lunes, 27 de marzo de 2017

CAPITULO 5 (CUARTA HISTORIA)




Pedro entró en la casa siguiendo a Dani y alcanzó a ver a Paula subiendo a la carrera. Aquella mujer tenía buenas piernas: unas auténticas piernas a lo Hollywood.


Las demás socias —la rubia estilosa, la belleza de pelo azabache y la pelirroja esbelta— aguardaban en el umbral de lo que supuso que sería el salón, hablando todas a la vez.
¡Menuda estampa!


—Un pinchazo —dijo Dani sin dejar de caminar.


La mansión de los Chaves tenía estilo, pensó Pedro, tenía clase, tenía peso y, sin embargo, conseguía parecerse a un hogar en lugar de a un museo. Dedujo que eso hablaba muy a favor de los que vivían en ella y de los que los habían precedido.


Colores cálidos, cuadros que atraían las miradas en lugar de desconcertarlas, butacas cómodas, mesas resplandecientes y flores, flores y más flores combinadas con el estilo, la clase y el peso.


No obstante, en ningún momento sintió la necesidad de meterse las manos en los bolsillos por miedo a dejar sus huellas en algún objeto.


Había estado en casi todas las habitaciones de la casa, salvo en el ala particular de Paula (¿no sería interesante remediar eso?) y siempre se había sentido cómodo. De todos modos, la zona más desenfadada y acogedora seguía siendo la cocina de la señora Grady.


Ella en persona fue quien volvió la espalda a los fogones sin dejar de remover algo que olía de maravilla.


—Vaya, vaya... si es Pedro.


—¿Qué tal va, señora Grady?


—Muy bien. —Enarcó las cejas al ver que Daniel cogía un par de cervezas de la nevera—. Llévatelas afuera. No os quiero bajo mis faldas.


—Sí, señora —respondieron al unísono los dos hombres.


—Supongo que te quedarás a cenar —dijo ella a Pedro.


—¿Me lo está preguntando?


—Lo haré si Daniel ha olvidado sus modales.


—Acaba de llegar —musitó Dani.


—Como los chicos han negociado que haya cena después de la reunión, puedo incluir a uno más. Si él no tiene manías.


—Si cocina usted, señora Grady, me conformo con un solo bocado.


—Menuda labia, chico...


—Eso dicen las mujeres.


El ama de llaves soltó una carcajada y dio unos golpecitos con la cuchara en el borde de la cazuela.


—Fuera, los dos.


Daniel abrió la nevera y tomó dos cervezas más. Colocó tres botellas en las manos de Pedro, se quedó con una y sacó el móvil de camino a la terraza.


—Jeronimo. Ha venido Pedro. Hay cerveza. Ve a buscar a Sebastian. —Volvió a cerrar la tapa del teléfono.


Daniel todavía iba vestido con el traje, observó Pedro, y aunque se había quitado la corbata y llevaba el cuello de la camisa desabrochado, tenía toda la pinta del típico abogado que ha estudiado en Yale. Compartía con su hermana el cabello castaño y abundante y los ojos azul grisáceo. Los rasgos de Paula eran más suaves, más dulces, pero cualquiera que se fijara con detalle comprendería que eran hermanos.


Daniel se sentó y estiró las piernas. Sus ademanes eran más desenfadados y menos envarados que los de su hermana, razón por la cual Pedro y él se habían hecho compañeros de póquer y después amigos.


Abrieron las botellas, y tras el primer sorbo helado el cuerpo de Pedro se relajó por primera vez desde el momento en que había cogido las herramientas, doce horas antes.


—¿Qué ha pasado? —preguntó Daniel.


—¿A qué te refieres?


—No me la juegues, Pedro. Un pinchazo... y una mierda. Si Paula hubiera tenido un pinchazo le habrías cambiado tu la rueda, o ella, y no habría vuelto a casa montada en tu moto.


—Ha tenido un pinchazo. —Pedro volvió a dar otro trago de cerveza—De hecho, han sido dos. Dos ruedas jodidas. —Se encogió de hombros. No solía mentir a los amigos—. Por lo que me ha contado, y por el panorama que he visto al llegar, un capullo ha dado un bandazo para esquivar a un perro. Paula ha tenido que saltar al arcén para no quedar hecha polvo. La carretera mojada, puede que fuera un poco descompensada, el caso es que ha dado un bandazo y le han estallado los dos neumáticos izquierdos. Por las huellas del patinazo parece que el otro conductor iba a toda pastilla, ella no. Y el tío ha seguido circulando.


—¿La ha dejado tirada? —La indignación asomó a la voz de Daniel y se reflejó en su cara presagiando tormenta—. Hijo de puta. ¿Paula ha anotado la matrícula, la marca del coche?


—No tiene datos, y no la culpo. Ha debido de suceder cuando el chaparrón pegaba fuerte; bastante trabajo ha tenido intentando controlar el coche. En mi opinión, lo ha hecho muy bien. No ha chocado contra nada, ni siquiera se le ha abierto el airbag. Temblaba como una hoja, y además estaba cabreada. Muy cabreada, porque pensaba que llegaría tarde a la reunión.


—Pero no estaba herida —dijo Daniel casi para sus adentros—. Muy bien. ¿Dónde ha sido?


—A unos diez kilómetros de aquí.


—¿Ibas por esa carretera con tu moto?


—No. —Maldito tercer grado—. Mira, mamá ha recibido la llamada y ha salido para decirme que Paula se había salido de la carretera y se había quedado tirada, así que me he ido en moto para ver cómo estaba mientras mamá despachaba con Bill.


—Te lo agradezco, Pedro. —Levantó los ojos al ver salir a la señora Grady, que dejó en la mesa un cuenco con unos aperitivos salados y un platito de aceitunas.


—Para secar toda esa cerveza. Ahí vienen vuestros amigos —añadió el ama de llaves señalando con un movimiento de cabeza hacia un césped iluminado por el leve resplandor del atardecer.


—Tú —dijo dando un golpecito a Pedro en el hombro—. Puedes tomar una cerveza más, porque no nos sentaremos a cenar hasta dentro de una hora como mínimo, y luego se acabó hasta que esa máquina del diablo no esté aparcada en tu casa.


—Pero antes usted y yo podríamos ir a bailar.


—Ándate con cuidado. —La señora Grady le miró con unos ojos como ascuas—. Me quedan varios ases en la manga. 
—Y volvió a meterse en casa dejando a Pedro con una sonrisa.


—Apuesto a que sí. —Pedro levantó la botella para saludar a Jeronimo y a Sebastian.


—Esto es lo que me ha recetado el médico. —Jeronimo Cooke, el niño bonito de la arquitectura, compañero de facultad de Daniel, abrió una cerveza.


Las botas recias y los tejanos le decían a Pedro que Jeronimo había dedicado la jornada a visitar la obra en lugar de quedarse en el despacho. Contrastaban con la camisa de tejido oxford y los caquis de algodón de Sebastian. Las gafas del profesor sobresalían del bolsillo de su camisa, y Pedro se lo imaginó sentado en su nuevo estudio, muy a lo profesor Maguire, corrigiendo exámenes con la chaqueta de tweed bien colgada en el armario.


Supuso que componían un grupo muy variopinto, por lo visto: Daniel vestido con su impecable traje italiano, Jeronimo, con sus botas de trabajo; Sebastian, con los caquis de algodón de dar clases, y él...


Joder, si hubiera sabido que iban a invitarlo a cenar, se habría cambiado los pantalones.


A lo mejor.


Jeronimo tomó un puñado del aperitivo salado.


—¿Hay novedades ?


—Paula se salió de la carretera. Pedro acudió al rescate.


—¿Está bien? —Sebastian se apresuró a dejar su cerveza sin haberla probado—. ¿Se ha hecho daño?


—Se encuentra bien —dijo Pedro—. Un par de neumáticos destrozados. Nada importante. A cambio he conseguido un par de cervezas y una cena. He salido ganando.


—Ha traído a Paula en la moto.


Jeronimo rió socarrón y desvió la mirada de Daniel para fijarse en Pedro.


—Estás de coña.


—No hay mal que por bien no venga. —Pedro, que empezaba a divertirse, se metió una aceituna en la boca—. O venía en moto, o llegaba tarde a la reunión. En fin... —Volvió a zamparse otra aceituna—. Creo que le ha gustado. Tendré que llevarla a dar una vuelta de verdad.


—Eso. —Daniel soltó una risita—. Te deseo buena suerte.


—¿Crees que no puedo conseguir que vuelva a montar en mi moto?


—Paula no es una motera empedernida, que digamos.


—Ojo con hablar mal de las moteras. —Pedro tomó un sorbo de cerveza con una mirada calculadora—. Apostaría cien dólares a que puedo conseguir que se monte en mi moto durante toda una hora, y en solo dos semanas.


—Si te apetece tirar el dinero de esa manera, voy a tener que seguir invitándote a cerveza.


—Te dejaré sin blanca —dijo Jeronimo metiendo los dedos en el cóctel salado—. No tengo ningún problema en dejarte sin blanca.


—Trato hecho. —Pedro estrechó la mano de Jeronimo—. Las apuestas siguen en pie —dijo a Daniel.


—Muy bien.


Se estrecharon la mano y Daniel miró a Sebastian.


—¿Quieres apuntarte?


—No, me parece que no... Bueno, creo que voy a apostar por Pedro. 


Pedro miró con interés a Sebastian.


—Puede que seas tan listo como pareces.




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