miércoles, 8 de marzo de 2017

CAPITULO 56 (SEGUNDA HISTORIA)





Paula superó ese día, y el siguiente también. Montó arreglos florales, elaboró ramos y se entrevistó con varios clientes.


Lloró, y cuando su madre fue a hacerle compañía, reanudó el llanto. Sin embargo, se enjugó las lágrimas y siguió adelante.


Hizo frente a diversos incidentes y consiguió encajar la solidaridad explícita e implícita de sus colaboradoras de trabajo mientras decoraban juntas las salas para una boda. Observó a las novias caminar con las flores que ella les había preparado hasta reunirse al pie del altar con sus amados.


Paula vivió y trabajó, rió y comió, anduvo y habló.


Y a pesar del vacío interior que sentía, a pesar de que nada parecía llenarla, lo perdonó.


Ese día se celebraba la reunión consultiva de mediados de semana, reunión a la que se presentó con unos minutos de retraso.


—Lo siento. Quería esperar a que llegara la entrega para la celebración del viernes por la noche. Tengo a Tiffany clasificando el material, pero quería ver los lirios de agua.
Vamos a usar muchas calas Diosa Verde y quería comprobar el tono con el de las orquídeas antes de ponerla a trabajar.


Se dirigió al mueble de las bebidas y tomó una Pepsi Light.


—¿Me he perdido algo?


—Todavía no. De hecho, podrías empezar tú —le dijo Carla—. La boda del viernes es la más importante de la semana y
las flores acaban de llegar. ¿Algún problema?


—Con las flores, no. Lo hemos recibido todo, y en buenas condiciones. La novia quería un estilo ultracontemporáneo, con un toque funky. Calas Diosa Verde, orquídeas cymbidium, que son fantásticas en la tonalidad amarillo-verdosa, y unas eucharis grandifloras blancas, para que resalten los colores del ramo de la novia. Sus diez damas, sí, habéis oído bien, diez, llevarán tres calas Diosa Verde atadas con una cinta. Y la niña de las flores, un pequeño ramo de grandifloras y unas orquídeas en el pelo. En lugar de prendidos florales o porta ramilletes, la MDNA y la MDNO irán con una sola orquídea cada una. Habrá jarrones en las mesas para todas ellas durante el aperitivo y el banquete.


Paula repasó los documentos de su ordenador portátil.


—Otra vez salen las calas Diosa Verde en las urnas de la entrada, mezcladas con bambú y colas de caballo, orquídeas, cascadas de amarantos colgantes y...


Paula cerró la tapa del ordenador.


—Necesito dejar a un lado las cuestiones de trabajo durante unos minutos. Primero para deciros que os quiero, y que no sé qué habría hecho sin vosotras la semana pasada. Debisteis de terminar hartas de verme alicaída y llorosa al principio.


—Yo sí —dijo Laura alzando la mano, gesto que arrancó la risa de Paula—. De hecho, tu manera de andar deprimida por la vida deja mucho que desear, y en cuanto al lloriqueo, vas a tener que trabajarlo bastante más. Espero que con el tiempo te salga mejor.


—Me esforzaré. Por ahora, se acabó. Estoy bien. Tengo que asumir que, visto que Pedro no se ha dejado caer por aquí ni ha intentado llamarme, enviarme correos o hacerme señales de humo, le habéis advertido que se mantenga al margen.


—Sí —le confirmó Carla—. Eso fue lo que hicimos.


—Os lo agradezco. Necesitaba tiempo y distancia para resolver este asunto y, en fin, para poner las cosas en su sitio. Como tampoco le he visto el pelo a Dani, imagino que
debisteis de pedirle que se abstuviera de venir durante unos días.


—Nos pareció que sería lo mejor — terció Maca.


—Supongo que tenéis razón, pero el hecho es que somos amigos. Somos una familia. Y tenemos que volver a recuperar todo eso. O sea, que si habéis inventado alguna señal para indicar que todo está despejado, podéis enviarla. Pedro y yo somos capaces de acabar con este ambiente enrarecido, si es necesario, para que todos podamos volver a la normalidad.


—Si estás segura de que ya estás preparada...


Paula asintió dirigiéndose a Carla.


—Sí, estoy segura. Bien, volviendo al vestíbulo...



***

Pedro se sentó con sigilo en un reservado del Café de la Amistad.


—Gracias por haberte reunido conmigo, Sebastian.


Me siento como un espía. Como un agente doble. —Sebastian se quedó contemplando el té verde—. Y, en cierto
sentido, me gusta.


—Dime, ¿cómo está Paula? ¿Qué hace? ¿Qué está pasando? Dímelo, Sebastian, dime lo que sea. Han transcurrido diez días. No puedo hablar con ella, ni verla, ni enviarle mensajes o correos. ¿Cuánto tiempo tendré que...? —A Pedro se le quebró la voz y frunció el ceño—. ¿Soy yo el que está hablando?


—Sí, eres tú.


—Jo... no me soporto a mí mismo — exclamó Pedro mirando a la camarera—. Morfina, que sea doble.


—Ja, ja —respondió ella.


—Prueba con el té —propuso Sebastian.


—No estoy tan mal. Todavía. Un café normal. ¿Cómo está ella, Sebastian?


—Está bien. Ahora mismo andan muy ocupadas. Junio es... una locura, de hecho. Paula dedica muchas horas al trabajo. Todas ellas. Y pasa mucho tiempo en casa. Por las noches alguna de las chicas suele ir un rato a hacerle compañía. Vino su madre, y sé que la escena fue muy emotiva. Maca me lo contó. Ahora te hablo en calidad de agente doble. Paula no comenta nada conmigo. No soy el enemigo exactamente, pero...


—Lo entiendo. Yo tampoco me he acercado a la librería porque no creo que Lucía quiera verme. Tengo la sensación de que tendría que llevar cosida en la ropa alguna especie de signo maldito.


Sumido entre la rabia y la tristeza, Pedro se hundió en su asiento.


—Dani tampoco puede acercarse por allí. Por decreto de Carla. Ostras, como si yo la hubiera engañado, le hubiera dado una paliza o... Sí, ya sé que intento justificarme. ¿Cómo puedo decirle que lo siento si no puedo hablar con ella?


—Puedes practicar lo que le dirás cuando se presente la ocasión.


—A eso le he dedicado muchas horas. ¿A ti te pasa lo mismo, Sebastian?


—En realidad, a mí me dejan hablar con Maca.


—Me refería a...


—Lo sé. Sí, me pasa lo mismo. Ella es la luz. Antes te movías tropezando en la oscuridad, o te las arreglabas más o menos en la penumbra. Ignoras que vives en la penumbra porque siempre ha sido así. Y, de repente, se hace la luz, la ves y todo cambia.


—Si esa luz se apaga o, peor aún, si eres lo bastante imbécil para apagarla tú mismo, entonces la vida se vuelve más oscura que antes.


Sebastian se inclinó hacia delante.


—Creo que para recuperar la luz tienes que darle un motivo. Lo que dices cuenta, pero lo que haces es lo más importante. Creo.


Pedro asintió, y sacó el móvil del bolsillo al oír que empezaba a sonar.


—Es Carla. —Pedro contestó a la llamada—. Vale. Bien. ¿Ah, sí? ¿Está ella...? ¿Qué? Lo siento. De acuerdo. Gracias, Carla... Sí. Voy para allá.


Pedro cerró el teléfono.


—Van a abrirme la puerta. Tengo que ir, Sebastian. Hay cosas que necesito...


—Ve. Ya me encargo yo de esto.


—Gracias. Estoy un poco mareado. Deséame mucha mierda.


—Te deseo mucha mierda, Pedro.


—Creo que la necesitaré. —Pedro se levantó de golpe y salió del local como una exhalación.


Llegó a la mansión a la hora exacta que Carla le había dicho. 


No quería que se enfadara con él. Caía la tarde, endulzada por la fragancia de las flores. Las palmas de la mano le sudaban.


Por segunda vez en muchos años, llamó al timbre.


Carla fue a abrir. El traje gris y el moño desenfadado que llevaba en la nuca le indicaron que no había abandonado sus aires de ejecutiva. Solo de mirarla, tan pulcra, tan fresca y encantadora, se dio cuenta de que la había echado mucho de menos.


—Hola, Carla.


—Entra, Pedro.


—Me preguntaba si alguna vez te oiría decir eso.


—Paula está dispuesta a hablar contigo, y yo dejaré que hables con ella.


—¿No vamos a volver a ser amigos nunca más?


Carla lo miró, tomó su rostro entre sus manos y le dio un beso.


—Estás fatal. Y eso dice mucho en tu favor.


— Antes de hablar con Paula, quiero decirte que si llego a perderte, me muero. Si llego a perderos a ti, a Laura y a Maca. Me habría muerto.


Carla le dio un largo abrazo.


—La familia lo perdona todo. —Y lo achuchó antes de soltarlo—. ¿Qué otra alternativa hay? Te daré dos opciones, Pedro, y elige una cuando vayas a hablar con Paula. La primera es que si no la amas...


—Carla, yo...


—No, a mí no me lo digas. Si no la amas, si no puedes darle lo que necesita y quiere (no solo por ella, sino por ti también), rompe sin dudarlo. Ya te ha perdonado y lo aceptará. No le prometas lo que no puedes darle o no quieres darle. Nunca lo superaría, y tú nunca serías feliz. Segunda opción: si la amas, si puedes darle lo que necesita y quiere, no solo por ella, sino también por ti, te diré lo que tienes que hacer, lo que marcará un antes y un después.


—Dímelo entonces.







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