viernes, 24 de marzo de 2017
CAPITULO 50 (TERCER HISTORIA)
En el gimnasio Carla contemplaba la lluvia mientras terminaba su tabla de ejercicios cardiovasculares. No había puesto las noticias como tenía por costumbre; era una concesión a las vacaciones. Las noticias graves tendrían que esperar a que ella regresara a casa.
A menos que tuvieran que ver con novias. Aunque en realidad, tampoco había pasado gran cosa. Tan solo había tenido que hacer unas cuantas llamadas y resolver desde la distancia algunos problemas y dificultades.
De hecho, le tranquilizaba pensar que podía estar en otra parte y seguir gestionando sus asuntos.
Sonrió al reconocer a Maca, que con su mata de pelo rojizo oculta bajo una gorra de béisbol y vestida con un chubasquero de color azul intenso se dirigía con la cámara a una playa barrida por la lluvia.
Por muy lejos que estuvieran de la casa, pensó Carla, seguían siendo las mismas.
Se quedó observándola un rato y luego fue a cambiar la música con la intención de terminar su tanda de ejercicios con algo más suave.
Era un lujo poder disponer de todo el tiempo que una quisiera, no tener que consultar el reloj o adaptar la clase de gimnasia al horario que le imponía una cita o un asunto que resolver.
Eligió la barra y ejecutó unos pliés.
En ese momento entró Martin y la vio con el pie en la barra y la nariz pegada a la rodilla.
—¡Qué flexible! —comentó arqueando las cejas cuando ella se volvió para mirarlo—. ¿Te molesta si hago un poco de ejercicio?
—No, claro que no. —Le fastidiaba que ese hombre la pusiera tensa y sacara a la luz su mal carácter, por eso hizo el esfuerzo de mostrarse agradable—. Adelante. Cambia la música si quieres. No me importa. —¡Faltaría más que le importara lo que hiciera ese individuo!
Martin se limitó a encogerse de hombros y fue a buscar las pesas para practicar unos levantamientos en la banqueta.
—No sabía que hubiera alguien despierto hasta que he oído a la melenas.
—Maca ya está en la playa tomando fotografías.
No había razón para no ser civilizados, se dijo Carla.
—¿Con esta lluvia?
—Parece que nos cuesta reprimirnos —dijo Carla con una sonrisa y volviéndose hacia él. Sobre todo para evitar que le mirara el culo si seguía de espaldas.
—Como quieras. He visto alguna de sus fotos. Tendrías que colgarlas por aquí.
Carla se sorprendió, porque ya había planeado hacer eso.
—Sí, es cierto. Dime, ¿cuánto peso levantas?
—Unos diez kilos aproximadamente. Veo que tienes unos buenos brazos —dijo él después de repasarla de arriba abajo—. ¿Cuánto peso levantas tú?
—Unos siete u ocho, depende.
—No está mal.
Carla lo miraba de soslayo mientras hacía sus estiramientos.
No podía negarse que él sí tenía buenos brazos. Se le marcaban los músculos al levantar las pesas, pero sin exagerar, y entonces se le movía el tatuaje en forma de nudo, símbolo celta de «hermandad», que lucía en su estilizado bíceps derecho.
Había buscado el dibujo en Google movida por la curiosidad.
Carla respetaba a los hombres que se mantenían en forma, y había visto a Martin desvestirse antes de meterse en el mar. No pretendía fijarse en él, pero se dio cuenta de que Kavanaugh pertenecía a ese grupo.
Carla empezó sus abdominales mientras Martin ejercitaba los bíceps. Ella añadió luego unos ejercicios de pilates, y él trabajó los pectorales. Él iba a lo suyo, sin molestar, y Carla casi llegó a olvidar su presencia y terminó su sesión con unos estiramientos de yoga.
Cuando se volvió para beber de su botellín de agua, casi tropezó con él.
—Lo siento.
—No pasa nada. Está muy musculada, señorita Brown.
—Tonificada —le corrigió ella—. Lo de musculado se lo dejo a usted, señor Kavanaugh.
Martin sacó dos botellines de agua de la nevera y le pasó uno.
De repente, Carla se vio con la espalda contra el electrodoméstico, las manos de ese hombre aferradas a sus caderas y los labios tomando posesión de su boca.
Se dijo que fue la profunda sorpresa (¿de dónde había salido eso?) lo que prolongó el momento, el beso, su lento y sensual sofoco. Entonces lo apartó de un empujón y respiró hondo.
—Un momento, espera un momento.
—Muy bien.
Carla lo fulminó con la mirada, pero él pareció no sentirse afectado por su hiriente expresión. Se quedó quieto, como si no tuviera intención de repetir. Tan solo la observaba con sus intensos ojos verdes.
El gato acechando al ratón, pensó Carla. Así era como se sentía, y eso que no era la presa de nadie.
—Mira, si se te ha metido en la cabeza que yo… que porque los demás están emparejados nosotros…
—No. Lo he hecho por ti, por el Cuatro de Julio. Lo recuerdo muy bien.
—Eso no tuvo ninguna importancia.
—Me gustó. Por si quieres saberlo, no se me ha metido nada raro en la cabeza. Me gustan tus labios, y he pensado que valía la pena poner a prueba mis recuerdos. La memoria no me ha traicionado.
—Bien, aclarado este punto… —Carla se apartó de él de un codazo y salió echando chispas.
Martin soltó una exclamación entre divertida y satisfecha y fue a cambiar la música. Prefería a su melenas con la guitarra y la batería.
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