casa cuando cumplí los dieciocho, eso fue básicamente lo que hice. Le envié dinero, por supuesto, pero podrían contarse con los dedos de una mano las veces que fui a verla. Sin embargo, ella no quiso dejarme solo. Se me presentó la oportunidad de cambiar las cosas y la aproveché. Eso es todo.
—Tienes suerte de contar con tu madre.
—Lo sé.
—Y ella es muy afortunada por tenerte a ti.
—Nos va bien.
—Pedro, ¿cómo explicarías lo que hay entre tú y yo? ¿Qué nos está pasando?
—¿Cómo lo explicarías tú?
—No, no, siempre sales con esas. Las cartas, sobre la mesa. Tienes que jugar.
—Por Dios, Paula... a veces cuesta seguirte. Ya me he disculpado por lo de anoche y te he explicado los motivos. Te he explicado mucho más de lo que suelo hacerlo.
—¿Debo interpretar que no puedes explicar lo que hay entre tú y yo?
—No pretendo explicar nada. —Pedro tomó la botella y volvió a dejarla sobre la mesa—. Si tuviera que hacerlo, diría que estamos viviendo una historia.
—Una historia. —El suspiro de Paula se convirtió en una risa—. Vale. ¿Crees que quiero vivir una historia contigo y no saber cómo gestionaste ese trauma, cómo te afectó, cómo cambió eso el rumbo de tu vida, o cómo cambiaste tú por culpa de eso?
—No. Eso lo has dejado muy claro,
—Para ti es importante saber cómo funcionan las cosas. Y yo soy incapaz de saber cómo funcionas tú, o cómo podríamos funcionar nosotros dos, si no tengo todas las piezas.
Eso le llegó al alma.
—Lo entiendo —accedió Pedro—, pero había varias piezas que no me gustaban, por eso, como estoy haciendo con este jeep, las cambié. No funciono de la misma manera que antes del accidente. De lo contrario, no estaría viviendo esta historia.
—Eso nunca lo sabremos, pero me gusta cómo eres, Pedro, y eso incluye tu pasado. No quiero tener la sensación de que me estoy metiendo donde no me llaman cada vez que te hago una pregunta sobre tu pasado.
—Y no quiero que tengas esa sensación. Lo que pasa es que no me gusta escarbar. El pasado, pasado está.
—No estoy en absoluto de acuerdo. ¿No recuerdas la primera vez que montaste en una bicicleta, besaste a una chica o condujiste un coche?
—Recuerdo la primera vez que te besé, salvo que fuiste tú quien me besó a mí. Fue el Cuatro de Julio.
Bueno, pensó Paula, por hoy basta. Dejémoslo correr.
—Eso fue para hacer rabiar a Dani.
—De todos modos, el beneficiado fui yo. —Pedro se miró las manos—. No estoy en condiciones de tocarte sin dejarte hecha un asco. Y ese traje chaqueta que llevas es bonito.
—Entonces estate quieto y aparta de mí esas manos. —Paula se acercó a él y le besó en los labios.
—Espero que no creas que con este beso me vas a compensar por haberme dejado sin sexo.
—No vas a conseguir nada más en estas circunstancias.
—A lo mejor podrías quedarte por aquí un rato más. A los tíos les encanta que las mujeres se queden a mirarlos mientras arreglan un coche.
—Eso lo hacemos para calmaros.
Pedro bajó tres palmos el jeep.
—¿Cuándo has salido tú con alguien que se mete bajo los coches?
—Antes de ahora, nunca, pero Maca sí. O sea que sé de lo que hablo, lo sé de buena tinta.
Relajado, habiendo soltado lo que se le había atravesado en la garganta y el estómago, Pedro le sonrió.
—Eso es sexista. He conocido a muchas mujeres apasionadas por la mecánica.
—Pero a esas no se les pide que se queden a mirar.
—Bueno, veamos. ¿Llegas al volante?
—Supongo que sí, pero...
—Hazme un favor. Sube ahí y gíralo todo hacia la derecha.
Luego gíralo todo hacia la izquierda.
—¿Por qué?
—Porque al elevar la suspensión hay que modificar muchas cosas, y quiero asegurarme de que no haya interferencias antes de poner las ruedas.
—¿Qué habrías hecho si no llego a venir?
—Seguir cabreado, más o menos. Al final se me habría pasado —añadió al tiempo que se echaba en una camilla para mecánico y se metía debajo del jeep.
—Me refería al jeep, pero en realidad prefiero esa respuesta —Paula se asomó al interior del automóvil y giró el volante —¿Así?
—Sí, se ve bien. Desde aquí abajo la vista es fantástica.
—Se supone que tienes que mirar lo que hay debajo del jeep, no debajo de mi falda.
—Puedo hacer las dos cosas. A la izquierda, Piernas.
—¿Crees que a tu madre le gustaría venir a la cena del día de Acción de Gracias? —Al ver que él no decía nada, Paula alzó los ojos al techo—. ¿O la cena de Acción de Gracias está fuera de lugar en nuestra historia?
—Espera un momento. —Pedro hizo rodar la camilla hacia fuera, cogió una herramienta y volvió a rodar bajo el coche.
Paula oyó unos golpes metálicos.
—Vuelve a girarlo. Eso es.
Pedro volvió a salir, se levantó y fue a buscar un neumático enorme. ¿Por qué había dicho que era una rueda? Quizá la rueda era lo que debía de ir dentro del neumático, encajada en... ¿sería eso un eje?
¿Qué demonios le importaba a ella?
—Nunca he vivido una historia como esta.
—Lo entiendo.
—No, no lo entiendes. —Pedro usó una especie de herramienta de aire que tras un fuerte siseo soltó un ruido seco—. He vivido otras historias, pero esta es diferente.
—Lo entiendo, de verdad, Pedro. Para mí esta historia también es diferente. Y entiendo que en ella no encaje una fiesta familiar tradicional.
—Eso ya lo veremos. Sé que a ella le gustaría ir, pero me bombardeará con toda clase de preguntas, como si hay que ir bien vestido o…
—De etiqueta.
Paula mantuvo una expresión anodina durante unos cinco segundos mientras él se esforzaba por no sudar.
—Oh, por el amor de Dios, Pedro... —Y se le escapó una carcajada—. No hay normas de etiqueta. Piensa que durante buena parte del día, como en la mayoría de los hogares estadounidenses, los hombres estarán pegados al televisor viendo el partido de fútbol.
—Apuesto a que la salsa de frambuesas no será de lata, como en la mayoría de los hogares estadounidenses.
—Ahora me has pillado. Hablaré con tu madre y así te evitaré el interrogatorio.
—Que te crees tú eso... Te lo agradezco, pero seguirá bombardeándome con preguntas, y me perseguirá para que me ponga un traje.
—El traje te sienta bien. ¿Por qué son tan grandes estos neumáticos?
—Porque al chico del jeep le gusta fardar. —Le dio al botón de elevación hasta que los neumáticos estuvieron en el suelo—. Tengo que volver a comprobar la dirección y luego levantar al máximo ambos lados con el gato. Tendré que ocuparme de la alineación delantera.
Estudió el jeep y luego a esa mujer.
—Pero haré eso por la mañana. ¿Por qué no me lavo, cierro y te llevo a cenar por ahí?
—Es un poco tarde para cenar.
Como él no llevaba reloj, señaló el de Paula e inclinó la cabeza para ver la hora.
—Sí, es tarde, a menos que uno no haya cenado todavía.
—Te propongo una cosa. ¿Por qué no te lavas, cierras y me sigues con el coche a casa? Te prepararé unos huevos revueltos. Es el plato del día.
—Me parece muy bien. Paula, me alegro de que hayas venido.
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