sábado, 25 de marzo de 2017
CAPITULO FINAL (TERCER HISTORIA)
Paula permaneció inmóvil cuando se hubieron ido, pero como sabía que alguna de ellas regresaría al cabo de una hora para comprobar si se encontraba bien, se obligó a levantarse y fue a prepararse para ir a dormir.
Pensó que había pasado unas buenas vacaciones, y que eso nadie podría quitárselo. Por si fuera poco, ese verano había disfrutado del amor de su vida. No todo el mundo podía decir lo mismo.
Sobreviviría. Quizá Pedro y ella no serían amantes, pero siempre serían familia. Pedro y ella encontrarían la manera de superar la ruptura.
Se quedó acostada y a oscuras, dolida. Muy dolida. Intentó consolarse diciéndose que el tiempo lo curaba todo. Hundió la cabeza en la almohada y lloró un poco, porque en el fondo no se lo creía.
La brisa marina susurró en su mejilla como si le diera un beso, dulce y delicado. Paula suspiró, y tuvo ganas de aferrarse al sueño, de dejarse llevar por su aturdimiento.
—Vas a tener que despertarte.
Paula abrió los ojos y vio a Pedro mirándola fijamente.
—¿Qué?
—Despiértate y levántate. Ven conmigo.
—¿Qué? —Paula le dio un empujón e intentó ordenar sus pensamientos. La callada y mortecina luz de plata de unos instantes antes del amanecer envolvía la estancia—. ¿Qué haces? ¿Has vuelto ya?
—Levanta.
Paula intentó agarrarse a la sábana cuando notó un tirón, pero no lo consiguió.
—Has dejado plantados a tus amigos. Te has ido cuando…
—Bah, cállate. Yo te he escuchado antes, ahora me escucharás tú a mí. Vámonos.
—¿Adónde?
—A la playa, a dejar las cosas claras.
—No bajaré a la playa contigo. La comedia ha terminado.
—Eres una mujer contradictoria, Paula. O vienes por tu propio pie o te llevo a rastras, pero tú y yo acabaremos en la maldita playa. Como me preguntes por qué, te juro que te arrastro hasta allí.
—Tengo que vestirme.
Pedro vio que llevaba puestos la camiseta de tirantes y los pantaloncitos cortos del pijama.
—Vas tapada. No me pongas a prueba, Chaves. No he dormido y llevo muchas horas conduciendo. No estoy de humor.
—¿No estás de humor? ¡Eso sí es una novedad! —Paula balanceó las piernas para darse impulso y plantó los pies en el suelo—. Muy bien, liquidaremos esto en la playa, ya que es tan importante para ti.
Paula se apartó de él de un manotazo cuando Pedro quiso tomarla de la mano.
—Yo tampoco he dormido bien precisamente y no he tomado café. Así que no me pongas a prueba tú a mí.
Salió enfurruñada al porche y bajó los peldaños que conducían a la playa.
—Vale más que te tranquilices —le aconsejó Pedro—. No tiene sentido enfadarse.
—Para mí, sí.
—Para ti, siempre. Por suerte, yo soy una persona más equilibrada.
—Y una mierda. ¿Quién ha aparecido en mitad de la noche amenazando con sacarme de la cama a rastras?
—Está a punto de salir el sol. De hecho, es un momento fantástico. Me gusta, por aquello de que nace un nuevo día. —Pedro se quitó los zapatos al llegar a la arena—. Anoche no llegamos más lejos, geográficamente, quiero decir. Creo que podemos mejorar eso en otro terreno. Manos a la obra.
Le dio la vuelta y tiró de ella para darle un beso tórrido y posesivo. Paula le dio un empujón para zafarse, pero se encontró frente a un muro sólido e inamovible. Sin embargo, Pedro notó su tensión y la soltó.
—No hagas eso —dijo ella con voz queda.
—Tienes que mirarme y escucharme y… Paula, tienes que prestarme atención. —La cogió por los hombros con suavidad—. Tal vez tengas razón y puede que yo no vea nada pero, maldita sea, tú no escuchas. Ahora estoy mirando y veo. Si me escuchas, oirás.
—Muy bien, de acuerdo. No tiene ningún sentido que nos enfademos. Solo…
—¿Cómo quieres oírme si no te callas?
—Dime que vuelva a callarme y… —amenazó mirándolo con aire desafiante.
Pedro le tapó la boca con la mano.
—Voy a arreglar las cosas. Mi trabajo consiste en encontrar soluciones, y además eso coincide con mi manera de ser. Si me amas, vas a tener que aceptarlo. —Pedro apartó la mano de sus labios—. Pero si quieres pelea, a mí no me importa.
—Me alegro por ti.
—Odio haberte hecho daño porque, por un lado, no he ido con cuidado y, por otro, he sido demasiado meticuloso. Supongo que los Alfonso siempre estamos intentando encontrar el equilibrio.
—Yo soy la única responsable…
—De tus propios sentimientos, ya… Ignoro si has sido la única mujer que ha existido para mí. Estaba acostumbrado a verte y a pensar en ti de otra manera. Por eso no lo sé.
—Lo entiendo, Pedro, de verdad, yo…
—Calla y escúchame. Diste un giro a nuestra relación, y eso me tomó por sorpresa. No lo lamento; es más, tendría que darte las gracias. No sé si en el pasado fuiste la única —repitió Pedro—, pero ahora sí lo eres, lo serás mañana, el mes próximo y el año que viene. Serás la única durante toda mi vida.
—¿Qué?
—Ya me has oído. ¿Quieres que te lo diga más claro? Eres tú.
Paula se quedó mirándolo y su expresión le resultó muy familiar. Entonces lo comprendió y en ese instante su corazón se llenó de alegría.
—Te he querido toda mi vida. Quererte ha sido fácil para mí. No estoy muy seguro de cuándo me enamoré de ti, pero sí sé que me costó un poco más. Mis sentimientos son honestos, auténticos, y si hay complicaciones, no me importa. Te quiero.
—Pienso que… —A Paula se le escapó la risa—. No, no puedo pensar.
—Entonces no pienses. Escucha, y por una vez deja de imaginar lo que pienso y siento yo. Creía que lo lógico era ir despacio, darnos tiempo para adaptarnos a nuestra nueva situación, a lo que empezaba a sentir yo.
Le cogió la mano y se la llevó al corazón.
—Supuse que lo que necesitabas era asumir las cosas.
Tenías razón, y yo andaba equivocado. Tendría que haberlo entendido, pero tú tampoco te diste cuenta de lo mucho que te amo, de que te quiero y te necesito. Me compraría un par de perros si me apeteciera vivir acompañado, y en cuanto a hermana, ya tengo una. No es así como te considero, y te aseguro por lo más sagrado que no quiero que pienses eso de mí. Ahora estamos empatados. Estamos en el mismo nivel, Paula.
—Hablas en serio.
—¿Cuánto tiempo hace que me conoces?
A Paula se le empañaron los ojos y parpadeó.
—Mucho.
—Entonces ya sabes que hablo en serio.
—Te quiero muchísimo. Me decía a mí misma que lo superaría, pero era mentira. Nunca habría superado algo así.
—No he terminado. —Pedro se metió la mano en el bolsillo, sacó una cajita y la abrió. Paula se quedó atónita—. Era de mi madre.
—Ya lo sé. Yo… Oh, Pedro…
—Fui a retirarlo de la caja de seguridad del banco hace un par de semanas.
—Hace semanas…
—Después de aquella noche en el estanque. Las cosas habían cambiado ya, pero después de esa noche… en realidad fue cuando viniste a mi despacho. Entonces lo supe… supe cómo quería que fuera nuestra relación. Lo he adaptado a la medida de tu dedo. Si he sido un poco arrogante, te aguantas.
—Pedro… —Paula se quedó sin aliento—. No puedes… es el anillo de tu madre. Carla…
—He ido a despertarla antes que a ti. Le parece bien. Me ha ordenado que te dijera que no seas idiota, que nuestros padres te querían.
—Oh… —Le saltaron las lágrimas—. No quiero llorar, pero no puedo evitarlo.
—Nunca se me había ocurrido pedirle a nadie que llevara este anillo, y quiero que lo lleves tú. He ido en coche a Greenwich para recogerlo, y he regresado hoy mismo para dártelo. Quiero que lo lleves porque eres la única mujer que existe para mí. Cásate conmigo, Paula.
—Dile a Carla que no seré idiota, pero primero dame un beso. Quiero celebrar que no hace falta que deje de quererte.
La brisa le rozó la piel y el pelo cuando ambos juntaron sus labios, y el fuerte latido del corazón de ese hombre se acompasó al suyo. En ese momento se oyeron unos silbidos y unos gritos de animación.
Paula volvió la cabeza y apoyó su mejilla en la de Pedro. El grupo se había reunido en el porche de la casa.
—Carla ha despertado a los demás.
—Sí, lo nuestro siempre ha sido un asunto de familia —comentó Pedro separándose de ella—. ¿Lista?
—Sí, estoy completamente lista. Pedro quiero todo.
El anillo que le puso en el dedo reflejó los primeros rayos del sol mientras una luz rosicler despuntaba por el este. Paula paladeó ese instante y lo selló con un nuevo beso.
—Estamos en el momento y en el lugar perfectos —le dijo—. Dime otra vez que soy la única mujer que existe para ti.
—Eres la única —repitió Pedro tomando la cara de ella entre sus manos—. La única mujer que existe para mí.
Iba a ser la única a partir de ese día que nacía, pensó Paula, y durante todos los días que vendrían.
Se cogieron de la mano y subieron los peldaños de la playa para ir a compartir ese momento con la familia.
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Amé esta historia, me encantó.
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