miércoles, 8 de marzo de 2017
CAPITULO 57 (SEGUNDA HISTORIA)
Trabajó hasta tarde, sola, como hacía últimamente la mayoría de las noches. Paula pensó que eso tenía que acabar. Echaba de menos a la gente, conversar, ir de acá para allá. Casi estaba lista para abandonar la zona de seguridad en la que se había refugiado, para que le diera el aire, dijera lo que tenía que decir y volviese a ser ella misma.
Se dio cuenta de que ella también echaba de menos a la Paula de siempre.
Una vez terminado el arreglo floral, lo llevó a la cámara y regresó para limpiar su zona de trabajo.
Oyó que alguien llamaba a la puerta y se detuvo en seco.
Supo, antes de ir a abrir, que sería Pedro. Nadie ganaba a Carla en eficiencia.
Allí estaba él, con una brazada de dalias de un rojo salvaje.
Le dio un vuelco el corazón.
—Hola, Pedro.
—Paula. —Pedro suspiró—. Paula... me doy cuenta de que es una frivolidad traerte flores para templar los ánimos, pero...
—Son preciosas. Gracias. Entra.
—Hay muchas cosas que quiero decirte.
—Iré a ponerlas en agua. —Paula se volvió de espaldas y fue a la cocina a buscar un jarrón, una mezcla de una solución nutricional para las plantas y unas tijeras de podar—. Sé que quieres hablar conmigo, pero yo necesito decirte algo primero.
—De acuerdo.
Paula se puso a cortar los tallos bajo el agua.
—Primero quiero disculparme.
—No digas eso. —En su tono de voz asomó un deje de rabia—. Ni se te ocurra.
—Quiero disculparme por mi comportamiento, por lo que te dije. En primer lugar, porque cuando me calmé, me di cuenta
de que estabas agotado, malhumorado... y no te encontrabas bien. Y yo, deliberadamente, traspasé los límites.
—No quiero que te disculpes, por favor.
—Pues voy a hacerlo, o sea que te aguantas. Estaba enfadada porque no me dabas lo que yo quería. —Paula dispuso las flores una a una—. Tendría que haber respetado tus límites y no lo hice. Estuviste muy desagradable, y en eso tuviste tú la culpa, pero yo te presioné, y ahí la culpable fui yo. Sin embargo, lo importante es que nos prometimos que seguiríamos siendo amigos, y yo no mantuve mi promesa. Falté a mi palabra y lo siento.
Paula lo miró a los ojos.
—Lo lamento mucho, Pedro.
—De acuerdo. ¿Has terminado?
—No del todo. Sigo siendo amiga tuya. Lo que ocurre es que necesito un poco más de tiempo. Para mí es importante que sigamos siendo amigos.
—Paula... —Pedro acercó su mano a la de ella, que reposaba sobre la mesa de trabajo, pero Paula la apartó y empezó a arreglar las flores.
— Son preciosas de verdad. ¿Dónde las has comprado?
—En la tienda de tu mayorista. Les llamé y les supliqué. Les dije que eran para ti.
Paula sonrió, pero se zafó de sus caricias.
—¿Lo ves? ¿Cómo no vamos a ser amigos si se te ocurren esta clase de cosas? No quiero que haya resquemores entre los dos. Seguimos queriéndonos. Dejemos lo otro al margen.
—¿Eso es lo que quieres?
—Sí, es lo que quiero.
—Muy bien. Supongo que ahora me toca a mí hablar de lo que quiero. Vayamos a pasear. Necesito que me dé el aire antes de empezar.
—Claro. —Satisfecha de sí misma, Paula dejó las tijeras y el jarrón.
Al salir al exterior, se metió las manos en los bolsillos. Era capaz de enfrentarse a eso, se dijo a sí misma. Lo estaba consiguiendo, y con nota. Pero no podría seguir adelante si él la tocaba. No estaba preparada para eso, todavía no.
—Esa noche —empezó a decir Pedro—, estaba agotado y cabreado, y además me encontraba mal. Pero llevabas razón en lo que me dijiste. No me había dado cuenta de lo que me estaba pasando. En realidad, no lo sabía. Ignoraba que había levantado un escudo o trazado unos límites. He estado pensando en eso desde entonces, en mis motivos. Y lo único que se me ocurre es la separación de mis padres. Cuando me fui a vivir con mi padre, siempre había cosas de otras mujeres esparcidas en el baño, por todos lados. Me molestaba. Se habían separado, pero...
—Se trataba de tus padres. Con razón te sentías molesto.
—Nunca superé su divorcio.
—Oh, Pedro.
—Es otro cliché, pero es lo que hay. Era un niño y vivía ajeno a todo eso, y un día... Ellos se amaban y eran felices. Y luego dejaron de amarse, y de ser felices.
—No es fácil, eso de cortar por lo sano.
—Hablas en boca de la lógica, de la razón. Pero no fue eso lo que sentí. No hace mucho he comprendido que ambos fueron capaces de comportarse civilizadamente, de vivir con alegría y bondad por separado, sin declararse la guerra ni convertirme a mí en una víctima. Y yo tergiversé todo eso y pensé que no era bueno hacer promesas, que no debía construirme un futuro porque los sentimientos pueden cambiar y las relaciones terminan.
—Eso es posible. No andas equivocado, pero...
—Pero... —la interrumpió Pedro—. Déjame hablar, deja que te lo cuente. Pero si no puedes confiar en ti mismo y en tus
propios sentimientos, y nunca te arriesgas, ¿de qué te va a servir? Hay un salto, y me imagino que si lo asumes, si decides que ahora es el momento, tienes que decirlo en serio. Y vale más que estés seguro, porque no se trata solo de ti. Ni del momento presente. Tienes que estar convencido para dar ese salto.
—Tienes razón. Ahora entiendo mejor por qué las cosas... Bueno, el porqué.
—Puede que los dos lo hayamos comprendido. Siento que te encontraras a disgusto en casa. Y siento que creas que
traspasaste los límites queriendo obsequiarme. Porque tendría que haber valorado eso. Y lo valoro —se corrigió—. He estado regando las plantas.
—Muy bien.
—Fuiste... Oh, te he echado tanto de menos... No recuerdo todas las cosas que pensaba que te iba a decir, ni lo que he
ensayado. No lo recuerdo porque te estoy mirando, Paula. Tenías razón. No te valoré lo bastante. Dame otra oportunidad. Por favor, dame otra oportunidad.
—Pedro, no podemos volver atrás y...
—Atrás no, vayamos adelante. —Pedro la tomó por el brazo y la atrajo hacia sí hasta que los dos quedaron de frente—. Hacia delante, Paula. Ten piedad de mí. Dame otra oportunidad. No quiero estar con nadie si no es contigo. Necesito... tu luz —dijo Pedro acordándose de las palabras de Sebastian—. Necesito tu corazón y tu risa. Tu cuerpo, tu cerebro. No me apartes de tu lado, Paula.
—Si lo retomamos aquí, cuando los dos queramos cosas distintas, cuando necesitemos cosas distintas... no sería justo para ninguno de los dos. No puedo.
A Paula se le anegaron los ojos de lágrimas y Jack se acercó todavía más a ella.
—Déjame hacerlo, deja que dé el salto, Paula, porque contigo, creo. Contigo no se trata solo del momento, sino del mañana y de todo lo que eso conlleva. Te quiero. Te quiero.
Cuando la primera lágrima cayó rodando por la mejilla de Paula, Pedro empezó a moverse.
—Te quiero. Estoy tan enamorado de ti que no lo veía. No podía verlo porque estaba inmerso en eso. Lo eres todo para mí. Quédate conmigo, Paula, a mi lado.
—Estoy contigo. Quiero... ¿Qué estás haciendo?
—Bailo contigo. —Pedro se llevó la mano de Paula a los labios—. En el jardín, a la luz de la luna.
Paula se estremeció de alegría. Y todas las fisuras cicatrizaron.
—Pedro.
—Te estoy diciendo que te quiero. Te estoy pidiendo que compartas tu vida conmigo. —Pedro la besó balanceándose y girando sobre sí mismo—. Te estoy pidiendo que me des lo que necesito, lo que quiero, aunque haya tardado mucho en darme cuenta. Te estoy pidiendo que te cases conmigo.
—¿Que me case contigo?
—Cásate conmigo. —El salto fue fácil, y el aterrizaje suave y certero—. Ven a vivir conmigo. Despiértate a mi lado, planta flores en casa, aunque deberás recordarme que las riegue. Haremos planes y los iremos cambiando con el tiempo. Construiremos un futuro para los dos. Te daré todo lo que tengo, y si necesitas más, lo buscaré y te lo entregaré.
Paula oyó el eco de sus propias palabras en el aire perfumado, a la luz de la luna, mientras el hombre al que amaba le hacía girar bailando un vals.
—Creo que acabas de hacerlo. Acabas de regalarme un sueño.
—Di que sí.
—¿Estás seguro?
—¿Crees que me conoces bien?
Sonriendo, Paula parpadeó para desprenderse de las lágrimas.
—Bastante bien.
—¿Te pediría que te casaras conmigo si no estuviera seguro?
—No. No lo harías. ¿Me conoces bien tú a mí, Pedro?
—Bastante bien.
Paula se acercó a sus labios y paladeó el momento de alegría.
—Entonces ya sabes la respuesta.
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