lunes, 10 de abril de 2017
EPILOGO (CUARTA HISTORIA)
DÍA DE AÑO NUEVO, PENSÓ PAULA instalándose en su despacho para ponerse al día con el papeleo. Las vacaciones, las fiestas, los actos, la boda de Maca, todo se había confabulado y le había hecho acumular cierto retraso.
Si a eso se añadía su propio compromiso, pensó levantando la mano para que su precioso anillo de diamantes atrapara la tenue luz invernal del sol, no era de extrañar dicho retraso.
Tenía toda la tarde para ocuparse de eso, para volver a poner en hora el reloj, por decirlo de alguna manera. Y para girar la página del calendario y estrenar un nuevo año lleno de actos.
¡Qué diferentes eran las cosas al cabo de doce meses!
Cuatro compromisos y una boda.
El año anterior ni siquiera sabía que Pedro Alfonso existiera, y ahora, al cabo de diez meses, iba a casarse con él. Buf, le quedaba una tonelada de trabajo por hacer contando solo la planificación y la documentación.
Iba a casarse con el hombre al que amaba, y la boda levantaría ampollas en algunos. Volvió a examinar su anillo con ojos soñadores. Había empezado y terminado ese primer año con Pedro. Y aquello solo era el principio.
Por eso, se recordó a sí misma, no lograba terminar el trabajo pendiente. Padecía ya el Síndrome Cerebral de la Novia.
Encendió el ordenador.
Trabajaría en una casa silenciosa, pensó, sin interrupciones.
La señora Grady debía de estar terminando de hacer el equipaje para empezar sus vacaciones anuales de invierno.
Maca y Sebastian estarían haciendo lo mismo para salir de luna de miel. Imaginó que Daniel y Laura, Emma y Jeronimo, estarían recogidos en sus respectivos espacios, dejando pasar el día con indolencia.
Y Pedro, su Pedro, acababa de irse al taller con la intención de ponerse al día con su trabajo.
Esa noche celebrarían una cena para despedir a los tres viajeros con estilo.
Poco después, Pedro y ella se tomarían unos días (Votos bajaba un poco el ritmo después del primer día de Año Nuevo) y pasarían su descanso invernal en la casa de la playa. Los dos solos.
—O sea que ahora ponte a trabajar en serio, Paula —musitó—. No eres la única novia que necesita atención.
Logró trabajar durante casi una hora antes de la invasión.
—¿Por qué estás trabajando? —preguntó Laura entrando en el despacho de Paula con Emma y Maca.
—Porque a esto es a lo que me dedico. ¿Por qué no estás tú haciendo las maletas?
—Ya están hechas —contestó Maca trazando un visto bueno imaginario en el aire—. Florencia, allá vamos. Pero ahora...
—Las tres chicas se acercaron a Paula y tiraron de ella para que se levantara de la silla—. Ahora vienes con nosotras.
—Ya sabéis que voy muy retrasada y que...
—Cinco minutos de retraso más o menos —calculó Emma.
—Aunque no tengamos ningún acto durante dos semanas, hay que...
—Anoche lo pasamos genial, y sé positivamente que tienes hecho el equipaje aunque todavía falten dos días para irte. A lo mejor incluso le has hecho la maleta a Pedro—dijo Laura.
—No es verdad. Solo le he preparado una lista con unas cuantas sugerencias. En serio, necesito una hora más. Ya cenaremos todos luego.
—Ahora hay cosas más importantes que el trabajo. —Maca agarró con decisión a Paula por el brazo y entre todas la obligaron a ir hacia la escalera.
—Puede que sí, pero yo... —Cayó en la cuenta cuando se fijó en la dirección que tomaban—. Habéis elegido un vestido de novia para mí.
—Es la tradición entre las chicas de Votos. —Emma le dio una palmadita en el trasero—. Hemos ordenado a los hombres que esta tarde desaparezcan. Vamos a celebrar la fiesta del vestido de novia de Paula.
—Con la salvedad, como siempre, de que si no te va, no pasa nada y nadie se enfada. —Al llegar a la puerta de la suite de la novia, Laura se volvió y franqueó la entrada—. ¿Estás lista?
—Claro que sí. Espera. —Paula rió y se llevó la mano al pecho—. Uau. Estoy viviendo un momento especial, un momento fantástico. He ayudado a elegir muchos vestidos y ahora voy a probarme uno.
—Y vas a estar preciosa. Abre la puerta, Laura. Me muero de impaciencia —ordenó Emma.
—Allá vamos.
Con la mano todavía en el pecho, Paula cruzó el umbral. Y su mano sencillamente se deslizó y cayó inerte a un lado.
La seda blanco nupcial fluía de un cuerpo sin tirantes, con el escote en forma de corazón y talle ajustado que se desplegaba en una falda larga. El clásico vestido de noche refulgía con un intrincado bordado de cuentas que iluminaba el cuerpo, bajaba por un costado y orlaba el dobladillo del vestido y la larga cola.
La línea y el estilo sin duda encajaban con ella, pero no fue eso lo que nubló su visión.
—Es el vestido de novia de mi madre. Es de mamá.
—La señora Grady lo ha sacado del baúl —dijo Emma acariciándole la espalda.
—Era delgada como tú, y casi igual de alta. —La señora Grady se enjugó unas lágrimas—. A lo mejor quieres elegir un vestido nuevo para ti, pero hemos pensado que...
Paula sacudió la cabeza, incapaz de hablar, y se volvió, sencillamente, y abrazó a la señora Grady.
—No puedo sacar fotografías si estoy llorando. —Maca cogió unos pañuelos de los que siempre tenían a mano en la suite.
—Escuchadme todas, hay que beber champán. —LaurA se pasó la mano por la húmeda mejilla antes de servir.
—Gracias. —Paula besó a la señora Grady en ambas mejillas—. Gracias a todas. Sí, por favor, dadme todo eso. —Paula aceptó la flauta de champán de Laura y el pañuelo de Emma—. Es precioso —logró pronunciar—. Precioso de verdad. Solo lo había visto en fotos, había visto lo maravillosa que estaba con este vestido, lo felices que se los veía a los dos. Se casó con mi padre con este vestido, y ahora los llevaré a los dos conmigo cuando me case con Pedro. Es el mejor regalo que podríais haberme hecho. El mejor.
—Ay, tontita... pruébatelo ya. Desnúdate, Chaves —ordenó Laura.
—Muy bien. Allá va.
—De espaldas al espejo —le recordó Emma—. No vale mirar hasta que hayas terminado.
La ayudaron a ponerse el vestido, como ella las había ayudado a todas.
—Date la vuelta, pero con los ojos cerrados. Quiero arreglarte la falda y la cola. —Pensando ya en los ramos, Emma extendió el dobladillo y la cola. Miró a Maca y esperó a que esta asintiera tras posicionarse con la cámara—. Muy bien, ya puedes mirar.
En el espejo Paula vio en su rostro lo que había visto en muchas otras novias. La excitación, el asombro, el resplandor.
—Este fue el vestido de boda de mi madre —murmuró—. Y ahora es mío.
—Pau —Maca se colocó de nuevo y presionó el disparador—. Estás espectacular.
—Lo que estás es feliz —dijo la señora Grady sonriéndole—. Feliz y enamorada. No hay nada que le siente mejor a una novia.
—Soy una novia. Estoy feliz, enamorada y espectacular.
—Baja esa cámara, Macarena—dijo la señora Grady mostrando la suya—. Quiero una foto de vosotras cuatro. ¡No le pises la cola! Así. Ahora pensad en el «día de boda».
Cuando todas se echaron a reír, disparó la cámara.
—Brindemos. Coged todas las copas. Emma, ansiosa —acusó Laura—. La tuya está vacía.
—Al menos ya no lloro.
Servida, Emma levantó la copa con las demás.
—Por un año monumental —apuntó Laura.
—Ay, yo... por todas —intervino Maca.
—Por nuestros hombres —prosiguió Laura—, que tienen la suerte de tenernos. Por nuestra madre.
A la señora Grady se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas.
—No empecéis.
—Por la amistad.
—Y por Votos —añadió Paula— y las mujeres que lo dirigen. Casamos a las novias con amor, con estilo y con una atención exquisita por el detalle. Sobre todo cuando a quien casamos es a alguna de nosotras.
Todas rieron y brindaron. Mientras bebían, la señora Grady dio un paso atrás y sacó otra foto. Se pusieron a hablar de tocados, de flores y de los colores que llevarían las chicas.
Sus chicas, pensó, todas felices y enamoradas, y todas espectaculares.
Por mis chicas, pensó, levantando la copa en un brindis solitario. Por las novias de Votos y sus felices para siempre.
FIN
CAPITULO 50 (CUARTA HISTORIA)
Pedro caminaba arriba y abajo frente a la suite de la novia.
¿Cómo había sucedido? En fin, no lo sabía, pero había sucedido y... así estaban las cosas. En cualquier caso, se aseguraría de que así siguieran. Si es que Paula salía de una vez de esa condenada habitación.
Si llevara reloj, ahora estaría dando golpecitos a la esfera para ver si la batería funcionaba.
¿Por qué diablos tardaban tanto? ¿Qué estaba ocurriendo exactamente detrás de esa maldita puerta?
Al final se abrió y salieron las mujeres, todo color, fragancia y brillos. Se apartó de en medio, listo para intervenir en el momento en que viera a Paula.
Cuando la vio, como era de esperar, estaba junto a la mujer que ese día dirigía el acto.
—Eh.
Paula se volvió, inclinó la cabeza sorprendida, se concedió un minuto para volver a comprobar lo que seguramente ya había comprobado cinco veces con su sustituía y se acercó a él con un vestido fino y vaporoso del color de la luz de las velas.
—¿Por qué no estás abajo? Tendrías que estar sentado. Vamos a...
—Necesito hablar contigo un momento. Un par de minutos.
—Pedro, la boda. Ahora no puedo... Ay, Dios mío... ¿hay algún problema? Sabía que tendría que haber bajado a comprobar que...
—No hay ningún problema. Todo va bien. Ya veo que esto es la boda del siglo. Lo mío puede esperar. Seguro, no te preocupes.
—Ve abajo. —Paula se acercó a él y le besó en la mejilla. Y se volvió cuando Maca apareció en el umbral de la puerta.
—Bien, ya estoy lista. ¿Pedro? ¿Por qué no estás abajo?
—Ahora mismo voy. Pero deja que diga uau, un uau en mayúsculas. Buen trabajo. Sebastian se va a atragantar de la impresión.
La sonrisa de Maca refulgió con mayor luminosidad que sus diamantes.
—Voy a casarme.
—Eso me han dicho. Te veo luego, señora Maguire.
—Señora Maguire. ¡Qué bien suena, tío! —Con sus refulgentes zapatos de boda y tacón alto, Maca dio unos pasos de baile—. Vamos, Paula.
Paula dedicó a Pedro una última sonrisa y precedió a la novia por el pasillo.
—Recuerda, la cabeza alta, sonríe. Tómate tu tiempo, es tu momento. Bajaremos en orden alfabético, como hemos decidido, después de la sobrina y el sobrino de Sebastian.
—¿Verdad que están monos?
—Mucho. Cuando suene la música de tu entrada, recuerda que tienes que esperar, contar hasta cinco para que todos se levanten y te contemplen. Y entonces...
—Paula, no te preocupes. Mi padre está al pie de la escalera, y me acompañará por el pasillo central.
Los ojos de Maca estaban serenos, además de secos, aunque resplandecientes por la alegría.
—Seguramente nunca me contarás lo que tuviste que hacer para conseguir que mi padre viniera, pero me parece bien. Ha venido, y para mí es más importante de lo que creía... o estaba dispuesta a admitir. Pero como dijiste ayer, lo más importante de todo es que Sebastian está abajo. Me tiemblan las rodillas, pero no son los nervios, es la excitación, es... jo, esto es la repera. No olvidaré mis frases.
En lo alto de la escalera, Emma, Laura y Paula le arreglaron la cola, entregaron a Maca el ramo y, por unos instantes, se quedaron como cuando eran niñas, sonriendo y mirando la mariposa azul.
—La MDNO entra acompañada —murmuró Paula.
—¿Llevas un auricular en el oído? —preguntó Laura.
—No, pero lo sé. Sebastian y Bob están delante de la chimenea, y la MDNO y el PDNO ocupan sus asientos. Ahora Lourdes entra acompañada. Sé que te encuentras bien, Maca, pero ahora haz unas cuantas respiraciones de yoga. La MDNA entra acompañada —dijo Paula refiriéndose a la señora Grady, y Maca le apretó la mano.
—Y la música cambia, entra el niño de los anillos, y luego la niña de las flores, adorables los dos. —Paula echó un vistazo para ver cómo empezaban a bajar los escalones a la señal de Mónica—. Adorables, de verdad.
—Karen está haciendo fotos, ¿verdad?
—Chiton. Cállate ya. Vale. Emma.
—Allá vamos.
—Cinco, cuatro, tres, dos. Y Laura.
—Allá voy.
Paula volvió a estrechar por última vez la mano de Maca.
—Hoy es el día de tu boda —dijo, y bajó la escalera.
Dejó de preocuparse cuando vio la sala llena de invitados, de flores, de velas y la luz del fuego. Cuando vio a Sebastian, parecía el hombre más feliz del mundo. Miró a Pedro y se quedó atónita ante la intensa mirada de sus ojos, y entonces ocupó su lugar, al lado de sus amigas.
La música ha cambiado, pensó, y todos se pusieron en pie.
Ahí estaba Maca, radiante del brazo de su padre, avanzando como si flotara. Y los diamantes de la madre de Paula atrapando la luz, chispeando.
Maca besó a su padre en la mejilla. Sebastian tendía ya las manos para recibirla. Maca dio un paso hacia él y las tomó.
—Hola, cariñito. —Tiró de él y lo besó con glotonería—. No he podido resistirme —dijo en voz alta para que todos la oyeran.
Y se casaron al son de las carcajadas.
No había manera de estar con ella a solas, al menos como él quería. Tuvieron que hacerse las fotos, y luego vino la cena y había gente por todas partes. Todos querían hablar con todos.
—¿Qué te pasa? —Su madre le dio una patada por debajo de la mesa—. No paras de moverte.
—No me pasa nada. Solo quiero quitarme este traje agobiante.
—Cena —le ordenó ella, pero por suerte se volvió para hablar con el padre de Emma y dejó de atormentarlo.
Intentó acercarse a Paula al terminar la cena, pero se llevaron a todo el cortejo nupcial en una dirección y a los invitados en otra.
En el salón de baile Maca y Sebastian salieron a la pista.
Observándolos se dio cuenta de que el momento oportuno había pasado para él. Hacía rato. Ese día estaba dedicado a ellos, el resto podía esperar.
Fue a buscar una cerveza y se obligó a relajarse.
—Una fiesta cojonuda, ¿eh? —Jeronimo se dejó caer en una butaca que había a su lado.
—Estas mujeres lo hacen bien, y por lo que se ve se superan cuando se trata de una de ellas. —Brindó con Jeronimo—. Tú eres el próximo, chaval.
—Me muero de ganas.
Pedro ladeó la cabeza y estudió la expresión de Jeronimo.
—¿Lo dices en serio?
—Más en serio cada día. ¿Quién iba a decirlo? ¿La fiesta? Será la hostia, pero de lo que me muero de ganas es de pasar el resto de mi vida con ella. Emma es... Emma. No necesita nada más. Ahora iré a buscarla para bailar.
Tendrías que agenciarte a Paula.
—Sí, eso tendría que hacer.
Se quedó sentado un momento, luego se levantó y empezó a sortear mesas y personas. La música, con su ritmo caliente, atraía a los invitados a la pista de baile.
Se detuvo para observar la escena y Daniel se puso a su lado.
—Voy a buscar un poco de champán para mi futura novia. ¿Te has fijado en Bob? Es un salvaje en la pista.
—Es imposible no fijarse.
—Es un día fantástico. —Daniel puso la mano en el hombro de Pedro y ambos sonrieron a Bob—. Ya sé que estaban viviendo juntos, Maca y Sebastian, pero esto cambia las cosas.
—¿Qué cambia?
—Las vuelve más sólidas, más reales, más importantes. He estado en innumerables bodas, pero no comprendí eso hasta lo de Laura, hasta que quise convertir nuestra relación en algo más sólido y real, algo importante. En fin, si estás buscando a Paula, anda por allí.
—Gracias.
Que le den al momento oportuno, decidió, y salió a encontrarse con Paula.
La distinguió, a ella y a Laura. Estaban bailando juntas.
Cuando cambió la música se acercaron a él cogidas del brazo.
—¿Por qué las mujeres pueden bailar juntas y cuando bailan los hombres parecen estúpidos?
—No parecéis estúpidos, solo creéis que lo parecéis.
—Dani ha ido a por tu... —Y Pedro hizo como si bebiera.
—Iré a buscarlo, se le hará más corta la espera. ¿Te apetece? —preguntó a Paula.
—Sí, gracias.
Cuando estuvieron a solas, por decirlo de algún modo, Pedro la cogió por el brazo.
—Escucha, ¿podemos salir un momento? Quiero...
—Paula. —Lourdes, con una copa de champán en la mano, se deslizó hacia ellos—. Has organizado un acto precioso. Debes de haber trabajado día y noche, semana tras semana para conseguirlo. No me extraña que se te vea tan cansada.
—¿Ah, sí? —exclamó Paula con gélida dulzura—. Deben de ser las luces del salón. Precisamente estaba pensando que este tono de rojo, con esta luz, te sienta mal, muy mal.
Pedro, conoces a la madre de Maca, ¿verdad?
—Sí. ¿Qué tal va?
Lourdes se echó hacia atrás la exuberante melena rubia y clavó en él sus ojos azul celeste con lujuria.
—Muy bien, gracias. ¿Nos conocemos? Créeme que nunca olvido a un hombre guapo. —Le dio la mano y acercó su cuerpo a él—. ¿Cuándo nos conocimos?
—Cuando me propusiste una mamada a cambio de mi trabajo.
A su lado, Paula ahogó unas risas. Lourdes se echó hacia atrás y lanzó una mirada asesina a Paula.
—Tendrías que pensar mejor a quién invitas a tu casa.
—Eso ya lo he hecho. Hoy tienes entrada libre. Disfrútalo. Vamos a bailar, Pedro. Me hace mucha ilusión bailar contigo en la boda de mi amiga.
Paula se lo llevó a la pista, y dejó caer la cabeza sobre su hombro partiéndose de risa.
—Oh. Oh. Te voy a recompensar muy bien en cuanto pueda. Ha sido... —Paula levantó la cabeza, le cogió por las mejillas y lo besó hasta que a Pedro empezó a darle vueltas la cabeza.
—Vámonos. —Pedro la arrastró para alejarla de la música.
—Pero quiero...
—Cinco minutos, maldita sea.
Había gente en cada maldito rincón, observó Pedro. La sacó del salón de baile y la obligó a bajar la escalera ignorando sus protestas. Valoró la situación, se encaminó hacia las dependencias de Paula y, de un tirón, la hizo entrar en el gimnasio.
Nadie entraría ahí durante la boda.
—¿De qué va todo esto, si puede saberse?
—Escúchame.
—Te estoy escuchando.
Pedro respiró hondo.
—Sí, tú me escuchas, y por eso termino diciéndote cosas que nunca había dicho a nadie, que nunca había tenido la intención de decir a nadie. Entras muy adentro, eso es lo que haces, entras muy adentro, ves lo que hay ahí y te parece bien.
—¿Por qué no tendría que parecerme bien? Pedro, ¿has bebido mucho?
—Probablemente no lo bastante. Nunca había llegado hasta aquí con nadie. Creía que no sabría hacerlo lo bastante bien y... en fin, joder, para mí es importante hacer bien las cosas.
Pedro se volvió y caminó unos pasos intentando recuperar el aliento y el equilibrio.
—Pasé mis primeros diez años yendo de un sitio a otro y estuvo bien, así estaban las cosas. Los diez siguientes los pasé en guerra con el mundo viviendo en el infierno. Luego intenté mejorar, a mi manera. —Pedro se pasó la mano por el pelo—. Mejoré, y luego me jodieron de verdad. El destino, la mala suerte, lo que sea. Aproveché una segunda oportunidad, y cambié varias cosas. Y mientras duró todo eso, solo una persona siguió a mi lado.
—Tu madre es una mujer increíble.
—Tienes toda la razón. Tengo un buen negocio. Sé llevarlo, sé organizarlo, me gusta dedicarme a lo que me dedico. No, me encanta.
—Por eso eres bueno en tu trabajo. Ojalá te decidas a contarme qué es lo que hay de malo en todo esto.
—No he dicho que haya nada malo. Es que... —Pedro se quedó inmóvil, mirándola—. No tenías que ser tú, eso seguro.
—¿De qué estás hablando?
—Me dijiste que me querías.
—O sea, que sí me oíste. —Paula se volvió y fue al minifrigorífico en busca de agua.
—Claro que te oí. A mi oído no le pasa nada.
—Elegiste ignorarme.
—No. Me cogiste por sorpresa, Paula, me dejaste fuera de combate. Nunca imaginé que sentirías por mí lo que yo siento por ti.
Paula bajó el botellín y su mirada se posó en la de él.
—¿Qué sientes por mí?
—Es como si... ¿cómo diablos lo dijo Sebastian? Él conoce las palabras.
—No quiero las palabras de Sebastian. No estoy enamorada de Sebastian.
—Siento como si tú fueras la razón por la que estuve yendo de un sitio a otro, viviendo en el infierno. La razón por la que no morí, por la que estoy aquí. Siento como... —Se le quebró la voz y maldijo al quedarse sin aliento mientras ella seguía frente a él, hermosa, perfecta y resplandeciente—. Escucha, tendré que usar las palabras de Sebastian. Es como... Cuando amas a alguien y ese alguien te ama a ti, aunque estés jodido, todo encaja. Todo ha encajado, Paula. Eso es.
Paula dejó el botellín encima de una banca para levantar pesas.
—Siempre imaginé que cuando a mí me llegara el momento, sería muy diferente.
La irritación se plasmó en el rostro de Pedro.
—Ya ves, no hay poesía ni luz de luna. Y además llevo puesto un maldito traje.
Paula estalló en carcajadas.
—Estoy tan contenta de que me haya llegado el momento exactamente así, contigo, aquí y ahora... —Paula se acercó a él.
—No he terminado.
Ella se detuvo.
—Ah, lo siento.
—Bien. Tenemos que hacerlo.
Paula puso unos ojos como platos.
—¿Perdón?
Todos sus músculos se relajaron. Le encantó cómo había pronunciado esa palabra.
—Oye, Piernas, a ver si dejas de pensar en el sexo. Me refiero a que tenemos que... —Pedro trazó un círculo en el aire señalando al techo.
—Me temo que no sé descifrar tu ingenioso código.
—Tenemos que casarnos.
—Tenemos que... —Paula dio un paso atrás y fue a sentarse junto al botellín que había dejado encima de la banqueta—. Ya. Ah…
—Mira, si me conoces y aun así me quieres, ya sabrás que no voy a arrodillarme y a recitarte algo que un tío que la palmó escribió hace doscientos años. Maldita sea. —Pedro se acercó a ella y la puso en pie—. Seguramente lo haré mejor que él. Ahora ya sé cómo funcionas. Sé que no solo cuentan los detalles, sino lo que hacen esos detalles. Lo que está pasando ahí arriba... es una fiesta magnífica, pero lo que cuenta es lo que viene después. Y tú quieres lo que viene después.
—Tienes razón —dijo Paula con voz queda—. Así funciono yo. Pero no solo se trata de lo que yo quiera.
—Si buscas el lote completo, aquello de hasta que la muerte os separe, piensa en mí. Nadie te querrá jamás, te apoyará jamás y entenderá mejor que yo cómo funcionas. Nadie, Paula.
Paula notó que las manos estaban a punto de empezarle a temblar, las puso sobre las mejillas de Pedro durante unos instantes y le miró a los ojos.
—Dime qué es lo que quieres.
Pedro la cogió por la muñeca y entrelazó los dedos con ella.
—Quiero pasar la vida contigo y ahora estoy copiando a Jeronimo y a Daniel... más o menos. Quiero empezar una nueva vida porque se trata de ti, Paula. Eres tú, tú lo eres todo. Quiero que lo nuestro sea sólido. Quiero, y ahora esto es de mi cosecha, hacerte promesas y mantenerlas. Te amo y prometo amarte durante toda mi vida.
Pedro soltó el aire.
—¿Qué dices a eso?
—¿Qué digo a eso? Digo que sí. —Mareada de felicidad, Paula rió a carcajadas y le apretó las manos—. Sí, Pedro, tenemos que hacerlo —exclamó lanzándole los brazos al cuello—. Oh, eres perfecto. No sé por qué, pero eres perfecto.
—Creía que Sebastian era hoy el hombre con más suerte del mundo. Pero acaba de bajar al segundo puesto. —La apartó un poco, la besó en los labios y, recreándose en el beso, se balanceó con ella—. No he traído un anillo ni nada parecido.
—Vale más que consigas uno muy deprisa.
—Hecho. —Pedro la tomó de las manos, se las llevó a los labios y los ojos de Paula brillaron cuando empezó a cubrirlas de besos—. Te debo un baile.
—Sí, es cierto y tengo muchas ganas de bailar contigo. Hay que volver. Es la noche de Maca.
—A los demás se lo contaremos mañana, para no empañar el brillo de esta noche.
Sí, pensó Paula, Pedro sabía cómo funcionaba ella. Volvió a acercar su cara y besó al hombre que amaba. El hombre con el que se casaría.
—Mañana me parece perfecto.
Con él de la mano, se incorporó de nuevo a la música, las flores y el destello de las luces. Esta noche, pensó, es la noche de Maca. Y el comienzo de su propio felices para siempre.
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